viernes, 14 de noviembre de 2014

A HACHA Y MACHETE

A HACHA Y MACHETE
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano















Una cuadrilla de 20 hombres fuertes, acostumbrados a tumbar montañas enmarañadas de árboles que median hasta veinticinco metros de altura, en una extensión de cincuenta fanegadas a la redonda, habitad de Micos Monos, Arditas, tigres y gatos de monte, y toda clase de aves de rapiñas, amén de los réptiles y los enjambres de avispas y paracos.

Pompilio (Pompi), para sus allegados, era el contratista y el que le media 1/2 hectárea a cada uno de los leñadores, para tumbar en un día, hombres duchos en el corte de la madera, una de las más finas y bien paga  en el mercado, para convertirlas en un barco, una hermosa cama, unas lujosas puertas, una carrocería para vehículos pesados, en puentes y otras actividades, que para el dueño de la madera era un negocio redondo.

Cada trabajador alistaba su hacha y su machete en horas de la noche y a las cuatro y media de la mañana salían del pueblo en burros o a caballo con rumbo a las montañas, acompañados de sus mejores perros para la casa de animales que al escuchar el sonido del hacha y el guapirrero típico de los hombres, dándose ánimo para sacar la difícil tarea de tumbar montañas de árboles madereros, salían despavoridos y eran presa fácil de los perros.

En la cuadrilla, se destacaban varios hombres a quienes les tenían fama, tanto en el corte del árbol, como en su rapidez para sacarse la tarea impuesta por Pompi, entre ellos “El Parie”, era de admirar en esa época un corte perfecto, métrico, lineal y nivelado en que quedaba en el tronco, de a dos por árbol, las hachas iban haciendo el corte de la madera en una melodía del pum, pam, pam pum, después caía el pesado madero, que arrastraba a su poso  todo ser viviente y como un ser inerte se desplomaba en la madre tierra, golpeándose su tallo en donde anidaban la guarupendola, el toche y el nido de golero pichón.

El primer árbol en caer, su tronco de uno con cincuenta de alto por dos metros de ancho, se convertía en un hermoso reloj, que el sol y la luna se encargaban  de dar la hora. Después que Pompilio le adecuara dos estacas en la parte superior.

Un bangaño lleno de agua, tres panelas de hoja, cincuenta tabacos, las cerillas para encender el fuego, sal, cucharas y totumas, hacha y machete y un cabo de madera de repuesto por si se partía el del hacha y la contra para la picada de insectos ponzoñosos  y mordida de culebras, eran las provisiones que cargaban en la pesada mochila de fique cada uno de los trabajadores que se dedicaban a tumbar montañas.

El Parie, era un hombre de baja estatura, musculoso y bien formado debido a su oficio, de pulso firme, manos grandes y callosas, pulseador de profesión, miembro de una numerosa familia que llego a ese pueblo a echar raíces, largas y profundas, no había una criatura en este mundo que le ganara en el arte del pulseo de brazos y muñeca, con su fama cargaba el remoquete de tener en sus vise una docena de niños en cruces o angelitos, que lo ayudaban a bajar madera y dejar a sus compañeros rezagados, cuando querían ser las once y treinta del medio día, ya El Parie, se encontraba debajo de una mata de uvero, echándose fresco con su sombrero alón.

Era exagerado para comer, siempre su sarapa, era al doble que los demás trabajadores, Pompi, su primo hermano y uno de los mayores de la cuadrilla, daba la orden de servirle bien la comida al parie, él sabía que ese hombre forzudo y echado para adelante, le rendía en el trabajo y sus ganancias eran altas.

Uno de esos días de jornada de trabajo, en horas de la tarde, El Parie terminó su jornada bien temprano, ayudó a su tío a sacar la tarea y como de costumbre buscó una mata frondosa y se fumó un tabaco negro, se bebió un bangaño de agua de los dos que cargaba a cuestas y se echó a dormir.

La cuadrilla, cada uno de ellos fue recogiendo sus aperos y se marcharon a casa, sin darse cuenta que El Parie no iba con ellos, lo echaron de menos, pensaron que ya estaba en casa, como lo hacía cuando terminaba su jornada.

Se despertó El Parie, con el roncar de un tigre pintado que venía hacia el a unos diez metros de distancia, se encontraba rodeado de toda clase de animales y aves que pastaban en la montaña que habían tumbado durante el día.

Preparado “El Parie”, con sus secretos para pelear, en guardia, mirando de reojos al enemigo, que a cada minuto eran más y más, comenzaron a dar vueltas en circunferencia, lo mismo hacia El Parie, hasta que en forma de remolino lo envolvieron y lo sacaron a un sitio abierto, carente de vegetación.

El tigre pintado, le habló, manifestándole que le iban a hacer un juicio de responsabilidad por los daños ecológicos causados en su habitad. Palabras que ripostó El Parie, alegando que él no era el responsable, solo era un trabajador jornalero al igual que la demás cuadrilla, le preguntaron quién era el dueño de la hacienda maderera, al que no le perdonarían de haber tumbado la centenaria montaña. El Súper hombre apostó a que si se lo ganaban en la pelea, ellos dispondrían de la vida de él, en caso contrario él se comprometería a restablecer la montaña, tumbada a hacha y machete el día anterior,

Amararon de pies y mano a El Parie, quien ya tenía su estrategia de defensa, acompañado de los doce niños en cruces, que uno por uno fueron apareciendo en la escena, convirtiéndose en doce tigres, más grandes que los que estaban juzgando a El Parie.

Trenzándose en una pelea feroz, que recorrió terreno, tumbo montañas, tanto así, que al día siguiente cuando la escuadra llegó al sitio de trabajo, todos los arboles estaban en tierra, solo estaba el parie debajo del árbol de uvero, echándose fresco con su sombrero alón y riéndose, no portaba el súper hombre ningún rasguño, una nube de arena daba vuelta en el firmamento, esa arena se alzó en la trifulca de anoche, en espera de una orden del parie para caer en forma de agua al medio día, con el fin de refrescar la tierra.

Diez tigres enjaulados, cincuenta culebras mapaná rabo seco, veinte pichones de goleros, cinco nidos de toche y guarupendola, quince conejos blancos y tres docenas de torcazas, en espera de que llegaran los protectores de animales para conservar la especie, había rescatado el súper hombre, después de ganarle la pelea a los tigres y monos, que lucharon a fuerza y no le ganaron, victorioso el Súper, cumplió su promesa.

Al medio día cayó sobre la montaña un fuerte aguacero que duró dos días, las pozas o jagüeyes se llenaron, los pescados corrieron raudos por los caudales de los ríos, al dueño de la hacienda se le ahogaron todo el ganado que pastaba en los playones donde se habían tumbado las montañas.

La vegetación, broto de la tierra mojada, los arboles crecieron, en sus ramas, se posaron miles de aves, cantó el mochuelo, la pava congona, rugió el tigre pintado de la montaña, el rey golero se posó en el copito de un árbol, taladró la madera el pájaro carpintero, aullaron los monos colorados, las culebras se arrastraban por dentro de la montaña, torcazas y codornices hacían sus nidos en las ramas de los árboles, cantaba la guacamaya, el loro manglero, la guacharaca y la codorniz.

Los animales enjaulados fueron puestos en libertad, el Bejuco Martin Moreno creció silvestre y permitió hacer dos millares de balay, para cernir el arroz y el maíz,  amarrar las corralejas y trenzarlos para tocar las enormes campanas españolas de la iglesia de mi pueblo.

La cuadrilla, exaltó a El Parie por su hazaña, la noche anterior, contada en medio del torrencial aguacero y desde ese momento, sus compañeros comprendieron que el súper hombre tenía grandes poderes y se podía comunicar con los animales y las aves de la montaña centenaria. No se taló más un árbol y el hacendado repartió las tierras y sus bienes entre los hombres de la cuadrilla, acosado por los animales que lo perseguían día y noche.

Se silenciaron las hachas y los machetes, con que se tumbaban las montañas de árboles madereros, desde entonces la cuadrilla de trabajadores aventajados en ese oficio se dedican a sembrar y recoger cosechas y a pescar para su subsistencia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario