sábado, 28 de enero de 2017

EL GRAN HOMBRE LOBO


EL GRAN HOMBRE LOBO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano de la Región Caribe

En lo más profundo de mi mente en mi niñez, se vienen momentos como lucecitas a la distancia, recuerdos cuando mis familiares de apellido Cadrasco, se reunían en mi casa, planeaban limpiar un pedazo de la  montaña para sembrar arroz y maíz, hacha y machete en hombre y cinto, cada uno de ellos salían bien temprano, cuando el astro Sol no había despuntado en el oriente.

Llevaban en su mochila tejida con fique, la panela, los tabacos y el envuelto de viuda de pescado con yuca cosida, un bangaño con agua de panela y pare de contar, en la montaña se repartían la tarea, hablaban de un cuarterón cada uno, inspeccionaban el lugar, quemaban los paracos de avispas y comenzaba el tan, tan, tan del hacha, el zuin, zuin, zuin de la rula colín y todo lo que estaba a su paso caía como naipe, inclusive las bravas y mordidas de las serpientes, que con el son del hacha se doblegaban al grito y el filo del machete.

Entre ellos había un guía como al jarear el ganado, él se encargaba de narrar cuentos cantados para animar el hacha y el machete que picaban y repicaban en las montañas, nos hablaba de un hombre que se transformó en Hombre Lobo, que era un fornido humano, de estatura alta, musculatura atlética, cabello lacio, nariz chata, de abarca tres punta, manos gruesas y llenas de cayos del trajín diario, aventajado en todos sus quehaceres de la vida.

Cada uno arrancaba parejo a sacar la tarea y a los pocos minutos les cogía ventaja y a las once y treinta am, estaba recostado debajo de un árbol frondoso echándose fresco con su sombrero concha de coco, almorzaba, dormía y a la una y treinta de la tarde, se incorporaba y le ayudaba a sus familiares a sacar la tarea.

Nos decía el guía, que una tarde el humano no quiso regresar al pueblo, tenía un carácter melancólico, distraído y pensativo, se quedó en la inmensa montaña, de árboles grandes, tigres y serpientes, espantos y culebras voladoras, no hubo humano que lo convenciera a regresar, a la media noche cuando el buhío canto o chifló, se incorporó el humano y emitió un sonido: Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, y repitió tres veces, las aves volaron sin rumbo, los animales aullaron y gimieron.

La montaña se envolvió en un manto de nieve, y al humano le salieron barbas largas negras, el cabello le creció, se le rasgaron sus vestiduras y corría de un árbol a otro, se sonaba su pecho y se volvió peludo, hasta que el canto del gallo a las cuatro de la mañana a la distancia, lo hizo reaccionar y poco a poco volvió a la normalidad.

Regresó al pueblo harapiento, cansado, con hambre y con su mirada perdida a la distancia, todo esto lo contó mano perro, un amigo fiel que se quedó acompañando al hombre Lobo esa noche de luna llena. Todos estábamos atentos al cuento que nos narraba el guía esa noche oscura en la esquina de la placita, sonó el corcovado en la serranía de San Lucas y cada muchacho que escuchaba con miedo este hermoso cuento, cogió camino en la oscuridad del pueblo a casa y se envolvió con los bordes de sus hamaca, cada movimiento que se escuchaba, les taladraba sus mentes, pensando que el hombre lobo venia por ellos, hasta que el sueño los vencía y despertaban al día siguiente con los rayos del Sol. 

Mis recuerdos Hombre Lobo.


sábado, 21 de enero de 2017

SEMILLAS DE BANGAÑO



SEMILLAS DE BANGAÑO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe

Entre todos los tubérculos que sembraba Afrodísio en su parcela, estaba el bangaño, su mata es un bejuco que se extiende hasta un kilómetro a la redonda, su mejor posición es subirla a una troja, inclusive al techo del rancho, tiene una figura de una calabaza, su uso es para jarrear el agua y guardar semillas, proteger los serillos y tabacos de la lluvia.

Tenía Afrodísio uno de ellos atado con bejuco en la cocina para que el humo del fogón de leña le pegara y se mantuviera caliente la semilla, así al sembrarla la cosecha es mejor. A los primeros aguaceros del mes de marzo se dispuso a sembrar el bangaño o calabazo, ya tenía la cosecha sembrada porque era apetecido para jarrear el agua de los pozos.

De allí salió una hermosa cosecha, que fue empacada trasladada a la ciudad,  donde se vendió rápido y le encargaron más, un solo bangaño quedo en casa, que sorpresa cuando Afrodísio le fue a sacar la semilla, había una bola negra similar a la brea que se extrae del petróleo.

Llevaron el bangaño a un laboratorio y descubrieron que en realidad era petróleo crudo, motivo que dio para explorar el terreno parcelado por Afrodísio, dos años después no se sembraba bangaño amargo, eran barriles de petróleo que salían del sitio.

Una millonada en dinero recibió el campesino por la parcela que en vuelta de 20 años se la devolvieron porque ya no era productiva, allí solo quedaron unos zanjones, que fueron aprovechados por el anciano para sembrar semillas de peces, hoy es una de las parcelas que distribuyen Bacalao para el exterior, combinados con semilla de bangaño.

La pelea era con los jóvenes que se bañaban en sus aguas, y cuando se secaban con los rayos del sol, brotaba un olor de sus cuerpo a petróleo revuelto con bacalao, prueba suficiente para las madres  gritaran, Ya vienes hediondo del Cascajal.

Afrodísio después de muerto, lo han visto con un perrero cuidando su parcela y peleando con los jóvenes de esa época, para que no se bañaran en la poza del Cascajal.

De campesino, paso Afrodísio a ser un gran empresario y exportador de bacalaos y semillas de bangaño amargo, materia prima para la elaboración de productos farmacéuticos. Recuerdos Poza “El Cascajal”, Villa de San Benito Abad, hermoso pueblo macondiano.



sábado, 14 de enero de 2017

LA PIEDRA DE ORO


LA PIEDRA DE ORO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe

Manolo salía bien temprano a recoger el burro viejo, para sus quehaceres en la parcela, él lo dejaba pastando en una huerta llena de hierba viche y jugosa para el animal, por eso se encontraba todavía brioso y útil de trabajo.

En la tarde regresaban de la roza con una carga de alimentos, el problema se presentaba cuando Manolo además de la carga que traía el burro, quería montarse también, para el animal era mucha peso, pero como no se lo podía decir porque no hablaba, pero la piedra grande donde quedaba sogueado al lado del camino real si lo entendía cada vez que rebuznaba el Asno.

La piedra le decía al Asno que el día que un humano se subiera en ella y la golpeara con un objeto, ella recobraría su libertad y se convertiría en oro puro de veinticuatro quilates, y allí comenzó la amistad del animal con la inmensa piedra de oro tirada en el camino por la permisión de alguien que la sacó de una joyería de un país oriental donde se encontraba gozando de prestigio y admiración, que viajaban en un avión y mientras sus captores dormían en un vaivén del avión ella se salió y cayó en el sitio donde ahora se encontraba.

El Asno, como que no le creía mucho a la piedra, dudaba de todo lo que le decía, mientras su dueño estaba en la roza, pero sin embargo una tarde Manolo no pasó a recogerlo y estuvo toda la noche observando la belleza de la inerte piedra, era brillante e iluminaba el paisaje con rayos de oro, intermitentes y cambiaba de colores.

Amaneció el burro dormido hasta que el inmenso Sol salió en el oriente y apareció Manolo con las cargas, se las colocó y trató de montarse, el Asno le sacó el cuerpo y fue a dar su cabeza en la piedra, de una vez la piedra cambio de gris a oro puro, eso lo vio el Asno, más no Manolo que estaba privado por el golpe.

Se esfumó la piedra, pero antes de irse le dijo al Asno, no te preocupes por Manolo, él despierta al ratito y tú tendrás tu recompensa. Manolo se reincorporó y le preguntó al burro que con quien hablaba, el asno le contesta que con la piedra, nuevamente cae manolo desmayado porque el burro le habló, entonces para que le preguntó.

Pasaron los meses y el burro ya hablaba y tuvo la oportunidad de conversar con Manolo sobre el maltrato y sobrepesos a que lo sometía, también le contó el burro a Manolo que la piedra le hablaba y que se convertía en las noches en una bola de oro, también aseguraba el burro que estaba esperando la recompensa de la piedra, que en eso quedaron.

Manolo no aguantó la presión de hablar con un animal y se lo llevaron para un manicomio en busca de cura para su mal, en las noches se le presentaba la bola de oro y las conversaciones y carcajadas iluminaban la habitación, pero como los demás estaban locos no se daban cuenta de lo sucedido con Manolo. Cuando ya se sintió mejor le dieron de alta en el manicomio, tan pronto llegó a su casa, recogió sus enceres, como vestidos y calzados, que eran dos pares de abarcas  y tres franelas amanza locos y se marchó.

El burro permaneció en la huerta de hierba y cada vez que le arrancaba un mordisco, la hierba crecía más y más. A Manolo alguien que fue a pasear al lejano oriente, lo vio administrando una gran Joyería, que exhibía una hermosa piedra de oro, en sus vitrinas y como la curiosidad mató al gato entró saludo y preguntó: Usted es Manolo?, con la humildad que siempre lo caracterizó le contestó, si Juancho soy Manolo, bienvenido a mi Joyería.


sábado, 7 de enero de 2017

EL GALLO COCOTERO, UN BACÁN.

EL GALLO COCOTERO, UN BACÁN.
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe

Los hombres bacanes en el sentido estricto de la palabra son caribeños, antillanos-cubanos, como a los costeños la sangre es caliente y la palabra fluye como un torrente de silabas, concatenadas de un cuento a otro, dispuestos a no dejarse engañar, para eso se debe saber de todo un poco en la vida, en cada tema de conversación que se presente y la viveza en arreglar negocios o trabajos en ejecución.

Hago esa pequeña introducción para referirles con pelos y señales las actuaciones del gallo cocotero, quien poseía esas características de bacán, me refiero a José López, de motilada bajita, cuello largo, un hombre de estatura, bebedor de ron, que un día se presentó en el pueblo y que de vez en cuando realizaba una labor como la de pintar casas, la señora Hipólita lo contrató para pintarle su casa, le dio el dinero por adelantado y el gallo cocotero se le perdió, hasta que un día se lo encontró en la tienda y le hizo el reclamo.

Veee, Gallo Cocotero cuando es que me vais a pintar la casa, el gallo que se encontraba en tres quince le contestó: No se preocupéis mi señora, yo se la voy a pintar con calmona, no señor, no señor, contestó la señora, a ese señor no lo conozco por lo tanto aquí en mi casa no lo quiero. Señora no se preocupe que lo que le quise decir es que se la pinto con Calmona, a lo que la señora le ripostó que esa pintura de Cal, ella no la quería, que la pintura que compró era más fina.

En fin no se entendieron, lo que el Gallo Cocotero quiso decir era que se la pintaba con calma, pero como los bacanes exageran, la señora cogió rabias y se fue vociferando.


José Francisco De la Hoz Bocanegra que se encontraba a las afueras de la tienda y escuchó tan tremendo desacuerdo en las palabras y al ver a la señora Hipólita echando candelas por la boca, hizo uso de sus dotes de poeta, y le dijo: Cálmese mi señora es una calamidad, vivir en la pobreza, Carmita me guarda Guandú en mote y sin presa yo no como, terminado la señora Hipólita muerta en vida, de la risa, por la jocosidad de don José Francisco.