sábado, 7 de marzo de 2015

EL VELOCIPEDO MARACUCHO

EL VELOCIPEDO MARACUCHO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe



El mono Emel, fue un joven extrovertido, de cabellos largos color rojizos , piel blanca con punticos negros en la cara, casi rayando a cariaco, le gustaba vestirse bien, se miraba en el espejo de sus vecinos y hermanos del lado izquierdo de su casa, salía en la tardecita y regresaba en la madrugada, después de una noche de baile.

Una mañana tan temprano que no habían hecho el café tinto, en casa del mono, el viejo se levantó con el segundo apellido de primero y el primero en el último puesto, miró para el cuarto del mono y la cama estaba vacía, en ese instante venia entrando el mono de una fiesta y se tropezaron en el dintel de la puerta principal, allí se atravesó el viejo a no dejar entrar al mono, lo vacío y le dijo las cuatro verdades que se le vinieron a la memoria.

El mono con unos tragos encima y tratando de calmar a su padre le dijo:

Ajá papá y si yo le digo que me voy para Venezuela mañana, usted que dice:

El viejo infló sus cachetes de la rabia, se puso rojo y contestó:

Largateeeee., ya has debido irte desde hace mucho tiempo, el mono que no se quería ir, solo le quedo agacharse y pasar por debajo de los brazos estirados de su padre que no lo dejaba entrar.

El mono esperaba que su padre le contestara que no se fuera, que recordara que era el único hijo varón en la casa y que tenía que cuidar a sus tres hermanas.

Al fin y al cabo el mono Emel se fue para Venezuela con sus hermanas, allá en Maracaibo, se consiguió una bicicleta la engalló bien que todos en el barrio tenían que ver con la bicicleta del mono, la llamó EL VELOCIPEDO MARACUCHO, el con su aguaje de coca colo, se amarraba la bota del pantalón con un gancho plástico de asolear la ropa se montaba en su velocípedo y salía con su cuello en alto, emprendía veloz carrera y se perdía de vista.

Una mañana el mono Emel, se puso su mejor pinta, sacó su bicicleta brillante, su vecina y amor platónico estaba al frente parada en la puerta, el mono se inquietó, se le olvidó colocarle el gancho a la bota del pantalón, se montó e hizo pantalla su bicicleta en zig- zag, luego aceleró, cuando había recorrido diez metros  de distancia, la bota del pantalón se enredó en la estrella de la bicicleta, levantó la rueda trasera y se fue de bruces contra el pavimento, el mono dio cinco vueltas como rueda de carro, los curiosos se agolparon y trataron de socorrerlo, pero como él sabía que su novia lo estaba mirando, se levantó, se estiro el cuello de la camisa, movió sus hombros a ambos lados, se sacudió los brazos, estiro el pantalón hacia abajo, lo sacudió, se montó en su bicicleta y cuando fue a pedalear sintió un dolor agudo, amargo y peludo en su pierna derecha, la respiración se le acortó, miró de reojos hacia atrás y vio a su novia comentando el accidente, y escucho a alguien que dijo:

Ese muchacho es un berraco, con esa caída era para estar en el hospital todo reventado, esperando que le apliquen los primeros auxilios.

Como la cuadra finalizaba a quince metros el mono pedaleo como pudo, tan pronto vio un callejón, dio curva a su bicicleta y calló a tierra, sobándose su rodilla y agarrándose la costilla que le quedó como punto de lanza con ganas de romper la camisa, no aguanto el dolor y se privó, su novia que sabía que estaba cogido del dolor de la caída en su velocípedo, se fue tras de él y, cuando llegó a la esquina del callejón, la bicicleta estaba tirada a la mitad de la calle y el mono se encontraba inconsciente al lado de su velocípedo, con los signos vitales bajitos a la mínima expresión, su pulso solo se sentía, cuando el mundo estaba en silencio, tenía en la rodilla derecha un pronunciado, parecido a un boli de quinientos pesos.

Su novia que era enfermera, salió a la calle principal y pidió auxilio, al conglomerado, lo subieron a su velocípedo, lo llevaron a urgencias del hospital y el diagnóstico fue, una costilla dislocada, la tibia y el peroné fuera de su sitio normal, los cinco postes delanteros de su boca, los encontraron en el bolsillo izquierdo de su pantalón, todo por estar pantalleándole a su amor platónico, en el velocípedo.

El mono Emel, tan pronto sanó sus heridas, cogió su maleta de acordeón, se subió en una guagua y partió para su natal Cartagena Colombia, donde vive, fresco y tranquilo como siempre, mamando gallo y levantando leas, bailando en las verbenas, refiriendo cuentos en la terraza de su casa.

Unas viejas amistades, que llegaron a visitarlos, después de treinta y cinco años de ausencia, le refrescaron la memoria del cuento del velocípedo maracucho, se colocó las dos manos con sus dedos en la cabeza, se le pusieron sus cachetes rojos, bajó sus manos a la cara se las sobó de arriba hacia abajo, soltó una carcajada y dejó entrever sus dientes postizos resultado de aquella aparatosa caída, cogió aire y refirió el cuento del Velocípedo Maracucho, este escritor con suma atención tomó apuntes, para trasmitirles con pelos y señales, una de las aventuras del mono Emel, mi gran amigo.


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