sábado, 3 de agosto de 2019

FILIPICHIN, SELLO Y TAPÓN







FILIPICHIN, SELLO Y TAPÓN
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano


De los tantos juegos de la niñez en el siglo pasado, estaba el de esconderse 20 niños en horas de la anochecida, tipo seis, porque en mi bello pueblo no había energía, sólo una planta Lister que era de la iglesia católica apostólica del vicariato del San Jorge, una hora más y todos los niños estaban roncando, soñando con los pellizcos de la profesora Germania.

Entre ese conglomerado de niños estaba Filipichin, apodo colocado por los mayores por el tamaño y estatura de un niño piel oscura llegado de la costa antioqueña del Urabá, todos lo conocíamos por ese apodo, al igual que el cubita de la placita y muchos más, porque esa es la idiosincrasia de los pueblos de la costa caribe colombiana.

En la madrina de matarraton inclinada, o sea un tronco de árbol sembrado con dos propósitos uno amarrar los animales de carga y otro más importante inclinar el taburete y sentarse los mayores a fumar tabaco negro, ese era el punto centro del juego a las escondidas que tanto recordamos y añoramos los que nos criamos en un pueblo.

Cuento veinte y el que me encuentre paga una penitencia, decía el niño que le tocaba contar, los demás a esconderse, en la inmensa plaza que rodeaba el barrio el prado, copia fiel del de Barranquilla, bueno casi igualito, todos a esconderse entre ellos Filipichin, nadie notó que el niño no apareció mas en el juego, a las siete en punto sonaron los cañonazos del cerro Corcovao, anunciando que se venía un fuerte aguacero, la estampida de niños hacia sus casas. Y a las siete en punto todos dormiditos, bajo revista y supervisión de sus padres.

Magdalena la progenitora de Filipichin bajo un aguacero tocaba puertas preguntando por su hijo que no llegó a casa a la hora estipulada, ya en el desespero los mayores se levantaron y con linterna y mechones encendidos buscaban afanosa mente al niño.

A mediados de las diez de la noche según la dirección de la luna, dejó de llover  y Filipichin no volvía a casa, seguían buscándolo ya con gritos de desespero su mamá decía Tarsicio, Tarsicio, pero nadie le contestaba, en casa de Alfonso uno de los niños que jugaba, a media noche le movieron la hamaca donde dormía, al abrir sus ojos vio cinco dientes blanquitos que se acercaban a él, con el miedo característico de los niños de pueblo, su mente dijo mierdaaa me cogió el diablo, una mano lo tocó en el brazo y dijo Filipichin, Sello y Tapón, Alfonso grito hay mi madre y calló al piso privado.

Al interrogar a Filipichin dijo que se escondió en casa de Alfonso detrás de un horcón de madera y se quedó profundamente dormido, al tiempo que su mamá recordó que en horas de la tarde le había dado una toma de anamú para la gripe. A Alfonso le colocaron la penitencia de besarle la boca al capitán,  el perro más bravo de la Placita.



2 comentarios:

  1. Lo autóctono de mi tierra amada y querida Barranquilla, fue un cuento con buena trama.

    saludos,

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