EL HOMBRECITO DE LA RULA,
CACHA DE NÁCAR COLOR ROJO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
A comienzos
del siglo pasado, la época en que el hermano país de Venezuela era el
invernadero de los Colombianos, en especial de los habitantes de la Costa
Caribe, que con pellón al hombro, una hamaca con dos cáñamos y una rula Colín ,
corneta o barrilito más afilada que los discursos de Gaitán, cogían carretera
en busca del sustento familiar, a ordeñar, tumbar montañas, sembrar cereales,
subían por la serranía del Perijá, vía Codazzi Cesar y salían a Machaque
Venezuela, expuesto a que los Indígenas caníbales en esa época remota, se los
devoraran en el camino, que a cada kilómetro izaban una cabeza de humano.
Partieron
de cinco esquinas en el viejo Valledupar veinte hombres reunidos en ese sitio
famoso, armados de valor, atravesaron la serranía y fueron a
dar a una matera (Finca), en el otro país, Colombianos buenos en el trabajo,
con fama reconocida por los propietarios de las materas, organizados con un
capataz que daba las órdenes.
A
mitad de camino vieron a un hombre diminutos a orillas del camino, cada hombre
sacó su rula dispuesto a darle la batalla a los indígenas caníbales, llevaba un
pellón y envuelto en trapos una rula que solo se le veía la cacha de nácar
color rojo, hablaron con el largo y tendido y se integró al grupo, ya cayendo
la tarde tenían que pernotar, descansar, además buscar alimentos, de una como
buen costeño bautizaron al hombrecito con
el remoquete de cacha roja, él voluntariamente se ofreció para conseguir los
alimentos, se internó a la montaña y en menos de quince minutos traía al hombro
en un saco carne fresca, dos matas de yuca y unas hojas de plátano verdecitas,
organizaron la fogata y en media hora estaban cenando. De los veinte hombres
solo habían diez y nueve, el otro decían que se devolvió.
Todos
sus compañeros se quedaron atónitos al ver y notar las cualidades de cacha roja,
sin comentario se recogieron al lado de la fogata, cacha roja no durmió, se
pasó toda la noche dándole vueltas a una leontina de plata que le colgaba del
ojal del pantalón blanco. Bien temprano se desapareció del grupo internándose
en la espesa montaña que divide a los dos países, diez kilómetros adelante se
apareció con un envuelto en hojas de bijao, carne fresca y yuca cosida para
todos sus compañeros, con su permanente sonrisa mostrando su diente canino
arropado con casquete de oro. Pero ya otro de sus compañeros no estaba en el
grupo, desapareció.
Hicieron
contrato para tumbar veinte hectáreas de montaña espesa, desahuciada por otros
colombianos en días anteriores, el capataz lo llamo y le consultó si se le
metían a tan arduo trabajo, con su cabeza dio a comprender que sí, los dotaron
de hachas, cantimploras con agua, tres panelas cada uno y estaquearon las fronteras
a cada trabajador.
Con
el guapirreo característico de los campesinos costeños tumba montañas, los diecinueve hombres comenzaron su faena, montaña, bejucos, enredadera iban cayendo como
naipes, culebras hechas picadillos, notaron que el hombrecito de la rula cacha
roja estaba sentado debajo de un árbol de ubita, echándose fresco con su
sombrero, pero su rula se escuchaba cortante, tumbando el monte a corte bajito.
Lo
especial de esto es que sólo una persona notaba que el hombrecito estaba
sentado, cuando se terminó la jornada, Felipe se le acercó y le hizo la
pregunta del porque la rula roja trabajaba sola, en confianza le dijo el
hombrecito, vea compadre ella no va sola, van unos hombrecitos tirando machete,
usted no se da cuenta la comida que necesito a diario.
Al
día siguiente le manifestó al capataz la decisión de no trabajar porque la
tarea la había sacado en la noche, que se dedicaría a buscar los alimentos
diarios y servirles la mesa, decisión que compartió el capataz, esa vez uno de
los trabajadores se desapareció en la noche, el comentario entre ellos es que
se devolvió para Colombia, también se desapareció del grupo el hombrecito, pero
notaron que la rula cacha roja hacia su labor a la distancia, es más tumbaba árboles
en segundos, terminando la obra quince días antes de lo pactado en el contrato.
Reclamaron
al dueño de la matera el pago, que con evasivas pretendía no pagar, fue cuando
el hombrecito de la rula cacha roja, sacó la casta, cogió al patrón por el
cuello de la camisa, lo levantó treinta centímetros del suelo y sus secuaces que cargaba en los músculos lo levantaron a cachetadas, al punto que vociferó
que les iba a pagar el doble de dinero del pactado y así se cumplió, repartieron
el dinero, el hombrecito dijo que hasta aquí los acompañaba y se esfumó delante
la mirada atónita de todos los trabajadores, que comentaron la verraquera del
hombrecito de la rula cacha de nácar color rojo, de raza indígena.
Al día siguiente del pago desapareció otro de los trabajadores, lo buscaron por todos los lados de la matera, hasta que uno de ellos a la distancia vieron dos cabeza de humanos izadas sobre una vara a tres metros de altura en la montaña que habían tumbado, allí fue que se dieron cuenta que la comida que traía el hombrecito era humana, de sus compañeros desaparecidos.
De
regreso para Colombia los dieciséis hombres restantes vieron en la orilla del camino estaban izadas las dos cabezas de
los compañeros que supuesta mente se devolvieron, esa era la realidad y las
vicisitudes que tenían que pasar nuestros compatriotas que se aventuraban a
subir la serranía del Perijá por Codazzi Cesar Colombia. Por eso es que me
atrevo a afirmar que en este mundo, no hay hombres y hombrecitos, solo Hombres.
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