sábado, 30 de mayo de 2015

LA CARRETILLA DE HIPOLITO

LA CARRETILLA DE HIPOLITO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano, Región Caribe.


Un mal día, que Hipólito amaneció con el primer apellido revuelto y el segundo pidiendo carretera, la rueda de la Carretilla en donde vendía productos comestibles por las calles, se le salió y toda la mercancía fue a dar falda abajo de la calle empinada.

Nadie conocía al diminuto hombre, de uno con cincuenta de estatura, sombrero vueltiao en fase de darle de baja, nariz achatada, cara cubierta y atravesada por las arrugas de la vida y una machetilla a la cintura amarrada con una faja artesanal Morroana.

Todos sus clientes salieron a la calle a ver que le pasaba al hombrecito, pero no era de extrañarse porque siempre vivía con una botella de ron Candela entre pecho y espalda y hablaba con la lengua pegada al frenillo de la boca, a veces dormía dentro de la carretilla en mitad de la calle y un perro lo cuidaba.

“Maldeciosea porque no baja dios para picarlo con esta rula y echárselo a los cerdos de mi casa, como es posible que sean las once de la mañana y no he vendido un centavo de mercancías, que es lo que pasa, las patronas se van para la calle y dejan a las muchachas del servicio sin plata para comprar la comida”.

Los tomates, la cebolla, el ajo, el ají, habichuela, la berenjena, la ahuyama, la yuca y los plátanos, los tomates, las naranjas dulces y agrias regadas calle abajo, daba tristeza ver al hombrecito impotente, ante el reguero de sus producto, sustento de su hogar, compuesto por una hamaca, dos cáñamos, unos harapos viejos y un perro que lo acompañaba a donde quiera que fuera.

Ese día bien temprano, antes de que Hipólito salir a comprar los productos de la venta al mercado, la señora Teófila, lo mandó a desocupar por irresponsabilidad en el no pago del canon de arriendo de la pieza que tenía en alquiler, se fueron a palabras y se le dañó el día al hombrecito, así lo llamaban por su estatura.

Y seguía Hipólito vociferando palabras de alto calibre, situación que no era común en él, se portaba muy amable con su amplia clientela, todos salieron a ayudar al hombrecito a recoger todos los productos que yacían inertes en toda la calle y arreglarle su Carretilla.
La brigada del barrio, le compraron toda la mercancía que vendía y nuevamente Hipólito el hombrecito, peló su sonrisa y dejó entrever un diente completamente de oro, en su dentadura marrón oscuro de la nicotina del tabaco negro Ovejero.

Ya en horas de la tarde, cuando el astro rey, recoge sus alas, vieron al hombrecito, empinando el codo en la tienda de los bloques, repartiendo plata a todas las muchachas del servicio, la carretilla parqueada y el perro al lado cuidándolo.

Fue la última vez que vieron al hombrecito, no amaneció, las señoras de las casa del barrio se inquietaron y mandaron al cura decir una misa por el alma del hombrecito, esa noche de su desaparición calló un fuerte aguacero con ráfagas de vientos y centellas.

Dicen que el arroyo se creció y se lo llevo con carretilla y perro, que el hombrecito iba timoneando la carretilla arroyo abajo, las autoridades se alertaron y buscaron hasta la desembocadura del arroyo entre Santiago Apóstol y  San Benito Abad y no encontraron rastros o indicios que dieran con la vida del hombrecito, otros curiosos decían que por estar peleando con el altísimo, se lo llevó el huracán.

Pasaron muchos años desde ese insuceso con un hombre trabajador, un día cualquiera se presentó el hombrecito al barrio, traía a una señora de casi dos metros de estatura y al lado de ella, nueve hijos varones a altura de su padre.

Los habitantes del barrio se aglomeraron y el hombrecito contó la historia de la Carretilla a todos los presentes. Él llegó a su posada temprano antes de lluvia, le pagó el arriendo a la señora Teófila, quedó a paz y salvo, se acostó y le pidió perdón a Dios por sus gruesas palabras.

La carretilla que estaba escuchando todo, le habló, “Hipo, si tú quieres, yo me voy contigo esta noche, no más es que tú te decidas y hacemos una vida nueva en otro lado”, Hipólito que estaba en tres quince, le sonó la propuesta, pero sin embargo le contestó a la carretilla.

“Pero si tú eres una simple carretilla, yo necesito es una mujer a mi lado”, nuevamente la Carretilla le habló, “si soy una carretilla, porque no dices eso cuando borracho duermes sobre mí, o como los mentiras que tú le echas a la gente, con tus productos de segunda y los vendes de primeras, ya no me aguanto más tus carretillas”.

En ese instante sopló una brisa fuerte en la habitación de Hipólito y la carretilla se volvió mujer y, que mujer, alta como le gustaban al hombrecito, buen color, buena cabellera, pómulos salientes, dientes de oro de 24 quilates y una hermosa sonrisa.

Esa noche salieron los tres, con el perro, llegaron al parque y contrataron un Jeep Wilis modelo 53 y se marcharon para la región de Flor del monte, en lo alto de los montes de maría en el departamento de Sucre, lugar de su nacimiento, tierra que jugaaa, y allí sembraron la tierra, cosecharon  y procrearon una numerosa familia, entre la Carretilla e Hipólito, el hombrecito.





sábado, 23 de mayo de 2015

CASI, EL PRIMATE INTELIGENTE

CASI, EL PRIMATE INTELIGENTE
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe.



Bajó Casimiro de la montaña, además de su mulo bayo, traía en su hombro derecho un mico mono que pretendía vender para comprarles los regalos de navidad a sus hijos que quedaron en la montaña, acompañados por su madre.

Casi, fue criado en la casa de su dueño porque la mamá falleció, los niños de la casa lo querían mucho y lo enseñaron a jugar y hacer piruetas, sacaba la lengua, se rascaba la cabeza, mataba piojos de mentira, les ofrecía guineo maduro a los niños y cuando estos estiraban la mano para recibirlo, él se lo comía de un solo bocado, y un sinnúmeros de morisquetas hacia Casi, en especial a los niños.

Tan pronto llegaron al pueblo, Casimiro se dirigió a casa de la niña Teodora, que en el pueblo le decían Teo, por cariño, a ella le gustaban los animales, pero no los tenía amarrados ni enjaulados, era un patio grande donde los animales podían estar cómodos, pero no más cómodos que en su habita natural, las montañas.

Veinte centavos dieron de precio por el animal en casa de la niña Teo, quien fue a la alacena de los guineos y trajo dos para alimentar a Casi, que como era muy inteligente, metió el rabillo del ojo izquierdo y vio la alacena llena de gajos de guineos y de queso.

Cincuenta centavos dio don Pacho por Casi, para presentarlo en el circo, en especial a los niños, era una inversión segura, ya en el circo, fue dejado suelto dentro de él, observó Casi, a más de cien animales de todas las especies metidos en una jaula, con la incomodidad más grande que un humano pueda darle a sus semejantes terrícolas, claro que como no pueden hablar y están en desventaja, baya y venga.

Anunciaron por altoparlantes la presentación en la noche de Casi, el primate inteligente, en especial a los niños, pero en la entrada del circo había un letrero en papel cartón, escrito con un carbón de leña que decía “Todo niño paga la entrada”.  

Fue lleno total esa noche, las entradas sumaron ciento veinte pesos, tan así que volvieron a anunciar su presentación para la tarde siguiente, pero esta no se realizó, porque Casi, se organizó con los demás micos del circo y planearon una escapada. Ya la boletería estaba vendida, a las cinco de la tarde comenzaba la función, Casi se dirigió a Don Pacho, comenzó a rascarle la cabeza y cuando lo durmió, le dio en la cabeza con una taza de aluminio donde le daban la comida, ya fuera de combate don pacho, procedió a sacarle el dinero producto de las entradas, luego liberó a sus compañeros micos, emprendieron la huida hacia las altas montañas, antes de esto, pasaron por casa de la niña Teo, y vaciaron las alacenas llenas de guineo maduro y queso duro salado.

Esa noche fueron a dormir en casa de Casimiro, su antiguo hogar, Casi, no le perdonaba a su dueño el haberlo vendido, bueno tenía ya con el abandono por parte de su madre, con quien no contaba.

Bien temprano levantó Casi a la manada y se dirigieron al sembrado de tomates, donde no quedo un tomate rojo, todos fueron devorados por los micos, en su defecto, Casi, le dejó una misiva escrita en la arena a Casimiro, diciéndole que lo sentía por el sembrado de tomates, pero era que se habían escapado del circo y llevaban mucha hambre, que volviera a sembrar el tomate y por ultimo le dijo que en el palo de jobo que se le había quemado el corazón, metiera la mano que allí había un paquete, que le comprara la parcela a don José y educara a sus hijos.

Al mando de Casi, el primate inteligente, emprendieron su viaje a las altas montañas donde viven libres, fuera del peligro de la mano de los mayores depredadores, los humanos. Casi, vive agradecido con Casimiro y sus hijos, con quien pasó su niñez, en agradecimiento baja de la montaña los sábados a visitarlos, sin antes pasar por la despensa de la niña Teo, y sustraer de ella, un queso de cinco libras y un gajo de guineo maduro para llevárselo a los niños de Casimiro Casas Causil, sus hermanos.


sábado, 16 de mayo de 2015

SABIDURÍA DE LA MONTAÑA

SABIDURÍA DE LA MONTAÑA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano


En la antigua China, sobre la cima del monte Ping, había un templo en donde vivía un gran sabio, Jwan. De su gran cantidad de discípulos sólo uno era conocido, El Curita.

Durante más de 20 años El Curita, llamado así por querer ser moje, estudió y meditó bajo la dirección de Jwan y a pesar de que era uno de sus discípulos más brillantes todavía tenía que buscar conocimientos. La sabiduría de la vida no era suya.

El Curita luchó contra su destino durante días, meses y aún años hasta que una mañana, mirando florecer los algarrobos, algo habló a su corazón. “No puedo luchar más contra mi destino”,  pensó. “Al igual que el algarrobo floreciente, tengo que resignarme con mi destino y ser agradecido”. 

Desde ese momento, El Curita decidió refugiarse en la montaña renunciando a su sueño de ser sabio.

El Curita busco a Jwan el maestro para contarle su decisión. El maestro se sentó sobre un trozo de madera de matarraton, cerca de una pared pintada de blanco y meditó profundamente, sin que el ladrido de los perros lo interrumpieran. Con gran reverencia, El Curita se acercó a él. “Gran sabio…” dijo, pero antes que pudiera continuar, el maestro habló: “Mañana te acompañaré a tu jornada hacia la montaña”. Nada más necesitó decirse entre ambos. El gran sabio se retiró.

A la siguiente mañana, antes de emprender el descenso, el maestro echó una mirada a la inmensidad que rodeaba el pico de la montaña. “Dime Curita, ¿Que ves?. “Maestro, veo el sol salir detrás del horizonte, montañas y valles serpenteantes que van por millas y millas, y recostado en el valle que hay detrás, un largo y un viejo pueblo”. El maestro escuchó la respuesta del Curita, sonrió y dio los primeros pasos de su largo descenso.

Hora tras hora, mientras el sol atravesaba el cielo, siguieron su camino, deteniéndose sólo cuando llegaron al pie de una montaña. Una vez más Jwan pidió al Curita que dijera lo que había visto.

“Gran sabio, en la distancia vi gallos que corrían alrededor de un granero, vacas dormidas sobre verdes praderas, ancianos que tomaban el sol en la tarde, y niños jugando alrededor de un arroyo”.

El maestro, en silencio, continúo caminando hasta que llegó a la salida del pueblo. Una vez allí hizo señas al Curita y se sentaron bajo de un gran árbol. “¿Que aprendiste hoy, Curita?”. Preguntó el maestro. “Quizás sea la última enseñanza que te dé”. El silencio fue la respuesta del Curita.

Después de un largo silencio, el maestro continuó. “El camino hacia la sabiduría es como el camino que recorrimos al descender de la montaña. La sabiduría solo llega a quienes se dan cuenta de que las cosas que se ven desde el pico de la montaña no son las mismas que se ven desde su falda. Si no sabemos esto, cerramos nuestras mentes a todo lo que no podemos ver desde nuestra posición y limitamos nuestra capacidad para crecer y mejorar. Pero si lo sabemos, Curita, viene un despertar. Nos damos cuenta de que solo vemos muchas cosas, que en verdad no son muchas cosas del todo.

Este es el conocimiento que abre nuestras mentes a la perfección, derriba los perjuicios y nos enseña a respetar lo que a primera vista no podemos observar. Nunca olvides esta lección, lo que tú no puedes ver, pude verse desde otra parte de la montaña.

Cuando el maestro Jwan terminó de hablar, El Curita miró hacia el horizonte y mientras el sol se ponía delante de él, parecía elevarse en su corazón. El Curita se volvió al maestro, pero el gran sabio ya se había ido.

Un ejemplo de Vida, de un padre hacia su hijo.


Libro Parábolas de Liderazgo W. Chan Kim, adaptado a la realidad de la vida como una enseñanza a la Juventud.

sábado, 9 de mayo de 2015

LA HUERTA DE MANO VIRIGILIO

LA HUERTA DE MANO VIRIGILIO
Por Francisco Javier Carrasco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe.


Un lote de terreno de dos hectáreas, poseía mano Virigilio, sembrada de hierba guinea que en tiempo de invierno la mitad del terreno permanecía debajo del agua que corría hacia la playa de la chambita, en tiempo de verano sembraban en ella yuca y maíz, momentos que aprovechaban los cerdos de Nicolás, para escarbar y sacar la yuca.

Diferencias de palabras mantenían los dos vecinos por la osadía, de los animales en dañar la cosecha de yuca en especial, no les valía gritos de huseeee, huseeeee puerco, cauchera en mano salió mano Virigilio, después que unos campesinos vinieron a su casa a avisarle que una docena de cerdos estaban escarbando el terreno donde tenía sembrada más de cinco mil palos de yuca y diez mil de matas de maíz a mitad de recoger la cosecha.

Su esposa lo notó nervioso, recogiendo su machetilla, calzándose sus abarcas tres puntá y su mochila de fique, donde cargaba una linterna de mano de doce tacos de baterías, dos caucheras y dos docenas de piedra china para espantar los cerdos hocico largo como la trompa de elefantes.

Salió Virigilio a las cinco de la tarde, a las cinco y quince estaba en sus predios observando el desastre que habían provocado los cerdos, habían cavado huecos de hasta un metro cuadrado, el sembrado estaba tirado al suelo como si hubiera pasado un huracán, allí no quedaba cosecha alguna, y lo peor del cuento es que no habían animales con quien desquitarse mano Virigilio.

Mal humorado el campesino se entró al que fue un sembrado que auguraba una buena cosecha, con esos pensamientos de tristeza y como iba a superarlo, ya la noche caía, el sol se había ocultado en el poniente, solo se notaba un resplandor rojizo escondiéndose en el horizonte.

De las matas de maíz en pie, escucho mano Virigilio un sonido de  puerco grande, metió la mano a la mochila sacó una cauchera y tres piedras chinas ovaladas como un huevo de pava y se dispuso a apuntarle a lo que fuera que se movía dentro del maizal.

Una voz de mujer le hablo:

Virigilio, soy yo, no me dispares con tu cauchera, más bien revisa el sembrado que está en el suelo, en especial el hoyado.

Para mano Virigilio esa voz de mujer era celestial, en su mente sabía que había intercambiado conceptos de vida con esa dama que le hablaba desde el matorral, no salió nadie, no hablo más la mujer.

Mano Virigilio observó los huecos dejados por los animales y en la oscuridad vio unas pintas relucientes con los rayos de la luna que ya se encontraba haciendo el turno de  doce horas nocturnas, alumbrando con luz propia.

Sacó su linterna de la mochila y agazapado en los huecos uno por uno fue recogiendo piedrecitas amarillas y entre más recogía más salían de la tierra de color rojo, harinosa como la yuca que producía, en un momento llenó la mochila, en esa lidia se lo cogieron las doce de la noche, llegando a su casa a la una de la mañana, empapado de agua por un aguacero que cayó mientras recogía las piedrecitas en su sembrado.

María Teresa su esposa, no había pegado sus ojos, se mantuvo en la repisa de los santos de rodilla pidiendo por su esposo que había salido en horas de la tarde lleno de rabia por los cerdos de Nicolás su vecino.

Ya en casa le ocultó a su esposa lo sucedido en el sembrado de maíz y yuca, enganchó como de costumbre su mochila llena de piedras, pero estas eran especiales y de color amarillo brillantes como la luna, cenó y al rato se acostó al lado de su esposa, y al día siguiente se levantó bien temprano.

¡Oh Nacho!, hijo ves donde el compadre Olimpo el joyero y me le dices que me haga el favor de venir, con carácter de urgente a mi casa, palabras de mano Virigilio a su hijo mayor, quien en carrera de joven salió y dio la razón a el señor Olimpo, de regreso a casa Nacho se encontró con sus amigos del barrio y se pusieron a jugar bolita de uñitas en la calle ancha llena de arena rojiza.

Tan distraídos estaban esos muchachos, que no vieron pasar a la multitud de personas que llevaban en brazos a mano Virigilio, directico al puesto de salud, había caído privado en mitad de la sala de su casa, en presencia de su esposa María Teresa Rico Bueno y el señor Olimpo, quien se dedicaba a comprar oro quebrado en todita la región.

Todo quedó en silencio, nadie dijo una sola palabra, en el puesto de salud a mano Virigilio le dieron unas pastillas blancas como la semilla de la papaya verde, que las echara en agua y se las tomara, eso fue toda la bulla de los vecinos.

Al día siguiente, bien temprano salió mano Virigilio a casa del señor Olimpo, mochila en hombro, mandó a Nacho a cuidar lo que quedó de la yuca y el maíz sembrado y le recalcó que permaneciera allí hasta que regresara de la ciudad, no dejar entrar animales, menos gente a su sembrado.

Tan pronto pitó la chiva del pueblo que venía recogiendo pasajeros para la capital, se embarcaron los dos y aparecieron a los tres días en un carro nuevo que en la carretera hacia zig, zag, pitaba y pitaba, de dentro de él, sacaban la mano y tiraban billetes de esos que tenían una águila con las alas abiertas que los niños recogían, creyendo que eran caramelos de jugar y apostar.

Los dos  personajes del carro, amanecieron dormidos, el carro se parqueo en casa del Joyero Olimpo, que desde ahora serian llamados don Olimpo y don Virigilio en el pueblo, pésele a quien le pese, la cobarde envidia.

Nicolás el vecino le vendió todos los cerdos a don Virigilio por un precio doble del valor normal tasado, los trasladó al sembrado para que cavaran lo que quedaba de la cosecha, cercó con ladrillos rojos las dos hectáreas de tierra y mandó a hacer un gran portón con una guardia de veinticuatro horas, un vigilante en garita en los cuatro puntos cardinales de la huerta, armado hasta los dientes.

Volteos que entraban y salían cargados de arena roja, con destino a la ciudad, donde descargaban y lavaban la arena con fines de construcción, Virigilio visitaba con frecuencia la Caja Agraria del pueblo, el Gerente su amigo le servía personalmente un tinto, los empleados muy atentos a su llegada.

Olimpo el Joyero, vivía borracho, manejando su carro en zig, zag por las calles polvorientas y llenas de oro rojo en su subsuelo.

A don Virigilio, se le presentó la virgen en su sembrado y le dijo que cavara en ella y explotara la mina de oro y ayudara al pueblo, en especial a los más pobres de espíritu, los desvalidos y enfermos, construyera escuelas y dotara de equipos y medicinas al puesto de salud, pero no lo hizo, porque solo la mina estaba en su mente, esa que le maquinaba todas las veinticuatro horas del día.

La familia de mano Virigilio se mudó para la ciudad, donde construyeron una hermosa casa, con vista a los montes de María la alta y la baja, eso sí, nunca perdieron su humildad, sus valores y su sabor a pueblo, se quitaron el don, el docto y el blanco, viven, conviven y reparten su amistad que es lo único que tienen con todos sus vecinos.

Años después de que mano Virigilio recogiera la beta de oro de su huerta, los socavones que dejó la extracción, ahora la llaman “La poza del Cantil o Los Reventones”, los jóvenes se bañan en ella con la particularidad que cuando salen del agua, su piel adquiere un color brillante como el oro de su suelo.


Desde esta tribuna, un saludo cordial a mano Virigilio, que se acuerde cuando recogíamos piñuelas en el cayo de palitos.

sábado, 2 de mayo de 2015

UNA CANASTA DE ENSUEÑO

UNA CANASTA DE ENSUEÑO
Por Francisco Javier Carrasco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe.




En la calle 102 con transversal 19, de la ciudad del Sol, había un depósito de basuras del  edificio Perry, en él se escuchó el llanto de unos bebes.

Antolín un muchacho de 27 años, salido de las entrañas de un pueblo, tan pequeño, que todos sus habitantes eran una misma familia, se fue a la ciudad a buscar futuro y se empleó de vigilante, su medio de transporte era una bicicleta, que compartía la barra con su esposa, ellos mantenían unidos una lucha por tener familia, pero durante cinco años de matrimonio, después de muchos tratamientos, no había sido posible.

Salía Antolín de su trabajo a eso de las nueve y cuarenta y cinco pasado meridiano, manejaba su bicicleta con rumbo a su hogar, donde lo esperaba su gran amor Aurora de la Mañana, una mujer obsesionada por tener un bebe, ya habían hecho vueltas por medio del Bienestar Familiar para adoptar.

Al pasar raudo y veloz, Antolín escuchó el llanto de varios bebes en el depósito de basuras del edificio, le metió mano a los frenos de su vehículo, dio meda vuelta y se dirigió al sitio, afiló oídos y no escuchó nada, se bajó de su bicicleta y esperó unos segundos cuando sintió movimientos internos del depósito, fue cuidadosamente quitando unos paquetes de basuras, con su linterna de manos alumbró el lugar y para su sorpresa cuatro ojitos verdes y tiernos lo estaban mirando fijamente, acto seguido  se les movieron sus labios y le ofrecieron una sonrisa cada una.

Dos hermosas bebe, Antolín temblaba de miedo y alegría, miraba para todos los lados y al poco rato, tomó la decisión de llamar a la autoridad inmediata, la policía, llegó a la portería del edificio, se comunicó con el portero, se identificó con su carnet de vigilante de una empresa reconocida y acto seguido llamó a Aurora de la Mañana, para que se viniera inmediatamente.

En el sitio del hallazgo de las bebé, se aglomeró de curiosos, llegaron las autoridades y Antolín les narraba como llegó a las bebés, que todavía se encontraban en un Canasto de mimbre, cubiertas con sabanas de algodón, gorros rojos en sus cabecitas y guantes rojos en sus manitos, en espera del Bienestar Familiar, para que se hicieran cargo de ellas.

Acto seguido hizo su arribó Aurora de la Mañana, muy nerviosa por el acontecimiento narrado por su esposo minutos antes vía telefónica, la prioridad era pedirlas en adopción, si no aparecía su degenerada madre, que las dejó en el depósito de basuras.

Después de las indagaciones pertinentes al caso, con los vecinos del edificio Perry,  levantaron el acta de rigor que exige el código del menor, la policía hablaba con los transeúntes, con los recoge basuras del sector, miraron las cámaras de vigilancia instaladas en los edificios, llegaron a la conclusión que la madre de las dos criaturas gemelas, no las quería tener con ella.

Aurora de la Mañana, todos los días visitaba a las bebés en el centro de Bienestar, las atendía y las cuidaba, las niñas se fueron encariñando con la mujer, que no podía engendrar en su vientre a una hermosa criatura.

Le dieron la prioridad de adopción a Antolín y Aurora de la mañana, los esposos que tenían la solicitud en el bienestar Familiar y un Juez de Familia después de un año, les concedió su petición.

Con muchos sacrificios los esposos sacaron adelante a sus dos hermosas criaturas, que tuvieron todos los gustos y educación que se merece un niño y un joven adolecente, sus padres le confesaron a las niñas con uso y razón, su procedencia y las llenaron de mucho cariño.

Años después, Antolín y Aurora  de la Mañana, presenciaban con mucha alegría, como Anie y Tere, dos jóvenes hermosas e inteligentes, recogidas de un depósito de basuras, tiradas allí por una mujer, quizás en un acto de desespero por las circunstancias de la vida, el temor a enfrentar una responsabilidad tan grande como es criar a dos niñas, la llevó a tan desproporcionada decisión, se graduaban de Medicas Cirujano. Hoy, esas niñas gemelas, hicieron su Juramento Hipocrático y le prestan un servicio  Social a la humanidad, salvar vidas.