LOS DURMIENTES DEL FERROCARRIL, DON JUSTO Y DON PERFECTO
CABALLERO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano Región Caribe
En la Segunda mitad del siglo
pasado, casi todos los sabaneros, bajeros del Magdalena, Sinú y del San Jorge,
tan pronto se acababa la pesca, alistaban su maletín, afilaban la rula y se
disponían a partir para las distintas partes donde había trabajo, lugares como
Venezuela, Codazzi Cesar, San Diego, El
Copey, Los Braciles, Becerril, Fundación y toda esa región algodonera y
Bananera.
Nataniel un hombre moreno,
bajito, con vises de atleta de tanto jalar chinchorro, tumbar montañas a hacha
y machete, era el jefe, el contrataba y su cuadrilla de diez hombres ejecutaban
a la perfección cualquier trabajo que se les presentaba.
Salían juntos del pueblo y
juntos regresaban, no se quedaba nadie, la plata ganada se la repartían por
igual y lo que era con uno, también era con el otro, el que intentaba salirse
de las consignas establecidas, se enfrentaban a la manopla humana del Jefe Nataniel.
Cuando llegaba el mes de octubre, se miraban los unos con los otros y cuando el
primero empacaba sus corotos, todos lo hacían, ya el jefe había hablado con el
blanco para que los liquidara.
Don Carlos Restrepo
Contratista del Ferrocarril del Magdalena, para hacer la carrilera del tren, se
encargaba de cortar y colocar los Durmientes de madera por donde transitarían
los vagones, todo el semestre de Mayo a octubre la cuadrilla de Nataniel
trabajando, jarreando y colocando durmientes, trozos de madera fina que
soportarían un riel de hierro y el peso del tren.
El día de la liquidación ya cada uno de los trabajadores sabia cuanto de dinero recibirían en pago, llega don Carlos y le entrega un cheque a cada uno por el valor ajustado y con aquella tranquilidad les dice: Bueno muchachos gracias por su trabajo, los espero el año que viene, aquí tienen su paga para que lleguen al Almacén Pintoso en Fundación y lo hagan efectivo, Nataniel le contesta, Blanco y si lo cambiamos en el Banco, don Carlos le dice, no mijito como vas a ir tan lejos a cambiar esos cheques, cuanto se van a gastar en pasajes de aquí al Banco Magdalena.
Ya así las cosas no pintaban
bien, pero sin embargo fueron al almacén el pintoso y tuvieron obligados a
comprar una docena de camisas, tres pantalones mínimos y un par de abarcas
Sabaneras para cambiar los cheques, sabe quién los atendió, Don Carlos Restrepo
el Contratista de los Durmientes del Ferrocarril, era el dueño del almacén,
además los cheque estaban posfechados para hacerlos efectivos los diez primeros
días del siguiente año.
Don Justo y Don Perfecto
Caballero, hombres de la ganadería y la siembra de algodón en la región del
Magdalena, tenían un contrato de suministros para sus haciendas con el Almacén
Valla y Venga, su propietario un señor de apellido Pitre de la alta guajira,
buenas personas los dos Caballeros y don Pitre como lo llamaban, el encargado
de despachar y recoger el valor de las facturas era Juan Pabón, un hombre de
armas tomar, malgeniado y pleitisco.
Lo mandó el jefe a la finca de
los Caballeros con tres facturas que sumaban un dineral, producto de
suministros entregados hacían tres meses, hay un dicho mal dicho que dice, si
no me cobras no te pago, eso les paso a los algodoneros por sus múltiples
quehaceres, llegó Juan a cobrar las facturas donde don Perfecto y don Justo Caballero, le
dijeron a Juancho que ellos pasaban el fin de semana por el almacén y que con
mucho gusto cancelarían las facturas, que le saludaran a Don Pitre.
Cosa que no
le gustó a Juancho Pabón, porque si le pagaban a él, se ganaba el 10% del valor
de las facturas y al verse sin ese dinero se le vino la sangre a la cabeza y
con un tono airado vociferó, quebáaa, ustedes, ni son Justos, ni son Perfectos,
menos Caballeros, montó en su caballo alazán y se fue rabiando.
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