TOMASITO BINDE, UN MAMADOR DE GALLO.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño, Colombiano.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño, Colombiano.
Cuando las cosas económicas se
ponían malas, que no se conseguía trabajo en la región de córdoba y sucre,
especialmente en el resguardo de la Etnia Zenu, los varones se alistan para
salir del resguardo a trabajar en otros lugares de la costa y hasta llegan al
vecino país de Venezuela.
Pasaban los muchachos
pateando bola de vejiga de puerco, en una cancha grande para matar el rato y el
ocio, en espera de la partida, eran jóvenes sanos y con mucha experiencia y
responsabilidad en el trabajo.
Manuelito, alistó su machete
macoco, especial para raspar tabaco en la región de Ovejas Sucre, donde era
conocido por su buen desempeño en las labores del campo, especialmente para
atender la cosecha de tabaco negro amargo que se cultiva en esa zona del país,
el contrato podía ser por destajo, por días, o por cosecha.
Salieron bien temprano una
cuadrilla de doce trabajadores, después de despedirse de sus esposas y su
docena de hijos, con el fin de regresar dentro de seis meses, cogieron camino
de a pie hasta llegar a San Andrés de Sotavento Córdoba, el centro y capital de
la Etnia Zenu, ataviados con su moral y la rula Colín dentro da la funda,
amarrado con un cáñamo de los dos que llevan para guindar la hamaca artesanal.
De allí parten para
diferentes lugares, donde los esperan para contratarlos, son exclusivos y
cumplidos, ni un día mas, pero tampoco un día menos de las fechas indicadas,
cuando uno dice que se va, se van todos y cuando uno dice me quedo, se quedan
todos, hacían su comida aparte de los demás trabajadores, todos los días había
un cocinero, se rotaban porque todos sabían cocinar, sus especialidades y su
plato preferido Babilla guisada, que encontraban en las lagunas del alrededor,
todas las noches salían a cazar babillas unos cuatro hombres de la etnia.
Mientras eso sucedía en
Barranquilla Tomasito Binde y su patota, hacían maldades en las calles y
canchas de su barrio, era Tomasito, el único que asistía a la Universidad,
porque su padre era teso y firme en la toma de decisiones y las embarradas de
los muchachos estaban tocando puntos extremos.
También al igual que los
indígenas, jugaban bola de trapo toda la noche y en el día dormían
plácidamente, las apuestas se convertían en maldades hacia los que perdían el
partido, la especial era motilarlos a todos con un corte de totuma, o el de
solo dejarles la moñita, hasta que les volviera a salir cabellos y Tomasito
Binde era especialista en esos cortes.
La última maldad que
hicieron, fue coger al celador del Teatro Las Nieves, le dieron una toma de marihuana
con café tostado, lo pusieron a dormir toda la noche y se vieron las películas
que iban a dar el día siguiente, toda la noche hubo cine.
Manuelito, un muchacho bajito
regordete con pómulos salientes y cachetes de globo inflado, sombrero
tuchinero, abarcas tres punta, manillas trenzadas en sus muñecas, ojos hundidos
y pequeños, en esa época, rayaba los veinticuatro años, se encontraba
trabajando en un paraje de ovejas, raspando tabaco, él era quien daba órdenes y
arreglaba los trabajos, los demás obedecían y trabajaban tranquilos, sin
presión y en silencio.
Tomasito Binde, era un
hombre entrado en unos veinticinco años, perequero y mamador de gallo, le
tomaba del pelo hasta los de la Etnia Zenu, terminó su carrera Universitaria y
de una, lo empacaron a pasar vacaciones en los montes de maría la alta, donde
su hermana y su cuñado, que lo apreciaban mucho, al llegar se encontró con que
Lucho Rovira estaba de viaje y no había quien se encargara de la finca y de las
cosechas, en especial la del tabaco negro, que requería de cuidados especiales
para que la cosecha fuera productiva,
Libia, su hermana le propuso a Tomasito Binde, que Administrara la Finca, ya
que se había graduado en Administrador de Empresas, también, se podía ganar una
plática extra como jornalero.
Venía nada menos y nada más
que de Quilla, nacido y criado en el barrio de las Nieves, donde los pintan de
blanco en los carnavales, se la saben todas y las que no, las apuntan, les
juega el coco y siempre viven alegres, acepto Tomasito administrar toda la
finca de unas diez hectáreas, sembradas de yuca, ñame, tabaco, patilla, melón y
maíz.
Tan pronto llegó, se la
dedicó a los trabajadores sinuanos, por su admiración al corte de cabello que
traían y como él era peluquero de banca y cuchilla, se imaginaba haciéndoles un
corte especial a cada uno de ellos a lo barranquillero.
La primera broma que les
hizo fue colocarle su boa de dos metros de plástico, con que asustaba a sus
compañeras en la U. en una carga de tabaco seco que iba a pasar por las manos
de Manuelito, sin pensar Tomasito que se la iban a picar en cinco pedazos, con una
rula afilada, allí comenzó su venganza el barranquillero.
Todos los sábados en la
tarde recibían los trabajadores su paga, tuvieran cualquier contrato, esto con
el fin de animarlos para que trabajaran
relajados, liquidaba Tomasito a sus trabajadores uno por uno, con moneda colombiana
sonante y contante, en billetes de medio peso, un peso y monedas de a un
centavo, dos centavos, cinco centavos, estas había que meterles el diente,
haber si eran de plata, fabricadas al 90%, y de cobre.
A las tres de la tarde del día
sábado terminaba la jornada laboral, todos y cada uno de los trabajadores
debían estar bañados y cambiaditos de ropa para hacer la fila y recibir el
jornal de la semana, inmancable el pago, no como en la algodonera del Debe
Carrillo, allá en el Copey.
En fila india Tomasito, el
mamador de gallo y carismático Barranquillero en forma jocosa llamaba por sobre
nombres que se inventaba, a sus
trabajadores:
1.- Cara de Conejo y le
entregaba su bolsita de papel marrón con el dinero, este se retiraba a dos o
tres metros y contaba, si había algún reclamo, regresaba después que le pagaran
a todos.
2.- Pie de Araña, 3.- Ojo de
buey. 4.- Cara de piña, nariz de vaca, pantalona, por tener un pantalón de
talla más grande, cara de muñeca, boca de toche, pelo de puerco espín, mandas
cascara, machete sin filo y así iba liquidando y poniendo sobre nombres, cada
vez que pagaba, utilizaba distintos apodos.
Habían trabajadores que no
les gustaba la forma en que los trataba Tomasito Binde y le decían que los
respetara que ellos tenían sus nombres de pila, entonces era peor, les decía
los come babilla, a los indígenas Zenu, llegando al punto algunos de abandonar
el trabajo por no aguantar el pereque del Barranquillero, en el trabajo era peor,
ellos decían que porque Tomasito trabajaba a la par de ellos si él no era
jornalero, pero el jefe tenía sus motivos de ganarse unos pesitos más para mandar
para su casa y alimentar a sus padres que le dieron educación.
Además venían los carnavales
y había que comprar el disfraz de mono cuco y la careta de toro bravo,
personaje que personificaba Tomasito Binde, en carnaval, desde hace muchos
años, a la larga era un personaje que se encontraba en un monte y se sentía
lejos de los suyos y por eso trataba de ser amable con sus trabajadores que no
entendían el comportamiento normal de un capitalino, eso era todo no lo hacía con el fin de molestar o estorbar en la vida
de los obreros.
Manuelito el más huraño de
los doce trabajadores que salieron del resguardo indígena de la etnia Zenu, en límites
entre córdoba y sucre, quizás por ser el jefe, siempre vivía reclamándole a
Tomasito por sus compañeros y lo amenazaba con decírselo a Lucho Rovira, el
dueño de la finca, pero el capataz no le prestaba atención a sus reclamos,
siempre le salía diciendo cualquier cosa que por su puesto lo enfadaba más.
Hasta que se rebosó el cántaro
y la leche se derramó, a la siete de la mañana, Manuelito dio órdenes a sus
compañeros de desguindar las hamacas, recogerlas, hacer maletas y chao pescado,
si te vi no te conocí, a esa hora venia llegando Lucho Rovira, él manda más de
la finca y se sorprendió ver a sus mejores trabajadores con su morral y la rula
amarrada con cáñamo al hombro en son de irse para no volver mas, por culpa de
Tomasito Binde, el Barranquillero.
Se bajó Lucho de su mulo
prieto, lo amarro en una rama de totumo y se dirigió a Manuelito:
Ajjaaaa Manuelito porque
están prestos para irse, si no ha comenzado todavía la recolección de la
cosecha, en voz baja y pausada fue contándole a Lucho el trato perequero de
Tomasito Binde, manifestándoles su descontento y el de sus compañeros, en
especial por los sobrenombres que les colocaba a cada uno.
“Ellos no están
acostumbrados a esa clase de trato, creo que nadie, porque a mi persona me toco
jalar trompadas hace cuarenta años cuando llegue a Quilla, precisamente por las
tallas que montan, especialmente cuando me decían que vine a la ciudad,
siguiendo un espejito”.
Vayan a trabajar, ordenó
Lucho, esto lo arreglo yo enseguida con Tomasito, pero él no se encontraba
había salido para Ovejas a hacer unas compras y a motilarse porque parecía un
ovejo en Ovejas.
Tomasito regresó al filo del
mediodía, cuando los trabajadores estaban almorzando, notó que su cuñado Lucho
tenia cara de escopeta cañón dieciséis y antes que le dijeran algo, como buen
nievero, ripostó:
Ajjaaa mi llave, te veo con
cara de cuatro por cuatro, refiriéndose a las camionetas que usaban los
guajiros, para llegar a bahía portete a escoltar los contrabandos de mercancía
extranjera y que él ayudaba a cargar, Lucho entró en detalles con Tomasito y
este no le gustó el reclamo, vociferando que se iba para Barranquilla después
de contar con su liquidación.
La cosa quedo allí, no se
dijo más, pero Tomasito Binde, no iba a cambiar su forma de ser, su idiosincrasia,
su entorno y su personalidad lo definían como un mamador de gallo, sino
pregúntenle al temido Peluca que se crio al frente de la casa de Tomasito en el
barrio.
En su mente maquiavélica,
Tomasito Binde, se inventaba la suya, antes de partir alistó su maleta de acordeón,
de cuero fino, que todos los días le pasaba betún marrón, dejándola como un
espejo, es más él se peinaba en ella, el día viernes en la noche sin que lo
vieran traspuso la maleta cerca al camino que da al pueblo de Ovejas, con su
hecho pensando en la maldad que tenía
preparada a cada uno de los doce trabajadores de la Etnia cordobesa.
En el baratillo de la plaza
del pueblo, compró una tijera barrilito y la mandó a aceitar y afilar y le dijo
al vendedor que la quería para motilar a unos ovejos que tenía en la finca, el
vendedor tenía en el almacén de secretario a un muchacho chino de pelo liso con
unas puyas como el del puerco espín.
Ven acá Teodoro, y lo cogió
por la moña y le cortó una mota de cabello.
Mira, y le entregó el
cabello al muchacho.
Para sus adentros Tomasito
dijo: Es igualito a los doce que hay allá, deben ser familias.
Para ese sábado había en la
finca cercana una tómbola y estaban invitados los trabajadores de “El trébol”,
como se llamaba la finca de Lucho Rovira, poquito era para quitarles la plata
ganada a los jornaleros, ron, música y mujer, tres ingredientes irresistibles
en los trabajadores recoge tabaco de la región.
Esa semana Tomasito trató
bien a sus trabajadores en especial a los de la Etnia y les manifestó que los
iba a motilar para que se sintieran bien en la tómbola y consiguieran parejas.
Ellos, contentos por el
comportamiento de Tomasito y en especial por el trato que recibieron de él en
esa semana, pero el jefe los iba a castigar y se marcharía tan pronto terminara
con su cometido.
Ese sábado, como de
costumbre les dio su pago, todos satisfechos y les advirtió que no se fueran a
gastar todo el dinero, que se acordaran de sus hijos y sus mujeres que los
estaban esperando en casa.
Le dijo a Manuelito, que tan
pronto se desocupara los motilaría pero el jefe no contaba con que el cabello
de los indígenas, era muy cerrero, más que con la tijera barrilito quedaría sin
filo a las dos o tres motiladas y eran doce.
Con su liquidación en el
bolsillo, la maleta traspuesta y su mente burlona, Tomasito fue motilando uno
por uno a los Zenu, como no había espejo, tenian que esperar mirarse uno con el
otro y eso fue lo que no permitió Tomasito, a cada uno lo situó en una parte
donde no se vieran.
Terminó con Manuelito el
jefe, sacudió la tijera se limpió las puyas de cabello y partió en busca de su
maleta, cuando los indígenas se juntaron, se llevaron la mano a la cabeza y
todos estaban trasquilados, tenían unos escaleras como en la entrada a la Iglesia
de Ovejas, que para llegar a la puerta de entrada principal, hay que recorrer
treinta y cinco de ellas.
Cada miembro de la raza
Zenu, cogió su machetilla, llamado macoco, bien afilados y salieron en busca de
Tomasito, para mocharle el bolo y tirarlo en la plaza de Ovejas, toda la noche
lo buscaron en vano, porque Tomasito el Barranquillero y mamador de gallo, cogió
la primera chiva que pasó por la carretera y a las cuatro horas, estaba en la
esquina de la quince con veinticuatro, según reza el mojón de cemento, allí al
frente de la Iglesia del barrio Las Nieves, rodeado de sus contertulios,
riéndose y refiriéndoles el cuento de los doce apóstoles de la Etnia Zenu.
Lo que no pensó Tomasito,
fue que los doce apóstoles como él llamaba a sus trabajadores, es que ellos
llegaron donde su hermana e indagaron por él y ella les dio su dirección en
Quilla.
Al día siguiente, a las
siete de la noche, estaba la patota de Tomasito en el sitio de siempre,
poniéndoles pereque y talla a cuanta persona pasaba por el lugar, en especial
las muchachas que recibían toda clase de piropos.
La noche estaba entrada en
lluvia, se asomaba en el oscuro de la esquina, una luz pobre sobre los arboles
de acacia, que no dejaban ver hacia la carrera quince, vía a la calle diecisiete,
por donde venían los doce apóstoles repartidos de cuatro por bando, ya tenían
ubicado y estudiado al personaje Tomasito Binde, que se sentía seguro y
respaldado por sus compañeros en la esquina mencionada.
Quique, un amigo, si le
decía a Tomasito Binde, que fue barro lo que hizo, y le advirtió que esos manes
son vengativos y no dejan las cosas así, que recordara que son primos de los
Wayuu de la Guajira, más si es un problema de Etnia, la burla hacia ellos se paga
con la cabeza, hasta que no la tengan guindada en su mano y la rula llena de
sangre en la otra no se quedan quietos, a esa voz Tomasito Binde, en forma
burlona, decía:
-
Que van a venir a buscar para acá esos
corronchos, si apurado llegan a Ovejas.
Pero Tomasito tenía a los
enemigos a su espalda, al frente y por los costados de su cuerpo y no se habían
percatado de la presencia de los doce apóstoles:
-
Jefe
le traemos la paga de la motilada, vociferó Manuelito, machete en mano.
Los mamadores de gallo y de
gallina se orinaron en sus pantalones allí donde se encontraban, Tomasito
decía, que fue una mamadera de gallo, que ellos eran así y que les perdonaran
la vida de holgazanes que llevaban, tan de buenas que venía pasando la patrulla
de la policía, la numero 143, que al ver las doce machetillas que relumbraban
su filo con las bombillas de la patrulla, le salvaron la vida a Tomasito Binde y
sus amigos mamadores de gallo, del barrio las nieves en Quilla, la arenosa.
En la inspección de policía,
Tomasito Binde se comprometió a mejorarle el corte de totuma a los doce
apóstoles, a costear sus gastos de pasaje y manutención y a indemnizarlos por
una suma al doble de la liquidación que recibió en la finca, embárcalos en un
bus interdepartamental, que los trajera de regreso a la finca “El Trébol”, en
Ovejas, donde salieron a vengarse por la ofensa que fueron objeto por parte de
Tomasito, sin antes pedirles disculpas por ofender a sus mayores, porque salió
a relucir en la inspección que la madre de Tomasito, que tuvo que empeñar las
prendas para sacar de la cárcel a su hijo, era de esa raza indígena a quien hay
que respetar, porque son nuestros ancestros.
No le toques la cola al
perro, si no lo conoces bien, dice un refrán popular.
A, lo de Binde de Tomasito,
fue un apodo que recibió, cuando estudiaba Bachillerato y usaba un afro, parecido
a un binde de termitas, esta fue obra de su amigo “El Bola”.
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