sábado, 22 de julio de 2023

 

EL PESO DE TOTUMO Y LA ROMANA
Por Francisco Cadrazco Diaz Román
Asociado a Escritores del Atlántico


En esta hermosa mañana de sábado, aprovechando que el astro rey no ha despuntado por la Sierra Nevada de Santa Marta Colombia, estampo mi firma en este cuento, que no es cuento, es una pequeña historia mental, en donde los recuerdos se asoman a mi mente me dan un tic de esos momentos en el entorno de mi hogar, en la placita de mi pueblo “La Villa”.

Para mi persona, los doce meses del año en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, los divido en dos, noviembre a abril y de mayo a octubre. En los seis primeros meses, utilizábamos la Romana para pesar bagres, pacora y bocachicos salados con sal gruesa, por kilos para despachar a Medellín en unos camiones llamados Jaulas.

En el segundo semestre, se utilizaba el peso de totuma y madera, hecho artesanalmente, por esas mentes del costumbrismo campesino, aquí en esta fase, se utilizaba el pequeño peso para la venta y compra al detal arroz, maíz, yuca, queso y ñame.

La Romana era un peso de metal grueso, la parte de abajo era como una paila, con tres colgantes en forma de cadena metálica y la porra o parte superior era para mi como un sable con rayas, cada raya era un kilo, que al equilibrar la balanza daba el peso exacto.

En cambio, que el peso de totuma llevaba media totuma abajo, tres pitas y unos cuarenta centímetros de madera, con unas rayitas que eran libras, esos pesos también eran exactos, dependiendo quien pesara, había exactos como rateros, me refiero literal a los pesos.

No voy a dar nombres porque ofendería a los difuntos ya que este cuento esta metido entre los años 1957-1969 y quien lo narra esta metido en los setenta y uno.
Tenían esas personas que pesaban en totuma una afinidad con el cuchillo y las manos, que hoy me sonrío de tan matemática osadía, para pesar  sacar cuentas, ni para preguntarle qué año escolar tenían si los que estudiaban no pasaban de quinto de primaria. Agarraban ese peso, componían las pitas de colgar y decían: Al peso o al ojo, gritaba mi persona “Al Ojo”, con el cuchillo blanco afilado en piedra traída de la serranía de san lucas, sur de Bolívar y con maestría partía ese queso, lo envolvía en papel marrón, laborado con caña de panela en el valle del cauca. Y decía en voz alta, llévenlo a pesar si quieren donde Gilma Guerrero, el peso de tienda más exacto de los pesos, vean la diferencia entre pesar y no pesar un artículo, si la persona no tenia el equilibrio del cuchillo, pesaba mal y tenia que colocar a esa pesada un pedazo más, ese eran mis ganancias porque ese pedazo no llegaba a mi hogar y pasaba por mi garganta en el trayecto de la placita.
Hablando de la romana, esta también se equilibraba para que no fuera a dar de menos o de más, perjudicándose las partes, pero esos viejos no se los brincaba un chivo guajiro, tenían el peso en el ojo. Nosotros los muchachos estudiantes de esa época, nos regia el código de la tabla madera y la tabla de sumar, restar, multiplicar y dividir. Cuchillas, sobre todo los de tercer y cuarto grado, ya los de quinto estaban entrados en quebrados y triángulos. Hijos de pescadores, la mayoría, allí entraba mi persona, la jornada de pesa era temprano, la jaula amanecía parqueada al lado de la playa bajo unas matas de uvero y el conductor debajo de la jaula acostado en una hamaca.

Lápiz en mano y un pedazo de papel de caña de panela, subían a la romana una porción de bagre y gritaban 40 kilos, anotaban en  papel 40 kilos, al final de la pesada, venían las matemáticas exactas  me preguntaban Francisco Javier usted que esta estudiando, cuantos kilos se pesaron y que valor tiene la carga, ya ellos los mayores sabían el peso y la cantidad en dinero, libreta vieja y un lápiz, había que cantar esa pesa total y el valor en moneda colombiana. Tanto, si el valor coincidía con el pensamiento de sus prodigiosas mentes, se sonreían y decían, esta aprendiendo el muchacho. Y ya para cerrar, las cuentas aparecían cuando a los trabajadores se les iba a pagar, hay tanto en dinero, la parte de la ranchera o cocinera del chinchorro por ejemplo era doble, como también la del dueño de la empresa, los hombres ganaban una parte y los jóvenes como mi perdona, media parte. Ya ellos sabían cuanto ganaba cada uno y esperaban que nosotros los jóvenes niños sacáramos la cuenta escrita. Que Admiración, que mente prodigiosa de esos guerreros de mi hermoso pueblo, nos dieron un ejemplo de honradez, valentía y compañerismo.

Me voy con esa frase de mi Profesor Gustavo Benjumea, el hombre del cinturón de cuero y la regla de madera, para imponer justicia educativa. “El que cogió, cogió”.


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