sábado, 10 de diciembre de 2016

EL HUESO DEL LOMO DEL TORO NEGRO

EL HUESO DEL LOMO DEL TORO NEGRO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe

En la finca Palo Negro, había en sus potreros un toro de color negro azabache, viejo, lo tenían de Padrón, o sea para reproducción de la especie, pero con el tiempo el toro se engordó y ya no cumplía su tarea.

El dueño de la finca lo mandó a sacrificar y a repartir su carne entre todos los mozos de la finca y sus vecinos de alderredor. Eso sí pidió el cuero para mandar a forrar cien taburetes, cincuenta tambores de cumbia, veinte bombos, diez redoblantes y cinco aperos de sillas para caballos, vea compadre ese toro era grande.

Con el hueso del lomo del animal que media cinco metros, desde la tabla del pescuezo hasta el musengue del rabo, lo salaron y colocaron al sol por un mes, cuando ese lomo estuvo seco, que ya las moscas no lo determinaban, lo enrollaron como culebra boa y lo guardaron en la alacena donde depositaban las quinientas arrobas de queso que producía la finca, mensual.

Los campesinos de la región, sabían de la existencia del hueso del lomo del toro, la primera estrenada fue en una sopa que se hizo en la finca para alimentar a cien trabajadores que contrataron para tumbar una montaña.

Ese día la negra Adelma y sus doce hijas, más el capataz de la finca y sus mozos, se pusieron en acción bien temprano, unos arrancaban treinta matas de yuca y veinte gajos de cuatro filos, otros cortaron dos burros de leña, los otros fueron a la ciénaga a jarrear agua, y los últimos se fueron para la Villa a comparar los condimentos para el gran sancocho de hueso de rabo del toro negro.

A las diez de la mañana ya estaban los tres bindes colocados en triangulo, con las tres entradas de leña por sus lados y arriba de ellos una olla de barro rojo, boca ancha, con sus respectivos cucharones de palo y la paleta de madera para menear la olla.

Construyeron un andamio alrededor de la olla con una escalera de madera para llegar al borde e introducir el hueso, que hirvió y espumeó por espacio de cinco horas, al cabo del cual sacaron el hueso del lomo del toro negro y lo colgaron en una vara de tierra santa a mitad del sol para que nuevamente se secara.

A las doce del mediodía, una voz fuerte gritó:

Golpeeee de mano, golpeeeee de mano, ese grito en el argot campesino, ganadero y en la pesca significa: A comer, a comer.

Todos los trabajadores tiraron sus rulas y hachas, de desmontar y acudieron a almorzar.

Habían servido el almuerzo en una mesa de tabla de camajón seco, y unas bancas de listones de guarumo, de aproximadamente diez metro de longitud lineal, sobre la mesa unas hojas de plátano verde, cien totumas de calabazo, las treinta matas de yuca, una loma de arroz subido y sus respectivas cucharas de palo. Cinco frascos  con suero preparados  con ají picante, cebolla y ajo morado.

La carne, brilló por su ausencia debido a que el hueso lo sacaron de la olla y nuevamente se estaba secando al sol,  para prestarlo a los vecinos que le fueran hacer sancocho a los mozos para tumbar montañas.

Para no alargarles este cuento, el hueso del toro negro, fue tan famoso que en toda la región caribe lo solicitaban para hacer sancochos, duró más de cinco años, entrando y saliendo de la olla, de un lugar a otro, su estructura se desgastó y hoy reposa en el museo de los recuerdos de mi hermoso pueblo, “La Villa de San Benito Abad Sucre Colombia”.

Acompañado de un ciento de tabaco negro ovejero, un puño de arroz subido, una yuca mona blanca, un bagre pintao de metro y medio, un sábalo escama de plata, cinco moncholos de rio, una docena de cazabes, un pavo, una gallina criolla pescuezo pelao, un porro palitiao y tapao, tocado por la banda de música sabanera vieja de la Villa, en una rueda de fandango en la placita y, un cuento bien jalao ¡carajo!.



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