lunes, 1 de agosto de 2022

GURUYONES CABEZA DE CERA (COYONGOS)

 

GURUYONES CABEZA DE CERA (COYONGOS)
Por Francisco Cadrasco Díaz Román
Escritor Colombiano

 

A comienzos de la década de 1960, despuntando mis siete años de edad, con los ojos bien abiertos, corría una fuente de agua llorada de la tierra, desde un punto llamado la ceja, de la parte atrás del seminario menor en mi bello pueblo San Benito Abad, cuando pasaba por la charca de María Correa, ( la casa más cerca a la charca),  a unos quince metros de mi hogar, ya llevaba corriente fuerte, los predios al derredor se anegaban  brotaban matas de bijao macho, para distinguirlo del hoja grande con que envuelven los pasteles, bueno allí en esa charca pernotaban las garzas, tanga, piscingos, barraquetes, carrao,  pato yuyo, gallitos de Ciénega y otras aves de agua dulce, se supone que venían a comer peses, sardinas, caballitos eléctricos, pero lo que más me gustaba era ver caer en manadas a los Guruyones Cabeza de Cera (Coyongos), esas aves gigantes y pesadas, semejantes a un helicóptero.

Como mi mente va delante de mi persona, he tenido que colocarle un bozal o cabresteo, de esos que le colocan a los mulos y caballos para poderlos aguantar. En una fecha específica de esos años, amaneció el fogón de leña de mi casa, en solo cenizas, había que resolver el desayuno, más el almuerzo porque ya estaba el tiempo rayando las doce meridiano, tomé la  rula colins de mi papá, tío y abuelo,  recorte con ella unas dos docenas de palos de matar ratón, bueno no iba a matar ratón, se la tenía a los Coyongos, con uno de ellos resolvía la semana de comida. Guardé en un saco de fique las dos docenas de palitos, me interné en la espesura del bijao, agachapado, en espera de los Guruyones, ellos caían a esa hora 01:00 pm, aproximadamente.

Pasó en su caballo José Morón y me preguntó que hacía en esa charca agazapado, le contesté pescando hicoteas, no me convenía que estuvieran transitando por ese sitio personas, porque así no bajaban del cielo los Coyongos, con paciencia de pescador de anzuelo y con un sol canicular, esperaba con la paciencia de Job, hasta que en el firmamento aparecieron unos diez Coyongos blancos, patas y cabeza negra, uno por uno fueron aterrizando  a la charca, preparado para lanzarles los maderos, cuan aborigen de mi raza Zenú, me levanté grite fuerte para confundirlos y en menos de tres segundos lance con fuerza las dos docenas de palos, con resultados satisfactorios, le pegué a dos Coyongos que aturdidos no pudieron alzar el vuelo, con la misma velocidad los neutralicé y orgulloso de mi Azaña y a esa corta edad, los colgué de sus patas y con un palo largo, uno de cada lado en mis hombros llegue a casa victorioso, había asegurado la alimentación de los dos ancianos y la mía. Sesenta años después de esa batalla a favor de la vida, hoy esa mente prodigiosa que mi Dios me regaló, se acordó de los Guruyones o Coyongos de esa famosa Charca, en mi bello pueblo “La Villa” de San Benito Abad en el Departamento de Sucre Colombia. Pásate por allá Veee, conocerla.