sábado, 11 de octubre de 2014

LA CAMA DE PIEDRAS

LA CAMA DE PIEDRAS
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano, Región Caribe


De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera, la mujer que a mí me quiera, me ha de querer de veras, hay, hay, corazón porque no amas, estrofa de la canción del mexicano, Antonio Aguilar, colocada en el picok de tubos y bocina larga, que sonaba todos los sábados en el Volcán.

Con esta melodía ranchera, enamoró Pedro Neil García a Policarpa Díaz, unos amores de diez años, una cama moderna de cemento, con dibujos de ramilletes dorados en la cabecera, de dos puestos tan ancha como el rio San Jorge, dos petates abullonados, dos almohadas rellenas con lana de ceiba en verano,  un matrimonio que solo duró unos meses.

A Pedro Neil, se lo cogió una Tormenta Eléctrica, en medio del mar, en su barco Policarpa, cuando venía de pescar y la embarcación se hundió, sus compañeros de faena, lograron llegar a la orilla sano y salvos, más no el capitán de la embarcación, que se quedó en ella,  hasta verla hundir totalmente.

Cuenta la tripulación que el capitán Pedro Neil, les ordenó, tirarse al mar, nadar y nadar, hasta llegar a alguna parte, en tierra firme, o esperar un rescate a media noche.

Su terquedad no tenía límites, no habría esperanzas de vida, en la embarcación, estaba cogiendo mucha agua y se iba a hundir.

A la distancia y por última vez, vieron al Capitán en la proa de la embarcación de nombre Policarpa al igual que su esposa, sin chaleco ni salvavidas y con su ruana roja, de allí el sobrenombre de “Pájaro Carpintero”.

Los tres amigos, lograron nadar a tierra firme y en la mañana bien temprano, pidieron auxilio a un barco de bandera panameña, que pasaba por esas coordenadas, dieron aviso de la Nave Policarpa, pero la búsqueda no dio resultados, el capitán no apareció.

Pasaron los años y solo se recordaba al Capitán Pedro Neil, con todos sus cuentos y anécdotas de vida, tanto en el mar, como en su vida, tenía la gran característica de reunir a los jóvenes en la plaza y contarles con lujos de detalles, verdades e imaginaciones, exageraciones y miedos sobre las criaturas de la noche y, sobre todo el cuento del sábalo de mar que cayó en la caldera del barco y solo tuvieron que echarle sal, condimentos y verduras, buscar las totumas y las cucharas, servirlo y deleitarse, con tremendo manjar.

Un día Domingo, característicos por la llegada de buses de turismo de otros lugares del país, en el parque del pueblo, entre sus pasajeros, procedente de Bogotá se bajó, un señor de tés morena clara, cachetes rojos, bien vestido, con una maleta inn, gafas oscuras finas, botas altas puntiagudas con figuras, miró a todos lados y se dirigió a una esquina en particular, donde se encontraban unas cinco personas reunidas.

Saludó el forastero a cada uno de los presentes por su nombre de pilas, todos extrañados por la actitud cordial del señor, quien acto seguido les dijo:

Sé que no me conocen, pero yo si los identificó a todos, han pasado muchos años y las personas se olvidan, más cuando desaparecen en alta mar, soy El Capitán Pedro Neil, vengo procedente de Tokio Japón.

Suerte la del Capitán, que a poco que su embarcación se hunde y sus compañeros se tiraron al mar, en la proa el capitán esperaba lo peor, lanza una bengala de auxilio y a pocos minutos aparece un barco de bandera Japonesa y lo recogen unos hombres orientales, que con una mala intención, no reportan el naufragio y rescate del ducho Capitán.

En su recorrido a Japón, lo ponen a trabajar duro y parejo, le dan ropa y comida al ver que daba la talla, lo dejan como jefe auxiliar de máquinas, por muchos años trabajo, en espera de que saliera un barco hacia las Américas, para retornar a su tierra.

Con los ahorros de años de trabajo en el barco Kani, Kani, decidió regresar a su tierra después de quince años, lo cual su familia lo hacía fallecido, todo esto lo contó el Capitán en el parque, en menos de cinco minutos, los presentes se miraban atónitos y desconcertados por lo sucedido, más por la situación de uno de ellos, su mejor amigo, hacen trece años, se casó con Policarpa.

Para comprobar que él era Pedro Neil, en voz alta entonó la primera estrofa de esa bonita melodía, que le gustaba a su esposa Policarpa “De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera, la mujer que a mí me quiera, ha de quererme de veras, hay, hay, corazón porque no me amas”. No encontró eco entre los presentes. Lo sentaron en una banca en el parque y su gran amigo le contó todo lo sucedido con su esposa en el tiempo de su ausencia y que para ellos estaba muerto.

El Capitán Pedro Neil, solo duró unos días en su tierra natal, retornó a Tokio, donde vive de su pensión, por haber trabajado en el Barco Keni, Keni, por  treinta años, en compañía de una mujer Japonesa y sus tres hijos, a una de ellas la bautizo con el nombre de Policarpa, no por su anterior esposa, sino por su embarcación que yace en el fondo del mar.

Tanto amó Pedro Neil García a Policarpa Díaz, que hasta la cama, era una melodia.




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