LOS TRES BINDES EN MI
PUEBLO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Habían en mi Pueblo unos terrenos baldíos a 50 kilómetros a la redonda que rodeaban el
casco urbano, allí habitaba el termitero más grande que he podido conocer, su
panorama era tan parecido a las ruinas
de la antigua Grecia, así lo percibíamos los humanos que transitábamos
hacia los corregimientos de San Roque, La Ceiba, Santiago Apóstol.
Más de una vez me vi inmerso en situaciones graves en
esos playones los termiteros o bindes me
salvaron el pellejo, recuerdo cuando venía en mi burrito bayo con dos cargas de
leña, silbando la melodía “La Pollera Colora y mire atrás , tenía el toro
candelillo pisándole los talones a mi burro, me tire salí a la velocidad de un rayo, me subí al
termitero de dos metros y medio, allí llego el toro candelillo a sacarle
pedazos para bajarme, hasta que alguien humano silbó a la distancia montado, aperado en un caballo brioso y me salvó de
una cornada.
También puedo contarles el día que se me hizo tarde en
el arrozal madre de Dios, salí de allá a las seis y treinta pasado meridiano,
con solo la luz de las luciérnagas que como bombillos eléctricos intermitentes
me alumbraban el camino de unos cinco kilómetros y a escasos ocho años, como
decía mi papá Francisco Javier, ya usted es un hombre, hoy me reflejo en mi hermoso nieto Matías con
solo siete años, para mandarlo a esa distancia y en la noche. Bueno esa noche
me topé con la “Luz del Playón”, reclamándome mi presencia en sus territorios,
ella me perseguía, se metía entre mis piernas
no me dejaba avanzar, le hice rosca en el termitero, hasta que se cansó de dar vueltas
y vueltas y se marchó, llegue a mi casa en la placita mudo del susto, pero no
le dije a mi mamá Chave Román lo que me pasó con la Luz del Playón, después de
sesenta años se los cuento a ustedes mis lectores, era un secreto bien guardado,
como todos mis secretos, que les he contado.
Salimos, Julián Caña y mi persona hacia el corregimiento
de Santiago Apóstol, con una provisiones para las monjas catequistas y ya
playón afuera le dije a Cañas que me dejara manejar la camioneta gris, Power
Wagon de propiedad de la Iglesia Católica
Apostólica de la Villa, recibí las primeras instrucciones, arranque
bien, pero a una voz en grito de Julián, en vez de frenar, aceleré y si no es
por esa gigante termita, iba directo al arroyo de corozal que vierte sus aguas
a la ciénaga de Santiago, hoy no
estuviera narrando este cuento, a la camioneta no le pasó nada como tampoco a
Julián, a mi persona se me hizo un pronunciado en la frente, que siempre que lo
tocaba, crecía más.
Como somos herederos de la raza indígena Zenu, la
hornilla de cocer los alimentos en esa hermosa época, eran tres puntas de
bindes o termiteros, colocados en triángulo en el piso, con entrada de leña o
madera por los tres lados, hay de un sancocho o un asado en esos tres bindes,
ni para que acordarme, unas yucas atravesadas en sus brazas, etc. ect.
Para mi eran un tesoro sembrado en esos terrenos
baldíos, las termitas habitantes y creadoras de esas maravillas de paisaje, no nos hacían ningún daño a los humanos, hoy
recuerdo a los tres bindes en triángulos en el fogón de mi casa, tirando
candela, esos recuerdos me alegran la Vida.
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