INVIERNO Y VERANO EN
MI PUEBLO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano
Enmarcando el tiempo en el calendario costumbrista del
almanaque de Bristol, una biblia para saber cuándo llegaba el invierno y cuando
se iban las lluvias, era más largo el
verano que los meses de lluvias. Fijo cuando la bonga centenaria de la esquina
de la estaca, una finca cerca del pueblo, con sus bacotas secas, comenzaba a
adornar las calles y caminos con su lana de color amarillo claro, que a la vez servía
para abullonar las almohadas de cama, ya venía el invierno
Con nostalgia comenzaban las ensenadas a coger agua,
signo de que el rio san Jorge y cauca se iban a desbordar de sus orillas mi pueblo “La Villa se iba a inundar por los
cuatro puntos cardinales. Los pescadores recogíamos los chinchorros y los
subíamos a un saxo, hasta el año siguiente que con alegría de verano lo
bajábamos y lo poníamos a tono, para seis meses de pesca. Comenzábamos a estaquear la playa para saber cuántos
metros de agua iban entrando, hasta que todo se inundaba.
Las mañanas de invierno eran hermosas, amanecía
llovido, la placita con su yerba verde, las lombrices haciendo salidas del
subsuelo, las gallinas pavos y cocadas atrapándolas y esperando a las gigantes
que se encontraban dentro del pozo o bomba como la llamábamos ubicada en el
centro de la placita, ya inservible.
Para los meses de mayo, ya los mangos estaban votando
hojas y naciendo hermosos tallos que se encargarían de germinar frutos para
recoger en verano. En este largo mes los campesinos del pueblo, alistaban
pellón y rulas para emigrar a Venezuela, el Valle de Upar, en especial a
Codazzi, los comerciantes del rio salían a Magangué a surtirse de mercancías varias
para vender por las costas de los ríos magdalena, cauca y san Jorge, muy poco
pernotaban en la villa, sólo quedábamos los estudiantes de primaria de las dos
escuelas, para varones y hembras, después
llegó la Escuela Normal Privada
el Seminario Menor, también privado perteneciente a la curia.
En mi entorno de la placita, vía de salida y entrada a
los corregimientos de la Ventura, callejón, tierra santa y san roque, amanecía
el volcán a reventar de agua, en donde nos recreábamos en sus corrientes hasta
llegar entre surcos a la playa “La Chambita”, una hermosa ensenada de aguas
oscuras de unos cinco metros de profundidad.
Huracanes, fuertes vientos y tormentas tropicales se
formaban en el firmamento al paso de nubes preñadas de color gris, solo
esperaban que el cerro corcovado, sonara sus matracas para formar su jarana.
Vacas electrocutadas, el maíz y el arroz en el suelo, con sus espigas viches,
las líneas del teléfono caídas con la sabida interrupción de la comunicación
telegráfica y de bocina. Los pescadores de anzuelos y arpones, todas las tardes
partían a las playas y después de una noche estrellada o un huracán, traían el
sustento, familiar y particular, para la supervivencia del invierno.
La plaza principal con sus consabidos charcos de aguas
rojas, unos diez en toda la plaza, allí sonaban los cañonazos de pólvora en el
mes de septiembre, dando anuncios de que entraban al toril cuarenta toros de la
raza cebú. En el parque principal, en las noches, se hablaba de la pesca, de
arrozales y maizales, de cosechas de patilla y melón, ganadería y agricultura.
Para esa fecha, mes de septiembre después de la fiesta
ya los obreros pescadores sabías con que dueño de chinchorro te tocaba pescar,
porque ellos les adelantaban un dinero
para que compraran la ropa y zapatos que te ponías en los cinco días de toro.
Para cerrar este Invierno en mi pueblo, la
subsistencia de muchos hogares , se basaba en siembras de pan coger en los
grandes patios, con la habichuela, la Candía, yuca, guineo cuatro filo o
pochocho, naranjas, limones, frijoles, maíz, berenjena y otras siembras,
también vendían por las calles: Leche, queso, bollos, cafongos, pan de queso,
pan de coco, arropillas, peto, dulces de
panelitas y turrones, otras personas se dedicaban a Administrar la cosa Pública,
el sastre, los matarifes, los quioscos de jugos de frutas naturales en la plaza,
las tiendas, el café la castilla y el teatro.
A mediados de noviembre cuando el rio San Jorge
comenzaba a asomar sus barrancos, ya los pescadores estábamos prestos con
petate, franela amanza locos un cuchillo
llamado Banquero, para embárcanos a una travesía por el rio a más de cinco
horas, para llegar al departamento de córdoba, a la altura del punto de pesca
Marralú, el remolino de la pipa, Segeve entre otros puntos de pesca. De la
escases de los alimentos en invierno, pasábamos a la abundancia del verano con la gran pesca.
Proliferaban los cacharreros, las gitanas echa suerte,
los turcos vende telas, los joyeros, las bisuterías femeninas, las mueblerías y
los maestros de obras civiles, se contaban miles de pesos en ventas de bagre y pacora
saladas, se hablaba de kilos y arrobas, de enhielados de pescado para
trasladarlos a Medellín o Barranquilla, en chivos (Canos con remolques), o en
jaulas.
Aquí surgía el Golpee mano, a la hora de comer, por la
cantidad de hombres que nos ganábamos la vida jalando chinchorro, con la
particularidad que los jóvenes solo nos liquidaban media parte de lo que se
ganaba un adulto y a decir verdad nos exigían más, porque en esa época, los
hombres se medían por el trabajo y no por su estatura.
Puntos referentes de Invierno y Verano: La finca Madre
de Dios, tierra fértil para sembrar arroz y maíz, finca babilonia a las orillas
de una playa, tierra arrocera, como lo era Rabón corregimiento de la Villa,
palo negro y palito. En verano mandaban la parada “La punta de la Pesquería y
Los Jobos, sitios turísticos de comercio
en donde pernotaban los pescadores después de una noche de pesca, toda persona
que llegara a esos dos sitios, por cortesía las señoras que preparaban los
alimentos en tiempo de pesca, llamadas rancheras, le servían una totuma media
de Sopas de sábalo fresco, con arroz y tres cucharadas de suero atolla buey.
Del recurso humano, unos hombres líderes y duchos en
el oficio, compañeros, amigos, familiares, consejeros de la vida, dispuesto a
colaborar para la consecución de un
objetivo común. Sin tacha en su honradez, sus Wood Will era el trabajo en
garantía y su palabra empeñada.
Así eran los inviernos y veranos de mi hermoso pueblo
en el siglo pasado 1953-1969. Época enmarcada en mi juventud presencial, vista con
ojos de colores por mi mente y la inocencia del corazón.