SABIDURÍA DE LA MONTAÑA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano
En la antigua China, sobre
la cima del monte Ping, había un templo en donde vivía un gran sabio, Jwan. De su
gran cantidad de discípulos sólo uno era conocido, El Curita.
Durante más de 20 años El
Curita, llamado así por querer ser moje, estudió y meditó bajo la dirección de
Jwan y a pesar de que era uno de sus discípulos más brillantes todavía tenía
que buscar conocimientos. La sabiduría de la vida no era suya.
El Curita luchó contra su
destino durante días, meses y aún años hasta que una mañana, mirando florecer
los algarrobos, algo habló a su corazón. “No puedo luchar más contra mi
destino”, pensó. “Al igual que el
algarrobo floreciente, tengo que resignarme con mi destino y ser agradecido”.
Desde ese momento, El Curita
decidió refugiarse en la montaña renunciando a su sueño de ser sabio.
El Curita busco a Jwan el
maestro para contarle su decisión. El maestro se sentó sobre un trozo de madera
de matarraton, cerca de una pared pintada de blanco y meditó profundamente, sin
que el ladrido de los perros lo interrumpieran. Con gran reverencia, El Curita
se acercó a él. “Gran sabio…” dijo, pero antes que pudiera continuar, el
maestro habló: “Mañana te acompañaré a tu jornada hacia la montaña”. Nada más
necesitó decirse entre ambos. El gran sabio se retiró.
A la siguiente mañana, antes
de emprender el descenso, el maestro echó una mirada a la inmensidad que
rodeaba el pico de la montaña. “Dime Curita, ¿Que ves?. “Maestro, veo el sol
salir detrás del horizonte, montañas y valles serpenteantes que van por millas
y millas, y recostado en el valle que hay detrás, un largo y un
viejo pueblo”. El maestro escuchó la respuesta del Curita, sonrió y dio los
primeros pasos de su largo descenso.
Hora tras hora, mientras el
sol atravesaba el cielo, siguieron su camino, deteniéndose sólo cuando llegaron
al pie de una montaña. Una vez más Jwan pidió al Curita que dijera lo que había
visto.
“Gran sabio, en la distancia
vi gallos que corrían alrededor de un granero, vacas dormidas sobre verdes
praderas, ancianos que tomaban el sol en la tarde, y niños jugando alrededor de
un arroyo”.
El maestro, en silencio,
continúo caminando hasta que llegó a la salida del pueblo. Una vez allí hizo
señas al Curita y se sentaron bajo de un gran árbol. “¿Que aprendiste hoy,
Curita?”. Preguntó el maestro. “Quizás sea la última enseñanza que te dé”. El silencio
fue la respuesta del Curita.
Después de un largo
silencio, el maestro continuó. “El camino hacia la sabiduría es como el camino
que recorrimos al descender de la montaña. La sabiduría solo llega a quienes se
dan cuenta de que las cosas que se ven desde el pico de la montaña no son las
mismas que se ven desde su falda. Si no sabemos esto, cerramos nuestras mentes
a todo lo que no podemos ver desde nuestra posición y limitamos nuestra
capacidad para crecer y mejorar. Pero si lo sabemos, Curita, viene un
despertar. Nos damos cuenta de que solo vemos muchas cosas, que en verdad no
son muchas cosas del todo.
Este es el conocimiento que
abre nuestras mentes a la perfección, derriba los perjuicios y nos enseña a
respetar lo que a primera vista no podemos observar. Nunca olvides esta
lección, lo que tú no puedes ver, pude verse desde otra parte de la montaña.
Cuando el maestro Jwan
terminó de hablar, El Curita miró hacia el horizonte y mientras el sol se ponía
delante de él, parecía elevarse en su corazón. El Curita se volvió al maestro,
pero el gran sabio ya se había ido.
Un ejemplo de Vida, de un
padre hacia su hijo.
Libro Parábolas de Liderazgo
W. Chan Kim, adaptado a la realidad de la vida como una enseñanza a la
Juventud.
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