sábado, 14 de febrero de 2015

EL ALFAJÓN DE MANOLO

EL ALFAJÓN DE MANOLO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano-Región Caribe



Jamás se imaginó Manolo que iba a ser un hombre famoso, carecía de pocos estudios, solo llegó a tercero de primaria, porque su mente no le funcionaba bien, lo tildaban de loco, su andar era pausado, su cuerpo era completamente delgado, que cualquier brisa se lo podía llevaba por los aires, de color blanco pálido, lo único en que sobresalía era en su buen vestir, la niña Ita, su madre procuraba tenerlo bien arreglado con pantalón blanco, bien almidonado y planchado con plancha de carbón, camisa manga larga a doble puño y abotonado hasta el cuello, de buen hablar, cariñoso y trabajador.

Poseían unas buenas hectáreas de terreno que heredó la niña Ita de sus padres, motivo de discordia entre el padre de Manolo, a quien botaron de la casa, por querer apoderarse de las montañas heredadas.

Los días Lunes, bien temprano se montaba Manolo en su mulo, cargado de provisiones, hacha y machete, para regresar de la finca el día viernes en la tarde después de arduas jornadas de trabajo, queriendo tumbar la montaña para convertirlas en pasto para alimentar a su ganado.

Imposible hacerlo un solo hombre y menos con las características físicas de Manolo, apurado hachaba un árbol diario, donde habían cientos de ellos, que hacía veinte años sembró su abuelo materno, precisamente pensando en la crianza y educación del joven, de allí de esa madera estaba el futuro  de Manolo.

Y no se equivocó su abuelo, que siempre decía, el que siembra recoge, el que recoge vende y el que vende obtiene ganancias.

En una noche, Manolo con pensamientos positivos y sin complicaciones monetarios, porque todo se lo daban y había de dónde coger, tiró su petate al suelo, la luna estaba redondita y alumbraba la tierra, la naturaleza verde, se volvía azul, el firmamento estrellado donde se alcanzaban a ver,  a Sirio, Conopus, Carina (La Quilla), Rigel Kentacurus (del cinturón de Orión), Arturo, Vega (Calpha  Lyrea), Capela, Rigel Procyon, Acherner y Batelgeuse, las estrellas que más brillaban.

Todo lo astral, lo aprendió de su abuelo, un octogenario Oriental, que llegó un día en busca de progreso, Manolo se quedó profundamente dormido, en su sueño alcanzo a divisar desde el oriente, a una figura bajita, cabello largo recogido, un cintillo azul en su cabeza, vestido largo negro, con franjas rojas, parecido a un ninja.

Cada vez que daba un paso, miraba a su alrededor, hasta que llegó a los pies de Manolo, quien se encontraba inerte en un sueño de esos que cuando despiertas, no sabes si es realidad o un mero sueño.

El ninja, le decía a manolo, que no se preocupara, que le traía la solución a sus problemas y que nadie de ahora en adelante se burlaría de su estado corporal, lo iba a hacer un hombre fornido, echado para adelante y muy famoso, estaría acompañado de un Alfajón y los demás le temerán, con el haría cosas buenas, que el día que lo utilizara para algo malo, volvería a ser el hazme reír del mundo.

El ninja, le habló al oído, le dio instrucciones como usar el Alfajón y se despidió siendo aproximadamente las cuatro de la mañana, hora que canta el gallo y si es basto, canta más duro.

Despertó Manolo con el pensamiento puesto en el sueño, cuando se levantó y fue a recoger el petate, brillo el Alfajón desde la empuñadura hasta la punta afilada de ambos lados, sintió escalofríos, miro a todas las direcciones y se acordó de su abuelo, que en vida le contaba que se había criado  en un monasterio oriental.

Con las instrucciones dadas, Manolo esperó la noche y cuando los grillos cantaban activo el Alfajón con sus dos brazos, dio vueltas en círculos y lo lanzó al aire, solo se veían los arboles cayendo, con un corte a flor de tierra parejo y nivelado, trozas de árbol de seis metros, otras de tres metros, la hojarasca recogida a la orilla de la finca, las aves volaron y buscaron otra habita, los animales también hicieron lo mismo.

La mente de Manolo reaccionó, era un hombre renovado, durante esa noche del sueño y la noche de la montaña, se engordó, creció y se volvió activo. Fue al pueblo, contrató la venta de la madera, la cual le dieron unas ganancias sustanciales que le alcanzarían para vivir bien y educarse, esa era el propósito de su abuelo.

Alfajón en el cinto, Manolo daba instrucciones a sus trabajadores para sembrar hierba para su ganado, el cual se incrementó al mil por ciento, llegando a ser la hacienda ganadera de más prosperidad en la región.

Respeto y  miedo infundía Manolo con el Alfajón a cuestas, pero siempre se acordaba del ninja que se la trajo para que conquistara al mundo y dejara de ser el asme reír de sus compañeros y toda la gente del pueblo, La niña Ita, orgullosa de su hijo, bondadoso y caritativo, en especial con los campesinos a quien les regalaba pedacitos de tierra para que sembraran pan coger.

Después de tantos años de estar el Alfajón en poder de Manolo, en un Domingo de mercado y trueque en el pueblo, llegó un hombre más avispado que Manolo y le propuso comprárselo, con unos tragos encima Manolo aceptó el negocio, recibiendo una gruesa suma de dinero por el objeto que le cambio la vida, le dio opulencia, le abría su mente y lo convirtió en un hombre útil a la sociedad.

Al día siguiente de haber vendido el Alfajón, amaneció Manolo igual o peor que en sus primeros años que todos se burlaban de su musculatura, su hablar y vestir.

Vendieron la hacienda y a los pocos meses la niña Ita, murió de pena moral, al ver a su único hijo perdido en el trago y desfachatado,  despilfarrando todo lo que su abuelos les dejó, quedando Manolo acompañado de sus veintidós hijos que tuvo su mujer, Adelina, que era su amor platónico, hasta que el ninja apareció con el Alfajón y decidió enamorarla.


Nacer, crecer, hacer y morir, es el destino de los humanos.

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