LA LEYENDA DEL GRAN HOMBRE LOBO
Por Francisco Carrasco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe
Por Francisco Carrasco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe
Josefina y su esposo Iván,
salieron a las ocho de la noche de la
parcela para su hogar, después de una jornada de trabajo de más de catorce
horas, tenían que recorrer doce kilómetros de montaña y camino
angosto en sus mulos bayo y mojino.
Después de los tres kilómetros de camino, el espacio se
oscureció, la luna se ocultó, se escucharon ladridos de perros de monte y un
fuerte huracán se venía de frente hacia ellos.
Josefina sacó de sus seno
derecho un rosario y se puso a orar, Iván la miraba de reojos pero no dijo una
sola palabra, a medida que avanzaban el ambiente se les volvía más pesado y
enrarecido, sintieron los esposos que alguien los venía siguiendo a corta
distancia.
Las veces que ambos miraron
hacia atrás , no vieron a nada ni a nadie, el paso de los mulos ya no era
acompasado, se sentían toscos y enredados, es más el mulo bayo casi se cae, por
una mala pisada.
Al llegar a una quebrada,
notaron que estaba desbordada y era imposible pasarla, a pesar que no estaba
lloviendo en el sitio donde se encontraban, pero había caído un fuerte aguacero
en las cabeceras de la montaña.
Decidieron acampar un poco,
mientras las aguas bajaban su nivel, bajaron de los mulos, los amarraron a soga
larga parta que comieran pasto fresco, Josefina le comentó a su esposo que ella
tenía mucho miedo porque los venían siguiendo, Iván afirmó lo mismo, pero que
no se preocupara, que quizás era por el cansancio y la fatiga de la pesada
jornada de trabajo que tuvieron que realizar.
Decidieron hacer una fogata,
Iván se internó al monte a recoger leña seca para encender y resguardarse de
cualquier animal feroz o culebra cascabel.
Al notar Josefina que su
esposo no regresaba, comenzó a vociferar el nombre de Iván, Iván, Iván, pero su
llamado se lo llevaba el viento que ya comenzaba a soplar fuerte, decidió
hacer una fogata con hojas y palos secas
en un espacio de arena, para que las llamas no se extendieran a la montaña.
De la espesura salió un
hombre peludo como un mico, con las orejas como conejo blanco, tenía los ojos
grandes y redondos y estaba provisto de unas largas y afiladas garras.
Josefina cogió un tizón de
candela y lo amenazaba con quemarlo, haciéndolo retroceder, dio media vuelta y
se internó en la montaña, pasaron veinte minutos de desosiego y miedo de la
mujer e Iván no aparecía, Josefina se llenó de ánimo y decidió internarse a la
espesa montaña y buscar a su esposo.
Gran sorpresa se llevó,
cuando vio a su esposo sentado debajo de una mata de peralejos, emitió un
aullido de lobo y se estaba transformando de lobo a humano, la mujer se
escondió sorprendida por lo que acababa de ver y volvió al sitio donde estaba
la candela y los mulos cargados.
Al poco rato regresó su
marido con una frazada de leña, se le notaba un mal color de la piel de su cara
y todavía se le veían sus uñas largas afuera.
Salió la Luna llena, bajaron las aguas en la
quebrada y los esposos siguieron su camino a casa, no hubo conversación durante
el recorrido de nueve kilómetros de camino faltante.
A la mañana siguiente bien
temprano Iván ensillo su mulo bayo, se sirvió un café tinto caliente que el
mimo preparó y se marchó nuevamente para la parcela, momento que esperaba
Josefina, quien no pegó los dos ojos durante el resto de la noche, sabiendo que
el que estaba acostado a su lado en la
cama, era el hombre lobo de la montaña.
Cogió un saco de recolectar
algodón, metió sus tres trapitos de vestir, se calzó sus andalias y salió a la
calle principal, ya venía el Jeep de Juan Buelvas, con destino a Corozal
por el camino de San Roque y después de
muchos años, dicen que se fue a vivir a Maracaibo Venezuela, pero yo estoy
seguro que ella no ha olvidado a Iván su esposo, tampoco sabe a ciencia cierta
que paso esa noche en la montaña.
El hombre Lobo, después de
que la fase lunar, paso de llena a nueva, le vino a la memoria, la hermosa
mujer de la montaña, con quien hizo el amor y se convirtió en un animal peludo de
color verde y con garras, ahora todas las noches a las doce en punto, en el
parque del pueblo, emite su aullido el gran hombre Lobo.
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