sábado, 7 de octubre de 2017

LAS FANTASÍAS DEL VOLCÁN



LAS FANTASÍAS DEL VOLCÁN
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano

El Volcán era una laguna de aguas corredizas que pasaban por un callejón de salida de la Villa a San Roque, su suelo de barro rojo, con unas barrancas en donde se hacían casimbas para coger el agua que emanaba de las profundidades del subsuelo. Permanentemente ese arroyo corría y cuando llovía se crecía, hasta llegar a la esquina de la casa de Berania Cadrazco.

Allí en ese sitio había magia y fantasías, que nuestras mentes, jamás las podremos olvidar, me refiero a los jóvenes de esa hermosa época, residentes en La Placita o barrio El Prado, también a los mayores que  transitaban por ese sector del pueblo, los que venían de San Roque, La Ventura, Callejón y Tierra Santa.

Coger esa manga de dos kilómetros y medio, traspasar la laguna y subir las barrancas, era sinónimo de tranquilidad, de arrojo y valentía, porque siempre algo sucedía, cuando alcanzabas la profundidad máxima, que a veces te llegaba al pecho, y ojo con su corriente que te podía arrastrar y llevarte hasta la laguna la chambita, después de recorrer el arroyo, las divisiones de alambre de púa, un cayo de yuca sahagún, rasquiñosa en sus hojas, la poza de María Librada, en donde salían los desechos de  las monjas.

Entrando en materia, recuerdo que íbamos varios jóvenes a bañarnos a la poza el cantil, que ese día amaneció borderita después de un fuerte aguacero caído en la noche, muy prevenidos ropa en la cabeza, traspasamos la laguna, al llegar a la barranca, miles de Pasa arroyos eléctricos nos invadieron las piernas, nos pasaron corriente y fuimos a dar todos al puesto de la sudad, en la plaza grande, frente a la Iglesia.

En las noches oscuras de octubre, se escuchaba la entrada de un caballo aperado, con su jinete, cogía calle derecho, doblaba por la esquina de Manuel Tous y salía al puerto por el callejón de María Cerbellona, allí en la puerta de Alejandrito Ortega, emitía un relincho de esos que penetraban el alma y paralizaban el corazón. Cogía el callejón y salía a la calle de las avispas y entraba al cementerio, directo a la tumba de un forastero.

Sabidos de todo eso, contado por los mayores y ancianos y bajo las amenazas, el atrevimiento de esa hermosa juventud, traviesa, pero educada, seguíamos bañándonos en el cantil y atravesando por la laguna del volcán. Tipo seis de la tarde, nos cogió la noche bañándonos, una voz salió del matorral y nos dijo, muchachos salgan de allí y váyanse para sus casas,  ojo con los perros negros lanza llamas.

Dicho y hecho salimos corriendo y cuando llegamos al volcán, no habíamos pasado la laguna cuando cinco perros negros, grandes nos pelaron su dentadura en señal de atacarnos y marica el ultimo, al día siguiente vinieron a mi casa a preguntar por el Cachaco que no durmió en casa y la verdad que más nunca lo encontraron, pero como él no era villero, dicen que se fue para donde su familia o en su defecto se lo comieron los perros negros.

La otra figura de la laguna del volcán, eran los peses voladores, todo estaba quieto en sus aguas cristalinas, hasta que un humano tocaba sus aguas, miles de peses voladores de color negro, parecidos al moncholos con dientes, te atacaban y salías de allí rasguñado, había un señor llamado Plinio, el venia de un pueblecito y atravesaba la laguna, no sabemos los jóvenes que le pasó en su nariz, pero los mayores para asustarnos nos decían que los peses voladores de la laguna el volcán se la mocharon.

Y por último, la temible Puerca Negra, grande rabiosa, esa salía en las noches y te perseguía y te  llevaba a la puerta de tu casa, babeado, hociqueado y mordido. Creo que la inocencia, el miedo de esa juventud, la astucia de los viejos, para que no le revolvieran el  agua donde ellos se bañaban con una totuma y jabón de monte y el pueblo sin energía, contribuían a esas fantasías de la laguna del volcán.



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