viernes, 18 de julio de 2014

TOMASITO BINDE, UN MAMADOR DE GALLO.

TOMASITO BINDE, UN MAMADOR DE GALLO.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño, Colombiano.



Cuando las cosas económicas se ponían malas, que no se conseguía trabajo en la región de córdoba y sucre, especialmente en el resguardo de la Etnia Zenu, los varones se alistan para salir del resguardo a trabajar en otros lugares de la costa y hasta llegan al vecino país de Venezuela.

Pasaban los muchachos pateando bola de vejiga de puerco, en una cancha grande para matar el rato y el ocio, en espera de la partida, eran jóvenes sanos y con mucha experiencia y responsabilidad en el trabajo.

Manuelito, alistó su machete macoco, especial para raspar tabaco en la región de Ovejas Sucre, donde era conocido por su buen desempeño en las labores del campo, especialmente para atender la cosecha de tabaco negro amargo que se cultiva en esa zona del país, el contrato podía ser por destajo, por días, o por cosecha.

Salieron bien temprano una cuadrilla de doce trabajadores, después de despedirse de sus esposas y su docena de hijos, con el fin de regresar dentro de seis meses, cogieron camino de a pie hasta llegar a San Andrés de Sotavento Córdoba, el centro y capital de la Etnia Zenu, ataviados con su moral y la rula Colín dentro da la funda, amarrado con un cáñamo de los dos que llevan para guindar la hamaca artesanal.

De allí parten para diferentes lugares, donde los esperan para contratarlos, son exclusivos y cumplidos, ni un día mas, pero tampoco un día menos de las fechas indicadas, cuando uno dice que se va, se van todos y cuando uno dice me quedo, se quedan todos, hacían su comida aparte de los demás trabajadores, todos los días había un cocinero, se rotaban porque todos sabían cocinar, sus especialidades y su plato preferido Babilla guisada, que encontraban en las lagunas del alrededor, todas las noches salían a cazar babillas unos cuatro hombres de la etnia.

Mientras eso sucedía en Barranquilla Tomasito Binde y su patota, hacían maldades en las calles y canchas de su barrio, era Tomasito, el único que asistía a la Universidad, porque su padre era teso y firme en la toma de decisiones y las embarradas de los muchachos estaban tocando puntos extremos.

También al igual que los indígenas, jugaban bola de trapo toda la noche y en el día dormían plácidamente, las apuestas se convertían en maldades hacia los que perdían el partido, la especial era motilarlos a todos con un corte de totuma, o el de solo dejarles la moñita, hasta que les volviera a salir cabellos y Tomasito Binde era especialista en esos cortes.

La última maldad que hicieron, fue coger al celador del Teatro Las Nieves, le dieron una toma de marihuana con café tostado, lo pusieron a dormir toda la noche y se vieron las películas que iban a dar el día siguiente, toda la noche hubo cine.

Manuelito, un muchacho bajito regordete con pómulos salientes y cachetes de globo inflado, sombrero tuchinero, abarcas tres punta, manillas trenzadas en sus muñecas, ojos hundidos y pequeños, en esa época, rayaba los veinticuatro años, se encontraba trabajando en un paraje de ovejas, raspando tabaco, él era quien daba órdenes y arreglaba los trabajos, los demás obedecían y trabajaban tranquilos, sin presión y en silencio.

Tomasito Binde, era un hombre entrado en unos veinticinco años, perequero y mamador de gallo, le tomaba del pelo hasta los de la Etnia Zenu, terminó su carrera Universitaria y de una, lo empacaron a pasar vacaciones en los montes de maría la alta, donde su hermana y su cuñado, que lo apreciaban mucho, al llegar se encontró con que Lucho Rovira estaba de viaje y no había quien se encargara de la finca y de las cosechas, en especial la del tabaco negro, que requería de cuidados especiales para  que la cosecha fuera productiva, Libia, su hermana le propuso a Tomasito Binde, que Administrara la Finca, ya que se había graduado en Administrador de Empresas, también, se podía ganar una plática extra como jornalero.

Venía nada menos y nada más que de Quilla, nacido y criado en el barrio de las Nieves, donde los pintan de blanco en los carnavales, se la saben todas y las que no, las apuntan, les juega el coco y siempre viven alegres, acepto Tomasito administrar toda la finca de unas diez hectáreas, sembradas de yuca, ñame, tabaco, patilla, melón y maíz.

Tan pronto llegó, se la dedicó a los trabajadores sinuanos, por su admiración al corte de cabello que traían y como él era peluquero de banca y cuchilla, se imaginaba haciéndoles un corte especial a cada uno de ellos a lo barranquillero.

La primera broma que les hizo fue colocarle su boa de dos metros de plástico, con que asustaba a sus compañeras en la U. en una carga de tabaco seco que iba a pasar por las manos de Manuelito, sin pensar Tomasito que se la iban a picar en cinco pedazos, con una rula afilada, allí comenzó su venganza el barranquillero.

Todos los sábados en la tarde recibían los trabajadores su paga, tuvieran cualquier contrato, esto con el fin de animarlos para que  trabajaran relajados, liquidaba Tomasito a sus trabajadores uno por uno, con moneda colombiana sonante y contante, en billetes de medio peso, un peso y monedas de a un centavo, dos centavos, cinco centavos, estas había que meterles el diente, haber si eran de plata, fabricadas al 90%,  y de cobre.

A las tres de la tarde del día sábado terminaba la jornada laboral, todos y cada uno de los trabajadores debían estar bañados y cambiaditos de ropa para hacer la fila y recibir el jornal de la semana, inmancable el pago, no como en la algodonera del Debe Carrillo, allá en el Copey.

En fila india Tomasito, el mamador de gallo y carismático Barranquillero en forma jocosa llamaba por sobre nombres que se inventaba,  a sus trabajadores:
1.- Cara de Conejo y le entregaba su bolsita de papel marrón con el dinero, este se retiraba a dos o tres metros y contaba, si había algún reclamo, regresaba después que le pagaran a todos.

2.- Pie de Araña, 3.- Ojo de buey. 4.- Cara de piña, nariz de vaca, pantalona, por tener un pantalón de talla más grande, cara de muñeca, boca de toche, pelo de puerco espín, mandas cascara, machete sin filo y así iba liquidando y poniendo sobre nombres, cada vez que pagaba, utilizaba distintos apodos.

Habían trabajadores que no les gustaba la forma en que los trataba Tomasito Binde y le decían que los respetara que ellos tenían sus nombres de pila, entonces era peor, les decía los come babilla, a los indígenas Zenu, llegando al punto algunos de abandonar el trabajo por no aguantar el pereque del Barranquillero, en el trabajo era peor, ellos decían que porque Tomasito trabajaba a la par de ellos si él no era jornalero, pero el jefe tenía sus motivos de ganarse unos pesitos más para mandar para su casa y alimentar a sus padres que le dieron educación.

Además venían los carnavales y había que comprar el disfraz de mono cuco y la careta de toro bravo, personaje que personificaba Tomasito Binde, en carnaval, desde hace muchos años, a la larga era un personaje que se encontraba en un monte y se sentía lejos de los suyos y por eso trataba de ser amable con sus trabajadores que no entendían el comportamiento normal de un capitalino, eso era todo no lo hacía   con el fin de molestar o estorbar en la vida de los obreros.

Manuelito el más huraño de los doce trabajadores que salieron del resguardo indígena de la etnia Zenu, en límites entre córdoba y sucre, quizás por ser el jefe, siempre vivía reclamándole a Tomasito por sus compañeros y lo amenazaba con decírselo a Lucho Rovira, el dueño de la finca, pero el capataz no le prestaba atención a sus reclamos, siempre le salía diciendo cualquier cosa que por su puesto lo enfadaba más.

Hasta que se rebosó el cántaro y la leche se derramó, a la siete de la mañana, Manuelito dio órdenes a sus compañeros de desguindar las hamacas, recogerlas, hacer maletas y chao pescado, si te vi no te conocí, a esa hora venia llegando Lucho Rovira, él manda más de la finca y se sorprendió ver a sus mejores trabajadores con su morral y la rula amarrada con cáñamo al hombro en son de irse para no volver mas, por culpa de Tomasito Binde, el Barranquillero.

Se bajó Lucho de su mulo prieto, lo amarro en una rama de totumo y se dirigió a Manuelito:
Ajjaaaa Manuelito porque están prestos para irse, si no ha comenzado todavía la recolección de la cosecha, en voz baja y pausada fue contándole a Lucho el trato perequero de Tomasito Binde, manifestándoles su descontento y el de sus compañeros, en especial por los sobrenombres que les colocaba a cada uno.

“Ellos no están acostumbrados a esa clase de trato, creo que nadie, porque a mi persona me toco jalar trompadas hace cuarenta años cuando llegue a Quilla, precisamente por las tallas que montan, especialmente cuando me decían que vine a la ciudad, siguiendo  un espejito”.
Vayan a trabajar, ordenó Lucho, esto lo arreglo yo enseguida con Tomasito, pero él no se encontraba había salido para Ovejas a hacer unas compras y a motilarse porque parecía un ovejo en Ovejas.

Tomasito regresó al filo del mediodía, cuando los trabajadores estaban almorzando, notó que su cuñado Lucho tenia cara de escopeta cañón dieciséis y antes que le dijeran algo, como buen nievero, ripostó:

Ajjaaa mi llave, te veo con cara de cuatro por cuatro, refiriéndose a las camionetas que usaban los guajiros, para llegar a bahía portete a escoltar los contrabandos de mercancía extranjera y que él ayudaba a cargar, Lucho entró en detalles con Tomasito y este no le gustó el reclamo, vociferando que se iba para Barranquilla después de contar con su liquidación.

La cosa quedo allí, no se dijo más, pero Tomasito Binde, no iba a cambiar su forma de ser, su idiosincrasia, su entorno y su personalidad lo definían como un mamador de gallo, sino pregúntenle al temido Peluca que se crio al frente de la casa de Tomasito en el barrio.

En su mente maquiavélica, Tomasito Binde, se inventaba la suya, antes de partir alistó su maleta de acordeón, de cuero fino, que todos los días le pasaba betún marrón, dejándola como un espejo, es más él se peinaba en ella, el día viernes en la noche sin que lo vieran traspuso la maleta cerca al camino que da al pueblo de Ovejas, con su hecho  pensando en la maldad que tenía preparada a cada uno de los doce trabajadores de la Etnia cordobesa.

En el baratillo de la plaza del pueblo, compró una tijera barrilito y la mandó a aceitar y afilar y le dijo al vendedor que la quería para motilar a unos ovejos que tenía en la finca, el vendedor tenía en el almacén de secretario a un muchacho chino de pelo liso con unas puyas como el del puerco espín.

Ven acá Teodoro, y lo cogió por la moña y le cortó una mota de cabello.

Mira, y le entregó el cabello al muchacho.

Para sus adentros Tomasito dijo: Es igualito a los doce que hay allá, deben ser familias.

Para ese sábado había en la finca cercana una tómbola y estaban invitados los trabajadores de “El trébol”, como se llamaba la finca de Lucho Rovira, poquito era para quitarles la plata ganada a los jornaleros, ron, música y mujer, tres ingredientes irresistibles en los trabajadores recoge tabaco de la región.

Esa semana Tomasito trató bien a sus trabajadores en especial a los de la Etnia y les manifestó que los iba a motilar para que se sintieran bien en la tómbola y consiguieran parejas.

Ellos, contentos por el comportamiento de Tomasito y en especial por el trato que recibieron de él en esa semana, pero el jefe los iba a castigar y se marcharía tan pronto terminara con su cometido.

Ese sábado, como de costumbre les dio su pago, todos satisfechos y les advirtió que no se fueran a gastar todo el dinero, que se acordaran de sus hijos y sus mujeres que los estaban esperando en casa.

Le dijo a Manuelito, que tan pronto se desocupara los motilaría pero el jefe no contaba con que el cabello de los indígenas, era muy cerrero, más que con la tijera barrilito quedaría sin filo a las dos o tres motiladas y eran doce.

Con su liquidación en el bolsillo, la maleta traspuesta y su mente burlona, Tomasito fue motilando uno por uno a los Zenu, como no había espejo, tenian que esperar mirarse uno con el otro y eso fue lo que no permitió Tomasito, a cada uno lo situó en una parte donde no se vieran.

Terminó con Manuelito el jefe, sacudió la tijera se limpió las puyas de cabello y partió en busca de su maleta, cuando los indígenas se juntaron, se llevaron la mano a la cabeza y todos estaban trasquilados, tenían unos escaleras como en la entrada a la Iglesia de Ovejas, que para llegar a la puerta de entrada principal, hay que recorrer treinta y cinco de ellas.

Cada miembro de la raza Zenu, cogió su machetilla, llamado macoco, bien afilados y salieron en busca de Tomasito, para mocharle el bolo y tirarlo en la plaza de Ovejas, toda la noche lo buscaron en vano, porque Tomasito el Barranquillero y mamador de gallo, cogió la primera chiva que pasó por la carretera y a las cuatro horas, estaba en la esquina de la quince con veinticuatro, según reza el mojón de cemento, allí al frente de la Iglesia del barrio Las Nieves, rodeado de sus contertulios, riéndose y refiriéndoles el cuento de los doce apóstoles de la Etnia Zenu.

Lo que no pensó Tomasito, fue que los doce apóstoles como él llamaba a sus trabajadores, es que ellos llegaron donde su hermana e indagaron por él y ella les dio su dirección en Quilla.
Al día siguiente, a las siete de la noche, estaba la patota de Tomasito en el sitio de siempre, poniéndoles pereque y talla a cuanta persona pasaba por el lugar, en especial las muchachas que recibían toda clase de piropos.

La noche estaba entrada en lluvia, se asomaba en el oscuro de la esquina, una luz pobre sobre los arboles de acacia, que no dejaban ver hacia la carrera quince, vía a la calle diecisiete, por donde venían los doce apóstoles repartidos de cuatro por bando, ya tenían ubicado y estudiado al personaje Tomasito Binde, que se sentía seguro y respaldado por sus compañeros en la esquina mencionada.

Quique, un amigo, si le decía a Tomasito Binde, que fue barro lo que hizo, y le advirtió que esos manes son vengativos y no dejan las cosas así, que recordara que son primos de los Wayuu de la Guajira, más si es un problema de Etnia, la burla hacia ellos se paga con la cabeza, hasta que no la tengan guindada en su mano y la rula llena de sangre en la otra no se quedan quietos, a esa voz Tomasito Binde, en forma burlona, decía:
-     
       Que van a venir a buscar para acá esos corronchos, si apurado llegan a Ovejas.

Pero Tomasito tenía a los enemigos a su espalda, al frente y por los costados de su cuerpo y no se habían percatado de la presencia de los doce apóstoles:
-       
      Jefe le traemos la paga de la motilada, vociferó Manuelito, machete en mano.

Los mamadores de gallo y de gallina se orinaron en sus pantalones allí donde se encontraban, Tomasito decía, que fue una mamadera de gallo, que ellos eran así y que les perdonaran la vida de holgazanes que llevaban, tan de buenas que venía pasando la patrulla de la policía, la numero 143, que al ver las doce machetillas que relumbraban su filo con las bombillas de la patrulla, le salvaron la vida a Tomasito Binde y sus amigos mamadores de gallo, del barrio las nieves en Quilla, la arenosa.

En la inspección de policía, Tomasito Binde se comprometió a mejorarle el corte de totuma a los doce apóstoles, a costear sus gastos de pasaje y manutención y a indemnizarlos por una suma al doble de la liquidación que recibió en la finca, embárcalos en un bus interdepartamental, que los trajera de regreso a la finca “El Trébol”, en Ovejas, donde salieron a vengarse por la ofensa que fueron objeto por parte de Tomasito, sin antes pedirles disculpas por ofender a sus mayores, porque salió a relucir en la inspección que la madre de Tomasito, que tuvo que empeñar las prendas para sacar de la cárcel a su hijo, era de esa raza indígena a quien hay que respetar, porque son nuestros ancestros.

No le toques la cola al perro, si no lo conoces bien, dice un refrán popular.

A, lo de Binde de Tomasito, fue un apodo que recibió, cuando estudiaba Bachillerato y usaba un afro, parecido a un binde de termitas, esta fue obra de su amigo “El Bola”.


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