LA CAMA DE PIEDRAS
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano, Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano, Región Caribe
De piedra ha de ser la cama,
de piedra la cabecera, la mujer que a mí me quiera, me ha de querer de veras,
hay, hay, corazón porque no amas, estrofa de la canción del mexicano, Antonio
Aguilar, colocada en el picok de tubos y bocina larga, que sonaba todos los
sábados en el Volcán.
Con esta melodía ranchera,
enamoró Pedro Neil García a Policarpa Díaz, unos amores de diez años, una cama
moderna de cemento, con dibujos de ramilletes dorados en la cabecera, de dos
puestos tan ancha como el rio San Jorge, dos petates abullonados, dos almohadas
rellenas con lana de ceiba en verano, un
matrimonio que solo duró unos meses.
A Pedro Neil, se lo cogió
una Tormenta Eléctrica, en medio del mar, en su barco Policarpa, cuando venía
de pescar y la embarcación se hundió, sus compañeros de faena, lograron llegar
a la orilla sano y salvos, más no el capitán de la embarcación, que se quedó en
ella, hasta verla hundir totalmente.
Cuenta la tripulación que el
capitán Pedro Neil, les ordenó, tirarse al mar, nadar y nadar, hasta llegar a
alguna parte, en tierra firme, o esperar un rescate a media noche.
Su terquedad no tenía límites,
no habría esperanzas de vida, en la embarcación, estaba cogiendo mucha agua y
se iba a hundir.
A la distancia y por última
vez, vieron al Capitán en la proa de la embarcación de nombre Policarpa al
igual que su esposa, sin chaleco ni salvavidas y con su ruana roja, de allí el
sobrenombre de “Pájaro Carpintero”.
Los tres amigos, lograron
nadar a tierra firme y en la mañana bien temprano, pidieron auxilio a un barco
de bandera panameña, que pasaba por esas coordenadas, dieron aviso de la Nave
Policarpa, pero la búsqueda no dio resultados, el capitán no apareció.
Pasaron los años y solo se
recordaba al Capitán Pedro Neil, con todos sus cuentos y anécdotas de vida,
tanto en el mar, como en su vida, tenía la gran característica de reunir a los
jóvenes en la plaza y contarles con lujos de detalles, verdades e imaginaciones,
exageraciones y miedos sobre las criaturas de la noche y, sobre todo el cuento
del sábalo de mar que cayó en la caldera del barco y solo tuvieron que echarle
sal, condimentos y verduras, buscar las totumas y las cucharas, servirlo y
deleitarse, con tremendo manjar.
Un día Domingo, característicos
por la llegada de buses de turismo de otros lugares del país, en el parque del
pueblo, entre sus pasajeros, procedente de Bogotá se bajó, un señor de tés
morena clara, cachetes rojos, bien vestido, con una maleta inn, gafas oscuras
finas, botas altas puntiagudas con figuras, miró a todos lados y se dirigió a
una esquina en particular, donde se encontraban unas cinco personas reunidas.
Saludó el forastero a cada
uno de los presentes por su nombre de pilas, todos extrañados por la actitud
cordial del señor, quien acto seguido les dijo:
Sé que no me conocen, pero
yo si los identificó a todos, han pasado muchos años y las personas se olvidan,
más cuando desaparecen en alta mar, soy El Capitán Pedro Neil, vengo procedente
de Tokio Japón.
Suerte la del Capitán, que a
poco que su embarcación se hunde y sus compañeros se tiraron al mar, en la proa
el capitán esperaba lo peor, lanza una bengala de auxilio y a pocos minutos
aparece un barco de bandera Japonesa y lo recogen unos hombres orientales, que
con una mala intención, no reportan el naufragio y rescate del ducho Capitán.
En su recorrido a Japón, lo
ponen a trabajar duro y parejo, le dan ropa y comida al ver que daba la talla,
lo dejan como jefe auxiliar de máquinas, por muchos años trabajo, en espera de
que saliera un barco hacia las Américas, para retornar a su tierra.
Con los ahorros de años de
trabajo en el barco Kani, Kani, decidió regresar a su tierra después de quince
años, lo cual su familia lo hacía fallecido, todo esto lo contó el Capitán en
el parque, en menos de cinco minutos, los presentes se miraban atónitos y
desconcertados por lo sucedido, más por la situación de uno de ellos, su mejor
amigo, hacen trece años, se casó con Policarpa.
Para comprobar que él era
Pedro Neil, en voz alta entonó la primera estrofa de esa bonita melodía, que le
gustaba a su esposa Policarpa “De piedra ha de ser la cama, de piedra la
cabecera, la mujer que a mí me quiera, ha de quererme de veras, hay, hay,
corazón porque no me amas”. No encontró eco entre los presentes. Lo sentaron en
una banca en el parque y su gran amigo le contó todo lo sucedido con su esposa en
el tiempo de su ausencia y que para ellos estaba muerto.
El Capitán Pedro Neil, solo
duró unos días en su tierra natal, retornó a Tokio, donde vive de su pensión, por
haber trabajado en el Barco Keni, Keni, por treinta años, en compañía de una mujer
Japonesa y sus tres hijos, a una de ellas la bautizo con el nombre de Policarpa,
no por su anterior esposa, sino por su embarcación que yace en el fondo del
mar.
Tanto amó Pedro Neil García
a Policarpa Díaz, que hasta la cama, era una melodia.
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