LA COSTURERA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe
En el camino real que
conduce al pueblo, angosto y lleno de árboles a lado y lado, mano Mando, oyó un
llanto de un niño abandonado, como iba con tres botellas de ron blanco entre
pecho y espalda, más animado que un bazar para niños, no se percató del peligro
en que se iba a meter.
Todos los domingos en la
mañana, mano Mando, cargaba su burro prieto con dos jolones de cuero, llenos de
ahuyama, maíz biche, ajonjolí, yuca, batata y habichuelas, que canjeaba en el
pueblo en la tienda de Don Mañe, por Comestibles, tabacos, panelas y sus
inmancables botellas de ron blanco.
Si le alcanzaba para más, le
llevaba a sus hijos un juguete y a su mujer un corte de popelina floreada, para
que se hiciera un vestido elegante, para lucirlo en la fiesta en el mes de
Septiembre, ese día era que ella y sus hijos se veían por el pueblo.
Mano Mando, era un campesino
letrado, había cursado la primaria en el pueblo, dígase de un Bachiller de esta
época, más los valores inculcados en el hogar de Mando, esfuerzo de sus padres
en ese tiempo, después de recibir el diploma, se devolvió al monte a ayudar a
su padre a criar ganado y sembrar la tierra.
Nunca se olvidó Mando de su
primer amor en el pueblo, una señora
extraña, que llegó y se quedó en el pueblo, hizo una choza a las salidas de un
camino, colocó un letrero en un pedazo de cartón, que decía “Se Confeccionan
Vestidos para damas y Pantalones para hombres, era una mujer bella, de color blanco, pómulos rosados, con
una cabellera corta, caderas anchas, muy educada, se ganó el cariño de todo el pueblo.
Tan pronto vio a él joven
Mando, se enamoró de él y el de ella, contra la voluntad de sus padres mando
visitaba a la extraña mujer, cuando la enfrentaban le decía a los padres de
Mando, que ni el mismo malo, podía quitarle a ese amor.
Pero como el que lleva, trae,
el bravo es, hasta que hay uno más que él, el que a hierro mata a hiero muere, le pusieron la contra a la
bella dama desconocida, le pusieron pimientica en la puerta de su casa y al
siguiente día, no amaneció, cogió camino a las montañas y no se supo más de
ella.
Dicen los que andan por los
caminos en las noches y los que pasan por el solar donde vivía a las salidas del camino que la ven con un
niño en los brazos y sienten los pedaleos de la máquina de coser, se les
levantan los bellos del cuerpo y la cabeza
se les pone como balón de vejiga de puerco.
También dicen que Mando la
preñó y su hijo no alcanzó a nacer, él, Mando niega alguna versión que le quieran
afirmar en contra de su palabra, lo que si es que desde que la forastera se desapareció
Mando no le levanta la cabeza a nadie.
Han pasado tantos años, ya
el campesino tiene la piel arrugada de las faenas del campo, perdió parte de su
frontal dentadura, por culpa de la nicotina del tabaco negro, que fuma al
derecho y al revés o sea con la candela hacia adentro de la boca, bota el humo
por los orificios de la nariz y por los oídos.
Venía mando del pueblo de
regreso a su hogar, cargado de provisiones en su burro, guía del camino, porque
Mando no se pertenecía de la borrachera, esta era faena de todos los domingos,
su esposa lo recriminaba y le decía que una noche se iba a tropezar con la
costurera y su hijo, pero mando no le tenía miedo a nadie ni a nada.
Se llegó el momento esperado
por el campesino, que solo vivía del recuerdo de la bella mujer, cogió camino,
cuando pasó por el solar donde vivía la costurera oyó que lo llamaban, miró y
vio a la hermosa mujer, se bajó del burro y se internó en la maleza del patio,
allí lo encontraron al amanecer, con los cinco sentidos fuera de él, el burro
siguió su camino y a las doce de la noche, un niño salió de la maleza y se
montó en el burro, se comió todas las provisiones que iban en los jolones, el
burro y el niño llegaron a casa de Mando, su esposa en el lecho de su hogar, escuchó al
burro rebuznando acompañado del llanto de un menor y la voz de un niño que
decía mamá ento, mamá ento, o sea mamá me reviento, como se había devorado
todas las provisiones.
La mujer que había estado estudiando
interna en la normal para señoritas regentada por monjas, presintió que nada
bueno estaba sucediendo, prendió su lámpara de petróleo, se dirigió al altar de
los santos en su cuarto y rezó, el padre nuestro y el credo, afirmando que si
cree en Dios el creador.
El llanto del niño, se
alejaba, poco a poco, el eco traía su voz melancólica y apagada, llamaba
también a su papá, papá ento, papá ento. (Papá me reviento).
A los pocos minutos, se oyó
una explosión, como la de un transformador eléctrico en sobre carga.
Mando fue revisado en el
puesto de salud por el médico del pueblo, dictaminando que lo que tenía era un
fuerte guayabo, que le prepararan unas sopas de Gallina criolla y un guarapo de
panela con naranja agria.
Siguió el campesino su
rutina del campo, su esposa se quedó con su secreto y no le comentó una sola
palabra a su esposo Mando para no perturbarle su mente, más de lo que la tenía,
ya estaba casi loco.
Volvió al pueblo a hacer el
trueque de lo cosechado por alimentos para su subsistencia, ya no se dejaba
coger la noche, tampoco bebía mucho, un modelo de hombre para bien de su
familia, pero como siempre hay quien haga el mal, llegó Antolín un vecino a la
tienda y se trenzaron a beber hasta media noche que salieron los dos en sus vestías
por el camino real, Antolín dejó a su amigo en casa y siguió más adelante a la
suya.
Al día siguiente juró Antolín
a las autoridades que dejó en su casa a su amigo Mando, cosa que no fue así,
afirmado por su esposa que se encontraba muy preocupada porque no apareció más su esposo, el burro y la carga de alimentos.
Dicen, que la hermosa
costurera, su primer amor, vino por él y se lo llevo engañado con la famosa
pimientica negra molida.
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