EL TOLDO AZUL Y LA
SERPIENTE BOA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor
A la orilla del río San Jorge, entre Segeve y el
remolino de la Pipa, a la margen izquierda, llegaban los pescadores de la Villa
en el mes de noviembre a tirar las redes y sacar una buena cosecha hasta el mes
de mayo.
En ese lapso de tiempo se generaba una linda
convivencia, mutua de familiares, amigos y paisanos, allí llegaban los jóvenes
entre los diez y quince años a ganarse media parte de lo que le pagaban a los
mayores, ese dinero servía para comprar los libros y vestir en el colegio de
primaria. A comienzo de febrero regresaban a la villa, listos para estudiar.
Patricio, un joven fornido, metido en los trece años,
era uno de ellos, allí en ese sitio las cosas eran duras de trabajo, a cada
quien le asignaban una función que hacer y lo supervisaba el dueño del
chinchorro.
Sucedió que la señora que nos iba a atender llego en
embarazo y en los primeros quince días de la estadía dio a nacer un hermoso
niño, que lloraba día y noche y los chigüiros le hacían el coro, los toldos o carpas
para dormir las abríamos en toda la orilla del río, siendo la primera la de
Patricio.
Por cuestiones de supervivencia alimenticia, salieron
los mayores y de regreso trajeron una porcelana de aluminio llena de carne
fresca, que en menos de una hora era guiso, acompañado de plátano verde y arroz
bolao.
Patricio salía en horas de la mañana hacia el pajonal
o hierba alta que cubría los alrededores del rio y en su recorrido se encontró
un cuero de serpiente boa salao secándose, estirado en dos estacas de mangle,
lo bajó y se lo llevó para su toldo, envuelto en el pajonal.
Serían como las dos de la mañana, Patricio estaba
dormido con el cuero de boa debajo del petate y la hierba, la boa atraída por
el olor a bebé recién nacido y a su compañero que se encontraba debajo del
petate de Patricio, cuando lo despertó un apretón en la cintura que lo estaba
dejando sin respiración, lo estaba comprimiendo para luego tragárselo entero, como
pudo grito como un ratoncito recién nacido, la señora que estaba amamantando a
su hijo a esa hora, escuchó con su oído fino de madre y llamó a su esposo,
quien se levantó azorado, medio dormido, cogió la rula que la tenía al lado
enterrada en el barro blandito y se dirigió a donde salía el pequeño y agudo
chiflido.
Directo al toldo de Patricio, con la rula colín rasgó
el toldo o lienzo de popelina fina, casi transparente y encontró la escena del
joven abrazado con una hermosa boa de pies a cabeza, llamó a los diez
pescadores que lo acompañaban, prendieron mechón de petróleo y se formó un
fandango de gritos e ideas para salvar a patricio de una estripada.
A alguien con inteligencia, experiencia de la vida y
el trabajo se le dio por ponerle un pajon prendido en la cola del reptil que
poco a poco fue aflojando y desenrollándose del cuerpo de Patricio, la
enlazaron por el pescuezo, la guindaron de una mata de mangle y al día
siguiente estaba en función el fogón con un exquisito guiso de boa, acompañado
con ñame y agua de panela.
Después del desayuno, vieron a Patricio desguindando
el toldo y enrollando el petate y en el primer Johnson que pasó para San Marcos
se embarcó y se fue, cuando voy a mi pueblo le pregunto a sus hermanos por él y
me contestan vive en Venezuela con su Familia.
En esa semana que se marchó Patricio de la orilla del
río, como nunca llegaron los chigüiros a comerse el cuero de la primera boa que
sacrificaron para la supervivencia de los humanos, que se encontraba debajo de
las hierbas donde dormía Patricio, en esos hermosos tiempos de la vida.
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