- 45.- CRIOLLOS, PIRATAS Y FILIBUSTEROS-LA BATALLA DE LA CIÉNAGA DE GUARDARAYAS
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Escritor Colombiano
La
piratería en el mar Caribe adquirió gran auge en el último tercio del siglo
XVII. En 1682 un sencillo pero culto campesino, Bernardo Rodríguez, residente
en Cartagena, envió al rey una carta que es fiel reflejo de la desazón y el
desamparo experimentados por los españoles americanos en esa época en los
puertos del Caribe.
Esta
desolada y al mismo tiempo altiva misiva recoge el pesimismo reinante entonces
en las Indias, cuyos pobladores se sentían impotentes ante la rapante audacia
de los piratas, contra quienes nada hacía la inoperante y corrupta armada de
Barlovento, cuya misión era precisamente esa:
Proteger
a los habitantes del saqueo y de la feracidad de los filibusteros,
principalmente ingleses y franceses, adueñados del Caribe y del golfo de
México.
Así se
queja Rodríguez:
"Ya nadie sale de esta ciudad a comerciar
aunque en su puerto esté la armada de Barlovento y la flota de su Majestad y
los galeones, pues sirve de vergüenza y atrevimiento, pues los dueños de toda
la costa son los piratas sin que haya remedio ni esperanza.
Y esta
Cartagena, que antes tenía más de veinte propietarios de barcos, hoy ya no
tiene ninguno y sólo tiene comercio con Cuba, de donde tres navíos que venían
con azúcar fueron cogidos por el pirata y sólo se pudo librar uno. La Villa de
Santiago (Tolú) ha sido saqueada ocho veces y quemada tres".
El
asedio del almirante Edward Vernon a Cartagena en 1741 logró reunir la más
grande flota de guerra inglesa del período colonial y amenazar seriamente la
presencia española en el Caribe.
De
haber vencido en Cartagena, la historia habría dado un vuelco para todos:
La Gran
Bretaña se habría hecho fuerte en la Nueva Granada, y España, en apuros, se
habría visto obligada a ceder espacio en América y tal vez en la propia Europa.
Por lo
mismo, la victoria criollo-española de 1741 aseguró por setenta años más la
hegemonía colonial de la Corona y desalentó, al menos en el Caribe, nuevas
incursiones de Inglaterra. (Revista Credencial-Historia).
Toda
esta historia bien contada por el docente Gustavo Benjumea, la recibíamos los
alumnos de la escuela san Luis Gonzaga, extensión de la escuela primaria de San
Benito Abad Bolívar, a mediados de la década de los años 60, sacada del libro
Enciclopedia Bruño, de la Editorial Bruño-Perú, (85 años), tomo número tres,
bajo el ideario cristiano y humanista de los hermanos de La Salle.
Al pie
de la letra y de memoria, con una picaresca y vestidos de criollos, piratas y
filibusteros en un dramatizado, en el único salón de clase que tenía la
escuela, situada detrás del puesto de salud, espada en mano, y con
embarcaciones, defendíamos a la población, otros desde el fuerte de San Felipe
en Cartagena, repartían plomo.
Esa era
la parte académica, la verdadera batalla la dejábamos para los días sábado que
no había clases, se formaban los bandos de los piratas, filibusteros y de los
criollos que defendían la población de San Benito Abad. (La Villa).
Le
pedíamos el favor a don Juan Buelvas que nos regalara un pedazo de neumático de
llantas de su Jeep Rojo y se armaban los parches de piratas para colocar en el
ojo derecho.
La
faena se realizaba camino de rincón largo en la ciénaga de Guardarayas llamada
así por la cantidad de rayas de agua dulce que abundaban en ese sitio.
Piratas,
criollos y filibusteros, se trenzaban en feroz pelea a mitad de la playa a una
distancia de un kilómetros de la orilla, y el final de la batalla era el
hundimiento de las embarcaciones, como trofeos por la valerosa hazaña,
terminaban en el fondo de la playa a tres metros de profundidad y los
sobrevivientes de la batalla, buscaban tierra firme nadando boca arriba, al
perrito, hundiendo y braceando.
Todas
estas hermosas batallas terminaron el día que se presentaron los pescadores a
la escuela, quejándose por la desaparición de sus embarcaciones de pesca y en
voz baja hablaron con el profesor y fueron señalando a cada uno de los piratas,
filibusteros y criollos que se encontraban en el salón de clases.
Dos
Policías, el alcalde, los pescadores, el profesor y los alumnos involucrados se
subieron a una embarcación grande, con motor fuera de borda y llegaron al sitio
de la gran batalla, donde defendían con honor y gallardía la Ciudad de San
Benito, sitiada por los Piratas y Filibusteros, ese sábado que todavía
recuerdo, con la inocencia de joven, y en una diversión sana, no queriendo
perjudicar a los respetables pescadores.
Uno por
uno de los piratas, criollos y filibusteros, con cáñamo en mano, así como
hundieron las embarcaciones, la autoridad les ordenó bucearlas, fueron
amarrando por el ojo las doce canoas de
los pescadores, que yacían en el fondo (del mar), corrijo de la ciénaga de
guardarayas, en el hermoso pueblo de San Benito Abad.
Lamentablemente
el final de esta historia no terminó bien, el segundo padre y mentor, pasó
comunicación escrita en la libreta de apuntes a los padres de familia, pidiendo
permiso para darles una juetera con el cinturón de cuero negro de dos vueltas
de cintura, comprado a un cacharrero en La puerta del Sol en Sincelejo, que se
amarraba muy bien el profesor, a los llorones le dieron quince latigazos y a
los bravos bravos veinte y hasta veinticinco latigazos, por el solo hecho de no
llorar.
Criollos
de esa juventud, hoy desde donde se encuentren, pidamos disculpas por esas
travesuras, defendamos a nuestro pueblo de los piratas y filibusteros, y
conmemoremos las batallas de la ciénaga de Guardarayas, en San Benito Abad
Sucre.
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