sábado, 11 de abril de 2015

LAS TRES PRINCESAS

LAS TRES PRINCESAS
Por Francisco Javier Carrasco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe


Gregorio (Goyo), un hombre criollo, hijo de un español y una hermosa mulata, nacido en tiempos de la colonia, sus facciones sobresalían, así como sobresalía la belleza de sus hijas.

El señor Goyo, “el Loco”, había criado en su parcela a sus tres hermosas niñas, blancas, ojos azules, la mamá de las niñas se fue con un forastero que llegó al pueblo vendiendo cachivaches.

La parcela de Goyo, estaba dentro de los predios del Blanco Sofanor, se la había comprado a cambio de trabajo en la finca, poseía sus escrituras y era titular del predio.

Sofanor  tenía tanto ganado que no alcanzaba a herrar, sus tres hijos no se percataban de los bienes que poseían, eran desordenados en especial con el ron y perseguían a las muchachas de la comarca, tan pronto se desarrollaban, iban por ellas, como tenían dinero, eso era a diez pesos por cada una.

Las niñas hermosas de Goyo, se fueron poniendo pechugonas y los tres hermanos, hijos del blanco Sofanor, les pusieron el ojo.

Afilaba el señor Goyo su rula Colín todos los días, quedaba tan cortante, que con ella se afeitaba su barba.

En una noche lluviosa, venían los tres mosqueteros del pueblo, cada uno en su caballo aperado, ya habían volteado la cantina, pelearon con unos extraños y perdieron la pelea, parecían toros en huida, que todo lo arrastran a su paso, al pasar al frente de la casa del campesino Goyo, se frenaron los caballos, se miraron los tres y su malévolo plan afloró.

El mayor, les dijo a sus hermanos, vamos por las princesas, ya están buenas.

Goyo era un señor de 47 años aproximados, campesino de profesión desde hacía veinte años, que llegó al pueblo, no se sabía de donde vino, ni quien era en realidad.

Dormía Goyo con un oído despierto y el ojo izquierdo abierto, su rula debajo del petate, listo para lo que fuera, ya había rumores que los tres mosqueteros pretendían llevarse a sus hijas por sobre de sus narices y esa osadía no la iba a permitir, para eso su madre la mulata, le enseñó cómo defenderse en la vida.

Esa noche, escuchó Goyo el acercamiento de tres caballos, justo al frente de la parcela, en su humilde casa de palitos con rendijas en la cerca por donde se podía observar la presencia de personas que se acercaban.

Abrió Goyo su ojo derecho, afilo su otro oído, se incorporó, cogió su machetilla, se colocó sus abarcas y su sombrero sinuano, se dirigió a la puerta, le quito la tranca y sigiloso salió y se escondió muy cerca de la puerta.

Los tres mosqueteros se bajaron de sus caballos y de inmediato entraron a la casa, se extrañaron de que la puerta estaba abierta, pero el ron que habían consumido, no los dejaba pensar, solo en su objetivo, las tres princesas, que se encontraban en edad de 11, 12 y 13 años.

Goyo los dejó entrar a la sala, pero no a las habitaciones de sus tres hermosas hijas a quien cuidaba y hasta daba la vida por ellas, era su padre y madre, rula en mano, músculos tensos, ojos rojos y mirada serena, les trancó la puerta por donde entraron, los tres se llevaron las manos al cinto y de inmediato Goyo los desarmó, los juntó, les puso la rula en el cuello y les dijo:

Lárguense antes de que los pique a pedacitos, mis hijas no las tocan ustedes, sus ojos estaban rojos y de su lengua brotaban chispas de candela

Adiós borracheras y abusos de los tres hijos del blanco Sofanor, esa noche no llegaron a su casa, los encontraron deambulando con sus caballos en la finca, picaron el alambre de púa, el ganado se esparció en toda la comarca, fue recogido y repartido entre los campesinos de la región, quienes hoy gozan de bienestar al multiplicar su pobreza, porque 5x 8 es igual a 40.

La hierba de la finca del Blanco Sofanor se secó y solo es un peladero, donde no nace nada, los tres mosqueteros no reconocieron a sus padres, solo hablaban de Goyo y sus tres Princesas y, después de eso, reposan en un manicomio en la ciudad capital.

La finca quedó abandonada, los padres de los tres mosqueteros fallecieron de pena moral, al ver a sus hijos, amarados al tubo de una cama de hierro.

Goyo y sus tres hijas, tampoco amanecieron en la casa de la parcela, los sembrados fueron recogidos por los vecinos y cada año la cosecha en la parcela de Goyo es mayor, ella misma se reproduce como la verdolaga y la siembra de ñame, en nuestra Región Caribe.

Goyo y sus hijas, no dan señales de vida, así como llegaron un día cualquiera, se marcharon. Toño su vecino de parcela manifiesta que ve a Goyo todas las noches limpiando y sembrando en la parcela, claro que tampoco eran confiables las palabras del vecino, porque este ya había regresó del manicomio.

Como cambian los tiempos de vida, los ricos de plata y poder del ayer, hoy son los pobres de plata y, los pobres de plata del ayer, hoy son los ricos de plata y poder.



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