domingo, 13 de julio de 2014

MANO YEYO Y LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

MANO YEYO Y LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano

Un día cualquiera, estaba mano Yeyo arando la tierra en la región  del Careto, para sembrar tabaco, yuca y maíz y del cielo venían volando dos aves de mediana estatura, traían una conversación de humanos, allí fue donde mano Yeyo se escamoseo, un lenguaje no conocido en la región de los montes de maría, tanto la alta como la bajita.

El sol presentaba sus rayos horizontales, por ser de mañana, pero al igual penetraban en la piel curtida y tostada del campesino Yeyo, además el hombre se había tomado sus tragos de ron Kilómetro 0, el día anterior, todos estos ingredientes hacían dudar a Yeyo, de que en verdad las aves venían hablando en un idioma extranjero.

En forma burlona, los apuntó con su cavador o barretón, como se le llama a ese instrumento arador de la tierra, vean, tan pronto Yeyo les apunto a las dos aves, se vinieron en picada directico hacia donde se encontraba el campesino trabajador, este no tuvo más remedio que correr, con la mala suerte que se  enredó la abarca en un tronco de árbol seco y “pundundan”, al suelo y su cabeza fue a dar a una piedra que se hallaba sembrada en la tierra desde hace más de un siglo.

Mano Yeyo, era un hombre delgado, alto, descendiente de la raza indígena del cacique Terraza, ya estaba entrado en los cuarenta cuando mi persona lo conoció, siempre fue un hombre trabajador de la madre tierra, a ella le sacaba cuanto producto de pan coger producía.

Pero Mano Yeyo nunca se imaginó que del cielo le fuera a caer una gallina Kiriki, con su respectivo gallo de compañero, menos a que les fueran a hablar y contarle ese hermoso secreto que guardaban para la eternidad, pero como al que le van a dar le guardan, así sea campesino, o que se parezca a un espantapájaros, menos.

Despertó Yeyo a los tres días de haberse pegado un totazo con una piedra allá en su parcela, donde dejó la mochila, los tabacos, una abarca reventada y las pisadas de dos animales bípedos por todo el arado.

Su familiares lo buscaron, indagaron por el en la comarca, le preguntaron a su amigo “El Churro”, tampoco dio razón, solo una viejita que vivía cerca de allí, que vio a Yeyo arando la tierra y apuntándole con el cavador en forma de escopeta, al cielo, a unos pájaros que iban pasando.

Esa era la pista que tenían las autoridades, después de que su familia dio aviso a la policía del hecho de desaparición de unos de los hombres más queridos de la región.

Aconteció que Yeyo con el porrazo que se dio con la inmensa piedra, se sumergió en un inmenso sueño, guiado por el subconsciente, porque el consiente lo había perdido, más el yo, obedecían órdenes del súper yo, y así se encontraba Yeyo, en un estado, casi no perteneciente a esta vida.

“Él, Yeyo, vio aterrizar a las dos aves que eran una gallina Kiriki y un Gallito Kiriki, de pequeña estatura, tenían un hablado raro entre ellos, a Yeyo si le hablaban en Castellano, pero ya no de Castilla, sino de la Región donde se encontraban y, donde se encontraban, eso preguntó Yeyo”.

No te preocupéis ve, que estas a salvo con nosotros, solo queremos que nos orientes para buscar un gallinero que sea de patio, no de esos que les echan comida extranjera y química y a los meses los matan y van a parar en el galillo de los humanos, que al poco rato vuelven a votarlos por el tubo de escape y se vuelven abono para la madre tierra.

Orientaron a Yeyo, que se lo habían llevado para el cerro pintado, más exactamente en el Balcón del Cesar, hacia frio esa noche que Yeyo despertó de su pesadilla, pero creo que valía la pena porque estas dos aves de corto vuelo, pero que venían del más allá, le darían larga y tranquila vida a este campesino, si respetaba el pacto entre los tres, las dos aves y el humano.

Antes que amaneciera cargaron a Yeyo las dos aves de color jabado, con plumas verdes azulosas y lo dejaron en una parcela, donde había más de doscientas gallinas, pavos, codornices y por su puesto dos gallos bastos, uno de ellos tenía el pescuezo pelado, pocas plumas y un cuello, tan largo como el de una jirafa.

Allí, se encontraban las dos aves pequeñas, pastando libres por la huerta seguida a la casa, comiendo grillos, lombrices, ranas y sapitos para la supervivencia, mas granos de maíz cariaco que había depositado en un granero, esperando la lluvia para sembrarlo y multiplicar la riqueza que Yeyo, había de esperar en meses venideros.

Con la ayuda de la gallina Kiriki voladora, Yeyo trajo a vivir a su familia al cerro pintado, en un valle de hermoso paisaje, parecido a los montes de maría, pero aquí no vivía ninguna maría, solo Yeyo, su familia y sus aves de corral.

Cada gallo con sus gallinas, ordenó la gallina kiriki, yo tengo mi pareja y no me voy a dejar montar de esos dos monstruos parte costillas y otras vertebras, ella la gallinita Kiriki, tenía voz de mando, organizaba el corral y sus alrededores, de todo esto solo Yeyo escuchaba hablar a la gallina y su gallo, eso lo aterraba, pero estaba ganado, en ese paraíso donde lo trajeron una mañana a las nueve A.M.

Ojo abierto y oído despierto, Yeyo observaba los movimientos de la gran Gallinita, que a las diez de la noche, alzaba el vuelo y cuando se elevaba, se convertía en una hermosa mujer, ataviada con abundante ropa de colores extravagantes y sobre todo finas, a las cinco de la mañana aterrizaba junto con sus compañeras que dormían arriba de un palo de totumo frondoso, que se alumbraba con la luna en las noches.

A veces levantaban vuelo ambos, pero la mayoría de las veces que la vi volar, iba ella sola, hermosa mujer, estilo árabe revuelta con Hindú, el kiriki, era un hombre entrado en los cincuenta años, alto delgado, con una nariz pronunciada parecida a la nariz del diablo, un peñasco que sobre sale y atraviesa la carretera con ganas de darle un beso a la corriente del rio Suma paz, al llegar a Melgar, Tolima.

Ya arraigados, y con conocimiento de la región, un paraíso apartado de la civilización, donde no faltaba nada, porque todo lo provee la gallina kiriki, esta familia campesina vivía feliz, pero más feliz se pondrían, cuando Yeyo comenzó a rastrillar la tierra, un valle de cinco hectáreas pareja y bordeando el Pintado, verde como la conciencia campesina.

Yeyo observó unas matas de Peralejo tupidas, dentro del matojo había algo que le llamó la atención, objetos relumbrantes con los rayos de sol, se acercó con sumo cuidado y observó unos minúsculos huevecillos de color oro, pasaban de los veinte, destellaban alambritos incandescentes que le quitaban parte del iris del ojo al viejo Yeyo.

Inquieto y preocupado por el hallazgo, que en su mente no captaba la riqueza inmensa que la gallina Kiriki y su gallo le trajeron un día bien temprano en una vereda de la costa atlántica.

Llamó a gritos a su compañera y le ordenó que trajera una canasta tejida con bejucos de Martin Moreno, trenzada para soportar peso, trajín y depositar en ella todo producto que brotara de la madre tierra.

Veintidós huevos de ORO, óigase bien ORO, consiguió Yeyo en esa parte de la parcela, que a venta de pesos colombianos le dieron en efectivo cinco mil quinientos reales, en ese entonces, pero como el que no sabe administrar lo que se ordena y manda, Yeyo, soltó la perra que tenía amarrada desde que aparecieron las dos aves, que venían de muy lejos de este mundo y como las aves no gustan de perros, las cosas estaban saliendo mal.

De la noche a la mañana, Yeyo rompió el pacto que adquirió con los dos aves volantonas y confesó a su mujer lo sucedido, esta que era de la raza parlante roto vociferó y vociferó y todo acabó.

Las dos aves volaron y volaron y fueron a parar en un gran patio, limpio y con unos árboles frondosos, sin humanos y fueron dueños del lugar por muchos años, sembraron huevos de oro por toda la comarca y se dieron la gran vida, en las noches en casinos y sitios hermosos de la tierra.

En el cerro Pintado, por las noches se ven gigantes llamas como si ardiera una gran parte de la vegetación, pero Yeyo donde se encuentre, loco, vociferando verdades que para los demás humanos son incoherencias de loco callejero, dice que dos gallinas Kirikis, andan sueltas por los montes de María y el Cerro Pintado, en el Balcón del Cesar, poniendo huevos de oro.



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