LAS AVENTURAS DE PONCIANO-(PONCHO).
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.
Espigado, como el gajo de
arroz sembrado en tierra de bajo, alimentado con puro pescado, creció Poncho,
ya cuando estaba borrego, con su 1.80 de estatura, color moreno, caminando de
frente y con velocidad, apareció en el pueblo una indígena Zenu, vestida con
faldas largas, un turbante en su cabeza, manos arrugadas, cuerpo regordete, trenzas
hasta la cintura, muy parca al hablar, fumaba tabaco negro y calillas boca
abajo, solo por los orificios de su nariz botaba el humo condensado que le servía
para adivinar el futuro, en especial a los jóvenes que no habían despuntado su
inocencia.
Poncho fue uno de ellos,
perseguido, donde quiera que se encontraba, pescando, durmiendo, por los
famosos playones, en camino a casa, después de una pesca, pero a Poncho su
abuelo, tío y padre, los tres, le enseñaron a ser hombre desde muy joven y,
sobre todo a defenderse de esas criaturas de la noche, que solo quieren hacer
daño.
A ellas, no las nombro,
porque si las nombro, les doy crédito y en este negocio no se fía y, como dijo
Diomedes Díaz en una hermosa canción “Vallan al carajo señoras Maldad”. Así dijo Poncho, después de un
periodo de tiempo, unos treinta y cinco
años, cuando ya el peligro desapareció, sentado en una bóveda, en el cementerio
del pueblo, sano y salvo, pero eso si con su interior al revés, tratando de
contarme esas odiosas aventuras con una señora que vino del más allá.
Amárrense los pantalones y
recen lo que saben, que lo que viene, es dinamita pura, ya mi persona está
asegurada, porque lo que si le sé decir por adelantado es que Poncho no se dejó
joder la vida, es más, esta pelea la perdió la desconocida.
Tenía Poncho una machetilla larga, afilada por
los dos lados, metida en una funda de color verde oliva, herencia de su abuelo,
que fue soldado de la guerra de los mil días, que no fueron mil, solo
setecientos treinta, porque los contrincantes llegaron a un arreglo, para
acabar con este país, sin embargo, el coletazo de esos días amargos, se sienten
todavía, y, ellos siguen amangualados, acabando con este país.
Salió Poncho a las tres de
la tarde a pescar y cazar algún animal para el sustento familiar, se dirigió
hacia las playas, después de atravesar un hermoso playón, el sol emitía unos
rayos y de la tierra brotaba un vapor que hacía sentir el infierno en que se metería
Poncho esa noche.
Ya instalado, con sus
anzuelos al agua y reposando bajo unos árboles de uvero, sintió el revoletear
de un ave grande, tomó su escopeta, tiro doce, con tres cartuchos en la
recamara, apuntó y punnnnnnnnn, todo quedó en silencio, no cayó ningún animal,
buscó y buscó y nada, en ese instante se imaginó que algún humano lo estaba vigilando, siguió
su rutina y nuevamente sintió que un ave grande se posó cerca del sitio donde
se encontraba Poncho, ya prevenido y su intuición le decía que se preparara
porque la noche iba a ser larga oscura y accidentada.
“Pajarita,
pajarita, asoma tu cabecita, que te la voy a dejar como una silueta de tiro al
blanco, asómala pajarita y, apunta, dispara y se escuchó un hayyyyy,
estás cogía pajarita, estas cogía
pajarita, valla a joder a otra parte”, esas fueron las palabras de Poncho, creído
que estaba victorioso.
Se pasó la noche despierto, adquirió
ojeras negras como las vacas de raza cebú, al día siguiente retornó a casa y
tan pronto vendió los bagres y sábalos cogidos en anzuelo, se bañó, se cambió
de ropa y salió a hacer un mandado, pasó por la puerta de la casa de la
susodicha y estaba cerrada, saludo al marido de ella y le pregunto que como
habían amanecido, este contestó:
Mi señora amaneció con un dolor
en el brazo derecho, dice que fue que anoche se cayó de una hamaca, allí le
coloque unas hojas de uvero soasadas y le inmovilicé el brazo, me la saluda dijo Poncho con una sonrisa maliciosa,
regresó a casa y le contó a su tío, lo sucedido esa noche, no fue más, pasaron
varios días y todo siguió normal para el pescador joven, animoso, brioso y
lleno de vida.
Un martes en la noche, se
hallaba Poncho en una bola de monte casando unos coyongos que estaban durmiendo
en el copito de un árbol de ceiba roja, armado el cazador, pisando con sumo
cuidado para no quebrar las virusas de palo seco y alertar a las aves, cuando
se vio de cerca, muy cerca una culebra boa, que se lo quería tragar, con su bocona
emitía un olor a masticada de tabaco, revuelta con pescado descompuesto.
Sacó Poncho su machetilla
afilada reluciente y le dijo:
“Culebrita,
Culebrita, es mejor que te retires o te pico en mil pedazos para que te recoja
mi Dios, y no vuelvas a hacerme abusajo, se quién eres y ve que no te ha ido
bien con migo, tengo la contra y los secretos para cogerte amárrate y no
soltarte nunca más”.
La culebra desapareció esa
noche, el cazador trajo tres coyongos que vendió a buen precio por libras,
volvió a pasar Poncho por casa de la susodicha y estabasentada en la puerta de
su casa, solo alcanzó a brindarle una mirada de Lobo con Liebre.
Dos y van dos, o sea dos de
dos, dos bolas y dos estrais, como se dice en el argot beisbolero, seguía la
susodicha haciendo estragos con los jóvenes del pueblo, esos que estaban
cambiando su voz de niño por hombrecitos, carne preferida por la aludida, menos
mal que mi persona no estaba ya por esos contornos, me hallaba en puerto
seguro.
La tercera vez que Poncho se
tropezó con la figura humana, fue en un cayo de peras agrias de color amarillo,
sitio llamado buenos aires, no sé el nombre, pero allí no corrían ningunos
aires, ese era un lugar mágico, donde se iba a comer peras con sal.
Poncho frecuentaba ese lugar,
esa noche venía con una ensarta de pescado cogido durante la tarde y parte de
la prima noche, del matorral salió una puerca brava, pero lo que se dice brava,
con la intención de envestir a Poncho, este tiró la carga y con el leño de
mangle que traía atravesado de hombro a hombro, se arqueo hacia atrás el cuerpo
y le dio a la puerca en todo el espinazo, salió torcida y en un santiamén se
desapareció.
Cuando Poncho me estaba
narrando este cuento, en el cementerio del pueblo, escuché un quebrar de ramas
secas, ambos miramos alrededor y apareció una puerca grande, de dos colores,
blanco con negro, venia hacia nosotros, pero en son de paz, pasó cerquita y detrás
traía unos ocho lechoncitos de amamantar, Poncho no le perdió mirada, mi
persona se subió en una bóveda de dos pisos.
Después del episodio jalamos
risas, ahora que estoy en puerto seguro, y que es el día de la virgen, por lo
tanto estoy protegido, me rio solo, de la puerca del cementerio.
Bueno sigo narrando, después
del leñazo a la puerca en el cayo de peras agrias, no se vio a la figura por
espacio de tres meses, decían que se había devuelto para su tierra, cuando
apareció caminaba torcida, como si hubiera sufrido un accidente y el chasis se
torció.
Nos imaginamos la rabia de
esa figura humana, por no haber podido llevar a cabo su objetivo, nos suponemos
que era asustar a Poncho, dejarlo mal, ante sus maestros, abuelo, tío y padre,
que todos los días cuando salía a pescar o casar animales, le recomendaban repasar
la lección para ese caso que le estaba sucediendo.
Ya eran las cinco y treinta
de la tarde, nosotros seguíamos en el cementerio del pueblo, echando cuentos,
se estaba oscureciendo, mi persona es muy miedosa desde niño, a los muertos se
respetan, decía mi abuelo, alerte a Poncho sobre el peligro que corríamos
metidos en el campo santo, él me dijo:
“No
se preocupe, aquí es donde más estamos a salvo, nadie viene a aquí a mortificar
la vida de nosotros, escuche lo último de la Zángana esa y nos vamos”.
Por último, una noche de
regreso a casa en el playón abierto, me salió un ternero de año y medio, escarbaba
de la rabia, votaba baba por la boca, baje la carga y con el mismo leño que le
di a la puerca se lo atravesé en el lomo al ternero, que ni se inmutó, con más
fuerza se abalanzó hacia mí, me arrastró, se babeo en mí, me ensucio la ropa,
como pude lo agarre por los cuernos y nos fuimos a fuerza limpia, lo trabe con
mis piernas, le agarre el rabo, se lo metí por el jamelgo y lo tenía dominado,
cuando cantaron los gallos del pueblo y el toro me soltó y antes de desaparecer
me dijo:
“Agradece
el canto de los gallos, ya te tenia vencido hombrecito necio.
Poncho que se sentía
victorioso respondió.
“Agradece tú, te has salvado,
ya te tenia vencida”. Pájara, Boa, Puerca y Toro.”
Llegó Poncho a casa, arrastrado,
babeado y con la ropa sucia, el que llega y se va presentando la figura a su
casa, preguntando por Poncho, la mamá le dijo, por allí llego que lo arrastro
un ternero bravo anoche que venía para la casa, ella con voz de triunfo dijo:
“Ese
muchacho es un verraco, no se dejó vencer, ya lo voy a dejar quieto”.
El tío y maestro de Poncho
que la escuchó le dijo:
Ahora
el problema es con migo, yo si te aquieto.
En esos instantes, entre
oscuro y claro, veo caminar por el
centro del cementerio a una mujer vestida de blanco, con un niño en sus brazos,
tiré el sombrero vueltiao 19, con que me cubrí durante todo el día del sol que
permanecí pintándole la bóveda a mis padres de crianza y arranque a correr hacia
la puerta del cementerio, Poncho me llamaba, venga primo, esa es la mujer de Toño,
que va haciendo el cruce hacia su casa, para no darle la vuelta al cementerio,
todas las personas circulan por él.
Cierro este cuento, tocando
madera, sí, el tío de Poncho terminó enredado sentimentalmente con la señora de
raza Zenu, ese si sabe enlazar vacas cimarronas.
Poncho, ya es un señor
metido entre los cincuenta años, sigue usando el interior al revés, teníamos
cuarenta y seis años que no nos veíamos, o sea que cuando salí de mi pueblo, él,
era un niño, ya la figura humana está en el más allá, este cuento no es
imaginación del narrador es la pura verdad, “toquen madera”.
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