EL VENADO ENGRAPADO, EL TIGRE AL REVÉS Y UN VIAJE DE
GALLINAS.
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano-Región Caribe
De los tantos cuentos que nos
refería ese hermoso viejo en la ronda de la placita, después de ocultarse el
sol y entregarle el turno nocturno a la brillante luna, acompañada por millares
de luceros, nosotros los niños, jóvenes y adolescentes, bajo la inocencia de la
época, siempre pendientes al desprendimiento de uno de los luceros, para
decirle con mucha alegría Dios te guíe, se me vino a la memoria presente, estos
tres cortos cuentos.
Rufo, solía salir todas las
tardes armado de una cauchera y cincuenta piedras chinas, dos docenas de grapas
y un martillo dentro de su mochila de fique, con el fin de cazar animales para
su supervivencia y la de su familia, lo demás, para arreglar los portillos de
su parcela, cuando el Toro de Magín, se embellacaba y se pasaba en busca de sus
tres vacas parceladas.
Esa gran noche entre oscuro y
claro y fuera de lo natural, al frente y a la distancia se le venía en carrera
un Venado grande de cuatro cachos, ojos marrones brillantes, barba espesa y
orejas grandes, tiempo suficiente para sacar la cauchera y dos bolos de piedra
y acorta distancia le puso la mira telescópica en el centro de la frente, sitio
mortal, estiró la cauchera ochenta centímetros por sobre de su pecho, cerro el
ojo izquierdo y con el derecho justo al punto mortal.
Siguió el Venado después de
ese tiro y con más brío se acercaba a él, por segunda vez el tiro certero con
la piedra dio en el blanco, allí Rufo se dio cuenta que esa cauchera no era el
arma de caza para ese gran Venado, sacó una grapa de la mochila y justo cuando
el venado venía pegado a una ceiba grande disparó la grapa y sin más recursos
el golpe le prensó la oreja izquierda contra la bonga y quedo grapado. Al verse
perdido el venado le habló a Rufo, rogándole que lo dejara libre y
prometiéndose no hacerlo más.
Ese mismo Venado que le
incumplió su palabra a Rufo, se le apareció en forma de Tigre, con lo que no
contaba era que a Rufo, no se lo brinca un chivo, menos un tigre, le salió de
la manigua, no dándole tiempo a sacar su cauchera, menos los bolos de piedras, y
se le abalanzó, Rufo le atravesó el martillo en la boca del tigre, metió su
mano llegó hasta el rabo y con su pierna derecho lo sujeto bien y jaló y jalo,
hasta que el tigre quedó como cuando la ropa se lava al revés.
Y por último, decía mi hermoso
viejo, que una vez lo contrataron para que trasportara como viaje de ganado
trescientas cincuenta gallinas ponederas, de la orilla de la ciénaga a un
corregimiento en las faldas de la montaña, aproximadamente quince kilómetros.
Como era una gran burla a su
oficio de vaquero, Rufo le dijo al blanco que con mucho gusto, que por ese
trabajo debería darle su hija como esposa
más un dote de un millar de pesos, el blanco casi se ahoga con una pepa de
mamón que se estaba chupando, pero el reto le gustó, solo pensaba como iba a
vaquear esas gallinas.
Rufo esperó la noche, enguacó
las gallinas y a las nueve en punto pasado meridiano llegó el capitán Arrieta
en su avioneta “La Avispa” y en menos de lo que canta un gallo, estaban las
trescientas cincuenta gallinas en el sitio.
A cumplir su palabra llegó el
Blanco de mano de su hija al altar de Dios, que ya no era blanco porque tenía
que entregar a su hija, menos un millar
de pesos que se le salieron por querer humillar a Rufo, un trabajador de campo,
que en vuelta de diez años era el hombre más rico de la región y con diez hijos
de la unión de Blanquita, la hija del Blanco.
El pensamiento de ese anciano
ronda permanente por su cabeza, “Como hizo Rufo para transportar esas gallinas,
sin dejar rastros o huellas de ellas”.