261. EL SUSTO DE JUANCHO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Todos
los sábados de costumbre Juancho salía al pueblo a vender sus pan coger. Los
quesos y un lomo fino salado que le encargaba Valentina La Control, para su fonda en la
plaza, la esquina de los gallos estaba atiborrada de hombres que les gustaba la
pelea de gallos finos, tradicional en esta bonita región.
Decía
Ana Raquel a su hijo antes de salir, “veey Juancho procura llegar
temprano, que hoy es luna llena y en el
palo de mango del camino sale `El Ahorcao`”, Juancho le contesta a su mamá con
ínfulas de bravura, no te preocupes mamá que ese Ahorcao yo lo bajo, lo monto
en anca de Caballo y aquí se lo traigo por la madrugada.
Mi
persona no es que sea miedoso, pero de acordarme el día que mamá Chave Román me
dio la orden de conseguir unas chiribitas para avivar el fogón de leña, para
cocer los alimentos y como pelao malcriado zapatee, cogí el machete y me fui,
siendo Jueves Santo, en horas de la mañana, ella me dijo: “vee mijo Sico, no
sea que te ataque una puerca por allá, por tus groserías”. Y si, sentí que el
mundo se desgajaba y las chamuscas o chiribitas se partían, menos mal que en
esa época, corría más que el Policía García, emprendí carrera hacia la casa, sino
hoy no estuviera narrando este cuento de Juancho.
Ya
pasadas las dos de la tarde, hora en que le daban apertura a la Gallera,
Juancho se animó y comenzaron las apuestas, el ron ñeque y la temperatura a 40
grados, daban un bochorno, las playas o ensenadas del río San Jorge evaporaban
el agua, calentando más la atmósfera, al filo de las seis de la tarde, el
corcovao, con sus maracas de chinu, anunciaba un fuerte aguacero.
Ya para esa
hora, Juancho se había gastado el dinero de la venta de sus pan coger, pero
seguía neceando y buscando broncas, yo que estaba por debajo del ensogado de la
gallera vi con mis dos ojos brillantes de joven cuando Juancho le tiro una
patada a mi padrino Cristóbal, este hábilmente se la atajo con su mano
izquierda y con la derecha le conecto un nocaut y se avivó el fuego, puños
vienen y van, al ver ese zafarrancho gallero, cogí un pedazo de guadua y me
armé para darle a Juancho, porque a mi padrino los jueces lo llevaban abajo en
el puntaje, los presentes los apartaron, montaron a Juancho en su caballo y lo
despacharon para su parcela, el azabache sabía para donde iba.
En
su casa sus padres preocupados por el repetitivo mal comportamiento de su hijo,
decidieron darle un escarmiento, hicieron un muñeco de trapo y bajo la lluvia
llegaron al árbol de mango y lo colgaron en el camino por donde iba a pasar
Juancho en su caballo.
Tan
pronto el animal cuadrúpedo pasó la curva, divisó al Ahorcao, se paró en dos
patas y relinchó, Juancho se acordó de su mamá, se persignó le metió las
espuelas al caballo en sus flancos derecho e izquierdo y raudo pasó por el Ahorcao,
con tan mala suerte que el cáñamo del Ahorcao se le enredó a Juancho en su pescuezo
y así llego a su casa, pidiendo auxilio a sus padres y hermanos, porque el
Ahorcao le salió y de verdad lo estaba asfixiando.
Salieron
con mechones o antorchas en mano y notaron al muñeco abrazando a Juancho, le
quitaron el amarre del cuello, dándole un escarmiento a Juancho, que no quiso
salir más al pueblo.
El
árbol de mango, sigue después de 50 años en el mismo lugar, Juancho ya no está
en este hermoso mundo y Yo, reviviendo esos momentos de niño, angustiosos del Ahorcao y
la puerca negra.