sábado, 9 de octubre de 2021

INDALECIO DÍAZ BARROS UN PERSONAJE GUAJIRO

 

INDALECIO DÍAZ BARROS UN PERSONAJE GUAJIRO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano

 

Me contaba Indalecio que nació en Fonseca, Guajira un 23 de abril de 1950, hijo de Madeleine Díaz, padre desconocido, según su mamá, durante sus primeros años de vida correteó gallinas y pavos, cuidaba el rebaño de chivos en la finca de sus abuelos en la vía de Fonseca a Lagunita de la Sierra, hasta allí todo iba bien con el muchacho que ya entraba a sus diez años, por la lejanía de un aula de clases Indalecio fue reacio a estudiar, quienes lo conocían sabían que con un esfuerzo él despegaría.

 Un día se presentó a la finca un señor preguntando por Manuel Vicente, el abuelo de Indalecio, estos se saludaron de abrazos y se llamaban primos hermanos y allá en la Guajira si son primos, son hermanos. Después de una larga conversación, la cual como niño no debía escuchar, (porque las palabras de los mayores no le incumben a los niños y jóvenes), después de un tinto y un almuerzo, el primo pasó a mi lado y se quedó mirándome fijamente, acto seguido me colocó la mano en la cabeza e hizo  el molinete en mi cabello produciéndome dolor, solo trate de agacharme para apartar la mano de mí.

De inmediato supe que ese primo era malo, malvado y cruel. Acto seguido le dijo a mi abuelo Mano Mañe:

-  ¿De quien es este niño?,

Contestó mi abuelo:

- Ese es de mi hija Madeleine, ellos viven aquí con nosotros, ya el encierra y ordeña las chivas, le echa maíz a las gallinas cocadas y pavos.

-Llegó la mala para mi persona, - dijo - vee mano Mañe ¿tú porque me hacéis un favor de darme ese niño para su crianza?, vee yo te lo pongo al colegio y te lo trato como si fuera mi hijo, ya los míos están  grandes y este muchachito me sirve en casa.

Hablaron con mi madre, que desde lejos estaba llorando y después de una hora de deliberar mi futuro, dieron el aval, cogieron una bolsa de papel o bolsa de manila y me empacaron los tres pantalones cortos,  cinco camisas sin botones y adiós te dije Luz, porque “Luz de Piedras”, se llamaba la finca tradicional de los Díaz. 12 horas en carretera destapada con tres transbordos y al fin llegamos a un pueblo de casas de zinc  viejas y calles de arenas, la casa era grande y en el patio había otra casa de palma, allí en su interior habían sobre una vara cinco sillas de caballos  tres de burros, el olor de ese cuarto era a caballo sofocado, me trajeron una hamaca con dos cáñamos y dijeron- guíndala de horcón a horcón-, me dije ¿Qué será horcón?- y dure media noche buscando el horcón en ese sitio sin luz porque no colocaban mechón como en la finca de mí abuelo, la terminología de esa región no coincidía con la mía, a las malas me fui adaptando, la escuela no fue, solo pasaba por su puerta y veía a los jóvenes estudiando, jarreaba el ganado, ordeñaba vacas, traía agua de un pozo calicanto, comía en el patio y me vestían con ropa vieja ancha y talla grande de los hijos del primo.

Un día pasé por el colegio y el maestro me capeó, me dijo- oiga joven ¿por qué usted no está estudiando, de donde es usted y donde vive?,- le conté que no me pusieron al colegio, que era de La Guajira y que vivía donde los Monterrosa, me trajo un cuaderno de cien hojas, un lápiz y me explicó que me había colocado unas tareas, que las realizara y regresara al día siguiente, ya en mi finca mi mamá me enseñó el abecedario y unos números, escondí el cuaderno y el lápiz y en mi cuarto de sillas, de inmediato  en menos de quince minutos realice las tareas y antes que terminara la clase del día regrese a la puerta del salón y le entregué el cuaderno al profesor.

Viendo el maestro mi interés en asistir al colegio habló con el señor Monterrosa, quien con su cabeza y su boca dijo NO, ese joven yo lo traje para que ayudara en los quehaceres de esta casa. El docente y mi persona no nos dimos por vencidos, se aliaron a la labor unos alumnos aventajados entre ellos “El Cubita”  y  continuamos las clases a escondidas, fueron cinco años metidos en letras números, historia, geografía, religión, geometría, ciencias y todo lo que se daba en primaria en ese tiempo.

Ya pasado de los veinte años de edad, decidí indagar por mi familia, era difícil volver, pero por los consejos de mis amigos y personas que me estimaban, una noche de luna clara, lo pensé, repasé,  ensayé  la partida en busca de mi familia, en horas de la noche traspuse mi saco de fique con mis pocas pertenencias, había juntado unos pesos con el jarreo de agua y su venta a los vecinos, unos cocos que alcanzaba al partir  y un vecino a quien le ayudaba en su tienda, bien temprano antes que el gallo de las cuatro sonara su bocina, ya estaba en la carretera empolvada esperando la guagua, saqué mano y me embarqué, el conductor que me conocía me preguntó que para donde iba y jocosamente le dije: -para donde me lleve la brisa-, me contestó:  entonces vas muy lejos porque está brisando duro.

Dejé atrás ese pueblo, el cual aprendí a querer, a su gente, mis amigos de jugar bolita de uñita, trompo baqueao y los baños en sus posas y a un hombre que me tendió la mano en el estudio, días antes de mi partida me entregó un certificado de la Escuela Primaria en donde constaba que Indalecio Díaz Barros, había aprobado con honores el quinto de primaria, con sus respectivas firmas. Una chiva transportes Sotracor que venía de Montería hasta Sincelejo, de allí un bus de Cosita Linda hasta Valledupar  al día siguiente otra chiva de palo Cosita Linda que iba de Valledupar a Maicao y me baje en Fonseca. Como buen guajiro observé el panorama, miré caras y todas eran desconocidas, llegué a una tienda, saludé a la señora, pedí una Cola Román y un pan de cacho, la señora me miraba de reojos, hasta que no se aguantó y me lanzó la pregunta:

-Tú no eres de por aquí, muchacho, vienes a recoger mariguana en la finca de Madeleine Díaz o a la finca de los Monterrosa-, esas frases para mi me calaron en el alma, demoré unos dos minutos en responderle a la señora que me miraba mi maleta de acordeón comprada en Barranquilla al lado del transporte en Paseo de Bolívar.

-Sí, señora,- le contesté-, usted me podría indicar ¿en dónde queda esa finca?-, alzó la cortina que daba al fondo de la casa y dijo:
- Oh, Miguelito saca el Jeep y lleva a este muchacho donde Madeleine y dile que va de parte mía para que me apunte ese cliente.

Pagué,  le di las gracias y salimos en el jeep, Miguelito un señor cincuentón me iba sacando las tripas, pero no me dejé, pensando en mi mamá sembrando Marihuana, a sabiendas que ese era el boom de la costa y en especial de  la Guajira.

Ni idea, mi madre de que mi persona era su hijo, me contrató para atender el cultivo, todo estaba distinto, ya mi madre con su cabellera canosa, hecha una Coronela, dándole ordenes al capataz de la finca, carros vienen, carros van, bultos y bultos encarrados en un galpón de palma, dormí esa noche plácidamente en otra casa grande al lado de los trabajadores, pero esta  no tenía olor a caballo sudado, hice mis investigaciones  y concluí que mi abuelo le dejo el terreno a mi madre y que ella multiplico las ganancias comprando  más terrenos y hoy por hoy era una señora hacienda, a la mañana siguiente los trabajadores se alistaron desayunaron y partieron a sus labores, mi persona seguía durmiendo, esa era la sorpresa para mi progenitora, de una el capataz fue y le comentó a la señora que el nuevo trabajador no se había querido levantar y que quería hablar con usted. Ella manifestó que será que amaneció enfermo ese pobre joven que quien sabe de dónde vino, ayer no pude hablar con él.

Se dirigió al rancho en donde estaba durmiendo me sarandeo la hamaca y tiernamente me dijo:

- Joven ¿qué te sucede, estás enfermo?-, la miré tiernamente y le dije:

- Sí, señora, estoy enfermo de amor de madre. Se llevó las manos a su boca y exclamó:

-¡Indalecio!, hijo, que broma me has jugado-, me bajé de la hamaca y nos abrazamos largamente, volvieron a brotar sus lágrimas, pero esta vez de amor.

Días suficientes para contarnos las odiseas que pasamos ambos, hasta llegar al  punto de tiempo y hora de emprender una carrera que me llevaría a la recompensa de esos años perdidos por culpa del destino y nada más. Después de organizarle la finca a mi madre, recoger cosecha y cambiar de actividad, dejé a mi madre bien atendida y visité a un tío en Barranquilla, a quien puse al día de lo sucedido con los Monterrosa unos primos que no me trataron nada bien.

 Al lado de mi tío, un poderoso del cultivo y exportador del mismo, con una mansión al frente del Batallón y por orden de él  inicie mi bachillerato, luego fui a la Universidad en donde me hice Profesional en Administración de Empresas y me palanquearon un puestazo en la Gobernación, luego pasé a la Alcaldía. Un buen día me aborda un Policía y me dice:

- Disculpe doctor, ¿usted es  “El Chamo”?-,  se me revolvió el pasado de ese pueblo de las sabanas de Córdoba. Pensé adivinar, pero no fue posible, le dije:

- ¿Tú me conoces?.

-Estoy tratando de hacerlo- contestó el policía-, solo que deseo que me contestes a mis preguntas, escuché un sí, en Re menor, para animarlo le dije:

- Chamo, soy El Cubita, nosotros somos buenos amigos-, contestó jocosamente como era su característica.

-Ah, piensas que te voy a devolver las bolitas de cristal todas quiñadas que te gané.

Se abrazaron los dos amigos de juventud y a diario charlaban de sus travesuras en el pueblo del polvorín de arena.

Para terminar esta charla con Indalecio o El Chamo, quien se pensionó con el Distrito de Barranquilla, como funcionario de unas de las áreas de la Administración, concluyó mi entrevista.

Como siempre mi persona a través de mis escritos, mi mente dicta y mi persona copia al pie de la letra, anoche a las tres de la mañana, se vino a mi mente una conversación con mi Bisabuelo Manuel Vicente Díaz Vanegas  (Bisa), como lo llamaba en vida, es normal soñar con esos personajes de mi vida, por la cercanía con ellos, precisamente anoche me decía, con su voz pausada y aguajirada:

- Ve, mijo, tú no te llamas Francisco Javier, tú te llamáis Indalecio, Indalecio Díaz Barros, tu naciste en Fonseca.

Le contesté:

-Aja, Bisa y ¿de dónde sacó eso?,

Me contestó:

 -Ve, mijo, tu pegáis es para allá, busca tus raíces.

 Tengo pendiente visitar esa región y confundirme, mimetizarme con esos seres hermosos parecidos a mi persona, por algo lo decía mi Bisa: Yo, mi nieto, tengo sangre guajira, Al despertar  y hacer memoria se me vino a la mente a ese joven monito, dientes separados, cabellos ensortijados monos, de contextura  gruesa y de carácter fuerte, que un día se desapareció de mi pueblo, tiempos después me lo encontré en Barranquilla ocupando uno de las Secretarías de la Gobernación y la Alcaldía de Barranquilla. Parece una historia ficticia, pero es verdad, es verdad.



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