AL SON DE LAS MANOS DE UN PILÓN
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe
Vereda arriba de las
montañas Barrieras, las únicas existentes en el bajo San Jorge y las más cercas
a mi pueblo, después del corcovado en las Serranías de San Lucas al sur, al sur
de Bolívar, era común escuchar el sonido del pilón, cuando dos poderosos brazos
machacaban la espiga de arroz para que bote el grano. Una hermosa sinfonía de
Beethoven, para aquellos oídos que captan la música desde el silbido de un
grillo.
Mano Pello era un hombre de
música, integrante de la vieja banda de vientos de mi pueblo, por allá
repuntando la segunda década del siglo pasado, además era compositor de bellas
melodías que le sacaba al cantar de los pájaros y aves silvestres.
Esporádicamente en horas de
las mañanas pasaba por la casa de su hermano Yeyo, montado en su burro mojino,
silvando y silvando melodías no
conocidas y que no dejaba conocer hasta que los clarinetes, las trompetas y el
rey bombardino en su sones liricos
melodiosos les dejaba salir el aire caliente, después que los émbolos de los
instrumentos las convirtieran en música.
De regreso de la montaña
entre oscuro y claro, Mano Pello, con su oído fino a la distancia escuchó un
pun pun pun y después escuchaba un pon pon pon y luego le cambiaban la melodía,
pon pon pon y le contestaban pen pen pen, agudizo el oído izquierdo y colocó el
punto del telescopio en cero y escuchó en esa dirección.
Y como el hombre empedernido
con el ron, dio rienda izquierda a su burro moro y se encamino a esa dirección,
cual sorpresa se llevó que en la parcela de Antolín habían dos hermosa mujeres
fornidas de la etnia Zenu, dándole mano a unas espigas de arroz dentro de un
pilón de madera de tolúa roja. Pello escuchó esa melodía del:
“Pun, pun , pun – pon pon
pon – pon pon pon – pen pen pen, en ese instante cantó un grillo: fli, fli,
fli, fli, fli, pasó la lechuza y añadió a la melodía el Chuisssssss, de regreso
en el camino el burro en que iba montado, peló los ojos y a la distancia vio una
culebra cascabel armada y atravesada en el camino de paso y decía con sus
cascabeles: shis, shisss, shiiissss, más adelante del camino vio a una burra en
celos, sacó sus dientes, olio y dijo, Geeee, ge, ge, ge, geee, geee y remato
geee, siiii, siii, siii.
Al pasar por una ceja, escuchó
el canto guapiriao de un pajuil Guiiiipiiipiiiiii y cerró la melodía los sapos
en la laguna Quee, Queee, Quee.
Cuando llegó a su casa,
mandó a su sobrino a buscar a todos los músicos integrantes de la banda, sin
excepción, me los traes a todos, dígales que es una reunión muy importante.
Ya reunidos con sus
instrumentos en el patio de la casa sentados en un taburete y al estilo de mi
gran amigo Calixto Ochoa Campo, personas con mente brillante y con el
pentágrama de la costumbre, les dijo cójanle el paso a esta melodía.
Trompetas:Ponponpon,ponponponponpon
pon, punpunpunpunpunpunpunpunpún, penpenpen, penpenpenpenpenpene,
ponponponponponponponnnnnn.
Clarinetes:Flifliflifliflifliflifli,
fliflifliflifliflifliflifli, flifliflifliflifliflifliiiiiii
Bombardino: Geee,
geeee,geee, ge, ge, geeeeee, Gegegeeee, sisisisisií,sisisis.
Mientras que el redoblante y
el tambor mayos decían: tarraquetatarra, que tatarrraaaa – Pun Pun pun punnnn.
Los platillos decía: Shiss,
shisss, shissssssss.
El bombardino bajo : Queee,
queee, queeeee.
El animador de la banda
gritó: Guiiipiiiipiiiiiii.
(Vis)ponponponponponponnn,ponponponponponnn,punpunpunpunpunpunpunnnnnn
y se formó la hermosa melodía, que todos los días, en los acetatos, los casete,
en los cd, en las emisoras y presencialmente escuchamos en las bandas de música
autóctonas de las sabanas del gran Bolívar.
Así como Mano Pello y otros
músicos reconocidos en el ámbito de la música costeña, le cantaban a los
pueblo, a las montañas, valles y senderos, con sabor a queso, a suero y yuca harinosa,
a chivo guisado, a pescado frito, a
ponche e iguana, a mango maduro, a malanga, níspero y ajonjolí.
A polvo rosita, para mí, brillantina tigre
mono, pomada hervor, un clavo, a la espina de pescado, al toro cebú, al toro
Candelillo, al burro de Manuel buche y a las bellas mujeres inspiradoras de
amores y desamores.
Todo aquello que nos hace
feliz en la vida, apoyados en los humanos, la naturaleza y los animales para
componer una bella melodía que perdura en los oídos y la mente de los humanos,
sin morbo, con cadencia y al son de las manos de un pilón, buscando sacar una
melodía de un grano de arroz blanco,
sustancioso al paladar de una audiencia, que añora esas épocas musicales.
Un siglo después que Mano
Pello compusiera esa melodía al son de las manos de un pilón, el sonido de
pájaros y aves silvestres, no hay pollera que no se habra como atarraya de
cinco varas, y hombre que no se tuerza y contonee su cuerpo como el gran palo
de higuito, sembrado a la entrada del pueblo de Urumita, al sur de la hermosas
Guajira Colombiana.
AL SON DE LAS MANOS DE UN
PILÓN.
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