sábado, 24 de agosto de 2019

TRES TIGRES






TRES TIGRES
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano

En mi querida Costa Caribe y sus regiones, siempre he oído hablar de los tres tigres que rondaban las montañas valles y praderas, con una fama de ser los depredadores más grandes en ganado vacuno, asnal y caballar, pero su presa favorita eran las mujeres jóvenes, recorrían días y noches buscando la pollita más hermosa de esta región.

El Tigre mono de las Marías, el Tigre de las Mayitas y el tigre de la Placita. El tigre de las Marías se mudó de las Marías, ahora vive  en la cueva del centenario en Casacará. El tigre de las Mayitas ahora vive en Urumita y sube hasta Villanueva y el tigre de la Placita de la villa, que hace muchos años se mudó para Barranquilla.

Cuando existían las montañas Barreras en la villa, el tigre de la placita roncaba todas las noches y le hacía competencia al cerro del corcovao en la Serranía de san Lucas, como había mucho ganado cimarrón en los playones se daba su banquete, solo dejaba el esqueleto para que los samuros hicieran su festín. Una vez lo fui a visitar y me contó que ya esta ajuiciado porque se consiguió una tigresa en Punta de Blanco y esta lo aquietó, ya se le han caído sus pintas, pero sigue vivito y coleando por la segunda de Soledad.

Del Tigre mono de las Marías en una ocasión salió de casacará, cogió caminos vecinales y vino a salir a la cueva de María Angola, allí me encontre con él, ese día tenía un carnero y mientras lo guisaban nos jugamos un partido de futbol, como no había balón pateábamos un totumo, a media noche roncaba en la cueva, bajo una luna llena y cientos de murciélagos vampiros revoleteándoles a una manada de insectos nocturnos. Después se tuvo que mudar para Los Tupes porque los tigres de la Sierra lo andaban persiguiendo. De este tigre me quedan gratos recuerdos, porque a pesar que me advirtieron que era feroz, se portó familiar, ahora goza de una estadía permanente al lado del creador.

El tigre de las mayitas que vivía en Urumita, como ya no llueve por la sierra, aprendió a tocar guitarra y vino a dar a Barranquilla, ahora anda de parranda en parranda, una vez estaba en Planeta Rica en una finca del compadre Sico y a media noche en medio de tragos debajo de un frondoso árbol de mango dijo que a él no lo asustaban las brujas, unas gallinas que estaban semidormidas escuchando la parranda, tan pronto el tigre de las mayitas nombró brujas, una de ellas se le aguaron las patas y se vino en picada y saben dónde fue a caer, en la cabeza del tigre de las mayitas, al instante tiró la guitarra, cogió una chiva de Cosita Linda y se encuevó en Urumita, ahora lo ven bañándose en el rio el mocho cuando esta crecido y baja de  la sierra.

A mis amigos: Inarco De la Hoz Vergara, Marcos Barrios Gómez y Eder Rojas Garcia.

sábado, 3 de agosto de 2019

FILIPICHIN, SELLO Y TAPÓN







FILIPICHIN, SELLO Y TAPÓN
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano


De los tantos juegos de la niñez en el siglo pasado, estaba el de esconderse 20 niños en horas de la anochecida, tipo seis, porque en mi bello pueblo no había energía, sólo una planta Lister que era de la iglesia católica apostólica del vicariato del San Jorge, una hora más y todos los niños estaban roncando, soñando con los pellizcos de la profesora Germania.

Entre ese conglomerado de niños estaba Filipichin, apodo colocado por los mayores por el tamaño y estatura de un niño piel oscura llegado de la costa antioqueña del Urabá, todos lo conocíamos por ese apodo, al igual que el cubita de la placita y muchos más, porque esa es la idiosincrasia de los pueblos de la costa caribe colombiana.

En la madrina de matarraton inclinada, o sea un tronco de árbol sembrado con dos propósitos uno amarrar los animales de carga y otro más importante inclinar el taburete y sentarse los mayores a fumar tabaco negro, ese era el punto centro del juego a las escondidas que tanto recordamos y añoramos los que nos criamos en un pueblo.

Cuento veinte y el que me encuentre paga una penitencia, decía el niño que le tocaba contar, los demás a esconderse, en la inmensa plaza que rodeaba el barrio el prado, copia fiel del de Barranquilla, bueno casi igualito, todos a esconderse entre ellos Filipichin, nadie notó que el niño no apareció mas en el juego, a las siete en punto sonaron los cañonazos del cerro Corcovao, anunciando que se venía un fuerte aguacero, la estampida de niños hacia sus casas. Y a las siete en punto todos dormiditos, bajo revista y supervisión de sus padres.

Magdalena la progenitora de Filipichin bajo un aguacero tocaba puertas preguntando por su hijo que no llegó a casa a la hora estipulada, ya en el desespero los mayores se levantaron y con linterna y mechones encendidos buscaban afanosa mente al niño.

A mediados de las diez de la noche según la dirección de la luna, dejó de llover  y Filipichin no volvía a casa, seguían buscándolo ya con gritos de desespero su mamá decía Tarsicio, Tarsicio, pero nadie le contestaba, en casa de Alfonso uno de los niños que jugaba, a media noche le movieron la hamaca donde dormía, al abrir sus ojos vio cinco dientes blanquitos que se acercaban a él, con el miedo característico de los niños de pueblo, su mente dijo mierdaaa me cogió el diablo, una mano lo tocó en el brazo y dijo Filipichin, Sello y Tapón, Alfonso grito hay mi madre y calló al piso privado.

Al interrogar a Filipichin dijo que se escondió en casa de Alfonso detrás de un horcón de madera y se quedó profundamente dormido, al tiempo que su mamá recordó que en horas de la tarde le había dado una toma de anamú para la gripe. A Alfonso le colocaron la penitencia de besarle la boca al capitán,  el perro más bravo de la Placita.