UNA TRAVESIA
ANCESTRAL
Por Francisco Cadrazco Díaz (Román).
Escritor Colombiano.
Cuando los caminos a través de montañas y valles
llegaban a algún destino específico, como el camino desde Codazzia (Codazzi)
Cesar llegaba a Machiques Venezuela, a través de la manigua, acechaban tigres,
culebras, arañas ponzoñosas, los campesinos colombianos de la región caribe se
arriesgaban para ir a trabajar a las materas, como se le llamaban a las fincas.
Centenares de hombres, con rulas y hachas, se abrían caminos para subir la serranía
del Perijá y llegar a los montes de occa
traspasar la frontera. Hablaban en mí pueblo los que ya con experiencia
habían recorrido ese camino, expuestos a los peligros de animales salvajes de una tribu caníbal que pernotaban en esa
región, en la plaza principal de mi pueblo referían sus anécdotas, por ejemplo
el tigre que se devoró a Juepajé, un hombre de mediana estatura de tés morena,
tosco en su andar ligero de vocablo
cultural costumbrista, han de creer ustedes que ese cuento me erizaban los bellos del cuerpo por su puesto esa noche no dormía bien. Pero
resulta que el cuento no terminó allí, porque después que el felino devoró vivo
a Juepajé, a este joven no lo pudo digerir, acordándose Juepajé que cargaba una
navaja pico de loro, amarrada en su abarca derecha, como pudo se
contorsionó logró agarrar el objeto
corto punzante y sin más demora le abrió el vientre al tigre y se escapó. Sus
compañeros de rutina observaron impávidos como el felino se devoraba a Juepajé,
solo alcanzaron a huir y salvarse. Cruzaron la frontera y daban por muerto a
Juepajé su amigo y compañero de andanzas. Juepajé camino en medio de la manigua
y fue a dar del lado de Venezuela, a la primera matera que encontró les narró
con lujos de detalles y con poder de convencimiento todo lo ocurrido con el
tigre de bengala en el camino hacia la frontera patria. Una joven que se
encontraba en el lugar, le rogó a su papá que recibiera al joven, que lo
pusiera a enrejar terneros pero que no lo dejara ir. Y se fue afianzando el
joven al trabajo y la dirección que le confiaron los dueños, en especial la
atención de la joven a quien le referías cuentos y le daba clases de su escaza
primaria.
Llegó el día en que el dueño de la matera, viendo el
comportamiento de Juepajé, le confió administrarla, ya la joven le había puesto
el ojo a Juepajé, quien correspondía a su caprichos, en vuelta de un año el
joven se casó con la dama de inmediato
heredó la mitad de todos los bienes a nombre de la joven. A su pueblo
pernotaron los amigos del joven sin él, pero con la trama de que no quiso
regresar, consiguió un buen trabajo y solo mandó saludos.
No había formas de comprobar esa cuartada, pero no
estuvo mal, porque era un gran problema para ellos llegar con semejante
noticia, además era común que en un cruce por esas montañas, los animales se
comieran a los humanos y los humanos se comieran a los humanos (caníbales).
Llegó la pesca y se fue la pesca, hora de retornar a
Venezuela, ya estaban contratados allá, por su buen comportamiento, solo
faltaba Juepajé, cuando cruzaron la frontera se dieron de frente con la Matera
en donde mandaba Juepajé, llegaron pidiendo trabajo, ya que estaba más cerca de
donde ellos contrataron para el año siguiente.
Que sorpresa cuando el administrador les informa que
iba a hablar con el dueño, que también era colombiano, sale la figura de Juepajé,
con un sombrero tuchinero de 21 vueltas, con el letrero Juepajé. Los amigos se
desplomaron tuvieron que echarle agua
lluvia fría que había depositada en un tanque de hierro.
Al despertar, su amigo Juepajé, les narro la historia con el tigre de Bengala
y su salvadora navaja pico de loro y los acogió para que le amansaran unas
montañas para sembrar cosecha de caraotas venezolanas. Sus amigos, por
perequera le llamaban: Don Juepajé.
Esta y muchas historias se narran de ese tenebroso
camino de montañas enmarañadas entre Codazzia y Machiques Venezuela, una
Travesía Ancestral.
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