INDALECIO DÍAZ BARROS
UN PERSONAJE GUAJIRO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano
Me contaba Indalecio que nació en Fonseca, Guajira un
23 de abril de 1950, hijo de Madeleine Díaz, padre desconocido, según su mamá,
durante sus primeros años de vida correteó gallinas y pavos, cuidaba el rebaño
de chivos en la finca de sus abuelos en la vía de Fonseca a Lagunita de la Sierra,
hasta allí todo iba bien con el muchacho que ya entraba a sus diez años, por la
lejanía de un aula de clases Indalecio fue reacio a estudiar, quienes lo conocían
sabían que con un esfuerzo él despegaría.
Un día se
presentó a la finca un señor preguntando por Manuel Vicente, el abuelo de
Indalecio, estos se saludaron de abrazos y se llamaban primos hermanos y allá
en la Guajira si son primos, son hermanos. Después de una larga conversación,
la cual como niño no debía escuchar, (porque las palabras de los mayores no le
incumben a los niños y jóvenes), después de un tinto y un almuerzo, el primo
pasó a mi lado y se quedó mirándome fijamente, acto seguido me colocó la mano
en la cabeza e hizo el molinete en mi
cabello produciéndome dolor, solo trate de agacharme para apartar la mano de mí.
De inmediato supe que ese primo era malo, malvado y
cruel. Acto seguido le dijo a mi abuelo Mano Mañe:
- ¿De quien es
este niño?,
Contestó mi abuelo:
- Ese es de mi hija Madeleine, ellos viven aquí con
nosotros, ya el encierra y ordeña las chivas, le echa maíz a las gallinas
cocadas y pavos.
-Llegó la mala para mi persona, - dijo - vee mano Mañe
¿tú porque me hacéis un favor de darme ese niño para su crianza?, vee yo te lo
pongo al colegio y te lo trato como si fuera mi hijo, ya los míos están grandes y este muchachito me sirve en casa.
Hablaron con mi madre, que desde lejos estaba llorando
y después de una hora de deliberar mi futuro, dieron el aval, cogieron una
bolsa de papel o bolsa de manila y me empacaron los tres pantalones cortos, cinco camisas sin botones y adiós te dije
Luz, porque “Luz de Piedras”, se llamaba la finca tradicional de los Díaz. 12
horas en carretera destapada con tres transbordos y al fin llegamos a un pueblo
de casas de zinc viejas y calles de
arenas, la casa era grande y en el patio había otra casa de palma, allí en su
interior habían sobre una vara cinco sillas de caballos tres de burros, el olor de ese cuarto era a
caballo sofocado, me trajeron una hamaca con dos cáñamos y dijeron- guíndala de
horcón a horcón-, me dije ¿Qué será horcón?- y dure media noche buscando el
horcón en ese sitio sin luz porque no colocaban mechón como en la finca de mí
abuelo, la terminología de esa región no coincidía con la mía, a las malas me
fui adaptando, la escuela no fue, solo pasaba por su puerta y veía a los
jóvenes estudiando, jarreaba el ganado, ordeñaba vacas, traía agua de un pozo calicanto,
comía en el patio y me vestían con ropa vieja ancha y talla grande de los hijos
del primo.
Un día pasé por el colegio y el maestro me capeó, me
dijo- oiga joven ¿por qué usted no está estudiando, de donde es usted y donde
vive?,- le conté que no me pusieron al colegio, que era de La Guajira y que
vivía donde los Monterrosa, me trajo un cuaderno de cien hojas, un lápiz y me
explicó que me había colocado unas tareas, que las realizara y regresara al día
siguiente, ya en mi finca mi mamá me enseñó el abecedario y unos números,
escondí el cuaderno y el lápiz y en mi cuarto de sillas, de inmediato en menos de quince minutos realice las tareas
y antes que terminara la clase del día regrese a la puerta del salón y le
entregué el cuaderno al profesor.
Viendo el maestro mi interés en asistir al colegio
habló con el señor Monterrosa, quien con su cabeza y su boca dijo NO, ese joven
yo lo traje para que ayudara en los quehaceres de esta casa. El docente y mi
persona no nos dimos por vencidos, se aliaron a la labor unos alumnos
aventajados entre ellos “El Cubita” y continuamos las clases a escondidas, fueron
cinco años metidos en letras números, historia, geografía, religión, geometría,
ciencias y todo lo que se daba en primaria en ese tiempo.
Ya pasado de los veinte años de edad, decidí indagar
por mi familia, era difícil volver, pero por los consejos de mis amigos y
personas que me estimaban, una noche de luna clara, lo pensé, repasé, ensayé la partida en busca de mi familia, en horas de
la noche traspuse mi saco de fique con mis pocas pertenencias, había juntado
unos pesos con el jarreo de agua y su venta a los vecinos, unos cocos que
alcanzaba al partir y un vecino a quien
le ayudaba en su tienda, bien temprano antes que el gallo de las cuatro sonara
su bocina, ya estaba en la carretera empolvada esperando la guagua, saqué mano
y me embarqué, el conductor que me conocía me preguntó que para donde iba y
jocosamente le dije: -para donde me lleve la brisa-, me contestó: entonces vas muy lejos porque está brisando
duro.
Dejé atrás ese pueblo, el cual aprendí a querer, a su
gente, mis amigos de jugar bolita de uñita, trompo baqueao y los baños en sus
posas y a un hombre que me tendió la mano en el estudio, días antes de mi
partida me entregó un certificado de la Escuela Primaria en donde constaba que
Indalecio Díaz Barros, había aprobado con honores el quinto de primaria, con
sus respectivas firmas. Una chiva transportes Sotracor que venía de Montería
hasta Sincelejo, de allí un bus de Cosita Linda hasta Valledupar al día siguiente otra chiva de palo Cosita
Linda que iba de Valledupar a Maicao y me baje en Fonseca. Como buen guajiro
observé el panorama, miré caras y todas eran desconocidas, llegué a una tienda,
saludé a la señora, pedí una Cola Román y un pan de cacho, la señora me miraba
de reojos, hasta que no se aguantó y me lanzó la pregunta:
-Tú no eres de por aquí, muchacho, vienes a recoger
mariguana en la finca de Madeleine Díaz o a la finca de los Monterrosa-, esas
frases para mi me calaron en el alma, demoré unos dos minutos en responderle a
la señora que me miraba mi maleta de acordeón comprada en Barranquilla al lado
del transporte en Paseo de Bolívar.
-Sí, señora,- le contesté-, usted me podría indicar
¿en dónde queda esa finca?-, alzó la cortina que daba al fondo de la casa y
dijo:
- Oh, Miguelito saca el Jeep y lleva a este muchacho donde Madeleine y dile que
va de parte mía para que me apunte ese cliente.
Pagué, le di
las gracias y salimos en el jeep, Miguelito un señor cincuentón me iba sacando
las tripas, pero no me dejé, pensando en mi mamá sembrando Marihuana, a
sabiendas que ese era el boom de la costa y en especial de la Guajira.
Ni idea, mi madre de que mi persona era su hijo, me
contrató para atender el cultivo, todo estaba distinto, ya mi madre con su
cabellera canosa, hecha una Coronela, dándole ordenes al capataz de la finca,
carros vienen, carros van, bultos y bultos encarrados en un galpón de palma,
dormí esa noche plácidamente en otra casa grande al lado de los trabajadores, pero
esta no tenía olor a caballo sudado, hice
mis investigaciones y concluí que mi
abuelo le dejo el terreno a mi madre y que ella multiplico las ganancias
comprando más terrenos y hoy por hoy era
una señora hacienda, a la mañana siguiente los trabajadores se alistaron
desayunaron y partieron a sus labores, mi persona seguía durmiendo, esa era la
sorpresa para mi progenitora, de una el capataz fue y le comentó a la señora
que el nuevo trabajador no se había querido levantar y que quería hablar con
usted. Ella manifestó que será que amaneció enfermo ese pobre joven que quien
sabe de dónde vino, ayer no pude hablar con él.
Se dirigió al rancho en donde estaba durmiendo me
sarandeo la hamaca y tiernamente me dijo:
- Joven ¿qué te sucede, estás enfermo?-, la miré
tiernamente y le dije:
- Sí, señora, estoy enfermo de amor de madre. Se llevó
las manos a su boca y exclamó:
-¡Indalecio!, hijo, que broma me has jugado-, me bajé
de la hamaca y nos abrazamos largamente, volvieron a brotar sus lágrimas, pero
esta vez de amor.
Días suficientes para contarnos las odiseas que
pasamos ambos, hasta llegar al punto de
tiempo y hora de emprender una carrera que me llevaría a la recompensa de esos
años perdidos por culpa del destino y nada más. Después de organizarle la finca
a mi madre, recoger cosecha y cambiar de actividad, dejé a mi madre bien
atendida y visité a un tío en Barranquilla, a quien puse al día de lo sucedido
con los Monterrosa unos primos que no me trataron nada bien.
Al lado de mi tío,
un poderoso del cultivo y exportador del mismo, con una mansión al frente del
Batallón y por orden de él inicie mi
bachillerato, luego fui a la Universidad en donde me hice Profesional en Administración
de Empresas y me palanquearon un puestazo en la Gobernación, luego pasé a la Alcaldía.
Un buen día me aborda un Policía y me dice:
- Disculpe doctor, ¿usted es “El Chamo”?-,
se me revolvió el pasado de ese pueblo de las sabanas de Córdoba. Pensé
adivinar, pero no fue posible, le dije:
- ¿Tú me conoces?.
-Estoy tratando de hacerlo- contestó el policía-, solo
que deseo que me contestes a mis preguntas, escuché un sí, en Re menor, para
animarlo le dije:
- Chamo, soy El Cubita, nosotros somos buenos amigos-,
contestó jocosamente como era su característica.
-Ah, piensas que te voy a devolver las bolitas de
cristal todas quiñadas que te gané.
Se abrazaron los dos amigos de juventud y a diario
charlaban de sus travesuras en el pueblo del polvorín de arena.
Para terminar esta charla con Indalecio o El Chamo,
quien se pensionó con el Distrito de Barranquilla, como funcionario de unas de
las áreas de la Administración, concluyó mi entrevista.
Como siempre mi persona a través de mis escritos, mi
mente dicta y mi persona copia al pie de la letra, anoche a las tres de la
mañana, se vino a mi mente una conversación con mi Bisabuelo Manuel Vicente
Díaz Vanegas (Bisa), como lo llamaba en
vida, es normal soñar con esos personajes de mi vida, por la cercanía con
ellos, precisamente anoche me decía, con su voz pausada y aguajirada:
- Ve, mijo, tú no te llamas Francisco Javier, tú te llamáis
Indalecio, Indalecio Díaz Barros, tu naciste en Fonseca.
Le contesté:
-Aja, Bisa y ¿de dónde sacó eso?,
Me contestó:
-Ve, mijo, tu pegáis
es para allá, busca tus raíces.
Tengo pendiente
visitar esa región y confundirme, mimetizarme con esos seres hermosos parecidos
a mi persona, por algo lo decía mi Bisa: Yo, mi nieto, tengo sangre guajira, Al
despertar y hacer memoria se me vino a
la mente a ese joven monito, dientes separados, cabellos ensortijados monos, de
contextura gruesa y de carácter fuerte,
que un día se desapareció de mi pueblo, tiempos después me lo encontré en
Barranquilla ocupando uno de las Secretarías de la Gobernación y la Alcaldía de
Barranquilla. Parece una historia ficticia, pero es verdad, es verdad.