sábado, 13 de abril de 2019

EL HIJO DE UN JEQUE







1. Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano

EL HIJO DE UN JEQUE

A mi hermoso pueblo, todos los días en época de verano, llegaban  personas ofreciendo mercancías varias, a ellos les llamaban cacharreros, recorrían las calles y de casa en casa iban ofreciendo sus productos, así llegaron muchas familias a habitar este territorio. Y en él se quedaron.

Un día bien asoleado se presentó un turco con dos docenas de telas, en el hombro derecho traía los cortes para hacer pantalones para hombres, y en el hombro izquierdo traía los cortes para confeccionar vestidos para damas.

Ya en la tarde, pregunto dónde podía alojarse para descansar después de haber caminado todo el pueblo vendiendo sus cortes de tela fina, dispuesto a seguir su rutina al día siguiente.

Era el turco, un hombre de unos 27 años, con facciones finas, delgado y de buena estatura, bien educado, que llegó tocando la aldaba redonda de la majestuosa puerta de madera en casa de la niña Manuelita, sitio acogedor y familiar de alquiler y residencia a las personas que llegaban al pueblo, llamados forasteros.

Por su acento al hablar se sabía que no era colombiano,  menos costeño, porque nosotros los sabaneros de Bolívar, Córdoba y Sucre,  nos ahorramos el silbido de la S.

A los pocos días de estar alojado en casa de la niña Manuelita, le propuso que le vendiera una Máquina de Coser, de marca Singer, que se encontraba en exhibición o adorno en la sala de la casa, esa máquina contaba con unos doscientos años, con ella se ganaban el sustento la abuela, la mamá y la niña manuelita, tres generaciones.

ADEL, el turco la convenció y  dio por la máquina,  en ese tiempo setenta centavos, sacó de una maleta vieja que cargaba un Aceite de Maquina, le hizo un mantenimiento preventivo y la dejó al pelo.

Muy pronto Adel, monto una Sastrería y la clientela fluyó, tanto que al año tenia montado un Almacén de telas y confecciones para caballeros y damas.

A los dos años, le compró la casa a la niña Manuelita y abrió un comisariato, tan de buenas el turco que para esa época llegó  el INDERENA a forestar los playones del pueblo y el comercio se intensificó.

A los tres años de haber aparecido en el pueblo el turco Adel, era el Alcalde Municipal, y le llamaban el doctor Adel., todos los políticos le consultaban y obedecían a sus exigencias.

Por motivos de salud, salió para Cartagena don Pacho, uno de los hombres más respetado, e intelectual que tenía ese pueblo. En espera de ser atendido por el médico, don pacho compró el periódico de la capital de Bolívar, en la primera página y a dibujo resaltado aparecía una foto y un letrero “Se busca”.

Don Pacho miró la foto detenidamente, una, dos y tres veces y coincidía con la cara del Alcalde, Adel, el hombre que llegó a ese pueblo apartado de la civilización, vendiendo cortes finos.

Guardó don pacho su periódico y también guardó silencio para no espantar al pájaro que estaba a punto de caer en la trampa.

ABAN ADEL HERSEN VAN,  un muchacho vivo y caprichoso, a quien su fecha de boda con la princesa Marleyn, había llegado, está desaparecido, por su señal de vida, damos cinco mil libras de esterlina.

La incógnita era, que había hecho Adel en su tierra y porque se desapareció, intrigado  don pacho,  llego al pueblo, con su periódico debajo del brazo y consulto a su esposa, preguntó por  el Alcalde y sin pensarlo dos veces decidió enfrentarlo y saber en realidad quien era.

Adel, al verse descubierto, le confesó a don pacho, quien era y porque se desapareció:

Mi padre es un Jeque, de temperamento posesivo y ordenes cumplidas, nunca tuve en mente casarme tan temprano y menos con esa dama, para mí era prioritario conocer el mundo, su gente, sus bellos paisajes, gozar la vida, mi Dios me puso todo en mis manos para ayudar a mis semejantes y vivir en un sitio hermoso,  en compañía de una mujer que me sea agradable.

Ese día se desapareció antes de casarse y más nunca sus padres un prestigioso Jeque y una bella Dama de la realeza, supieron de él.

Le voy a recompensar con las cinco mil libras de esterlina y hablaré con mi pueblo diciéndole la verdad, a cambio de no delatarme y deportarme para mi país de origen, de aquí no me iré nunca.

Agradecido con ese pueblo que lo acogió y que en vuelta de tres año de haber llegado ya era su Alcalde, los reunió y les manifestó quien era, que a cambio él trasformaría al pueblo y lo dejaría como una tacita de plata, con carreteras, hospital, colegios, calles pavimentadas, acueducto y alcantarillado, gas natural, energía eficiente y un buen comercio ofreció  Aban Adel Hersen Van, un poquito antes de que mi esposa entrara a mi habitación con un buen pocillo de tinto, el primero del día y me despertara de ese hermoso sueño.

“Soñar, no cuesta nada”.





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