LA CASA DE LOS
CLAVITOS
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
De esas cosas en la vida que ciertos humanos logramos ver, captar y observar, siempre me han gustado las casas grandes con patios sembrados de árboles frutales, como en la que me críe en la Villa de San Benito Abad, específicamente en la Placita. Don Prudencio y Maruja dos humanos de origen campesino procrearon una numerosa familia en unas veinte hectáreas de terreno que a peso de sudor fueron levantando, allí habitaban unas treinta vacas, dos docenas de pavos, unas cien gallinas, treinta cerdos más la agricultura, de eso vivían felices y tranquilos.
Don Prudencio donó una hectárea de terreno para que hicieran una escuela
pensando en el beneficio de sus veinte hijos, pero de un momento a otro el
mundo campesino les cambio y les dieron veinticuatro horas para que desocuparan
la posesión.
Antes de irse Don Prudencio logró recibir un dinero
por su terreno y firmó un papel en la notaria del pueblo, mandó a buscar un
camión y se largaron para la gran ciudad, en donde mano Sico los esperaba y los
alojó en el patio de su casa en un barrio popular, donde los vecinos circulaban
de una casa a otra por el patio, ya que no habían linderos.
De allí después de unos meses Don Prudencio, que ya no
era don, simplemente Prudencio adquirió una vivienda de esas que hacia el Instituto
de Crédito Territorial, una sala grande, tres habitaciones, con su baño, la cocina
y un patio grande. Prudencio era un
hombre visionario y adecuo su hogar para comenzar de nuevo a levantar su prole,
adquirió una colmena en el mercado y vendía verduras frutas y legumbres.
En la sala había veinte clavos de hierro incrustados
en la pared, en cada uno de ellos una hamaca artesanal colgada de ambas
cabeceras, o sea un clavo, una hamaca, con el nombre de cada uno de los
humanos. Al llegar a esa casa, por invitación de uno de los hijos de Prudencio,
miré, analice y observé, que en cada clavo, había una hamaca, permanecí toda la
tarde compartiendo con esa numerosa familia, ya en la noche intente irme, pero
la curiosidad mató al gato y manifesté querer dormir en esa casa, después de enterarme la odisea
que habían pasado y del porque se encontraban allí hacinados, cuando la vida
les cambio.
Toño, uno de los hijos no se encontraba en casa,
estaba estudiando en otro país, sin embargo allí estaba su hamaca y su nombre
por sobre el clavo en forma de L. Esa hamaca me asignaron para dormir, algo que
también observé es que había una tranca de madera para atravesarla en la puerta
y bloquearla con dos cerrojos , y un letrero que decía “La Tranca y el numero
veinte”. Le pregunte a mi amigo que significaba esa tranca con número y me respondió
que era la hamaca de su ultimo hermano y que las reglas internas decían que el
ultimo que llegue le toca la tranca.
Ya ilustrado, solo esperaba la hora de acostarnos, a
ver cómo iban a guindar las hamacas en un clavito, ya se estaban frotando los
ojos y la tertulia llegaba a su fin, los dos viejos se despidieron y ocuparon
el último cuarto, hice un conteo y quedábamos en el patio diez personas
incluido, recordé que el último le toca la tranca, mire la luna y estaba en
posición once de la noche, anuncie que me iba a recoger, vea no quedo ninguno
en ese patio, voltearon los taburetes y los arre costaron a la pared y dijeron,
“aquí en esta casa no hay asiento para ti”. Me sentí ofendido, pero ellos me
explicaron que era para que las brujas no llegaran a la casa, como las hamacas
están colgadas de las dos cabecera observe en el oscuro cuando Pío levanto la
pierna y se colgó en la hamaca quedándole las piernas guindando, o sea dormían de pie. Me hubiera gustado
tener un celular y captar esos momentos, pero no era época de celulares, estos
aparecieron después, como también los otros miembros de esa gran familia, al
filo de las cuatro llegó el último y le tocó la tranca, se la pasó vertical a
la puerta, desdoblo su hamaca y se guindo detrás de la puerta.
Esa noche mi persona no durmió, pues no estaba
acostumbrado a dormir colgado en una hamaca, en un solo clavito, ya los viejos
no están, alguno de los clavitos se fueron para Venezuela, otros para España y
el resto están regados para la expansión de Barranquilla que es Soledad, estoy
narrándoles este cuento porque en estos días pase por esa casa.
Jocosamente
cuando los llamo o me encuentro con uno de ellos les grito “El Último Clavito,
coloca la tranca”.
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