EL ALFAJÓN DE MANOLO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe
Jamás se imaginó Manolo que
iba a ser un hombre famoso, carecía de pocos estudios, solo llegó a tercero de
primaria, porque su mente no le funcionaba bien, lo tildaban de loco, su andar
era pausado, su cuerpo era completamente delgado, que cualquier brisa se lo podía
llevaba por los aires, de color blanco pálido, lo único en que sobresalía era
en su buen vestir, la niña Ita, su madre procuraba tenerlo bien arreglado con
pantalón blanco, bien almidonado y planchado con plancha de carbón, camisa
manga larga a doble puño y abotonado hasta el cuello, de buen hablar, cariñoso
y trabajador.
Poseían unas buenas
hectáreas de terreno que heredó la niña Ita de sus padres, motivo de discordia
entre el padre de Manolo, a quien botaron de la casa, por querer apoderarse de
las montañas heredadas.
Los días Lunes, bien
temprano se montaba Manolo en su mulo, cargado de provisiones, hacha y machete,
para regresar de la finca el día viernes en la tarde después de arduas jornadas
de trabajo, queriendo tumbar la montaña para convertirlas en pasto para
alimentar a su ganado.
Imposible hacerlo un solo
hombre y menos con las características físicas de Manolo, apurado hachaba un
árbol diario, donde habían cientos de ellos, que hacía veinte años sembró su
abuelo materno, precisamente pensando en la crianza y educación del joven, de
allí de esa madera estaba el futuro de
Manolo.
Y no se equivocó su abuelo,
que siempre decía, el que siembra recoge, el que recoge vende y el que vende obtiene
ganancias.
En una noche, Manolo con
pensamientos positivos y sin complicaciones monetarios, porque todo se lo daban
y había de dónde coger, tiró su petate al suelo, la luna estaba redondita y
alumbraba la tierra, la naturaleza verde, se volvía azul, el firmamento
estrellado donde se alcanzaban a ver, a
Sirio, Conopus, Carina (La Quilla), Rigel Kentacurus (del cinturón de Orión),
Arturo, Vega (Calpha Lyrea), Capela,
Rigel Procyon, Acherner y Batelgeuse, las estrellas que más brillaban.
Todo lo astral, lo aprendió
de su abuelo, un octogenario Oriental, que llegó un día en busca de progreso, Manolo
se quedó profundamente dormido, en su sueño alcanzo a divisar desde el oriente,
a una figura bajita, cabello largo recogido, un cintillo azul en su cabeza,
vestido largo negro, con franjas rojas, parecido a un ninja.
Cada vez que daba un paso,
miraba a su alrededor, hasta que llegó a los pies de Manolo, quien se
encontraba inerte en un sueño de esos que cuando despiertas, no sabes si es
realidad o un mero sueño.
El ninja, le decía a manolo,
que no se preocupara, que le traía la solución a sus problemas y que nadie de
ahora en adelante se burlaría de su estado corporal, lo iba a hacer un hombre
fornido, echado para adelante y muy famoso, estaría acompañado de un Alfajón y
los demás le temerán, con el haría cosas buenas, que el día que lo utilizara
para algo malo, volvería a ser el hazme reír del mundo.
El ninja, le habló al oído, le dio instrucciones
como usar el Alfajón y se despidió siendo aproximadamente las cuatro de la
mañana, hora que canta el gallo y si es basto, canta más duro.
Despertó Manolo con el
pensamiento puesto en el sueño, cuando se levantó y fue a recoger el petate,
brillo el Alfajón desde la empuñadura hasta la punta afilada de ambos lados,
sintió escalofríos, miro a todas las direcciones y se acordó de su abuelo, que
en vida le contaba que se había criado
en un monasterio oriental.
Con las instrucciones dadas,
Manolo esperó la noche y cuando los grillos cantaban activo el Alfajón con sus
dos brazos, dio vueltas en círculos y lo lanzó al aire, solo se veían los
arboles cayendo, con un corte a flor de tierra parejo y nivelado, trozas de
árbol de seis metros, otras de tres metros, la hojarasca recogida a la orilla
de la finca, las aves volaron y buscaron otra habita, los animales también
hicieron lo mismo.
La mente de Manolo
reaccionó, era un hombre renovado, durante esa noche del sueño y la noche de la
montaña, se engordó, creció y se volvió activo. Fue al pueblo, contrató la
venta de la madera, la cual le dieron unas ganancias sustanciales que le
alcanzarían para vivir bien y educarse, esa era el propósito de su abuelo.
Alfajón en el cinto, Manolo
daba instrucciones a sus trabajadores para sembrar hierba para su ganado, el
cual se incrementó al mil por ciento, llegando a ser la hacienda ganadera de más
prosperidad en la región.
Respeto y miedo infundía Manolo con el Alfajón a
cuestas, pero siempre se acordaba del ninja que se la trajo para que
conquistara al mundo y dejara de ser el asme reír de sus compañeros y toda la
gente del pueblo, La niña Ita, orgullosa de su hijo, bondadoso y caritativo, en
especial con los campesinos a quien les regalaba pedacitos de tierra para que
sembraran pan coger.
Después de tantos años de
estar el Alfajón en poder de Manolo, en un Domingo de mercado y trueque en el
pueblo, llegó un hombre más avispado que Manolo y le propuso comprárselo, con
unos tragos encima Manolo aceptó el negocio, recibiendo una gruesa suma de
dinero por el objeto que le cambio la vida, le dio opulencia, le abría su mente
y lo convirtió en un hombre útil a la sociedad.
Al día siguiente de haber
vendido el Alfajón, amaneció Manolo igual o peor que en sus primeros años que
todos se burlaban de su musculatura, su hablar y vestir.
Vendieron la hacienda y a
los pocos meses la niña Ita, murió de pena moral, al ver a su único hijo
perdido en el trago y desfachatado, despilfarrando
todo lo que su abuelos les dejó, quedando Manolo acompañado de sus veintidós
hijos que tuvo su mujer, Adelina, que era su amor platónico, hasta que el ninja
apareció con el Alfajón y decidió enamorarla.
Nacer, crecer, hacer y
morir, es el destino de los humanos.
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