UN HOMBRE DE BLANCO, EN LAS MATAS DE LATA
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano- Región Caribe
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano- Región Caribe
En el camino real que iba
desde el pueblo hasta la orilla del río, algún humano se sentó a comer corozos
y dejó las semillas a mitad del camino, cuando llegaron las lluvias del
invierno y la tierra se suavizó, comenzaron a germinar y a crecer,
estaban centradas al camino que todos los transeúntes tenían que desviarse, con
el tiempo era un referente de tiempo, brújula de los borrachos que cogían ese
camino a media noche hacia las ranchas pesqueras de ese hermoso sitio
turístico, poblado por pescadores en tiempo de verano.
RUGERO PITUFFO, un joven
metido en sus veintiún años, terco como la mula de don José de la Ossa, se
quedó bebiendo en el pueblo, a las doce de la noche menos diez minutos, se
levantó del banco de madera de la cantina de la Tite, miró la luna y cogió
viaje para la rancha de pesquería llamada “Los Jobos”.
Advertido por su madre
Manuelita, por su papa, Pascualino, pero los tragos y la juventud de Rugero,
eran ánimo condicional para experimentar y hacer lo que a él le venía en ganas.
Tan pronto dejó la última
casa del pueblo, sintió que lo venían siguiendo y minuto a minuto fueron
desapareciendo los tragos de ron blanco que llevaba entre pecho y espalda, los
que le daban ánimo para coger ese camino de playón, la única vegetación en su
camino eran las matas de corozo o lata como la llaman en mi hermoso pueblo.
Que va mi hermano, cuando
Rugero quiso llegar a la mata de lata ya venía desprotegido de la valentía de
los tragos, y fue cuando tuvo que acudir a la parte religiosa, miró hacia atrás
y el reloj mecánico de la Iglesia y con la luna llena las manecillas marcaban
las doce en punto, entonces escucho doce campanazos sórdidos y profundos que le
calaban el alma y lo hacían temblar de miedo, pero no se devolvió.
En las matas de lata, había un
hombre grande vestido de blanco que se desaparecía por momentos y volvía a
aparecer en otro lado, pero siempre alrededor de las matas de lata, a pie pisado
de Rugero comenzaron a darle vueltas a las matas, Rugero delante y el hombre de
blanco detrás, así estuvieron hasta que el mismo reloj que dejó sonar los doce
campanazos cuatro horas antes, le mandó cuatro campanazos más, o sea las cuatro
de la mañana.
A Rugero lo encontró su
primo Cesar en horas de la mañana, divagando en el inmenso playón que rodea el
pueblo, sus padres preocupados salieron bien temprano a buscarlo en el pueblo,
al pasar por las matas de lata, vieron huellas en la tierra, así como cuando los
bueyes de trapiche, dan vueltas y vueltas para moler la caña de panela, unos
metros más adelante encontraron sus dos abarcas reventadas, en ese instante ya
traían a Rugero, acompañado de una multitud de curiosos.
Días después, ya recuperado Rugero, contó todo lo sucedido
esa noche que no quería recordar más. Y decía: Yo me jugaba con el señor Firpo
todos los días, el me correteaba y me decía en un tono grosero, que cuando se
muriera me iba a salir, pero como eran cosas de juegos, por mi mente nunca pensé
que podía ser verdad, recordando su entierro a él lo vistieron de blanco y su
estatura coincidía con el hombre de la mata de lata.
El día Domingo en misa
cantada en la basílica menor del señor de los milagros, Rugero Pituffo, se
presentó vestido de blanco acompañado de sus padres y familiares salieron con
el sacerdote y el monaguillo hacia el cementerio y en la tumba de Firpo le
oraron y Rugero le pidió perdón por las burlas que le hacía cuando estaba vivo.
Acto seguido se dirigieron a
las matas de lata y con un cavador o barretón y la erradicaron con toda la raíz,
a los habitantes del pueblo, quizás se les haya olvidado ese sitio, pero a
Rugero y a mi persona JAMAS.
In nomine Patris et
Filii et Spiritus Sancti amen.
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