sábado, 30 de septiembre de 2017

EL CONEJO Y EL ÁGUILA



EL CONEJO Y EL ÁGUILA
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano


Un ágil conejo marrón, que pastaba en la huerta de mi pariente Virino, estaba en la mira de mano Sico, de un águila bebe humo y una boa de tres metros que se encontraba en esa zona, el águila sigilosa en el copito de la ceiba de la estaca, con sus ojos a punto de mira telescópica apuntando a toda dirección, a cualquier animal rastrero que se le moviera en un perímetro de un kilómetro a la circunferencia,  lo vio brincar, extendió sus dos metros de alas cuan avión de Avianca en huelga y se fue de picada, llevaba sus garras afiladas, listas para atrapar apretar y matar.

La boa mimetizada en un tronco seco de matar ratón, que yacía inerte en siete metros de suelos lineales, con un hueco por donde un día corrió la sabia que lo nutria, cabeza a fuera, notó el movimiento y con su vaho corporal fue guiando al Cotilino directo al hueco donde se encontraba, primero entro el ágil conejo y en picada venia el águila bebe humo y se incrustó en el hueco, la boa, boca abierta los esperó y se los tragó.

Del otro lado del hueco por donde la boa tenía la cola venía entrando el Caimán, después de una ardua jornada nocturna en la charca de Mayte, donde llegaban toda clase aves de rio, para no mencionarlas, cuando entra a la cueva del árbol, nota la invasión de la boa y de una le mochó la cola con sus afilados dientes que no eran treinta y dos, poco a poco fue engullendo y tragando hasta solo quedar la inmensa cabeza de la boa, que no pudo salir porque dentro de su vientre había tremenda pelea entre el Cotilino y el águila bebe humo.

Todo esto lo captó mano Sico, que solo llevaba una linterna de baterías, una rula vieja sin cacha y con oxido en su filo, más peligrosa que el caimán, la boa y el águila, porque al que le daba un machetazo se moría de tétano por el óxido.

Regresó a casa y notificó a los vecinos de la placita, quienes armados de Arpón, tres perros entre ellos el capitán de mi hogar y, dos hachas y machetes, un lazo de  pinga de toro, dispuestos a sacar el gran caimán, que en plata su cuero valía un mil pesos de la época, eso era un platal.

La lucha por sacar el caimán, el conejo y el águila duró ocho horas, la solución fue meterle candela por la retaguardia del árbol y obligar al caimán salir de la cueva, como dicen, con candela no hay viejo lerdo, en la boca del árbol hueco, estaba un lazo, en espera que el gran caimán asomara su trompa larga y sus dientes afilados, no se podía escapar.


Dentro de la barriga del caimán, habían muebles, taburetes, cuadro en sus paredes, lo que no había eran puertas y ventanas, había una cocina con tres bindes y leña de mangle seco por sus tres lados, una ponchera de aluminio llenita de boca chicos, cinco libras de yuca harinosa, una docena de naranja agrias y diez panelas de hoja, el águila encendió el fogón y el mollo de barro estaba listo con agua caliente para hervir al conejo y comérselo, él conejo  estaba amarrado por sus dos patas traseras colgado de un horcón, dentro del buche del caimán, el  Cotilino estudiaba a toda prisa, como se deshacía del amarre y luego como escapar del águila, que lo quería ahumado y en tiritas.

El ágil conejo escuchaba la conversación externa, cuan feto humano capta las conversaciones de los padres, escuchó el conejo la  lucha por sacar de la cueva al caimán, ya le habían prendido fuego con unas chiribitas y de una, le dijo al águila: Que estaban planeando matar al caimán, metiéndole una dinamita por la boca de atrás y hacerlo miga y que ellos iban a morir de una forma miserable, que se acordara de sus polluelos que los iba a dejar en el nido sin quien les llevara alimentos, al águila se le aguaron sus ojos, y siguió diciéndole que él tenía una cría de conejos pequeños en una madriguera cerca donde se encontraban y que si lo dejaba salir,  él le regalaba los conejitos para que alimentara a sus polluelos.

El águila le dijo que porque iba a hacer eso, a lo que el Cotilino inteligente le contestó que para alimentar a las águilas que no podían volar, que no se preocupara que dentro de tres meses si estaban  vivos la coneja traía al mundo otros conejitos.

Cayó el águila, soltó al conejo, este se sacudió la tierra que había en su cuerpo, miro hacia la puerta de salida, que se encontraba abierta, porque ya el caimán y la boa estaban sofocados por las llamas que tenían en su colas, emprendió carrera y salió a la luz, mientras que el águila se enredó con los muebles y cuando quiso salir el lazo la atrapó, hoy está encerrada en una jaula grande, le ponen guineo de comida y le dan agua.

Sacaron el caimán, vendieron su cuero, este reposa en unos zapatos de dos colores blanco y negro, de un prestigioso abogado-docente, quien los luce para dictar sus clases y dar catedra de Derecho Penal.

La boa, le volvieron tiras su cuero y también lo vendieron, hoy son unos hermosos cinturones y los venden en la puerta del Congreso de la República a los padres de la patria.
El Conejo, pasó un día cerca donde el águila se encontraba cautivo y ella lo reconoció, le pidió encarecidamente que cuidara a sus crías que habían quedado desamparadas en el nido, a lo que el conejo le contestó que no se preocupara que él se los llevó para la madriguera y comparten vida con sus conejitos hijos.

Mano Sico, se fue del pueblo, llega de vez en cuando, habla con el conejo y su familia que  ya está viejo y tiene las uñas largas, conversa con sus paisanos en la placita y el parque, recorre las cuatro calles que dejó cuando se vino para la gran ciudad, visita al Milagroso va al cementerio allá donde una mañana una señora con chalina blanca atravesaba el campo santo a las cuatro y media de la mañana y luego se regresa a su Urbe Metropolitana.


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