- AUGUSTO, EL
GRAN GALLO GUACHARACO, REY DE LAS GALLERAS
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Una vez estuve donde mi pariente Lencho Barros Díaz en Urumita, ya al tiempo de regresar me regaló unos huevos de gallina envueltos en unos cascarones de maíz.
Con todo el cuidado que ellos se
merecen al transportarlos, se los entregué a mi tía Chita en Aguas Blancas para
que los hiciera revueltos en el desayuno.
Uno de los huevos era de un cruce
entre un gallo fino y una guacharaca que se había criado en el patio de la
casa, era de color azul, chita lo apartó y lo marcó, lo metió al nidal de una
gallina fina que estaba calentando sus huevos para empollarlos.
A los pocos días los huevos
comenzaron a picarse y a asomarse del cascarón unos piquitos rosados de unos
hermosos polluelos.
Augusto, en pocos meses les cogió
ventaja a sus hermanos, se les comía todo el maíz picado que les echaban, era
un pollo muy ágil y vivía con el ojo rojo, figura heredada de su madre, una
guacharaca de monte.
A vuelta de un año, Augusto, al igual
que los demás pollos comenzaron a pelear entre ellos, Adalberto De la Hoz,
gallero de fama reconocida en la región, los motiló y los entrenó para
llevarlos a la gallera de María Angola y Valencia de Jesús.
Las discusiones se formaban cuando
presentaban a Augusto el gallo escurridizo de plumaje color Torcaza, pico de
loro manglero, con unas espuelas de 6 centímetros parecidas a las astas del
toro candelillo.
Las apuestas se inclinaban a favor
del gallo contrario a Augusto, los apostadores se reían de Augusto porque
decían que era un guacharaco.
Cien contra uno, eran las apuestas,
tío Adalberto me miraba asustado, yo lo le decía gritado en
la valla, no se preocupe, apueste todo lo que tenga en los bolsillos a favor de
Augusto.
Cariaron los gallos, no más apuestas
gritó el réferi en el centro de la gallera.
Augusto le caminó al fino y este se
le agachó y Augusto pasó de largo y se estrelló contra la valla, con toda
su bravura se sacudió y se puso en guardia para repeler en repetición, uno dos
tres alzadas acompañadas de picotazo.
La burla hacia el gallo, estaba en el
punto más alto, me tomé un trago de marianamen cargado y grité:
“Vamos Augusto, acuérdate que eres de
raza fina”, refiriéndome a los gallos que cuidaba mi bisabuelo Manuel Vicente
Díaz Vanegas Barros.
El fino voló y cuando venía en picada
lo cogió Augusto, le metió las dos espuelas naturales en la pechuga, lo sacudió
tres veces, se le montó encima y lanzó un hermoso canto de victoria, para
sacarle las espuelas de Augusto al fino, tuvieron que operarlo.
La gallera quedó en silencio, al ver
la hazaña del gallo fino atravesado con guacharaca, cobramos las apuestas,
cogimos el gallo y nos largamos llenos de alegría.
Con ese dinero mi tío montó un
depósito de comestibles en Aguas Blancas Cesar, de allí en adelante, el gallo
pequeño escurridizo y bravo, fue de gallera en gallera con una fama, que todas
las cuerdas le tenían miedo.
El Negro Vásquez, Hernán Maestre y Alfonsito Ramírez, le
trajeron un gallo y ofrecieron una gran apuesta a su gallo contra Augusto,
enfrentándolos en el patio de la casa de Juan Ochoa, vean eso fue pan comido,
les mató al gallo y por último los sacó del patio a picotazos a los tres, no
tuvieron la oportunidad de llevarse el gallo muerto para hacer un sancocho.
Apuestas vienen y apuesta van,
Augusto dejó pelaos a un centenar de apostadores que perdieron sus fincas,
casas y hasta sus mujeres.
En la gallera pico de oro de
barranquilla, Quique Coronado, organizó una faena con gallos de todita la
región Caribe, como invitado especial estaba Augusto, el gran gallo guacharaco.
Diez contra cien eran las apuestas,
en la comisión de Augusto además de mi tío Adalberto se vino medio Aguas
Blancas en un bus Mariangolero, mi pariente Lencho de Urumita, mi tío
Aureliano Díaz Arroyo y Manuelito Díaz, nietos del gallero de oro de la Villa,
el negro y Armando de la Hoz, mi hermano Gabriel Ortega Vega, de Cartagena
invitamos a mi amigo el profesor Felipe Andrés Fernández a presenciar una buena
pelea de gallos finos en Barranquilla.
Al carear los gallos en el ruedo se
presentó un inconveniente porque Augusto no permitía que se le pusieran calzas
y picoteo a todo el que se le acercara, la comisión decidió montar la pelea de
gallo sin las calzas.
Para no alargarle este cuento esos
dos gallos, el negro golero de la cuerda de Quique Coronado y Augusto de la
cuerda de Aguas Blancas, duraron tres días con sus noches dándose
espuelas y picotazos, que al final de la pelea al negro golero solo tenía la
cola con cuatro plumas de las grandes, las espuelas con sus calzas cayeron
regadas en la gallera, augusto en el suelo tiraba espuelas a medio lado, no se
podía levantar, los asistentes guindaron hamacas dentro de la gallera y dormían
plácidamente después de esa jornada gallística donde Augusto fue el ganador.
De Sincelejo se vino Llanera la 21,
para alimentar a todas las personas asistentes, pagaba el gallo ganador.
Los elogios para Augusto el
guacharaco, fueron tantos que le erigieron una estatua en la plaza de Aguas
Blancas, su fama fue dejando cría en casi todos los pueblos donde había
gallera.
Lo último que hizo Augusto ya
recogido de las galleras, comiendo y montando gallinas en el patio de la casa
de Julio De la Hoz, fue operar a un niño que llevaron en cueros a esa casa,
tenía un nacido en la nalga parecido a un grano de maíz amarillo, ya casi
a reventar.
Augusto lo midió de distancia con su
pico tres veces, a la cuarta le lanzó el picotazo a la nalga del borregón que
se lo sacó con toda la raíz, solo tuvieron que echarle merchiolate y meterle
una gasa para que cogiera carne nuevamente.
Augusto el gran
gallo enrasado entre un fino y una guacharaca de monte, hermoso
animal.
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