LAS FANTASÍAS DEL VOLCÁN
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
El Volcán era una laguna de
aguas corredizas que pasaban por un callejón de salida de la Villa a San Roque,
su suelo de barro rojo, con unas barrancas en donde se hacían casimbas para
coger el agua que emanaba de las profundidades del subsuelo. Permanentemente
ese arroyo corría y cuando llovía se crecía, hasta llegar a la esquina de la
casa de Berania Cadrazco.
Allí en ese sitio había magia
y fantasías, que nuestras mentes, jamás las podremos olvidar, me refiero a los
jóvenes de esa hermosa época, residentes en La Placita o barrio El Prado,
también a los mayores que transitaban
por ese sector del pueblo, los que venían de San Roque, La Ventura, Callejón y
Tierra Santa.
Coger esa manga de dos
kilómetros y medio, traspasar la laguna y subir las barrancas, era sinónimo de
tranquilidad, de arrojo y valentía, porque siempre algo sucedía, cuando
alcanzabas la profundidad máxima, que a veces te llegaba al pecho, y ojo con su
corriente que te podía arrastrar y llevarte hasta la laguna la chambita,
después de recorrer el arroyo, las divisiones de alambre de púa, un cayo de
yuca sahagún, rasquiñosa en sus hojas, la poza de María Librada, en donde
salían los desechos de las monjas.
Entrando en materia, recuerdo
que íbamos varios jóvenes a bañarnos a la poza el cantil, que ese día amaneció
borderita después de un fuerte aguacero caído en la noche, muy prevenidos ropa
en la cabeza, traspasamos la laguna, al llegar a la barranca, miles de Pasa
arroyos eléctricos nos invadieron las piernas, nos pasaron corriente y fuimos a
dar todos al puesto de la sudad, en la plaza grande, frente a la Iglesia.
En las noches oscuras de
octubre, se escuchaba la entrada de un caballo aperado, con su jinete, cogía
calle derecho, doblaba por la esquina de Manuel Tous y salía al puerto por el
callejón de María Cerbellona, allí en la puerta de Alejandrito Ortega, emitía
un relincho de esos que penetraban el alma y paralizaban el corazón. Cogía el
callejón y salía a la calle de las avispas y entraba al cementerio, directo a
la tumba de un forastero.
Sabidos de todo eso, contado
por los mayores y ancianos y bajo las amenazas, el atrevimiento de esa hermosa
juventud, traviesa, pero educada, seguíamos bañándonos en el cantil y
atravesando por la laguna del volcán. Tipo seis de la tarde, nos cogió la noche
bañándonos, una voz salió del matorral y nos dijo, muchachos salgan de allí y váyanse
para sus casas, ojo con los perros
negros lanza llamas.
Dicho y hecho salimos
corriendo y cuando llegamos al volcán, no habíamos pasado la laguna cuando
cinco perros negros, grandes nos pelaron su dentadura en señal de atacarnos y
marica el ultimo, al día siguiente vinieron a mi casa a preguntar por el Cachaco
que no durmió en casa y la verdad que más nunca lo encontraron, pero como él no
era villero, dicen que se fue para donde su familia o en su defecto se lo
comieron los perros negros.
La otra figura de la laguna
del volcán, eran los peses voladores, todo estaba quieto en sus aguas
cristalinas, hasta que un humano tocaba sus aguas, miles de peses voladores de
color negro, parecidos al moncholos con dientes, te atacaban y salías de allí
rasguñado, había un señor llamado Plinio, el venia de un pueblecito y atravesaba
la laguna, no sabemos los jóvenes que le pasó en su nariz, pero los mayores
para asustarnos nos decían que los peses voladores de la laguna el volcán se la
mocharon.
Y por último, la temible
Puerca Negra, grande rabiosa, esa salía en las noches y te perseguía y te llevaba a la puerta de tu casa, babeado,
hociqueado y mordido. Creo que la inocencia, el miedo de esa juventud, la
astucia de los viejos, para que no le revolvieran el agua donde ellos se bañaban con una totuma y
jabón de monte y el pueblo sin energía, contribuían a esas fantasías de la
laguna del volcán.
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