ARAMA, LA MUJER DE LA BOTELLA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano de la Región Caribe
Una hermosa Dama de la
realeza de un país del primer mundo, gozaba de todas las comodidades de una
reina, belleza, joyas, vestidos, collares, pulseras, zapatos finos de gran
variedad.
El Sultán benjuí, estaba
enamorada de ella, pero sus padres y sus países eran enemigos, ella adoraba al sultán,
un muchacho joven, soldado militar, con energías y poder, consultó con una
señora de esas que se la saben todas, con el fin de hacer traer de su país a la
hermosa Arama.
Pagó el sultán una suma de
dinero considerable a la señora, para traer a Arama; una noche, la reina estaba
en su alcoba, acompañada de su hermana menor, cuando de repente corrió una
brisa fría que se caló por la ventana en forma de una botella de color verde
oscuro y se tragó a la reina, su hermana nada pudo hacer, la botella salió por
la ventana y se perdió en el horizonte del mar.
La reina en miniatura,
dentro de la botella tapada con un corcho de madera, pedía auxilio, yacía en
las aguas de un mar inmenso, después que pasó la tormenta en casa de la reina,
la señora llevaba la botella en sus brazos, con tan mala suerte que la brisa se
la arrebató y fue a dar a las profundidades del mar, donde ella no tiene
territorio, salió a flote la botella después de tres siglos, ya el sultán no
existía, menos la señora malvada que hizo el trabajo.
Solo esperaba la reina Arama
que algún humano se encontrara la botella y la destapara, para ella salir de
ese castigo que le impuso un amor imposible, seguía flotando la botella, ya no
en aguas del mar, ahora se encontraba en una ensenada de aguas dulces a orillas
del golfo de Morrosquillo, el cual sus olas botaban todo desecho que traía el
mar, en la costa atlántica, en la región caribe colombiana.
Aniceto, un pescador de
larga trayectoria, solterón, recolector de objetos que venían del mar, estaba
en su faena de pesca en la ensenada, había tirado sus anzuelos con carnadas en
la noche, para recogerlos en la madrugada, a las siete de la mañana estaba en
el puerto vendiendo sus productos y hablando hasta por los codos, narrando
cuentos e historias de la vida en el mar y las pescas, los encantos y los
encuentros con criaturas desconocidas.
Esa mañana, después de
recoger sus anzuelos, cargados de peces, en la orilla de la ensenada, en tierra
firme, escucho que lo llamaban por su nombre, era una voz apagada y con un
acento extranjero, el solo había oído ese acento en la región de Lorica, Córdoba,
donde los árabes, turcos y palestinos formaban una algarabía en el camellón
frente al rio Sinú.
“¡Anicetoooo, Anicetooo,
Anicetooo!”, salió el hombre, que no le tenía miedo ni a las animas y con el
oído en dirección a la voz caminaba despacito, hasta que se tropezó con una
botella grande de color verde oscuro, con una tapa de corcho de la antigüedad, recogió
la botella y escucho nuevamente la voz dentro de la inmensa botella.
“Auxilio, auxilio, auxilio”.
Aniceto no destapó la botella,
se la llevó para su casa y no le dijo a nadie de lo sucedido, la metió en la
mochila junto con los tabacos negros, la mechera de encender, el foco grande de
baterías, un escapulario de la virgen y una navaja pico de loro.
En la tarde después de
dormir unas horas, ya listo para la siguiente jornada de pesca, se acordó de la
botella y fue en busca de ella, la llevó delante de su mamá, una anciana de la
raza Zenu, que se las sabia todas y las que no las apuntaba en su memoria senil,
Aniceto le contó a su madre lo que había escuchado dentro de esa botella y
donde la encontró.
El pescador dejo todo en
manos de su madre y se fue de pesca, la señora indígena a media noche, encendió
un mechón de gas, trajo la botella y la colocó en una vieja mesa de madera
rustica que estaba situada en la mitad de la sala, jaló un taburete de madera con
cuero de vaca muerta, encendió su tabaco negro con la llama del mechón, tiro el
primer sorbo de humo hacia la botella y la reina estornudó, signos para la
indígena que la mujer de la botella, estaba viva.
Acto seguido le hablo: ¿Cómo te llamas y de dónde vienes?
Le contestó la mujer, sáqueme
de aquí y le cuento con detalles, en un acento extranjero.
Captó la indígena que esta
mujer no era de por aquí, y que debía estar encerrada en esa botella hace
muchos años.
Que
me vas a dar a cambio de sacarte de allí, dijo la indígena
Tengo mucho poder, oro y
plata, le daría un rio con sus aguas de oro y un mar azul inmenso, mis joyas,
mis collares y mi vida, soy la reina Arama.
Reina
de donde, por aquí no hay reinados, solo el de Cartagena.
De
mi país, en el lejano oriente.
La indígena comprendió que
esto se trataba de una mala jugada que le hicieron a esta muchacha, le tiró
nuevamente un poco de humo salido de su boca y vio a la hermosas Arama, con un
cintillo verde en su cabeza, una hermosa cabellera negra azabache, una cara
redonda con unos hermosos dientes blancos, dos pecas a lado y lado de sus pómulos,
una nariz pronunciada que se repicaba con la botella, siempre que esta se movía.
Ha
de ser incomodo permanecer metida en una botella por largo tiempo ¿verdad?, dijo
la indígena.
Si,
llevo tres siglos así, en espera que una persona de este mundo me devuelva la
felicidad que perdí una noche que me encontraba en mi alcoba en acompaña de mi
hermana menor, en el palacio de mi familia.
Bueno, ya sé que te está
pasando, espera que llegue mi hijo Aniceto por la mañana y el decide que
hacemos para sacarte de allí.
A la mañana siguiente, Aniceto
habla con su madre y se pusieron de acuerdo para sacar a la mujer de la botella
y pedir lo que ella prometió, además Aniceto estaba soltero y era la hora de
emparejarlo con la mujer de la botella, según su madre, ella, se iría derechito
al cielo, viendo a su hijo bien casado.
Esa noche no fue a pescar
Aniceto, se quedó en casa para ver el desenlace de la mujer de la botella,
después que su madre, conocedora de esta vida y de la otra la conjurara y la
invitara a salir de ese encierro.
A las doce de la noche
nuevamente la indígena prendió un mechón un tabaco negro y otro para Aniceto,
echaron humo en toda la casa y se dispusieron a quitarle el corcho a la botella.
Salió una hermosa mujer de
uno con noventa de estatura, vestía de verde lino con encajes, lentejuelas y
canutillos, tenía porte de reina y todos sus veinte dedos estaban cubiertos con
anillos de oro, abrazó a la indígena anciana y luego se dirigió a Aniceto, le
dio un fuerte abrazo y le dijo que dispusiera de ella, el muy educado le dijo
que no.
“Mis respetos para usted bella dama”, sin
embargo amaneció la reina acostada en su hamaca artesal donde dormía Aniceto.
Al día siguiente, ordenó la
reina llevarla a Montería al consulado de Babilonia, donde por largo tiempo la
reina conversó con el cónsul, hizo varias llamadas y quedaron en regresar, le
preguntaron la dirección de Aniceto y luego se marcharon a casa.
Durante esos días, Aniceto
no fue a pescar, la reina ordenó estar en casa y cuidarla, siempre le decía que
ella le pertenecía a él.
Pasaron treinta días y la
reina seguía dando muestras de agradecimiento, ordenó tumbar la vieja casa de
palma de Aniceto y mandó a hacer un palacio de color blanco con muros de oro
empotrado, pisos brillantes y escaleras por dentro de la gran sala, alfombras
en los pisos, le cambio el aspecto de vestir a los dos miembros de la familia,
ya Aniceto portaba un turbante en su cabeza, al igual que su anciana madre y
los perros de la casa les hicieron una perrera con piscina incluida.
La reina mandó a pavimentar
las calles, a mejorar las fachadas de las casas vecinas a Aniceto, los proveía
de comida y no dejaba que les faltara nada.
Meses después de todo este boom
una mañana de Barranquilla llegó el Embajador de la Antigua Babilonia, venía
acompañado del rey y una comitiva en veinte carros blindados, arroparon la
calle de alfombras rojas, se bajó un señor con barbas rojas, turbante en la
cabeza, un bastón pequeño de color oro, guantes en sus manos y se dirigió a la
Casa Palacio de Aniceto.
Entró le hizo una venía a
Arama, le dijo que él era el tataranieto de su hermana y que era el rey Arsenito
y venia por ella. Se abrazaron se dieron besos en las mejillas por espacio de
una hora, se sentaron en el suelo, cruzaron sus piernas y hablaron en un idioma
distinto al nuestro.
Permanecieron unos días en
casa, luego le dijeron a Aniceto que se lo llevarían para su tierra con su
mamá, cosa que no aceptó, exigió lo prometido y se mantuvo en su punto.
Le concedieron a Aniceto oro y
plata, que es la riqueza de la región, una parte se la llevaron los españoles y
la otra está enterrada bajo metros de profundidad, esparcida en la región del
San Jorge y el valle del Sinú, le dieron un rio con sus aguas de oro que es el Sinú
y un mar azul inmenso, desde tolú, hacia a dentro, las joyas, y collares,
Aniceto le devolvió la vida a la reina, solo a ella le pertenecía.
Aniceto vivió larga vida con
su anciana madre en el palacio construido por la reina Arama, quien se devolvió
para su lejano país, hoy reposa la historia de la hermosa Arama en la región
del san Jorge y Sinú, fértil para sembrar arroz, maíz yuca y plátano sustento
diario de una comarca llena de talento humano que pesca en sus aguas que van a desembocar en el
inmenso mar donde un día llego la botella de color verde oscuro con una reina
imaginaria del lejano oeste.
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