domingo, 18 de octubre de 2015

UN HOMBRE DE BLANCO, EN LAS MATAS DE LATA

UN HOMBRE DE BLANCO, EN LAS MATAS DE LATA
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano- Región Caribe



En el camino real que iba desde el pueblo hasta la orilla del río, algún humano se sentó a comer corozos y dejó las semillas a mitad del camino, cuando llegaron las lluvias del invierno y la tierra se suavizó, comenzaron a germinar y a crecer, estaban centradas al camino que todos los transeúntes tenían que desviarse, con el tiempo era un referente de tiempo, brújula de los borrachos que cogían ese camino a media noche hacia las ranchas pesqueras de ese hermoso sitio turístico, poblado por pescadores en tiempo de verano.

RUGERO PITUFFO, un joven metido en sus veintiún años, terco como la mula de don José de la Ossa, se quedó bebiendo en el pueblo, a las doce de la noche menos diez minutos, se levantó del banco de madera de la cantina de la Tite, miró la luna y cogió viaje para la rancha de pesquería llamada “Los Jobos”.

Advertido por su madre Manuelita, por su papa, Pascualino, pero los tragos y la juventud de Rugero, eran ánimo condicional para experimentar y hacer lo que a él le venía en ganas.

Tan pronto dejó la última casa del pueblo, sintió que lo venían siguiendo y minuto a minuto fueron desapareciendo los tragos de ron blanco que llevaba entre pecho y espalda, los que le daban ánimo para coger ese camino de playón, la única vegetación en su camino eran las matas de corozo o lata como la llaman en mi hermoso pueblo.

Que va mi hermano, cuando Rugero quiso llegar a la mata de lata ya venía desprotegido de la valentía de los tragos, y fue cuando tuvo que acudir a la parte religiosa, miró hacia atrás y el reloj mecánico de la Iglesia y con la luna llena las manecillas marcaban las doce en punto, entonces escucho doce campanazos sórdidos y profundos que le calaban el alma y lo hacían temblar de miedo, pero no se devolvió.

En las matas de lata, había un hombre grande vestido de blanco que se desaparecía por momentos y volvía a aparecer en otro lado, pero siempre alrededor de las matas de lata, a pie pisado de Rugero comenzaron a darle vueltas a las matas, Rugero delante y el hombre de blanco detrás, así estuvieron hasta que el mismo reloj que dejó sonar los doce campanazos cuatro horas antes, le mandó cuatro campanazos más, o sea las cuatro de la mañana.

A Rugero lo encontró su primo Cesar en horas de la mañana, divagando en el inmenso playón que rodea el pueblo, sus padres preocupados salieron bien temprano a buscarlo en el pueblo, al pasar por las matas de lata, vieron huellas en la tierra, así como cuando los bueyes de trapiche, dan vueltas y vueltas para moler la caña de panela, unos metros más adelante encontraron sus dos abarcas reventadas, en ese instante ya traían a Rugero, acompañado de una multitud de curiosos.

Días después,  ya recuperado Rugero, contó todo lo sucedido esa noche que no quería recordar más. Y decía: Yo me jugaba con el señor Firpo todos los días, el me correteaba y me decía en un tono grosero, que cuando se muriera me iba a salir, pero como eran cosas de juegos, por mi mente nunca pensé que podía ser verdad, recordando su entierro a él lo vistieron de blanco y su estatura coincidía con el hombre de la mata de lata.

El día Domingo en misa cantada en la basílica menor del señor de los milagros, Rugero Pituffo, se presentó vestido de blanco acompañado de sus padres y familiares salieron con el sacerdote y el monaguillo hacia el cementerio y en la tumba de Firpo le oraron y Rugero le pidió perdón por las burlas que le hacía cuando estaba vivo.

Acto seguido se dirigieron a las matas de lata y con un cavador o barretón y la erradicaron con toda la raíz, a los habitantes del pueblo, quizás se les haya olvidado ese sitio, pero a Rugero y a mi persona JAMAS.  

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti amen.


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