LA VENGANZA A DON CARMELO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano
Como en las película
mexicana de Gabino Barrera, su caballo era lo más importante de su vida, así, don
Carmelo, protegía a su caballo llamado Crin de oro, por sus melenas brillantes
tanto en el pescuezo como en la cola, su color canela y medias blancas en sus
patas, domado a través del perrero de cuero y la vara de guayabo macho.
Silvestre como las aves de
monte, andaba Crin de Oro, pastando la inmensa llanura, con sus pastizales
verdes, frescos y nutritivos, tan cerrero como una yegua cimarrona, así se crio
crin de oro, hasta que don Carmelo que en sus tiempos mozos fue empleado raso
de la hacienda los Turpiales, conformada por quinientas hectáreas de tierra
fértil, se enamoró de él.
Tan pronto nació Crin de oro, le echaron el ojo, para amansarlo, domarlo y ser el guía de don Carmelo, cuando se emborrachaba y perdía la cordura, el tiempo y espacio, en esta vida, sin contar con todas las artimañas fuera de onda del viejo Carmelo, consideradas fuentes de presión para vivir su vida a sus anchas panchas, por lo anterior ningún humano se atrevió a meterse con él.
Creció crin de oro, ya de un
año, por primera vez lo encerraron en un corral, lo enlazaron y lo llevaron a
la madrina de guayacán lisa, que se encontraba en el centro del encerrado.
Brincó, salto, tiro tierra
con sus cascos, se paró en dos patas, resollaba lleno de rabia y desespero,
hasta que se cansó y con los secretos del viejo Carmelo, no le quedó más
remedio que obedecer a sus caprichos, por ultimo le metieron a la fuerza por la
boca, el bozal y de ñapa el cabestro.
Don Carmelo, fue al almacén
de aperos y monturas y compro un arsenal de lujos para colocárselos a su
caballo y piquetear por el plan, arrasar con cuanta jovencita se le atravesara
en su camino y dejar una estela de hijos regados como la verdolaga en las
ciénagas de la villa, en tiempos de verano.
Salía don Carmelo en su
caballo Crin de oro, todos los sábados en la mañana a visitar su hacienda,
tomar notas de los imperfectos y mandar a su capataz a corregir, siempre andaba
en buen tono de voz, nunca se alteraba, era un hombre servicial, por eso toda
la población se extrañó una noche que se salió de casillas y vociferaba
palabras de alto calibre.
Porro, era un hombre de raza
negra, corpulento, brazos estirados más allá de los bolsillos del pantalón,
manos gruesas y llenas de callos del trabajo material, ojos blancos saltones que
daban la impresión cuando miraba que se le iban a salir, era el capataz de la
hacienda de don Carmelo, él nació allí, es más dicen los sabidos del tema que
es el hijo mayor de don Carmelo, porque de joven gateaba a la negra Ninfa,
madre de Porro. Llamado así porque todo el día silvaba un porro sabanero, de
la banda vieja de la villa.
A la muerte de la negra,
porro, heredó todos sus secretos, se sabía al derecho y al revés los credos y
padres nuestro de la santa biblia, los rezaba en latín y en bantú, la lengua
africana, para que nadie los entendiera,
solo los sacerdotes españoles y el monaguillo de la iglesia católica.
Jamás, don Carmelo se había
tropezado con porro, en una cantina, en el pueblo, por las veredas, solo dentro
de la hacienda los Turpiales, arreando el ganado, componiendo portillos en la
cerca de alambre púa, con nacederos de matarraton, sembrando hierba y
pastizales para el ganado y desmontando las montañas.
Pero el destino y la suerte
estaban echados, pronosticados por la negra Ninfa, unos minutos antes de
morirse:
“Mijo,
usted nunca se encuentre con su Patrón fuera de la hacienda, porque la ley del
monte no lo permite, sáquele el cuerpo cada vez que lo vea en los caminos y
veredas, incluso en el pueblo, ese señor se portó muy mal con mi persona, nunca
he recibido una paga en tantos años de trabajo, cuando le toco el tema me dice
que yo soy una esclava, palabras de una moribunda”.
Venía don Carmelo del
pueblo, en tres quince, montado en su caballo Crin de oro, acompañado
supuestamente por dos personas a caballo, uno venia adelante y el otro en la
retaguardia del camino, tan estrecho que no cabía una persona en vía contraria.
De la hacienda para el
pueblo venia Porro, en su sano juicio, a la misma hora y en su caballo negro de
nombre Azabache a toda prisa, solo la guía del caballo lo llevaba en una
carrera desenfrenada para el peligro, acordarse porro de las suplicas de su
mama, antes de partir para el más allá, pero como la venganza ciega a los
humanos y el perdón no existe en momentos de ira e intenso dolor, lo que no le explicó
la negra Ninfa a su único hijo, era la transformación de humano a bestia que
sufriría, cuando se encontrara con su padre, fuera de la hacienda.
Paso el negro y su caballo a
veloz carrera que solo se vio el polvorín con la luna clara, envistió a su
patrón y a los dos supuestos acompañantes, quedó el mundo en silencio excepto
los grillos parlanchines que anunciaban un fuerte aguacero, nadie sintió nada,
a nadie le paso nada, ellos siguieron, pero el negro porro se incrustó en el
corazón de su progenitor y de allí en adelante Don Carmelo andaba con un lado
negro hasta la media cara , incluyendo boca, nariz, ojos y, del otro lado
blanco chamuscado, como era su color de piel.
Perdió la cordura don
Carmelo, entro a la hacienda se encerró en su cuarto, quebró el espejo, donde
se miró su rostro por última vez, maldijo a la negra Ninfa, hasta que vino por él,
la ganchuda.
Por su puesto el negro Porro
desapareció de la faz de la tierra, pero los que vieron a don Carmelo después
de encontrarse con el capataz de la hacienda Los Turpiales, aseguran que el
lado negro era igualito a Porro y no es solo eso, todos los hijos e hijas de
don Carmelo, que pasaban de cincuenta, quedaron marcados con el hierro del
Porro, medio lado negro y el otro blanco, ni el caballo famoso de don Carmelo Crin
de Oro y su prole, se salvó.
Ahora en la hacienda “Los Turpiales”,
pastan más de doscientos caballos, hijos de Crin de oro, con medio cuerpo negro
y la otra parte blanca y, por las calles por donde pasa un hijo o hija de don
Carmelo, con sus dos colores, todos sus habitantes los observan y en voz baja
comentan:
“Al fin la negra Ninfa se salió
con la suyas, donde esté, debe estar riéndose de la venganza a don Carmelo”.
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