LAS TRES PRINCESAS
Por Francisco Javier Carrasco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe
Por Francisco Javier Carrasco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe
Gregorio (Goyo), un hombre
criollo, hijo de un español y una hermosa mulata, nacido en tiempos de la
colonia, sus facciones sobresalían, así como sobresalía la belleza de sus
hijas.
El señor Goyo, “el Loco”,
había criado en su parcela a sus tres hermosas niñas, blancas, ojos azules, la
mamá de las niñas se fue con un forastero que llegó al pueblo vendiendo
cachivaches.
La parcela de Goyo, estaba
dentro de los predios del Blanco Sofanor, se la había comprado a cambio de
trabajo en la finca, poseía sus escrituras y era titular del predio.
Sofanor tenía tanto ganado que no alcanzaba a herrar,
sus tres hijos no se percataban de los bienes que poseían, eran desordenados en
especial con el ron y perseguían a las muchachas de la comarca, tan pronto se
desarrollaban, iban por ellas, como tenían dinero, eso era a diez pesos por
cada una.
Las niñas hermosas de Goyo,
se fueron poniendo pechugonas y los tres hermanos, hijos del blanco Sofanor,
les pusieron el ojo.
Afilaba el señor Goyo su
rula Colín todos los días, quedaba tan cortante, que con ella se afeitaba su
barba.
En una noche lluviosa,
venían los tres mosqueteros del pueblo, cada uno en su caballo aperado, ya
habían volteado la cantina, pelearon con unos extraños y perdieron la pelea,
parecían toros en huida, que todo lo arrastran a su paso, al pasar al frente de
la casa del campesino Goyo, se frenaron los caballos, se miraron los tres y su
malévolo plan afloró.
El mayor, les dijo a sus
hermanos, vamos por las princesas, ya están buenas.
Goyo era un señor de 47 años
aproximados, campesino de profesión desde hacía veinte años, que llegó al
pueblo, no se sabía de donde vino, ni quien era en realidad.
Dormía Goyo con un oído
despierto y el ojo izquierdo abierto, su rula debajo del petate, listo para lo
que fuera, ya había rumores que los tres mosqueteros pretendían llevarse a sus
hijas por sobre de sus narices y esa osadía no la iba a permitir, para eso su
madre la mulata, le enseñó cómo defenderse en la vida.
Esa noche, escuchó Goyo el
acercamiento de tres caballos, justo al frente de la parcela, en su humilde
casa de palitos con rendijas en la cerca por donde se podía observar la
presencia de personas que se acercaban.
Abrió Goyo su ojo derecho, afilo
su otro oído, se incorporó, cogió su machetilla, se colocó sus abarcas y su
sombrero sinuano, se dirigió a la puerta, le quito la tranca y sigiloso salió y
se escondió muy cerca de la puerta.
Los tres mosqueteros se
bajaron de sus caballos y de inmediato entraron a la casa, se extrañaron de que
la puerta estaba abierta, pero el ron que habían consumido, no los dejaba
pensar, solo en su objetivo, las tres princesas, que se encontraban en edad de
11, 12 y 13 años.
Goyo los dejó entrar a la
sala, pero no a las habitaciones de sus tres hermosas hijas a quien cuidaba y
hasta daba la vida por ellas, era su padre y madre, rula en mano, músculos
tensos, ojos rojos y mirada serena, les trancó la puerta por donde entraron,
los tres se llevaron las manos al cinto y de inmediato Goyo los desarmó, los
juntó, les puso la rula en el cuello y les dijo:
Lárguense antes de que los
pique a pedacitos, mis hijas no las tocan ustedes, sus ojos estaban rojos y de
su lengua brotaban chispas de candela
Adiós borracheras y abusos
de los tres hijos del blanco Sofanor, esa noche no llegaron a su casa, los
encontraron deambulando con sus caballos en la finca, picaron el alambre de
púa, el ganado se esparció en toda la comarca, fue recogido y repartido entre
los campesinos de la región, quienes hoy gozan de bienestar al multiplicar su
pobreza, porque 5x 8 es igual a 40.
La hierba de la finca del
Blanco Sofanor se secó y solo es un peladero, donde no nace nada, los tres
mosqueteros no reconocieron a sus padres, solo hablaban de Goyo y sus tres
Princesas y, después de eso, reposan en un manicomio en la ciudad capital.
La finca quedó abandonada,
los padres de los tres mosqueteros fallecieron de pena moral, al ver a sus
hijos, amarados al tubo de una cama de hierro.
Goyo y sus tres hijas,
tampoco amanecieron en la casa de la parcela, los sembrados fueron recogidos
por los vecinos y cada año la cosecha en la parcela de Goyo es mayor, ella
misma se reproduce como la verdolaga y la siembra de ñame, en nuestra Región
Caribe.
Goyo y sus hijas, no dan
señales de vida, así como llegaron un día cualquiera, se marcharon. Toño su
vecino de parcela manifiesta que ve a Goyo todas las noches limpiando y
sembrando en la parcela, claro que tampoco eran confiables las palabras del
vecino, porque este ya había regresó del manicomio.
Como cambian los tiempos de
vida, los ricos de plata y poder del ayer, hoy son los pobres de plata y, los
pobres de plata del ayer, hoy son los ricos de plata y poder.
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