sábado, 26 de julio de 2014

LA VENGANZA A DON CARMELO.

LA VENGANZA A DON CARMELO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano


Como en las película mexicana de Gabino Barrera, su caballo era lo más importante de su vida, así, don Carmelo, protegía a su caballo llamado Crin de oro, por sus melenas brillantes tanto en el pescuezo como en la cola, su color canela y medias blancas en sus patas, domado a través del perrero de cuero y la vara de guayabo macho.

Silvestre como las aves de monte, andaba Crin de Oro, pastando la inmensa llanura, con sus pastizales verdes, frescos y nutritivos, tan cerrero como una yegua cimarrona, así se crio crin de oro, hasta que don Carmelo que en sus tiempos mozos fue empleado raso de la hacienda los Turpiales, conformada por quinientas hectáreas de tierra fértil, se enamoró de él.

Tan pronto nació Crin de oro, le echaron el ojo, para amansarlo, domarlo y ser el guía de don Carmelo, cuando se emborrachaba y perdía la cordura, el tiempo y espacio, en esta vida, sin contar con todas las artimañas fuera de onda del viejo Carmelo, consideradas fuentes de presión para vivir su vida a sus anchas panchas, por lo anterior ningún humano se atrevió a meterse con él.

Creció crin de oro, ya de un año, por primera vez lo encerraron en un corral, lo enlazaron y lo llevaron a la madrina de guayacán lisa, que se encontraba en el centro del encerrado.

Brincó, salto, tiro tierra con sus cascos, se paró en dos patas, resollaba lleno de rabia y desespero, hasta que se cansó y con los secretos del viejo Carmelo, no le quedó más remedio que obedecer a sus caprichos, por ultimo le metieron a la fuerza por la boca, el bozal y de ñapa el cabestro.

Don Carmelo, fue al almacén de aperos y monturas y compro un arsenal de lujos para colocárselos a su caballo y piquetear por el plan, arrasar con cuanta jovencita se le atravesara en su camino y dejar una estela de hijos regados como la verdolaga en las ciénagas de la villa, en tiempos de verano.

Salía don Carmelo en su caballo Crin de oro, todos los sábados en la mañana a visitar su hacienda, tomar notas de los imperfectos y mandar a su capataz a corregir, siempre andaba en buen tono de voz, nunca se alteraba, era un hombre servicial, por eso toda la población se extrañó una noche que se salió de casillas y vociferaba palabras de alto calibre.

Porro, era un hombre de raza negra, corpulento, brazos estirados más allá de los bolsillos del pantalón, manos gruesas y llenas de callos del trabajo material, ojos blancos saltones que daban la impresión cuando miraba que se le iban a salir, era el capataz de la hacienda de don Carmelo, él nació allí, es más dicen los sabidos del tema que es el hijo mayor de don Carmelo, porque de joven gateaba a la negra Ninfa, madre de Porro. Llamado así porque todo el día silvaba un porro sabanero, de la banda vieja de la villa.

A la muerte de la negra, porro, heredó todos sus secretos, se sabía al derecho y al revés los credos y padres nuestro de la santa biblia, los rezaba en latín y en bantú, la lengua africana,  para que nadie los entendiera, solo los sacerdotes españoles y el monaguillo de la iglesia católica.

Jamás, don Carmelo se había tropezado con porro, en una cantina, en el pueblo, por las veredas, solo dentro de la hacienda los Turpiales, arreando el ganado, componiendo portillos en la cerca de alambre púa, con nacederos de matarraton, sembrando hierba y pastizales para el ganado y desmontando las montañas.

Pero el destino y la suerte estaban echados, pronosticados por la negra Ninfa, unos minutos antes de morirse:

“Mijo, usted nunca se encuentre con su Patrón fuera de la hacienda, porque la ley del monte no lo permite, sáquele el cuerpo cada vez que lo vea en los caminos y veredas, incluso en el pueblo, ese señor se portó muy mal con mi persona, nunca he recibido una paga en tantos años de trabajo, cuando le toco el tema me dice que yo soy una esclava, palabras de una moribunda”.

Venía don Carmelo del pueblo, en tres quince, montado en su caballo Crin de oro, acompañado supuestamente por dos personas a caballo, uno venia adelante y el otro en la retaguardia del camino, tan estrecho que no cabía una persona en vía contraria.

De la hacienda para el pueblo venia Porro, en su sano juicio, a la misma hora y en su caballo negro de nombre Azabache a toda prisa, solo la guía del caballo lo llevaba en una carrera desenfrenada para el peligro, acordarse porro de las suplicas de su mama, antes de partir para el más allá, pero como la venganza ciega a los humanos y el perdón no existe en momentos de ira e intenso dolor, lo que no le explicó la negra Ninfa a su único hijo, era la transformación de humano a bestia que sufriría, cuando se encontrara con su padre, fuera de la hacienda.

Paso el negro y su caballo a veloz carrera que solo se vio el polvorín con la luna clara, envistió a su patrón y a los dos supuestos acompañantes, quedó el mundo en silencio excepto los grillos parlanchines que anunciaban un fuerte aguacero, nadie sintió nada, a nadie le paso nada, ellos siguieron, pero el negro porro se incrustó en el corazón de su progenitor y de allí en adelante Don Carmelo andaba con un lado negro hasta la media cara , incluyendo boca, nariz, ojos y, del otro lado blanco chamuscado, como era su color de piel.

Perdió la cordura don Carmelo, entro a la hacienda se encerró en su cuarto, quebró el espejo, donde se miró su rostro por última vez, maldijo a la negra Ninfa, hasta que vino por él, la ganchuda.

Por su puesto el negro Porro desapareció de la faz de la tierra, pero los que vieron a don Carmelo después de encontrarse con el capataz de la hacienda Los Turpiales, aseguran que el lado negro era igualito a Porro y no es solo eso, todos los hijos e hijas de don Carmelo, que pasaban de cincuenta, quedaron marcados con el hierro del Porro, medio lado negro y el otro blanco, ni el caballo famoso de don Carmelo Crin de Oro y su prole, se salvó.

Ahora en la hacienda “Los Turpiales”, pastan más de doscientos caballos, hijos de Crin de oro, con medio cuerpo negro y la otra parte blanca y, por las calles por donde pasa un hijo o hija de don Carmelo, con sus dos colores, todos sus habitantes los observan y en voz baja comentan:

“Al fin la negra Ninfa se salió con la suyas, donde esté, debe estar riéndose de la venganza a don Carmelo”.


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