EL CONEJO Y EL ÁGUILA
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano
Un ágil conejo marrón, que
pastaba en la huerta de mi pariente Virino, estaba en la mira de mano Sico, de
un águila bebe humo y una boa de tres metros que se encontraba en esa zona, el
águila sigilosa en el copito de la ceiba de la estaca, con sus ojos a punto de mira
telescópica apuntando a toda dirección, a cualquier animal rastrero que se le
moviera en un perímetro de un kilómetro a la circunferencia, lo vio brincar, extendió sus dos metros de
alas cuan avión de Avianca en huelga y se fue de picada, llevaba sus garras
afiladas, listas para atrapar apretar y matar.
La boa mimetizada en un tronco
seco de matar ratón, que yacía inerte en siete metros de suelos lineales, con
un hueco por donde un día corrió la sabia que lo nutria, cabeza a fuera, notó
el movimiento y con su vaho corporal fue guiando al Cotilino directo al hueco
donde se encontraba, primero entro el ágil conejo y en picada venia el águila
bebe humo y se incrustó en el hueco, la boa, boca abierta los esperó y se los
tragó.
Del otro lado del hueco por
donde la boa tenía la cola venía entrando el Caimán, después de una ardua
jornada nocturna en la charca de Mayte, donde llegaban toda clase aves de rio,
para no mencionarlas, cuando entra a la cueva del árbol, nota la invasión de la
boa y de una le mochó la cola con sus afilados dientes que no eran treinta y
dos, poco a poco fue engullendo y tragando hasta solo quedar la inmensa cabeza
de la boa, que no pudo salir porque dentro de su vientre había tremenda pelea
entre el Cotilino y el águila bebe humo.
Todo esto lo captó mano Sico,
que solo llevaba una linterna de baterías, una rula vieja sin cacha y con oxido
en su filo, más peligrosa que el caimán, la boa y el águila, porque al que le
daba un machetazo se moría de tétano por el óxido.
Regresó a casa y notificó a
los vecinos de la placita, quienes armados de Arpón, tres perros entre ellos el
capitán de mi hogar y, dos hachas y machetes, un lazo de pinga de toro, dispuestos a sacar el gran caimán,
que en plata su cuero valía un mil pesos de la época, eso era un platal.
La lucha por sacar el caimán,
el conejo y el águila duró ocho horas, la solución fue meterle candela por la
retaguardia del árbol y obligar al caimán salir de la cueva, como dicen, con
candela no hay viejo lerdo, en la boca del árbol hueco, estaba un lazo, en
espera que el gran caimán asomara su trompa larga y sus dientes afilados, no se
podía escapar.
Dentro de la barriga del
caimán, habían muebles, taburetes, cuadro en sus paredes, lo que no había eran
puertas y ventanas, había una cocina con tres bindes y leña de mangle seco por
sus tres lados, una ponchera de aluminio llenita de boca chicos, cinco libras
de yuca harinosa, una docena de naranja agrias y diez panelas de hoja, el
águila encendió el fogón y el mollo de barro estaba listo con agua caliente para
hervir al conejo y comérselo, él conejo estaba
amarrado por sus dos patas traseras colgado de un horcón, dentro del buche del
caimán, el Cotilino estudiaba a toda
prisa, como se deshacía del amarre y luego como escapar del águila, que lo
quería ahumado y en tiritas.
El ágil conejo escuchaba la
conversación externa, cuan feto humano capta las conversaciones de los padres,
escuchó el conejo la lucha por sacar de
la cueva al caimán, ya le habían prendido fuego con unas chiribitas y de una,
le dijo al águila: Que estaban planeando matar al caimán, metiéndole una
dinamita por la boca de atrás y hacerlo miga y que ellos iban a morir de una
forma miserable, que se acordara de sus polluelos que los iba a dejar en el
nido sin quien les llevara alimentos, al águila se le aguaron sus ojos, y
siguió diciéndole que él tenía una cría de conejos pequeños en una madriguera
cerca donde se encontraban y que si lo dejaba salir, él le regalaba los conejitos para que
alimentara a sus polluelos.
El águila le dijo que porque
iba a hacer eso, a lo que el Cotilino inteligente le contestó que para
alimentar a las águilas que no podían volar, que no se preocupara que dentro de
tres meses si estaban vivos la coneja
traía al mundo otros conejitos.
Cayó el águila, soltó al
conejo, este se sacudió la tierra que había en su cuerpo, miro hacia la puerta
de salida, que se encontraba abierta, porque ya el caimán y la boa estaban
sofocados por las llamas que tenían en su colas, emprendió carrera y salió a la
luz, mientras que el águila se enredó con los muebles y cuando quiso salir el
lazo la atrapó, hoy está encerrada en una jaula grande, le ponen guineo de
comida y le dan agua.
Sacaron el caimán, vendieron
su cuero, este reposa en unos zapatos de dos colores blanco y negro, de un
prestigioso abogado-docente, quien los luce para dictar sus clases y dar
catedra de Derecho Penal.
La boa, le volvieron tiras su
cuero y también lo vendieron, hoy son unos hermosos cinturones y los venden en
la puerta del Congreso de la República a los padres de la patria.
El Conejo, pasó un día cerca
donde el águila se encontraba cautivo y ella lo reconoció, le pidió
encarecidamente que cuidara a sus crías que habían quedado desamparadas en el
nido, a lo que el conejo le contestó que no se preocupara que él se los llevó
para la madriguera y comparten vida con sus conejitos hijos.
Mano Sico, se fue del pueblo,
llega de vez en cuando, habla con el conejo y su familia que ya está viejo y tiene
las uñas largas, conversa con sus paisanos en la placita y el parque, recorre
las cuatro calles que dejó cuando se vino para la gran ciudad, visita al
Milagroso va al cementerio allá donde una mañana una señora con chalina blanca
atravesaba el campo santo a las cuatro y media de la mañana y luego se regresa
a su Urbe Metropolitana.