GURUYONES CABEZA DE
CERA (COYONGOS)
Por Francisco Cadrasco Díaz Román
Escritor Colombiano
A comienzos de la década de 1960, despuntando mis
siete años de edad, con los ojos bien abiertos, corría una fuente de agua
llorada de la tierra, desde un punto llamado la ceja, de la parte atrás del
seminario menor en mi bello pueblo San Benito Abad, cuando pasaba por la charca
de María Correa, ( la casa más cerca a la charca), a unos quince metros de mi hogar, ya llevaba
corriente fuerte, los predios al derredor se anegaban brotaban matas de bijao macho, para
distinguirlo del hoja grande con que envuelven los pasteles, bueno allí en esa
charca pernotaban las garzas, tanga, piscingos, barraquetes, carrao, pato yuyo, gallitos de Ciénega y otras aves de
agua dulce, se supone que venían a comer peses, sardinas, caballitos
eléctricos, pero lo que más me gustaba era ver caer en manadas a los Guruyones
Cabeza de Cera (Coyongos), esas aves gigantes y pesadas, semejantes a un
helicóptero.
Como mi mente va delante de mi persona, he tenido que
colocarle un bozal o cabresteo, de esos que le colocan a los mulos y caballos
para poderlos aguantar. En una fecha específica de esos años, amaneció el fogón
de leña de mi casa, en solo cenizas, había que resolver el desayuno, más el
almuerzo porque ya estaba el tiempo rayando las doce meridiano, tomé la rula colins de mi papá, tío y abuelo, recorte con ella unas dos docenas de palos de
matar ratón, bueno no iba a matar ratón, se la tenía a los Coyongos, con uno de
ellos resolvía la semana de comida. Guardé en un saco de fique las dos docenas
de palitos, me interné en la espesura del bijao, agachapado, en espera de los
Guruyones, ellos caían a esa hora 01:00 pm, aproximadamente.
Pasó en su caballo José Morón y me preguntó que hacía en
esa charca agazapado, le contesté pescando hicoteas, no me convenía que
estuvieran transitando por ese sitio personas, porque así no bajaban del cielo
los Coyongos, con paciencia de pescador de anzuelo y con un sol canicular,
esperaba con la paciencia de Job, hasta que en el firmamento aparecieron unos
diez Coyongos blancos, patas y cabeza negra, uno por uno fueron
aterrizando a la charca, preparado para
lanzarles los maderos, cuan aborigen de mi raza Zenú, me levanté grite fuerte
para confundirlos y en menos de tres segundos lance con fuerza las dos docenas
de palos, con resultados satisfactorios, le pegué a dos Coyongos que aturdidos
no pudieron alzar el vuelo, con la misma velocidad los neutralicé y orgulloso
de mi Azaña y a esa corta edad, los colgué de sus patas y con un palo largo,
uno de cada lado en mis hombros llegue a casa victorioso, había asegurado la
alimentación de los dos ancianos y la mía. Sesenta años después de esa batalla
a favor de la vida, hoy esa mente prodigiosa que mi Dios me regaló, se acordó
de los Guruyones o Coyongos de esa famosa Charca, en mi bello pueblo “La Villa”
de San Benito Abad en el Departamento de Sucre Colombia. Pásate por allá Veee,
conocerla.