sábado, 30 de agosto de 2014

EL BOMBARDINO DE ORO DEL BENNY

EL BOMBARDINO DE ORO DEL BENNY
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano

 La inocencia de los niños, nacidos a principios y mitad del siglo pasado, los principios morales intrínsecos en cada persona encargada de impartir valores, conocimientos y educación, eran el pilar fundamental para edificar una cultura de respeto, honradez y solidos valores, para enfrentar la vida.

La carencia de energía, la reinante oscuridad, acompañada de todas esas manifestaciones de miedo y terror infundida o camufladas dentro de la misma educación, las tormentas, los truenos y los relámpagos, los rezos para conjurar males de la vida, un pueblo netamente católico, apostólico y romano “entre comillas”, nos hacían temerosos de la Justicia Divina, de los espantos, los perros lengua de fuego, las mariposas negras voladoras, el loco de los jolones de cuero montado en un caballo recorriendo las calles del pueblo a partir de las diez de la noche, la llorona loca, el burro que le hablaba a su amo, el niño que se encontró un campesino en un camino solo y llorando, la luz del playón, el temido toro candelillo y un sinnúmero de cosas que lo hacían temer y portarse bien y, que además le servían para su formación como persona, claro que habían unos jóvenes malos, que no cogieron consejos y hoy son blanco de esta sociedad que no perdona, sobre todo errores sin causas.

Corrían los años 1958-59, del siglo pasado, en un pueblo macondiano de la costa caribeña colombiana, en un mes de septiembre, una pareja de novios de una familia prestante se casaron, la novia con traje blanco de cola larga de tres metros arrastrada por la calles destapadas de tierra roja, dos cuadras de distancia de la casa a la iglesia, como de costumbre, los pajecitos con los anillos y dos bellas jovencitas con ramos de flores en sus manos enguantadas, seguido de una cola de parejas que llegaban a doscientas personas, tan así, que cuando el matrimonio venia saliendo de la iglesia, era que los últimos padrinos iban entrando.

Mientras eso ocurría, en la casa de los novios, se bajaban unos veinte músicos, con sus labios gruesos como pepita de mamón pelado y una cicatriz hecha por el instrumento al que le inyectaban aire de sus pulmones, le movían unos émbolos y le sacaban bellas melodías.

En todas esas manifestaciones, estaba El Benny, no como invitado, tampoco como familiar, más bien era por curiosidad, no llevaba calzado en sus pies, no portaba una camisa que le tapara su musculatura, sin peinarse su cabello negro ensortijado ajaracado, pero eso sí, captando todo lo que veía y oía a su alrededor, zambulléndose por debajo de las piernas de los adultos para poder mirar más cerca el espectáculo de una orquesta, creo que fue la primera que amenizó un matrimonio en ese olvidado pueblo, habitado por políticos liberales y conservadores, quienes se encontraban con los jóvenes y en un tono grotesco le preguntaban.

“Tú de quien eres hijo”, si el joven contestaba que su papá era del mismo bando, si porque eran bandos, el politiquero contestaba.

“Cuando cumplas la mayoría de edad vas a votar por mí.

Ahora si el joven contestaba que su papá se llamaba Serafín y era del bando contrario, el politiquero lo despachaba para su casa inmediatamente y, como la urbanidad de Carreño, nos ensayó que hay que obedecer a los mayores, esa orden se cumplía, acompañada de:

“Dígale a su papá, que yo fulano de tal, lo mande para la casa”.
Recordándole al ciudadano, que él, seguía mandando en el pueblo, cuando a los habitantes los mandaban a acostar.

Todo este relato es con el fin de hacer un recuento de lo que pasaba en ese pueblo, en esos años, es para que sepan que pasó en ese siglo, porque las historias, si no las cuentan se olvidan, y un pueblo no debe olvidar sus historias buenas o malas.

Resulta que el que se estaba casando en esa fecha era un politiquero reconocido, acompañado de una bella dama de la sociedad, a quien el Benny le agradece, haberlo desprendido de las manos de tigre del papá, después de ocho latigazos, con un cáñamo doble, por no asistir a clases en el colegio, durante ocho días, sin justificación.

La orquesta comenzó a tocar el vals “Tristeza del Alma”, la calle se encontraba taquiaita de curiosos, con ganas de ver a la novia bailando con el gamonal del pueblo, la puerta de entrada quedó angosta para entrar tanta gente, los invitados siguieron al patio, secándose el sudor con sus pañuelos perfumados con olor a sauco, a vino de palma de corozo de vaca, a nectalina de escaparate, a jugo de mango de rosa, a níspero maduro, etc.

El Benny un regordete jovencito, modelo de nacimiento 1953, inquieto, travieso y de chispa adelantada, se encontraba en la sala de la recepción, bien situado, viendo y analizando todo lo que sucedía, guardando en su memoria las melodías que interpretaba la orquesta, los instrumentos, cada músico tocaba y soplaba los cachetes, la garganta se les querían reventar, se ponían rojos y, volteaban el instrumento para que botara el agua, que no se sabe por dónde entraba.

Esa noche, cuando el Benny se fue a su casa y se metió en la hamaca, tenía a toda la orquesta en su mente, tocando y tocando, no pudo dormir del miedo que le cogió al instrumento llamado bombardino alto, o sea el más grande y el que sonaba más ronco, todavía es y después de cinco décadas y ñapa, es la hora que Benny no puede conciliar el sueño, cuando se acuerda del bombardino de la Orquesta de Pello Torres y sus Diablos del Ritmo, imagínense ustedes, “Diablos del Ritmo” que llego esa noche procedente de Sincelejo Bolívar, en la chiva la melón, contratada para amenizar uno de los mejores matrimonios en ese pueblo de la costa caribe. Siempre que cerraba sus ojos, veía un poco de diablos con cola, tocando los instrumentos.

Años después, cuando El Benny era un adolecente, se enteró que los músicos de la Banda 12 de octubre de Caimito Bolívar, eran primos hermanos de su papá y como en tiempo de fiesta los alojaban al frente de la casa del Benny, tuvo la oportunidad de aprender a tocar al enemigo, “El bombardino Alto”. Desde entonces reina en su casa un Bombardino de Oro Alto, con su funda, enganchado en la pared.

Hoy, cada año de nacimiento que cumple El Benny, es amenizado por sus parientes los  integrantes de la Banda Caimitera, los que han quedado, porque los viejos están gozando en la eternidad, para esa fecha aprovecha el Benny, para tocar su Bombardino de Oro, uno de sus pasatiempos.


“Atesora con amor y firmeza, los valores impartidos y aprendidos durante tu niñez y juventud y, tendrás la oportunidad de vivirlos cada día, compartirlos con los habitantes de este mundo global a través de “entrecuentosporrosyfandangos.blogspot.com”, untado de un pueblo netamente caribeño.

sábado, 23 de agosto de 2014

EL ANIMOSO DEL NEGRITO

EL ANIMOSO DEL NEGRITO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.



En la finca Pajonal, en jurisdicción de Aguas Blancas Cesar, nació el negrito, su abuelo paterno, tenía unas diez hectáreas de tierra, que compartía con los campesinos, que sembraban cosechas de maíz, yuca, ahuyama plátano, criaban gallinas, pavos, cocadas y chivos.

Ese era el ambiente del negrito, su hermano mayor hacia los mandados y traía al pueblo un bulto de yuca y uno de maíz y lo canjeaban por alimentos que llevaban para la parcela, siempre vivía el mayor haciendo coger miedo al negrito, que tenía un oído agudo y escuchaba el cantar de los pájaros, el roncar del tigre, el rebuznar de los asnos, a dos kilómetros a la redonda, era muy especial el negrito, captaba todo lo que su papá le decía de la vida.

Una noche llegó el mayorcito con unos tragos de más a la casa del pueblo que compartían con dos hermanas y su mamá, el negrito, dormía sueño intermedio, o sea, medio dormido y como les dije, escuchaba todo ruido alrededor, pero no se percató que el mayorcito se acostó en el piso, justo debajo de la cama donde dormía él, se durmió y comenzó a roncar la borrachera que traía, el cuarto hedía a níspero maduro, en boca de un azulejo.

Comenzó a rastrear el negrito, el ronquido agudo, grueso y profundo, que le calaba en el cerebro y lo intranquilizaba,  llegó al pie de la cama de la mamá y comprobó que no era ella la que roncaba, sus hermana tampoco, el mayorcito no había llegado, porque no lo he sentido abrir la puerta, porque sus dos bisagras suenan como balde para sacar agua, en pozo calicante, decía en su mente.

Se acostó nuevamente, el mayorcito al sentir el ajetreo del negrito se voltio de posición de dormir y emitió un quejido acompañado con un viento de esos que vienen del sur, se sacudió el negrito de la cama, prendió luces, alarmó a su mamá y sus hermanas, se puso histérico y despertó al borracho, que no alcanzó a salirse debajo de la cama donde dormía el negrito, se paró con ti cama y tiró al negrito a un rincón del cuarto, que al caer se partió la cabeza con un horcón de madera llamado hediondo, a esa hora se formó la de Troya, en casa del negrito.

Se levantaron los vecinos y lo llevaron al puesto de salud, le cogieron quince puntos en la cabeza, quedando con un cien pie de esos de 30 centímetros de largo, desde la frente hasta el cogote. Por esa razón el negrito no pudo prestar el servicio militar, que era lo que le gustaba como profesión.

Un sábado el negrito lo mandaron de la parcela en un burro cargado con cosecha para el pueblo, con el fin de hacer el trueque y llevar las provisiones de subsistencia, ya en la tarde con las provisiones en el burro, su abuela le dijo que se quedara esa noche, que al día siguiente se fuera, le guindaron una hamaca en la sala de la casa, al poco rato cuando los gallos dieron la hora, nueve en punto, sintió el negrito que le alzaron un lado de la hamaca y lo dejaron caer nuevamente, él se alertó y se quedó quietecito.

Al rato, sin poder dormir, escuchó sacando agua del pozo, con una carrucha, tiraban el balde desde el bordo y caía en las profundidades del pozo, llamó a la abuela que estaba en el cuarto contiguo a la sala y le dijo que le habían movido bruscamente la hamaca y que alguien estaba sacando agua del pozo, la abuela conociéndolo por miedoso y cobarde, lo tranquilizo y lo instó a dormir tranquilo.

Nuevamente cuando ya se estaba quedando dormido le alzaron el canto de la hamaca del otro lado donde se lo movieron la primera vez, se levantó el negrito le dijo a la abuela que él se iba para la parcela, abrió la puerta falsa, ensillo el burro con sus provisiones y a esa hora de Dios, se fue, cogió camino para la sierra.

Cuando iba llegando, después de viajar toda la noche, al lado de la finca, sintió que un burro sacudía las orejas, miró para todos los lados y no vio nada, siguió en su burro, con la luna llena y nuevamente le sonaron las dos orejas al burro, sonido que el captaba cerquita, apuró el paso y al fin llego a las cuatro y quince de la madrugada.

La sorpresa de su papá, el negrito viajando toda la noche por ese camino, tan peligroso para un jovencito de trece años, apetecido por las criaturas de la noche y maldad para los que nunca gustaron de él, como el marido de su abuela que no era su abuelo, quien había fallecido hacía dos años, con un tiro de escopeta cero atravesado en la garganta por error y manipulación de la misma, “Tu no me simpatizas”, le decía el negrito al compañero de su abuela, cuando estaba vivo, quién vino de metiche a desprenderlo de su querida Abue.

Al día siguiente, el negrito le confesó a su papa del porque cogió camino y la sacudida de orejas de un burro, concluyendo que era el Padrastro, que se le atravesó el tiro en la garganta hace dos años, precisamente, en el sitio donde el negrito escuchaba, la sacudida de orejas, del burro burlón, esa era la parcela que quedó abandonada, después que el señor se pegó un tiro, mas ni nunca el negrito ha dormido donde su abue, ni siquiera en el pueblo, cuando pasa en su carro por el pueblo, en horas de la noche, acelera hasta ciento veinte, no mira para los lados y prefiere ir acompañado, no se le valla a subir al vehículo el “No me simpatizas”.

Cosas de esta vida, que suceden, con los que están en la otra vida.


sábado, 16 de agosto de 2014

LAS AVENTURAS DE PONCIANO-(PONCHO).

LAS AVENTURAS DE PONCIANO-(PONCHO).
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.



Espigado, como el gajo de arroz sembrado en tierra de bajo, alimentado con puro pescado, creció Poncho, ya cuando estaba borrego, con su 1.80 de estatura, color moreno, caminando de frente y con velocidad, apareció en el pueblo una indígena Zenu, vestida con faldas largas, un turbante en su cabeza, manos arrugadas, cuerpo regordete, trenzas hasta la cintura, muy parca al hablar, fumaba tabaco negro y calillas boca abajo, solo por los orificios de su nariz botaba el humo condensado que le servía para adivinar el futuro, en especial a los jóvenes que no habían despuntado su inocencia.

Poncho fue uno de ellos, perseguido, donde quiera que se encontraba, pescando, durmiendo, por los famosos playones, en camino a casa, después de una pesca, pero a Poncho su abuelo, tío y padre, los tres, le enseñaron a ser hombre desde muy joven y, sobre todo a defenderse de esas criaturas de la noche, que solo quieren hacer daño.

A ellas, no las nombro, porque si las nombro, les doy crédito y en este negocio no se fía y, como dijo Diomedes Díaz en una hermosa canción “Vallan al carajo señoras  Maldad”. Así dijo Poncho, después de un periodo de tiempo, unos  treinta y cinco años, cuando ya el peligro desapareció, sentado en una bóveda, en el cementerio del pueblo, sano y salvo, pero eso si con su interior al revés, tratando de contarme esas odiosas aventuras con una señora que vino del más allá.

Amárrense los pantalones y recen lo que saben, que lo que viene, es dinamita pura, ya mi persona está asegurada, porque lo que si le sé decir por adelantado es que Poncho no se dejó joder la vida, es más, esta pelea la perdió la desconocida.

Tenía Poncho una machetilla larga, afilada por los dos lados, metida en una funda de color verde oliva, herencia de su abuelo, que fue soldado de la guerra de los mil días, que no fueron mil, solo setecientos treinta, porque los contrincantes llegaron a un arreglo, para acabar con este país, sin embargo, el coletazo de esos días amargos, se sienten todavía, y, ellos siguen amangualados, acabando con este país.

Salió Poncho a las tres de la tarde a pescar y cazar algún animal para el sustento familiar, se dirigió hacia las playas, después de atravesar un hermoso playón, el sol emitía unos rayos y de la tierra brotaba un vapor que hacía sentir el infierno en que se metería Poncho esa noche.

Ya instalado, con sus anzuelos al agua y reposando bajo unos árboles de uvero, sintió el revoletear de un ave grande, tomó su escopeta, tiro doce, con tres cartuchos en la recamara, apuntó y punnnnnnnnn, todo quedó en silencio, no cayó ningún animal, buscó y buscó y nada, en ese instante se imaginó  que algún humano lo estaba vigilando, siguió su rutina y nuevamente sintió que un ave grande se posó cerca del sitio donde se encontraba Poncho, ya prevenido y su intuición le decía que se preparara porque la noche iba a ser larga oscura y accidentada.

“Pajarita, pajarita, asoma tu cabecita, que te la voy a dejar como una silueta de tiro al blanco, asómala pajarita y, apunta, dispara y se escuchó un hayyyyy, estás cogía pajarita, estas cogía pajarita, valla a joder a otra parte”, esas fueron las palabras de Poncho, creído que estaba victorioso.

Se pasó la noche despierto, adquirió ojeras negras como las vacas de raza cebú, al día siguiente retornó a casa y tan pronto vendió los bagres y sábalos cogidos en anzuelo, se bañó, se cambió de ropa y salió a hacer un mandado, pasó por la puerta de la casa de la susodicha y estaba cerrada, saludo al marido de ella y le pregunto que como habían amanecido, este contestó:

Mi señora amaneció con un dolor en el brazo derecho, dice que fue que anoche se cayó de una hamaca, allí le coloque unas hojas de uvero soasadas y le inmovilicé el brazo,  me la saluda dijo Poncho con una sonrisa maliciosa, regresó a casa y le contó a su tío, lo sucedido esa noche, no fue más, pasaron varios días y todo siguió normal para el pescador joven, animoso, brioso y lleno de vida.

Un martes en la noche, se hallaba Poncho en una bola de monte casando unos coyongos que estaban durmiendo en el copito de un árbol de ceiba roja, armado el cazador, pisando con sumo cuidado para no quebrar las virusas de palo seco y alertar a las aves, cuando se vio de cerca, muy cerca una culebra boa, que se lo quería tragar, con su bocona emitía un olor a masticada de tabaco, revuelta con pescado descompuesto.

Sacó Poncho su machetilla afilada reluciente y le dijo:

“Culebrita, Culebrita, es mejor que te retires o te pico en mil pedazos para que te recoja mi Dios, y no vuelvas a hacerme abusajo, se quién eres y ve que no te ha ido bien con migo, tengo la contra y los secretos para cogerte amárrate y no soltarte nunca más”.

La culebra desapareció esa noche, el cazador trajo tres coyongos que vendió a buen precio por libras, volvió a pasar Poncho por casa de la susodicha y estabasentada en la puerta de su casa, solo alcanzó a brindarle una mirada de Lobo con Liebre.

Dos y van dos, o sea dos de dos, dos bolas y dos estrais, como se dice en el argot beisbolero, seguía la susodicha haciendo estragos con los jóvenes del pueblo, esos que estaban cambiando su voz de niño por hombrecitos, carne preferida por la aludida, menos mal que mi persona no estaba ya por esos contornos, me hallaba en puerto seguro.

La tercera vez que Poncho se tropezó con la figura humana, fue en un cayo de peras agrias de color amarillo, sitio llamado buenos aires, no sé el nombre, pero allí no corrían ningunos aires, ese era un lugar mágico, donde se iba a comer peras con sal.

Poncho frecuentaba ese lugar, esa noche venía con una ensarta de pescado cogido durante la tarde y parte de la prima noche, del matorral salió una puerca brava, pero lo que se dice brava, con la intención de envestir a Poncho, este tiró la carga y con el leño de mangle que traía atravesado de hombro a hombro, se arqueo hacia atrás el cuerpo y le dio a la puerca en todo el espinazo, salió torcida y en un santiamén se desapareció.

Cuando Poncho me estaba narrando este cuento, en el cementerio del pueblo, escuché un quebrar de ramas secas, ambos miramos alrededor y apareció una puerca grande, de dos colores, blanco con negro, venia hacia nosotros, pero en son de paz, pasó cerquita y detrás traía unos ocho lechoncitos de amamantar, Poncho no le perdió mirada, mi persona se subió en una bóveda de dos pisos.

Después del episodio jalamos risas, ahora que estoy en puerto seguro, y que es el día de la virgen, por lo tanto estoy protegido, me rio solo, de la puerca del cementerio.

Bueno sigo narrando, después del leñazo a la puerca en el cayo de peras agrias, no se vio a la figura por espacio de tres meses, decían que se había devuelto para su tierra, cuando apareció caminaba torcida, como si hubiera sufrido un accidente y el chasis se torció.

Nos imaginamos la rabia de esa figura humana, por no haber podido llevar a cabo su objetivo, nos suponemos que era asustar a Poncho, dejarlo mal, ante sus maestros, abuelo, tío y padre, que todos los días cuando salía a pescar o casar animales, le recomendaban repasar la lección para ese caso que le estaba sucediendo.

Ya eran las cinco y treinta de la tarde, nosotros seguíamos en el cementerio del pueblo, echando cuentos, se estaba oscureciendo, mi persona es muy miedosa desde niño, a los muertos se respetan, decía mi abuelo, alerte a Poncho sobre el peligro que corríamos metidos en el campo santo, él me dijo:

“No se preocupe, aquí es donde más estamos a salvo, nadie viene a aquí a mortificar la vida de nosotros, escuche lo último de la Zángana esa y nos vamos”.

Por último, una noche de regreso a casa en el playón abierto, me salió un ternero de año y medio, escarbaba de la rabia, votaba baba por la boca, baje la carga y con el mismo leño que le di a la puerca se lo atravesé en el lomo al ternero, que ni se inmutó, con más fuerza se abalanzó hacia mí, me arrastró, se babeo en mí, me ensucio la ropa, como pude lo agarre por los cuernos y nos fuimos a fuerza limpia, lo trabe con mis piernas, le agarre el rabo, se lo metí por el jamelgo y lo tenía dominado, cuando cantaron los gallos del pueblo y el toro me soltó y antes de desaparecer me dijo:

“Agradece el canto de los gallos, ya te tenia vencido hombrecito necio.

Poncho que se sentía victorioso respondió.

“Agradece tú, te has salvado, ya te tenia vencida”. Pájara, Boa, Puerca y Toro.”

Llegó Poncho a casa, arrastrado, babeado y con la ropa sucia, el que llega y se va presentando la figura a su casa, preguntando por Poncho, la mamá le dijo, por allí llego que lo arrastro un ternero bravo anoche que venía para la casa, ella con voz de triunfo dijo:

“Ese muchacho es un verraco, no se dejó vencer, ya lo voy a dejar quieto”.

El tío y maestro de Poncho que la escuchó le dijo:

Ahora el problema es con migo, yo si te aquieto.

En esos instantes, entre oscuro y claro,  veo caminar por el centro del cementerio a una mujer vestida de blanco, con un niño en sus brazos, tiré el sombrero vueltiao 19, con que me cubrí durante todo el día del sol que permanecí pintándole la bóveda a mis padres de crianza y arranque a correr hacia la puerta del cementerio, Poncho me llamaba, venga primo, esa es la mujer de Toño, que va haciendo el cruce hacia su casa, para no darle la vuelta al cementerio, todas las personas circulan por él.

Cierro este cuento, tocando madera, sí, el tío de Poncho terminó enredado sentimentalmente con la señora de raza Zenu, ese si sabe enlazar vacas cimarronas.


Poncho, ya es un señor metido entre los cincuenta años, sigue usando el interior al revés, teníamos cuarenta y seis años que no nos veíamos, o sea que cuando salí de mi pueblo, él, era un niño, ya la figura humana está en el más allá, este cuento no es imaginación del narrador es la pura verdad, “toquen madera”.

sábado, 9 de agosto de 2014

ASAMBLEA GENERAL DE ANIMALES

ASAMBLEA GENERAL DE ANIMALES
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano


Con el fin de llevar a cabo una Asamblea General de Animales, el Loro Parlanchín, le pasó invitación de asistencia a todos los animales de la tierra y los exhortó a que hicieran un cese entre los que se eliminan cada día, por la subsistencia.

En la carta dice que no hay derecho a eliminar a ninguno de los asistentes, repartió la comunicación la Paloma Mensajera y la fecha de reunión era el treinta y uno de febrero del año primero a.c.

En la selva, compadre tigre, se reunió con la jirafa, y este le dijo que él no se presentaría a esa reunión porque no aguantaría las ganas de comerse a mano puerco, mano saíno y a tío conejo, a quien le tenía ganitas porque este lo engaño una vez cuando se encontraba cogido por la pata izquierda de atrás, en un lazo para coger conejos, allí le prometió que le daría a su mujer a cambio de que lo soltara, pero no fue así, tan pronto se vio libre se metió a la cueva, dio media vuelta dentro de ella y sacaba la cabeza y se burlaba de compadre tigre diciéndole que entrara a la cueva a buscar a su mujer.

En otro lado de la tierra, se reunieron tío gallo, mano pato, tío pavo y mamá gallina, ellos temían que tía zorra, vestida con caperuza, se los comería tan pronto pisaran las escaleras que dan al salón donde se efectuaría la Asamblea.

Llamo tío Gavilán pollero, a tía pigua, él bebe humo, al gavilán Garrapatero, además llego el golero cuello negro, el rey golero, la Laura, los coyongos y el pato cucharo, quienes comen sobrado después de las aves de alto vuelo, las rapiñas y armaron un plan para desestabilizar esa asamblea, donde seguro les iban a dar palo del físico.

En el centro de reptiles, apareció la boa y, las demás culebras ponzoñosas, allí llegaron en una moto dos cobra diarios y también formaron su plan maquiavélico, para sacar del camino a muchos animales y personas que le tienen fobia a las culebras rastreras y las que viven pegadas a los árboles.

El caimán de agujas y el de trompa larga, las babillas, el sapo, el caporo y la tortuga de carey, formaron su clan y edificaron estrategias para no dejarse sacar el cuero, menos los huevos.

Tío grillo, tía rana, la lagartija y la lobito casera, también se reunieron para contrarrestar a tía gallina, a las culebras, al lobito reptil que jala con la lengua a más de dos metros a su presa.

Tío burro, se reunió con tío mulo, mano caballo, tía cebra, estos iban dispuestos a no dejársela montar por los humanos, menos por los enanitos de los circos, tirarían coces hasta acabar con esa hegemonía del maltrato animal, no más carruajes para pasear a los turistas, no más sillas aperadas, no más angarillas y no más pintura negra con blanco, para que crean que soy una cebra.

Se llegó el día de la Asamblea de animales, en la puerta estaban cuatro goliras de esos bien acuerpados, requisando a todo el que entraba, fuera quien fuera, nada de armas, sables, perreros, biblias, códigos de leyes.

Todos fueron citados con vestido blanco y corbata negra, favor que le hicieron a los goleros y los coyongos, porque ya tienen corbatas, los que no pudieron entrar fueron los empleados públicos de corbata, a estos le prohibieron la entrada.

Las aves de vuelo corto y de mínima estatura entraron volando, como la mirla, el turpial, el canario, los toches, la rosita, el yolofo, las palomas torcazas, las tortolitas, la chicha fría, los chupa huevos, las maría mulatas y los demás aves pequeñas, tenían prioridad en las sillas de adelante, con una malla plástica de color negro para evitar desmanes.

El perro, el gato y las mascotas caseras, fueron con sus amos, estos se llevaron una rechifla al entrar al recinto por espacio de cinco minutos, les hicieron toda clase de mofa y el presidente de la Asamblea, por su puesto el  Loro parlanchín , no podía controlar a la turba.

La vaca, el buey, el toro cebú y el miura, se quejaron en sus intervención por la jalada de tetas dos veces al día, el buey por castrado y cachón y los toros por las banderillas y el maltrato en las corralejas.

Durante tres días, hablaron todos los animales que se sentían amenazados y los de vías en extinción por la mano del hombre, el burro, el caballo y el mulo, protestaron porque en la entrada les quitaron su sable, argumentaron que ellos eran militares y no han debido despojarlos de su arma de dotación.

La conclusión de la magna asamblea de animales, el ultimo día fue que la mayoría de animales no asistieron, su ausencia es motivo de investigación, se rumora que mano tigre y mano León desaparecieron media asamblea, a tío perro lo levantaron a piedra porque se quedó pegado a un poste eléctrico por más de una hora y tuvieron que echarle tierra para que se despegara.

A tía zorra la desplumaron en la noche, se dice que fue tío perro, el conejo cotilino, se fue para la verbena “A pleno Sol” y bailó con doña Ramona, la de francachela y comilona.

Tío burro se salió con la suya, enamorando de tía culebra, gorriones y gorrioncillos animaron la fiesta de despedida donde tío sapo, borracho, boqueo unos confidentes que tenía guardados y el día lunes lo despidieron del trabajo por bocón.

Se prohibió trampas de casar animales, maltrato a la mujer, maltrato doméstico a los que viven con los humanos, no a la tala de árboles, no a la contaminación ambiental, en especial a los cuerpos de agua y pidieron sueldos altos a sus patrones, por último, nombraron como nuevo  presidente de la asamblea a Juanjo, el Loro traído de la selva amazónica, quien prometió salud, educación, vivienda y que no se dejaría llevar los recursos no renovables para el exterior, el los renovaría aquí, en esta sufrida patria y por último los monos colorados aulladores de la selva vociferaron y pidieron paz, paz y paz.

Esta asamblea de animales fue, dando y dando, periquitos volando.






sábado, 2 de agosto de 2014

FANTASIA, EN UN CAYO DE PIÑUELAS

FANTASIA, EN UN CAYO DE PIÑUELAS
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.













Érase una vez, de tantas veces que fui a coger piñuelas en un cayo de monte, a las afueras del pueblo, con un costal de fique, un machete  afilado en una piedra de amolar, traída de las serranías san Lucas, por allá por el sur de Bolívar grande, que le cogí a mi padre, un respetado campesino, humilde honesto y trabajador.

Pase por la charca de María Correa, siendo las siete de la mañana aproximadamente, vestido con un pantalón mocho de súper naval, con dos bolsillos de tela de lino fino con el fin de que aguantaran el peso de las bolitas de cristal, el trompo con su cordel, el rum rum de tapillas de gaseosas y una moneda de a cinco centavos elaborada con plata al 90%, fabricada en el Banco de la Republica, con la figura de Policarpa Salavarrieta, que me había regalado mi padrino Cristóbal Flórez Quiroz, días antes, no llevaba camisa, menos zapatos, ni abarcas tres punta.

Cogí camino playón hacia el cayo de piñuelas, a tres kilómetros aproximadamente del pueblo, cuando llegue como era mi objetivo comer piñuelas, comencé a recoger y comer, estaba tan distraído que no note el desplazamiento de una figura humana que venía en dirección hacia mi persona.

Comí tanta piñuela que dormí todo el día, vine a despertar después de las ocho de la noche, ya con la oscuridad y el ruido de los sapos, ranas y grillos, el quebrar de las ramas secas, en el follaje, me alertaron de que no estaba solo, subí a un árbol de algarrobo y me acurruque en una de sus ramas a gran altura, con el fin de no ser alcanzado por algún animal feroz, como el tigre de la placita, que merodeaba esa zona y se comía a los terneros cimarrones.

La silueta humana apareció de repente, tenía una mano enguantada que estiro como un caucho me jalo hacia ella y desaparecimos en el tiempo y espacio, recorrimos un mundo desconocido para mí, hermosos paisajes, un clima fresco y agradable, un mar inmenso, azul como los ojos de Matías, edificios de una belleza sin igual, recuerdos que guardo en mi mente y que a través del tiempo de vida, he podido recorrer, con la vivencia de que ya he pasado por allí, en otra ocasión.

Después de ese hermoso episodio aparecieron en la oscuridad doce enanitos, no sé si eran los de blanca nieve porque esos yo no los conocí, venían vestidos con pantalón verde y camisas rojas, gorros amarillos y zapatos negros, talla dos, le hicieron la venia con reverencia a la figura, llegaron al pie del árbol donde estaba montado, uno de ellos emitió un silbido y con una linterna de doce tacos de baterías me alumbro y me dijo en voz delgadita que bajara:

La silueta desapareció de mi vista, de la nada surgió una figura gigante de estatura, tan grande que llegaba a las nubes, traía un vestido trasparente de color gris, venia montada en unos sancos, los sancos traían unos resortes que servían para dar saltos de canguro, me arrebató de las manos de los doce enanitos y salto, salto y salto, los enanitos sacaron sus alas y siguieron de cerca a la figura gigante que daba saltos, pero ya se encontraba cansada y no pudo seguir, se freno en seco como los carros de carrera y me tiro en brazo de los enanitos.

Cuando ya estaba sano y salvo, me contaron los enanitos que esa era la ninfa de la oscuridad que andaba buscando a su hijo, que se desapareció un día, que fue a comer piñuelas al cayo donde yo me encontraba, con razón y sin razón, ella me decía cuando iba dando saltos, al fin mijo Sico, te encontré, me has hecho mucha falta, viviremos felices en estos ciento quince años, o sea que mi persona, va a vivir todo ese tiempo, bueno solo mi Dios lo sabe.

No temas, nosotros te vamos a llevar a casa, sano y salvo, dijeron los doce enanitos, te has salvado por la moneda que llevas en el bolsillo derecho, durante el camino a casa me contaron que ellos eran enviados por la diosa plata, ella los mandó a rescatarme de los brazos de la ninfa de la noche, les ordenó que me multiplicaran la moneda en un mil por ciento. Sacaron un saco y lo llenaron de monedas, que me entregaron al llegar a casa.

Al despertar de este hermoso sueño, le conté con pormenores a mi mamá chave los acontecimientos de esa noche, que dormí boca abajo, con los bordes de mi hamaca artesanal cogido de los puños de la mano, para no caerme, mi viejita era sabia por la edad y la experiencia de la vida, me dijo, esos fueron el efecto de la viuda de pescado con yuca que cenaste ya tarde de la noche y te hicieron daño estomacal, no la contradije, pero estaba seguro que ese hecho sucedió, tan es cierto, que en la puerta de la casa, del lado adentro, ella mi mamá, encontró un saco de fique y en él, habían quinientas piñuelas, que al venderlas me dieron medio peso.

A la siguiente noche, me acosté temprano, después de rezar el bendito, besarle la mano a mi madre abuela y a mi padre abuelo, quienes me dieron la bendición de mi Dios y me recomendaron que no me fuera para el cayo de piñuela, esa noche me cogió una fiebre de casi 40 grados, que tuvieron que traer al médico que dictamino que a ese mal, lo llamaban la fiebre de los doce enanitos verdes, pregunto qué adonde he estado en estos últimos días, sin esperar la respuesta de mis padres, dije; en el cayo de piñuelas.

Recomendó que no me dejaran ir más a ese lugar, que ya van cinco jóvenes con esa enfermedad, le relate lo sucedido la noche anterior, el medico concluyó  que ese mal solo lo han detectado en Europa, que iba a hacer contacto con la Universidad de Cartagena, para que me investigaran.

A los tres días siguientes, vinieron por mi persona y como conejito de indias, unos científicos me colocaron unos aparatos en mi cabeza y me hicieron hablar hasta lo que fue y no fue, en esa noche de fantasía mental.

No he vuelto al cayo de piñuelas, por restricción médica y científica, pero lo que si les sé decir, es que esa noche, después de haber cenado con pescado en viuda y yuca arinosa, estuve en cada uno de los sitios narrados en este cuento.

Muchos años después, cuando mis hermosos y queridos viejos, se fueron para la eternidad, esculcando sus pertenencias, que guardaban con tanto celo, encontré el dictamen de los científicos, escrito en un papel amarillento, con cuatro dobles, con mucho cuidado lo abrí y en las pocas palabras que entendí, por ser letra manuscrita de médico, decía:

Este joven, tiene un coeficiente mental alto, la realidad combinada con la fantasía, serán su fuerte, para narrar cuentos y llevar a sus lectores a dormir al cayo de piñuelas.