EL HUESO DEL LOMO DEL TORO NEGRO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe
En la finca Palo Negro, había
en sus potreros un toro de color negro azabache, viejo, lo tenían de Padrón, o
sea para reproducción de la especie, pero con el tiempo el toro se engordó y ya
no cumplía su tarea.
El dueño de la finca lo mandó
a sacrificar y a repartir su carne entre todos los mozos de la finca y sus
vecinos de alderredor. Eso sí pidió el cuero para mandar a forrar cien
taburetes, cincuenta tambores de cumbia, veinte bombos, diez redoblantes y
cinco aperos de sillas para caballos, vea compadre ese toro era grande.
Con el hueso del lomo del
animal que media cinco metros, desde la tabla del pescuezo hasta el musengue
del rabo, lo salaron y colocaron al sol por un mes, cuando ese lomo estuvo
seco, que ya las moscas no lo determinaban, lo enrollaron como culebra boa y lo
guardaron en la alacena donde depositaban las quinientas arrobas de queso que producía
la finca, mensual.
Los campesinos de la región,
sabían de la existencia del hueso del lomo del toro, la primera estrenada fue
en una sopa que se hizo en la finca para alimentar a cien trabajadores que
contrataron para tumbar una montaña.
Ese día la negra Adelma y sus
doce hijas, más el capataz de la finca y sus mozos, se pusieron en acción bien
temprano, unos arrancaban treinta matas de yuca y veinte gajos de cuatro filos,
otros cortaron dos burros de leña, los otros fueron a la ciénaga a jarrear
agua, y los últimos se fueron para la Villa a comparar los condimentos para el
gran sancocho de hueso de rabo del toro negro.
A las diez de la mañana ya
estaban los tres bindes colocados en triangulo, con las tres entradas de leña
por sus lados y arriba de ellos una olla de barro rojo, boca ancha, con sus respectivos
cucharones de palo y la paleta de madera para menear la olla.
Construyeron un andamio
alrededor de la olla con una escalera de madera para llegar al borde e
introducir el hueso, que hirvió y espumeó por espacio de cinco horas, al cabo
del cual sacaron el hueso del lomo del toro negro y lo colgaron en una vara de
tierra santa a mitad del sol para que nuevamente se secara.
A las doce del mediodía, una
voz fuerte gritó:
Golpeeee de mano, golpeeeee de
mano, ese grito en el argot campesino, ganadero y en la pesca significa: A
comer, a comer.
Todos los trabajadores tiraron
sus rulas y hachas, de desmontar y acudieron a almorzar.
Habían servido el almuerzo en
una mesa de tabla de camajón seco, y unas bancas de listones de guarumo, de
aproximadamente diez metro de longitud lineal, sobre la mesa unas hojas de
plátano verde, cien totumas de calabazo, las treinta matas de yuca, una loma de
arroz subido y sus respectivas cucharas de palo. Cinco frascos con suero preparados con ají picante, cebolla y ajo morado.
La carne, brilló por su
ausencia debido a que el hueso lo sacaron de la olla y nuevamente se estaba
secando al sol, para prestarlo a los
vecinos que le fueran hacer sancocho a los mozos para tumbar montañas.
Para no alargarles este
cuento, el hueso del toro negro, fue tan famoso que en toda la región caribe lo
solicitaban para hacer sancochos, duró más de cinco años, entrando y saliendo
de la olla, de un lugar a otro, su estructura se desgastó y hoy reposa en el
museo de los recuerdos de mi hermoso pueblo, “La Villa de San Benito Abad Sucre
Colombia”.
Acompañado de un ciento de
tabaco negro ovejero, un puño de arroz subido, una yuca mona blanca, un bagre
pintao de metro y medio, un sábalo escama de plata, cinco moncholos de rio, una
docena de cazabes, un pavo, una gallina criolla pescuezo pelao, un porro
palitiao y tapao, tocado por la banda de música sabanera vieja de la Villa, en
una rueda de fandango en la placita y, un cuento bien jalao ¡carajo!.
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