EL CURA MAGO
Por Francisco Cadrazco Román
Escritor Colombiano – Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Román
Escritor Colombiano – Región Caribe
Luis, era un Sacerdote de la
religión Católica, perteneciente a los misioneros de Burgos, de unos 40 años,
nacido en una Provincia de España, llegó a mi pueblo en la década de los
sesenta, media 1.89 de estatura, rozaba la puerta de la sacristía y la de la
casa Cural tuvieron que alzarla un poco, tenía la nariz como Pinocho y el
cabello rizos como puerco Espín.
No respetaba la disciplina del Vicariato Apostólico del San
Jorge, por esos motivos y razón lo mandaban para Montelibano y la región
indígena del tambo en el alto San Jorge, pero a la vez era un buen predicador,
buen amigo y hombre de mucha fe.
Cuando se reunían en retiros espirituales, llegaban de toda la región
y en total eran unos 80, no alcanzaban los monaguillos para ayudarlos a oficiar
su misa diaria, casi todos los jóvenes de la escuela primaria se ofrecían de
voluntarios para esa misión, una tarde se dirigió a mi persona, preguntó cómo
me llamaba y me invitó a que le ayudara a oficiar su misa.
En las noches, después de
los oficios religiosos, reunía en el
atrio de la iglesia a gran cantidad de personas y comenzaba a hacer sus trucos
de magia, sacaba de la multitud a una persona y la mandaba a buscar una hoja de
papel, por su puesto que de un cuaderno, porque el periódico que llegaba al
pueblo era el campesino y sus hojas después de leerlo las cogían para envolver
los huevos criollos de las gallinas para después venderlos.
Ya con su papel en la mano
lo doblaba en cuatro partes y ordenaba a
su ayudante a soplar, como resultado aparecía un billete de 50 centavos y se lo
entregaba al joven que más corría y llegara a la tienda más cercana a comprar
galletas de panela, pero el emisario solo llegaba con el billete hasta la mitad del camino a pesar de la
velocidad que llevaba.
Después cogió una moneda de
5 centavos de plata al 90% y se la introdujo en la oreja a su secretario,
buscaron la moneda por todos lados y no apareció, la tenía en el ombligo.
En la mesa de comedor de 30
puestos que había donde las monjas, ocupaba el puesto al lado izquierdo del
obispo para este controlarlo, sin embargo se le esfumaba y de los platos
servidos también se desaparecían las porciones de carne.
En una tarde asoleada,
cuando la temperatura estaba en su máximo, se situó en la ventana de su alcoba
y miro al horizonte, no pasaron tres minutos cuando el cielo se oscureció y
cayo un aguacero con rayos y centellas, se desbordó el arroyo La Dorada y se
incomunicó la Villa, las babillas se saltaron de la playa, las otras se bañaban
por las calles, se encontró un pescado vivo en la mitad de la placita.
En la Esquina de la niña
Chancho, después que se oficiaba la misa de las ocho de la noche y en tiempo de
invierno cuando solo se veía con los relámpagos, se apostaba en el pretil en
espera a que yo pasara y se convertía en un gran perro negro que brotaba llamas
de candela por su lengua larga, se me crecía la cabeza, los cabellos se
erizaban y a correr se dijo.
Una vez tenían la comida
embolatada y se fue con su secretario en una chalupa, llevaba una escopeta 12
de regadera, se situó silencioso en playa doña luisa y piscingos que llegaban
eran presa fácil para el almuerzo, todos estábamos pendientes de los
perdigones, él se los tragaba.
En el colegio de primaria
donde asistía a clases, una vez en mi pantalón mocho con bolsillos largos me
aparecieron un rollo de billetes de cincuenta centavos, me iban a expulsar por
no saber la procedencia de ellos, en esos difíciles minutos y angustias en la
que me encontraba, apareció el cura riéndose y le dijo al profesor Raimundo
Bravo que los billetes eran para la merienda de todos los alumnos, ese día
comimos turrones de coco, arranca muelas, arropillas y panes de coco, con
chicha de maíz en la esquina de la niña pupo.
Se levantaba en las noches
oscuras y con una sotana blanca de dormir recorría todo el pueblo acompañado
del aullido de los perros, las puertas y ventanas se tiraban, las trancas de
mangle se caían y el miedo y terror era total.
A mi papá se le aparecía en
el monte y le ayudaba a cortar la carga de leña, a la hora de haberse ido ya
estaba mi papá en casa, pero no decía quien le ayudaba a recoger la leña.
En una noche bien oscura, con ganas de llover, se me atravesó en forma de un mulo cerrero en mitad del camino, pase por sobre de él, se levantó y me tiro por los aires a cinco metros, todos los habitantes de la placita se levantaron y llegaron a mi casa, porque el diablo me salió.
Por último, como él me tenía
mucho aprecio, me descolgó la hamaca donde dormía y la amarró en el patio entre
el árbol de mango y el palo de coco, allí amanecí plácidamente dormido, mi papá
Javier que lo conocía manifestó esta es obra del padre lucho.
Luis Arocena Lavandía, un
cura Mago, con mucho carisma y sobré todo con mucha fe, como todos los curas
españoles, no avisaban cuando llegaban al pueblo, tampoco avisaban cuando se
iban, al igual que el monaguillo, su secretario, así como vino, se fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario