domingo, 24 de septiembre de 2017

PESCANDO EN EL RÍO SAN JORGE




PESCANDO EN EL RÍO SAN JORGE
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano

Con la inmensidad del cielo azul, unas cuantas nubes blancas viajando hacia el sur, la lucidez de las estrellas en las noches, el paisaje de garzas morenas y blancas, los coyongos y chavarries, pisisngos y barraquetes, caimanes y tortugas, a lado y lado de la orilla del río, con su exuberante vegetación cuan cultivos de caña de panela, siendo pajonales, en donde los chigüiros pastaban en manadas, una canoa de madera de unas dos varas de largo, repleta de personas, entre hombres, mujeres y niños, perros y gallinas, y un tejido social encaminado a la labor de pesca, con un futuro y mira puesto a ganar unos pesos colombianos en el arte milenario de pescar, surcábamos las aguas del  majestuoso río San Jorge, al igual que Jesús el hijo de Dios, con sus apóstoles, tiraban la red y pescaban hombres de bien.

Los pescadores de la Villa, escogían los sitios a la orilla del majestuoso, en donde se alojaban, hacían chozas y ajuntaban el fogón, para cocer los alimentos, tirar la red y depositar la cosecha de peces, después de prepararlos con sal gruesa traída de Galerazamba Bolívar.

Cuidadosamente preparaban el lance o sitio para tirar la red, cuatro o cinco metros de profundidad, personal de hombres concatenados con jóvenes entre los diez y veinte años de edad, dispuestos a zambullirse en las aguas amarillas, en espera de un millar de boca chicos, bagres y pacoras de tamaño regular, desechando a los pequeños, que en esa época eran pocos, los peces llevaban la misión de poner huevos en lo más alto del nacimiento del río, su viaje era de  muchos kilómetros, río arriba, a media noche, disponíamos de una ponchera llena de pescado frito, acompañado de ñame o plátano cocido y un caldero de agua de panela, para mitigar el cansancio y el sueño, después de comer, encendíamos un tabaco negro ovejero para espantar los zancudos. A cada sacada de la red, había un grito de victoria, ánimos  y esperanzas por la labor realizada.

De vez en cuando pescaban a un esqueleto de humano que venía río abajo con destino a bocas de cenizas en la desembocadura del río magdalena, cuerpos inertes, víctima de las guerras que siempre han predominado en este hermoso país, humanos que salían a pescar, a trabajar y nunca regresaban a su hogar donde su esposa e hijos los esperaban.

Llegaba el momento de la subienda de peces, un chinchorro con mayas grandes, sacaba en cada lance tirado unos quinientos o mil boca chicos que convertidos en pesos no daban más de 10 pesos el ciento, mil pesos el millar, su metraje oscilaba entre doce a cuarenta centímetros, bagres pintados de más de dos metros de largo, una abundancia total, trasformada matemáticamente en: A más unidades, menor precio. A menor unidades más precios. Hermoso juego de la Oferta y la Demanda, según la teoría de Carlos Max, en su libro El Capital.

Llegaba el día sábado, diez de la mañana a la repartición del dinero producto de la pesca semanal. El dueño del chinchorro, doble paga, una por el chinchorro y otra por su trabajo, la ranchera mujer que se dedicaba a atender la cocina para una quincena de hombres, le sacaban una parte, los hombres mayores de 21 años, cada uno recibía una parte, los jóvenes entre 21 y 10, cada uno recibía media parte, de la parte de un mayor.

Con ese dinero, los menores comprábamos los libros y los uniformes para el colegio, los mayores, tenían que hacer varios repartos, en el hogar y sacaban media parte de su parte para llegar al remolino de la Pipa a tomarse unas polas.

Indudablemente era un oficio bien duro, pero  lo hacíamos con mucho amor al arte, y cada uno de los pescadores se destacaba en la labor, obteniendo un reconocimiento que perduraba en su vida, que honor haber pescado con determinado jefe o dueño de chinchorro, cada uno de ellos era así como especie de un General de tres soles en la milicia, claro que también habían soldados y muchos cabos.

Hoy en día, solo quedan los recuerdos en nuestras mentes, en especial en la mía, nunca podré olvidar a mi familia pescadora, los hombres de esa época, se medían por su trabajo, no por su dinero o bienes materiales, no es mi caso pero han salido jóvenes de esa época profesionales, con el dinero de la pesca, han sido muchas las satisfacciones que nos dio esa época de pesca, cuando la abundancia reinaba en mi pueblo cada seis meses, en épocas de verano, noviembre-mayo.

Para todos esos hombres que forjaron su vida y la de sus familias a través de la pesca artesanal, sana, compartida con sus compañeros, unos están gozando de vida, otros están en la eternidad, sería tedioso nombrarlos por la cantidad, casi todo el pueblo de mi hermosa Villa de San Benito Abad, fuimos pescadores o en su defecto ligados a tan hermosa y milenaria profesión. Para todos mis recuerdos, me quito el sombrero, en respeto y honor a su difícil labor.


Hoy en día la pesca artesanal es poca su actividad, se sigue pescando y sembrando la semillas en la fe, los valores y muchos seguimos a Jesús y los apóstoles, en cabeza de Simón Pedro, tirando el chinchorro o red,  multiplicando el conocimiento adquirido, en la misión de hacer hombres de bien, para una mejor Sociedad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario