domingo, 25 de octubre de 2020

LOS TROCHEROS DE MI PUEBLO

 



LOS TROCHEROS DE MI PUEBLO
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz (El Cubita)
Escritor Colombiano

 

Llamémosles así a aquellas personas que un día lejano se juntaron en el ala derecha, parte norte de la finca La Marquesita, buscando un mejor vivir a la orilla de las ciénagas bañadas por el Rio San Jorge. No había nada en ese bajo, solo un promontorio de árboles de peralejos.

Visualizaron esos colonos una ensenada de aguas cristalinas, un arroyo que la alimentaba y muchos peces plateados sacando la cola. La historia no nos permite saber a ciencia cierta quienes llegaron, lo que sí les puedo afirmar era la presencia de la etnia Zenu, con un cacicazgo llamado Tacasuán, vestigios de ellos reposan en esas hermosas ensenadas, llamadas playas por los nativos de la Villa.

Otra afirmación escrita y narrada por los mayores que nos antecedieron dan cuenta de la mudanza del pueblo de las sabanas de Córdoba al lugar donde se encuentra. Sin embargo, desconozco las fechas exactas de estos acontecimientos.

Ahora, ¿cuál es el soporte de mis afirmaciones?  Queriendo dejar huellas que rastrearan nuestros jóvenes en un mañana, partiendo de un punto distante en conversaciones o tertulias de nuestros mayores del pueblo, aquí no les voy a hablar de lo político o politiquero, arraigado en el atraso y abandono de un pueblo al que solo se llegaba por agua, éramos netamente anfibios.

Según lo expresado por el Sociólogo Orlando Falds Borda, narrado escuetamente por personas de la vida pública en tiempos pasados y que es valiosa información para el engranaje y conformación del acervo político, económico y cultural de la villa.

Magangué, Bolívar. Centro de emporio y progreso, acompañado de la Señorial Santa Cruz de Mompox, eran referencias de los habitantes de las orillas de los ríos: Magdalena, Cauca y San Jorge; su comercio era movido, sus puertos los comparo con los mercados de los persas, hablando de historia.

Muchos años antes que mis ojos se abrieran, ya la circulación comercial de la vida estaba en su apogeo, fueron llegando familias y organizándose en sociedad: Los Imbett Arrieta, los Cadrasco, los Mier, Cárcamo. Los García. Los Benítez, Buelvas, Martelo, los León, los Ramos, los Muñoz, Tovio, Campo, los Rodríguez, los Villalba, los Gómez, los Barreto, Sierra, Gaibao, Vides, Villarreal, Ortega, Díaz, Montes De Oca, De la Ossa, Martínez, Quiroz, Román, Galán, Villarraga, Narváez, Pupo, Barbosa, Ballestas, Naizzir, Alvarez, Gazabón, Morón, Garavito, Blanquicet, Guerrero, Alemán, Caldera, Cruz, Salcedo, Tuirán, Tous, González, Castillo, Baldovino, Carriazo y otros más en la lista de este hermoso pueblo San Benito Abad, “La Villa de Tacasuán”, en otra época.

Todos estos Apellidos venidos de otros lares conjugaron un nombre y un prestigio, cada uno en sus quehaceres, en sus profesiones, sus creencias, labraron un `Goodwill´, en respeto, honradez y palabra, a base de trabajo y sacrificio. Hoy en pleno siglo XXI, podemos afirmar los hijos y nietos, que su tarea humana fue valiosa, los podríamos  llamar: Los Trocheros de la Vida.

Gracias a ellos existen estos nuevos barcos fluviales, con sus remolques, cargados de arroz, panela, pescado y cuanto cachivache se encontraba a la orilla de los ríos, acompañados de las rulas y hachas Colín y cornetas. Las pitas tejidas en chinchorro, de esas almas aventureras que un día dejaron a los suyos y se establecieron en ese pujante y próspero pueblo, en donde  la hermandad, el compadrazgo y la familiaridad, dieron sus frutos y las cosechas, fueron  similares a los arrozales de Madre de Dios, Palitos, Cuba  Babilonia, a las mochilas de Bagre, Pacora y Bocachicos de las ciénagas Machado, Cholén y Playa Rica, a los jolones de cuero repletos de queso, suero y carne de res, al jabón de monte, al casabe,  la algarroba, al turrón y las arropillas de panela, las puyas del diablo y los pirulí, los cortes fino y las cuatro calles de mi terruño San Benito Abad, “La Villa”..

Es una historia que debemos contarle a la juventud contemporánea, ensimismada en la modernidad, en el estudio y el progreso, afirmo que un árbol crece de acuerdo a la profundidad de sus raíces.

 


martes, 13 de octubre de 2020

EL TOLDO AZUL Y LA SERPIENTE BOA

 


EL TOLDO AZUL Y LA SERPIENTE BOA
Por Francisco Cadrazco Díaz 
Escritor

 

A la orilla del río San Jorge, entre Segeve y el remolino de la Pipa, a la margen izquierda, llegaban los pescadores de la Villa en el mes de noviembre a tirar las redes y sacar una buena cosecha hasta el mes de mayo.

En ese lapso de tiempo se generaba una linda convivencia, mutua de familiares, amigos y paisanos, allí llegaban los jóvenes entre los diez y quince años a ganarse media parte de lo que le pagaban a los mayores, ese dinero servía para comprar los libros y vestir en el colegio de primaria. A comienzo de febrero regresaban a la villa, listos para estudiar.

Patricio, un joven fornido, metido en los trece años, era uno de ellos, allí en ese sitio las cosas eran duras de trabajo, a cada quien le asignaban una función que hacer y lo supervisaba el dueño del chinchorro.

Sucedió que la señora que nos iba a atender llego en embarazo y en los primeros quince días de la estadía dio a nacer un hermoso niño, que lloraba día y noche y los chigüiros le hacían el coro, los toldos o carpas para dormir las abríamos en toda la orilla del río, siendo la primera la de Patricio.

Por cuestiones de supervivencia alimenticia, salieron los mayores y de regreso trajeron una porcelana de aluminio llena de carne fresca, que en menos de una hora era guiso, acompañado de plátano verde y arroz bolao.

Patricio salía en horas de la mañana hacia el pajonal o hierba alta que cubría los alrededores del rio y en su recorrido se encontró un cuero de serpiente boa salao secándose, estirado en dos estacas de mangle, lo bajó y se lo llevó para su toldo, envuelto en el pajonal.

Serían como las dos de la mañana, Patricio estaba dormido con el cuero de boa debajo del petate y la hierba, la boa atraída por el olor a bebé recién nacido y a su compañero que se encontraba debajo del petate de Patricio, cuando lo despertó un apretón en la cintura que lo estaba dejando sin respiración, lo estaba comprimiendo para luego tragárselo entero, como pudo grito como un ratoncito recién nacido, la señora que estaba amamantando a su hijo a esa hora, escuchó con su oído fino de madre y llamó a su esposo, quien se levantó azorado, medio dormido, cogió la rula que la tenía al lado enterrada en el barro blandito y se dirigió a donde salía el pequeño y agudo chiflido.

Directo al toldo de Patricio, con la rula colín rasgó el toldo o lienzo de popelina fina, casi transparente y encontró la escena del joven abrazado con una hermosa boa de pies a cabeza, llamó a los diez pescadores que lo acompañaban, prendieron mechón de petróleo y se formó un fandango de gritos e ideas para salvar a patricio de una estripada.

A alguien con inteligencia, experiencia de la vida y el trabajo se le dio por ponerle un pajon prendido en la cola del reptil que poco a poco fue aflojando y desenrollándose del cuerpo de Patricio, la enlazaron por el pescuezo, la guindaron de una mata de mangle y al día siguiente estaba en función el fogón con un exquisito guiso de boa, acompañado con ñame y agua de panela.

Después del desayuno, vieron a Patricio desguindando el toldo y enrollando el petate y en el primer Johnson que pasó para San Marcos se embarcó y se fue, cuando voy a mi pueblo le pregunto a sus hermanos por él y me contestan vive en Venezuela con su Familia.

En esa semana que se marchó Patricio de la orilla del río, como nunca llegaron los chigüiros a comerse el cuero de la primera boa que sacrificaron para la supervivencia de los humanos, que se encontraba debajo de las hierbas donde dormía Patricio, en esos hermosos tiempos de la vida.