viernes, 27 de marzo de 2020

UN PARTIDO DE BÉISBOL ENTRE EL DIABLO Vs. JUVENAL MONTERO GARCÍA, EN LA PLACITA DE LA VILLA.




UN PARTIDO DE BÉISBOL ENTRE EL DIABLO Vs. JUVENAL MONTERO GARCÍA, EN LA PLACITA DE LA VILLA.

 Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano.


Buenos días mi estimados lectores, como se encuentran en casa, para polemizar y revivir historia mental y familiar, quien de ustedes los mayores de San Benito Abad, mi pueblo, recuerdan a un personaje llamado Juvenal Montero García, hijo de Juvenal Montero (Cartagenero y Valentina García Cadrasco, Villera), bueno les dejo la tarea, ese personaje venia en vacaciones de verano a la villa, procedente de Cartagena Bolívar y se alojaba en casa de su mama Valentina, en la primera casa de esquina de la calle que va hacia la ciudad infantil, hoy hospital.

Cuando Juvenal llegaba a la Villa, mi persona iba a saludarlo, me traía una gorra de béisbol del equipo Torices de Cartagena.  Era o es un hombre de mucha estatura, color negro, beisbolista de profesión.

Juvenal Montero Gracia, siempre tenía un cuento al anochecer, después de compartir un partido de béisbol en la Placita, allí nos deleitaba con sus monerías al momento de batear, recuerdo cuando narro el encuentro beisbolero con el diablo, que para esa época era famoso, ya no, ahora los Pelaos le quitan el trinche y sale llorando. Juvenal decía que una noche de esas oscuras de la Villa, venia atravesando la placita y en el pilote de cemento que había en la mitad de la placita, lo estaba esperando el diablo, con un uniforme rojo de beisbol, una gorra roja con un logotipo con la letra D. Un trinche en forma de bate, zapatos negros y medias rojas.

Te estaba esperando Juvenal, le dijo el diablo, Juvenal traía en su estómago con irradiación a la cabeza, tres botellas liquidas de ron tres esquinas, buen béisbollista, primera base de los Teorices de Cartagena, de sangre,  Gracia Cadrasco y en su tierra, no lo dudo un segundo. Le contesto al diablo: calcareala, que yo te la pinto. A 10 bolas dijo el diablo, Juvenal le contesto, a 20 si quieres. Tiraron una moneda de a centavos a cara y sello, pícher de salida el diablo, comienza el juego sin espectadores, así se pensaba, pero había un niño de seis años metido en su hamaca en la casa de la esquina de la placita, tirando oídos. Juvenal le bateo completo al diablo, 10 de10, le tocó el turno de bateo al diablo, cuando solo le faltaba una bola para batear, del lado del pozo de palo alto, despunto el toro candelillo, una fiera indomable y emitió un muuuuuuuu y el diablo se desconcentro y perdió el partido, el niño se cago del susto y Juvenal pelo chapa y dejo ver su diente de Oro.

El diablo se espantó y se llevó en su huida al famoso toro, los perros ladraban, los gallos cantaban y se formó una tormenta con truenos y relámpagos, días después al toro candelillo lo encontraron en el playón de Santiago Apóstol, pastando a la orilla de la ciénaga.

miércoles, 25 de marzo de 2020

LA CASA DE LOS CLAVITOS




LA CASA DE LOS CLAVITOS
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano


De esas cosas en la vida que ciertos humanos logramos ver, captar y observar, siempre me han gustado las casas grandes con patios sembrados de árboles frutales, como en la que me críe en la Villa de San Benito Abad, específicamente en la Placita. Don Prudencio y Maruja dos humanos de origen campesino procrearon una numerosa familia en unas veinte hectáreas de terreno que a peso de sudor fueron levantando, allí habitaban unas treinta vacas, dos docenas de pavos, unas cien gallinas, treinta cerdos más la agricultura, de eso vivían felices y tranquilos.

Don Prudencio donó una hectárea de terreno para que hicieran una escuela pensando en el beneficio de sus veinte hijos, pero de un momento a otro el mundo campesino les cambio y les dieron veinticuatro horas para que desocuparan la posesión.

Antes de irse Don Prudencio logró recibir un dinero por su terreno y firmó un papel en la notaria del pueblo, mandó a buscar un camión y se largaron para la gran ciudad, en donde mano Sico los esperaba y los alojó en el patio de su casa en un barrio popular, donde los vecinos circulaban de una casa a otra por el patio, ya que no habían linderos.

De allí después de unos meses Don Prudencio, que ya no era don, simplemente Prudencio adquirió una vivienda de esas que hacia el Instituto de Crédito Territorial, una sala grande, tres habitaciones, con su baño, la cocina y un patio grande.  Prudencio era un hombre visionario y adecuo su hogar para comenzar de nuevo a levantar su prole, adquirió una colmena en el mercado y vendía verduras  frutas y legumbres.

En la sala había veinte clavos de hierro incrustados en la pared, en cada uno de ellos una hamaca artesanal colgada de ambas cabeceras, o sea un clavo, una hamaca, con el nombre de cada uno de los humanos. Al llegar a esa casa, por invitación de uno de los hijos de Prudencio, miré, analice y observé, que en cada clavo, había una hamaca, permanecí toda la tarde compartiendo con esa numerosa familia, ya en la noche intente irme, pero la curiosidad mató al gato y manifesté querer dormir  en esa casa, después de enterarme la odisea que habían pasado y del porque se encontraban allí hacinados, cuando la vida les cambio.

Toño, uno de los hijos no se encontraba en casa, estaba estudiando en otro país, sin embargo allí estaba su hamaca y su nombre por sobre el clavo en forma de L. Esa hamaca me asignaron para dormir, algo que también observé es que había una tranca de madera para atravesarla en la puerta y bloquearla con dos cerrojos , y un letrero que decía “La Tranca y el numero veinte”. Le pregunte a mi amigo que significaba esa tranca con número y me respondió que era la hamaca de su ultimo hermano y que las reglas internas decían que el ultimo que llegue le toca la tranca.

Ya ilustrado, solo esperaba la hora de acostarnos, a ver cómo iban a guindar las hamacas en un clavito, ya se estaban frotando los ojos y la tertulia llegaba a su fin, los dos viejos se despidieron y ocuparon el último cuarto, hice un conteo y quedábamos en el patio diez personas incluido, recordé que el último le toca la tranca, mire la luna y estaba en posición once de la noche, anuncie que me iba a recoger, vea no quedo ninguno en ese patio, voltearon los taburetes y los arre costaron a la pared y dijeron, “aquí en esta casa no hay asiento para ti”. Me sentí ofendido, pero ellos me explicaron que era para que las brujas no llegaran a la casa, como las hamacas están colgadas de las dos cabecera observe en el oscuro cuando Pío levanto la pierna y se colgó en la hamaca quedándole las piernas guindando,  o sea dormían de pie. Me hubiera gustado tener un celular y captar esos momentos, pero no era época de celulares, estos aparecieron después, como también los otros miembros de esa gran familia, al filo de las cuatro llegó el último y le tocó la tranca, se la pasó vertical a la puerta, desdoblo su hamaca y se guindo detrás de la puerta.

Esa noche mi persona no durmió, pues no estaba acostumbrado a dormir colgado en una hamaca, en un solo clavito, ya los viejos no están, alguno de los clavitos se fueron para Venezuela, otros para España y el resto están regados para la expansión de Barranquilla que es Soledad, estoy narrándoles este cuento porque en estos días pase por esa casa. 

Jocosamente cuando los llamo o me encuentro con uno de ellos les grito “El Último Clavito, coloca la tranca”.