DEL AHOGAO, EL SOMBRERO
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe.
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe.
A las tres de la tarde de un
lunes salió Manuel Ignacio, un pescador
de mar, en su piragua y dentro de ella los implementos de pesca, un arpón, diez
anzuelos y una pequeña atarraya de tres metros, el ultimo implemento lo
utilizaría si en su camino se encontrara un cardumen de peses.
Eligió mentalmente el sitio
y tiró los anzuelos a las cuatro de la tarde y se colocó en alerta con su
arpón, cualquier movimiento que observara en el agua seria pez muerto, no tardo
quince minutos cuando divisó en la cresta de las olas una figura que se
acercaba, era Juancho un amigo que realizaba la misma labor y como era
costumbre unirse a la pesca y no estar solo en alta mar, se saludaron y pegaron
las dos canoas.
Cada uno en la proa de su
embarcación alerta con su arpón, ya llegada la noche entre oscuro y claro el
agua se movió fuerte, ambos hombres cayeron dentro de su canoa, sus sombreros
se fueron al agua, se levantaron de inmediato y observaron un pez que jamás en
sus cincuenta y dos años de vida, los duchos pescadores de mar, habían visto
con sus cuatro ojos.
Ambos tiraron su arpón y el
impacto del animal al verse enganchado por la cola, estiró la cuerda y cogió
viaje a velocidad de un kilómetro por minuto, los pescadores se miraron y se
dijeron hasta donde llegue.
Pasaron por Hawái, las islas
galápago y el polo sur, llevaban quince días viajando pegados a ese gran animal
que en kilos daba un dineral que les servía para no pescar más, eso se decían
los amigos pero a qué precio, allí fue donde Manuel Ignacio le dijo a su
compañero Juancho que desengancharan las embarcaciones del gran animal.
Que sorpresas se llevaron
cuando se vieron a dos tabacos de un puerto desconocido a las doce de la noche,
el animal que los remolcaba ya no estaba pegado a sus arpones, se había ido sin
dejar rastros.
Anclaron sus embarcaciones y
al minuto estaban rodeados de unas criaturas de a dos metros eran como veinte,
tenían uniforme de astronautas y no dirigían palabra alguna a favor o en contra
de los dos humildes pescadores, quienes fueron llevados a tierra firme e
indagados por un hombre que usaba un sombrero vueltiao tuchinero, tenía una
navaja pico de loro en sus manos, una rama de totumo a la que le sacaba filo,
un tabaco negro en su boca y le echaba humo al reciento.
Lo primero que lanzo su boca
fueron tres preguntas para ellos difícil de contestar, porque esa fantasía que
un pez desconocido los arrastro hasta el polo sur, no es creíble, pero tenían
que contestar para salvar sus vidas: Quienes son ustedes, de donde vienen y como llegaron aquí.
Manuel Ignacio que era más
vivo que Juancho, sin timidez a responder dijo:
Míster, en la ensenada del
Golfo de Morrosquillo a cinco millas náuticas, línea recta al puerto de Tolú
Sucre Colombia, estábamos pescando entre oscuro y claro Juancho y mi persona y
divisamos un pez que en unos segundos casi que nos voltea la embarcación, nos
alistamos y le tiramos arpón y sabe que sucedió, el animal cogió mar adentro y
nos paseó por las islas de Hawái, galápagos y llego aquí al polo sur y cuando
creímos tenerla controlada, se soltó de los arpones y se fue sin dejar rastros.
El extraño hombre a pesar de
que hablaba el mismo idioma que nosotros, soltó una carcajada y ordenó a sus
hombres extraños a reunirse en torno a él y volvió a repetir las tres preguntas
a los pescadores.
Ahora te toca el turno a ti
Juancho que a mí no me creyeron.
Juancho a pesar de su poca
capacidad de razonar, se dio cuenta que no estaban en el polo sur, y dijo: Vea
compa, lo que dice mi compañero Manuel Ignacio, no es cierto, nosotros no hemos
pasado por ningún Hawái, solo vimos a una embarcación con unos japoneses que
decía en su proa Hawái, tampoco pasamos por ninguna isla galápago, que yo
recuerde unas quinientas animalitos en grupo pasaron a mi lado y por ultimo
queremos sabe dónde estamos.
Manuel Ignacio miro feo a
Juancho y este le respondió, mi amigo del ahogado, el sombrero y allí fue donde
recordaron que en ese sitio donde estaban pescando quince días antes la
fantasía de la mente humana, el tiempo de vida, la soledad, el hambre y la sed,
se multiplican en segundos y hacen una
explosión de pérdida de memoria, de tiempo y espacio.
Estaban en la isla múcura, a
una hora en lancha del puerto de Tolú Sucre Colombia, donde llegaron deshidratados
y hablando palabras que no coincidían con la realidad de la vida de un pescador,
quien los indagaba era el jefe mayor de esa población, los niños y curiosos
escuchaban esa magnífica descripción del pez extraño que nunca existió, el frio
de las noches heladas los hacia decir que estaban en el polo sur, sus
familiares los buscaban y después de quince días de perdidos entre la gente,
fueron reconocidos por medio de un diario local que les tomo fotos en la bella
isla. El Jefe ordenó traerle comida, un sancocho de sábalo de mar con arroz con
coco para que se recuperaran.
Lo más extraño de este
cuento fue que los dos sombreros de los pescadores aparecieron flotando en el
puerto de Tolú, de allí que: Del ahogado, el Sombrero.
Manuel Ignacio y Juancho ya
no pescan, se la pasan en la primera de Tolú, narrando cuentos, historias y anécdotas
de sus vidas como pescadores en alta mar y del pez extraño de la ensenada de
Tolú.
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