sábado, 16 de agosto de 2014

LAS AVENTURAS DE PONCIANO-(PONCHO).

LAS AVENTURAS DE PONCIANO-(PONCHO).
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.



Espigado, como el gajo de arroz sembrado en tierra de bajo, alimentado con puro pescado, creció Poncho, ya cuando estaba borrego, con su 1.80 de estatura, color moreno, caminando de frente y con velocidad, apareció en el pueblo una indígena Zenu, vestida con faldas largas, un turbante en su cabeza, manos arrugadas, cuerpo regordete, trenzas hasta la cintura, muy parca al hablar, fumaba tabaco negro y calillas boca abajo, solo por los orificios de su nariz botaba el humo condensado que le servía para adivinar el futuro, en especial a los jóvenes que no habían despuntado su inocencia.

Poncho fue uno de ellos, perseguido, donde quiera que se encontraba, pescando, durmiendo, por los famosos playones, en camino a casa, después de una pesca, pero a Poncho su abuelo, tío y padre, los tres, le enseñaron a ser hombre desde muy joven y, sobre todo a defenderse de esas criaturas de la noche, que solo quieren hacer daño.

A ellas, no las nombro, porque si las nombro, les doy crédito y en este negocio no se fía y, como dijo Diomedes Díaz en una hermosa canción “Vallan al carajo señoras  Maldad”. Así dijo Poncho, después de un periodo de tiempo, unos  treinta y cinco años, cuando ya el peligro desapareció, sentado en una bóveda, en el cementerio del pueblo, sano y salvo, pero eso si con su interior al revés, tratando de contarme esas odiosas aventuras con una señora que vino del más allá.

Amárrense los pantalones y recen lo que saben, que lo que viene, es dinamita pura, ya mi persona está asegurada, porque lo que si le sé decir por adelantado es que Poncho no se dejó joder la vida, es más, esta pelea la perdió la desconocida.

Tenía Poncho una machetilla larga, afilada por los dos lados, metida en una funda de color verde oliva, herencia de su abuelo, que fue soldado de la guerra de los mil días, que no fueron mil, solo setecientos treinta, porque los contrincantes llegaron a un arreglo, para acabar con este país, sin embargo, el coletazo de esos días amargos, se sienten todavía, y, ellos siguen amangualados, acabando con este país.

Salió Poncho a las tres de la tarde a pescar y cazar algún animal para el sustento familiar, se dirigió hacia las playas, después de atravesar un hermoso playón, el sol emitía unos rayos y de la tierra brotaba un vapor que hacía sentir el infierno en que se metería Poncho esa noche.

Ya instalado, con sus anzuelos al agua y reposando bajo unos árboles de uvero, sintió el revoletear de un ave grande, tomó su escopeta, tiro doce, con tres cartuchos en la recamara, apuntó y punnnnnnnnn, todo quedó en silencio, no cayó ningún animal, buscó y buscó y nada, en ese instante se imaginó  que algún humano lo estaba vigilando, siguió su rutina y nuevamente sintió que un ave grande se posó cerca del sitio donde se encontraba Poncho, ya prevenido y su intuición le decía que se preparara porque la noche iba a ser larga oscura y accidentada.

“Pajarita, pajarita, asoma tu cabecita, que te la voy a dejar como una silueta de tiro al blanco, asómala pajarita y, apunta, dispara y se escuchó un hayyyyy, estás cogía pajarita, estas cogía pajarita, valla a joder a otra parte”, esas fueron las palabras de Poncho, creído que estaba victorioso.

Se pasó la noche despierto, adquirió ojeras negras como las vacas de raza cebú, al día siguiente retornó a casa y tan pronto vendió los bagres y sábalos cogidos en anzuelo, se bañó, se cambió de ropa y salió a hacer un mandado, pasó por la puerta de la casa de la susodicha y estaba cerrada, saludo al marido de ella y le pregunto que como habían amanecido, este contestó:

Mi señora amaneció con un dolor en el brazo derecho, dice que fue que anoche se cayó de una hamaca, allí le coloque unas hojas de uvero soasadas y le inmovilicé el brazo,  me la saluda dijo Poncho con una sonrisa maliciosa, regresó a casa y le contó a su tío, lo sucedido esa noche, no fue más, pasaron varios días y todo siguió normal para el pescador joven, animoso, brioso y lleno de vida.

Un martes en la noche, se hallaba Poncho en una bola de monte casando unos coyongos que estaban durmiendo en el copito de un árbol de ceiba roja, armado el cazador, pisando con sumo cuidado para no quebrar las virusas de palo seco y alertar a las aves, cuando se vio de cerca, muy cerca una culebra boa, que se lo quería tragar, con su bocona emitía un olor a masticada de tabaco, revuelta con pescado descompuesto.

Sacó Poncho su machetilla afilada reluciente y le dijo:

“Culebrita, Culebrita, es mejor que te retires o te pico en mil pedazos para que te recoja mi Dios, y no vuelvas a hacerme abusajo, se quién eres y ve que no te ha ido bien con migo, tengo la contra y los secretos para cogerte amárrate y no soltarte nunca más”.

La culebra desapareció esa noche, el cazador trajo tres coyongos que vendió a buen precio por libras, volvió a pasar Poncho por casa de la susodicha y estabasentada en la puerta de su casa, solo alcanzó a brindarle una mirada de Lobo con Liebre.

Dos y van dos, o sea dos de dos, dos bolas y dos estrais, como se dice en el argot beisbolero, seguía la susodicha haciendo estragos con los jóvenes del pueblo, esos que estaban cambiando su voz de niño por hombrecitos, carne preferida por la aludida, menos mal que mi persona no estaba ya por esos contornos, me hallaba en puerto seguro.

La tercera vez que Poncho se tropezó con la figura humana, fue en un cayo de peras agrias de color amarillo, sitio llamado buenos aires, no sé el nombre, pero allí no corrían ningunos aires, ese era un lugar mágico, donde se iba a comer peras con sal.

Poncho frecuentaba ese lugar, esa noche venía con una ensarta de pescado cogido durante la tarde y parte de la prima noche, del matorral salió una puerca brava, pero lo que se dice brava, con la intención de envestir a Poncho, este tiró la carga y con el leño de mangle que traía atravesado de hombro a hombro, se arqueo hacia atrás el cuerpo y le dio a la puerca en todo el espinazo, salió torcida y en un santiamén se desapareció.

Cuando Poncho me estaba narrando este cuento, en el cementerio del pueblo, escuché un quebrar de ramas secas, ambos miramos alrededor y apareció una puerca grande, de dos colores, blanco con negro, venia hacia nosotros, pero en son de paz, pasó cerquita y detrás traía unos ocho lechoncitos de amamantar, Poncho no le perdió mirada, mi persona se subió en una bóveda de dos pisos.

Después del episodio jalamos risas, ahora que estoy en puerto seguro, y que es el día de la virgen, por lo tanto estoy protegido, me rio solo, de la puerca del cementerio.

Bueno sigo narrando, después del leñazo a la puerca en el cayo de peras agrias, no se vio a la figura por espacio de tres meses, decían que se había devuelto para su tierra, cuando apareció caminaba torcida, como si hubiera sufrido un accidente y el chasis se torció.

Nos imaginamos la rabia de esa figura humana, por no haber podido llevar a cabo su objetivo, nos suponemos que era asustar a Poncho, dejarlo mal, ante sus maestros, abuelo, tío y padre, que todos los días cuando salía a pescar o casar animales, le recomendaban repasar la lección para ese caso que le estaba sucediendo.

Ya eran las cinco y treinta de la tarde, nosotros seguíamos en el cementerio del pueblo, echando cuentos, se estaba oscureciendo, mi persona es muy miedosa desde niño, a los muertos se respetan, decía mi abuelo, alerte a Poncho sobre el peligro que corríamos metidos en el campo santo, él me dijo:

“No se preocupe, aquí es donde más estamos a salvo, nadie viene a aquí a mortificar la vida de nosotros, escuche lo último de la Zángana esa y nos vamos”.

Por último, una noche de regreso a casa en el playón abierto, me salió un ternero de año y medio, escarbaba de la rabia, votaba baba por la boca, baje la carga y con el mismo leño que le di a la puerca se lo atravesé en el lomo al ternero, que ni se inmutó, con más fuerza se abalanzó hacia mí, me arrastró, se babeo en mí, me ensucio la ropa, como pude lo agarre por los cuernos y nos fuimos a fuerza limpia, lo trabe con mis piernas, le agarre el rabo, se lo metí por el jamelgo y lo tenía dominado, cuando cantaron los gallos del pueblo y el toro me soltó y antes de desaparecer me dijo:

“Agradece el canto de los gallos, ya te tenia vencido hombrecito necio.

Poncho que se sentía victorioso respondió.

“Agradece tú, te has salvado, ya te tenia vencida”. Pájara, Boa, Puerca y Toro.”

Llegó Poncho a casa, arrastrado, babeado y con la ropa sucia, el que llega y se va presentando la figura a su casa, preguntando por Poncho, la mamá le dijo, por allí llego que lo arrastro un ternero bravo anoche que venía para la casa, ella con voz de triunfo dijo:

“Ese muchacho es un verraco, no se dejó vencer, ya lo voy a dejar quieto”.

El tío y maestro de Poncho que la escuchó le dijo:

Ahora el problema es con migo, yo si te aquieto.

En esos instantes, entre oscuro y claro,  veo caminar por el centro del cementerio a una mujer vestida de blanco, con un niño en sus brazos, tiré el sombrero vueltiao 19, con que me cubrí durante todo el día del sol que permanecí pintándole la bóveda a mis padres de crianza y arranque a correr hacia la puerta del cementerio, Poncho me llamaba, venga primo, esa es la mujer de Toño, que va haciendo el cruce hacia su casa, para no darle la vuelta al cementerio, todas las personas circulan por él.

Cierro este cuento, tocando madera, sí, el tío de Poncho terminó enredado sentimentalmente con la señora de raza Zenu, ese si sabe enlazar vacas cimarronas.


Poncho, ya es un señor metido entre los cincuenta años, sigue usando el interior al revés, teníamos cuarenta y seis años que no nos veíamos, o sea que cuando salí de mi pueblo, él, era un niño, ya la figura humana está en el más allá, este cuento no es imaginación del narrador es la pura verdad, “toquen madera”.

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