PESCANDO EN EL RÍO SAN JORGE
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Con la inmensidad del cielo
azul, unas cuantas nubes blancas viajando hacia el sur, la lucidez de las
estrellas en las noches, el paisaje de garzas morenas y blancas, los coyongos y
chavarries, pisisngos y barraquetes, caimanes y tortugas, a lado y lado de la
orilla del río, con su exuberante vegetación cuan cultivos de caña de panela,
siendo pajonales, en donde los chigüiros pastaban en manadas, una canoa de
madera de unas dos varas de largo, repleta de personas, entre hombres, mujeres y
niños, perros y gallinas, y un tejido social encaminado a la labor de pesca,
con un futuro y mira puesto a ganar unos pesos colombianos en el arte milenario
de pescar, surcábamos las aguas del
majestuoso río San Jorge, al igual que Jesús el hijo de Dios, con sus
apóstoles, tiraban la red y pescaban hombres de bien.
Los pescadores de la Villa,
escogían los sitios a la orilla del majestuoso, en donde se alojaban, hacían chozas
y ajuntaban el fogón, para cocer los alimentos, tirar la red y depositar la
cosecha de peces, después de prepararlos con sal gruesa traída de Galerazamba Bolívar.
Cuidadosamente preparaban el lance o sitio para tirar la red, cuatro o cinco metros de profundidad, personal de hombres concatenados con jóvenes entre los diez y veinte años de edad, dispuestos a zambullirse en las aguas amarillas, en espera de un millar de boca chicos, bagres y pacoras de tamaño regular, desechando a los pequeños, que en esa época eran pocos, los peces llevaban la misión de poner huevos en lo más alto del nacimiento del río, su viaje era de muchos kilómetros, río arriba, a media noche, disponíamos de una ponchera llena de pescado frito, acompañado de ñame o plátano cocido y un caldero de agua de panela, para mitigar el cansancio y el sueño, después de comer, encendíamos un tabaco negro ovejero para espantar los zancudos. A cada sacada de la red, había un grito de victoria, ánimos y esperanzas por la labor realizada.
De vez en cuando pescaban a un
esqueleto de humano que venía río abajo con destino a bocas de cenizas en la
desembocadura del río magdalena, cuerpos inertes, víctima de las guerras que siempre
han predominado en este hermoso país, humanos que salían a pescar, a trabajar y
nunca regresaban a su hogar donde su esposa e hijos los esperaban.
Llegaba el momento de la
subienda de peces, un chinchorro con mayas grandes, sacaba en cada lance tirado
unos quinientos o mil boca chicos que convertidos en pesos no daban más de 10
pesos el ciento, mil pesos el millar, su metraje oscilaba entre doce a cuarenta
centímetros, bagres pintados de más de dos metros de largo, una abundancia
total, trasformada matemáticamente en: A más unidades, menor precio. A menor
unidades más precios. Hermoso juego de la Oferta y la Demanda, según la teoría
de Carlos Max, en su libro El Capital.
Llegaba el día sábado, diez de
la mañana a la repartición del dinero producto de la pesca semanal. El dueño
del chinchorro, doble paga, una por el chinchorro y otra por su trabajo, la
ranchera mujer que se dedicaba a atender la cocina para una quincena de
hombres, le sacaban una parte, los hombres mayores de 21 años, cada uno recibía
una parte, los jóvenes entre 21 y 10, cada uno recibía media parte, de la parte
de un mayor.
Con ese dinero, los menores comprábamos
los libros y los uniformes para el colegio, los mayores, tenían que hacer
varios repartos, en el hogar y sacaban media parte de su parte para llegar al remolino
de la Pipa a tomarse unas polas.
Indudablemente era un oficio
bien duro, pero lo hacíamos con mucho
amor al arte, y cada uno de los pescadores se destacaba en la labor, obteniendo
un reconocimiento que perduraba en su vida, que honor haber pescado con
determinado jefe o dueño de chinchorro, cada uno de ellos era así como especie
de un General de tres soles en la milicia, claro que también habían soldados y
muchos cabos.
Hoy en día, solo quedan los recuerdos
en nuestras mentes, en especial en la mía, nunca podré olvidar a mi familia
pescadora, los hombres de esa época, se medían por su trabajo, no por su dinero
o bienes materiales, no es mi caso pero han salido jóvenes de esa época
profesionales, con el dinero de la pesca, han sido muchas las satisfacciones
que nos dio esa época de pesca, cuando la abundancia reinaba en mi pueblo cada
seis meses, en épocas de verano, noviembre-mayo.
Para todos esos hombres que
forjaron su vida y la de sus familias a través de la pesca artesanal, sana,
compartida con sus compañeros, unos están gozando de vida, otros están en la
eternidad, sería tedioso nombrarlos por la cantidad, casi todo el pueblo de mi
hermosa Villa de San Benito Abad, fuimos pescadores o en su defecto ligados a
tan hermosa y milenaria profesión. Para todos mis recuerdos, me quito el
sombrero, en respeto y honor a su difícil labor.
Hoy en día la pesca artesanal
es poca su actividad, se sigue pescando y sembrando la semillas en la fe, los
valores y muchos seguimos a Jesús y los apóstoles, en cabeza de Simón Pedro,
tirando el chinchorro o red, multiplicando
el conocimiento adquirido, en la misión de hacer hombres de bien, para una
mejor Sociedad.
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