sábado, 21 de noviembre de 2015

SOLO POR UNA LIBRA DE ARROZ.

SOLO POR UNA LIBRA DE ARROZ. 
Por Francisco Cadrazco Díaz.
Escritor Colombiano Región Caribe.

Anoche salí a comprar una libra de arroz, en la tienda más cercana, estaba  muy llena y me pase para la otra al frente, allí no había arroz, entonces decidí irme para un barrio cercano, pero allí habían unas líneas imaginarias que como mi hermano Ernesto, no se ven, tan pronto llegue a la tienda, el dueño me dijo, tu no eres de por acá, ¿cómo llegaste?, le conteste: bien, no encontré inconvenientes en el camino, ahora estoy pensando la salida.

Me despacharon la libra de arroz y cogí calle, tenía que pasar por obligación por una zanja de arroyo, me persigné como buen Católico y bajé, en ese sitio me salió un muchacho como de quince años, peló una navaja pequeña de color rojo y me quedó mirando fijamente, le dije no llevo nada, solo una libra de arroz en esta bolsita, me miró el bolsillo y le dije las llaves de la casa, giró la cabeza y con el ceño fruncido me dio a entender que el bolsillo trasero, allí llevo la cartera con papeles del seguro social y la cédula de ciudadanía Colombiana.

Lo extraño era que no me hablaba y entonces entendí que era un atracador mudo, le dije si me sacas de aquí te recompenso con un billete de a $50.000.oo pesos que tengo guardado en la casa para los pasajes cuando salgo.

Me hizo seña que caminara adelante, así lo hice, cuando ya habíamos traspasado la zanja, salieron ocho muchachos más, unos morenos, otros de piel clara y noté que todos habían sido mis compañeros de estudios primarios, uno de ellos me dijo Hola Cubita, le conteste que hubo Toño, como estás, los otros miraron a Toño y le hicieron señas a que me atracaran.

Les dije, caramba muchachos años sin vernos, Manolo me miró y dijo, que haces tú por acá, este no es tu barrio, le contesté vine a comprar una libra de arroz en la tienda de Abigaíl, porque por allá hay es un poco de cachacos que venden caro y despachan poquito.

Marco el más pleitisco de los ocho que habían allí más el mudo que se abrió de la reunión o encerrona en que me tenían dijo: Te acuerdas de las que nos hiciste en la poza el Cantil, que te llevaste la ropa y nos dejaste en cueros y hasta ahora apareces, contesté, hombre muchachos eso hace muchos años, ya somos bien adultos y además somos amigos, no veo ninguna diferencia entre ustedes y mi persona.

Se reunieron e hicieron un circulo y deliberaron mi suerte, momento que aproveché  y di un salto, me apoyé en la punta de los pies y salí volando como una bala, eso le pedí a mi Dios, que me diera alas para salir de ese sitio, cogí camino y me volví invisible, sin embargo los malandros me seguían de cerca.

Llegue a una finca cercana y me quedé en el techo, después pase a una segunda casa, donde había una mujer recién parida, la salude y le comente que me venían persiguiendo unos muchachos del barrio contiguo, ella me dijo, lo mejor es que se vaya porque ellos no se gustan con los de acá y se va a formar una guerra campal y no sé cómo irá a salir librado usted.

A poco rato ya venían, era una turba de muchachos entre los quince y veintiún años, todos armados con revolver y navajas, palos y piedras, como si buscaran a un delincuente, miré un pozo calicanto y me tire de cabezas a sus profundidades, toqué fondo y salí por un lado del ultimo anillo de cemento, me quede allí abajo al lado del tanque, escuchando a los malandros que decían que yo había traspasado sus líneas imaginarias y que tenía que pagar con mi vida.

En ese trance, escuché una voz masculina que me dijo sal de allí y vuela lo más alto que puedas que yo te cubro, esa voz era amigable y  protectora, me impulse y nuevamente salí como una bala, abriéndome camino sobre la tierra, al salir a la superficie causé una explosión que en pocos segundos se volvió candela y comenzaron a arder cientos de taxis amarillos que estaban dentro de un parqueadero.

Como me lastime un brazo, el izquierdo, la voz que me acompañaba me dijo sóbate el brazo que ya estas sano. Así lo hice y les puedo jurar que al día siguiente en la realidad de la vida y no en esa desagradable pesadilla de la Libra de Arroz, el brazo está completamente sano, ahora voy a cancelar la cita que tenía con el médico Ortopedista,  me deshice de los malandrines de barrios que tienen al sur de la ciudad acosado con sus líneas imaginarias, que ya no se puede entrar a ellos a visitar a los amigos que un día dejamos allá.

Después de referirle a mi esposa este cuento, me dijo, no es la primera vez que a ti te sucede esto, eso te pasa por levantarte de la cama que compartimos hace treinta años, para ir a la calle a buscar el peligro, una noche de estás no vas a poder volar y salir como una bala y te van a azar. SOLO POR UNA LIBRA DE ARROZ.


domingo, 15 de noviembre de 2015

AL SON DE LAS MANOS DE UN PILÓN

AL SON DE LAS MANOS DE UN PILÓN
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe




Vereda arriba de las montañas Barrieras, las únicas existentes en el bajo San Jorge y las más cercas a mi pueblo, después del corcovado en las Serranías de San Lucas al sur, al sur de Bolívar, era común escuchar el sonido del pilón, cuando dos poderosos brazos machacaban la espiga de arroz para que bote el grano. Una hermosa sinfonía de Beethoven, para aquellos oídos que captan la música desde el silbido de un grillo.

Mano Pello era un hombre de música, integrante de la vieja banda de vientos de mi pueblo, por allá repuntando la segunda década del siglo pasado, además era compositor de bellas melodías que le sacaba al cantar de los pájaros y aves silvestres.

Esporádicamente en horas de las mañanas pasaba por la casa de su hermano Yeyo, montado en su burro mojino, silvando  y silvando melodías no conocidas y que no dejaba conocer hasta que los clarinetes, las trompetas y el rey bombardino en su sones  liricos melodiosos les dejaba salir el aire caliente, después que los émbolos de los instrumentos las convirtieran en música.

De regreso de la montaña entre oscuro y claro, Mano Pello, con su oído fino a la distancia escuchó un pun pun pun y después escuchaba un pon pon pon y luego le cambiaban la melodía, pon pon pon y le contestaban pen pen pen, agudizo el oído izquierdo y colocó el punto del telescopio en cero y escuchó en esa dirección.

Y como el hombre empedernido con el ron, dio rienda izquierda a su burro moro y se encamino a esa dirección, cual sorpresa se llevó que en la parcela de Antolín habían dos hermosa mujeres fornidas de la etnia Zenu, dándole mano a unas espigas de arroz dentro de un pilón de madera de tolúa roja. Pello escuchó esa melodía del:

“Pun, pun , pun – pon pon pon – pon pon pon – pen pen pen, en ese instante cantó un grillo: fli, fli, fli, fli, fli, pasó la lechuza y añadió a la melodía el Chuisssssss, de regreso en el camino el burro en que iba montado, peló los ojos y a la distancia vio una culebra cascabel armada y atravesada en el camino de paso y decía con sus cascabeles: shis, shisss, shiiissss, más adelante del camino vio a una burra en celos, sacó sus dientes, olio y dijo, Geeee, ge, ge, ge, geee, geee y remato geee, siiii, siii, siii.

Al pasar por una ceja, escuchó el canto guapiriao de un pajuil Guiiiipiiipiiiiii y cerró la melodía los sapos en la laguna Quee, Queee, Quee.

Cuando llegó a su casa, mandó a su sobrino a buscar a todos los músicos integrantes de la banda, sin excepción, me los traes a todos, dígales que es una reunión muy importante.

Ya reunidos con sus instrumentos en el patio de la casa sentados en un taburete y al estilo de mi gran amigo Calixto Ochoa Campo, personas con mente brillante y con el pentágrama de la costumbre, les dijo cójanle el paso a esta melodía.

Trompetas:Ponponpon,ponponponponpon pon, punpunpunpunpunpunpunpunpún, penpenpen, penpenpenpenpenpene, ponponponponponponponnnnnn.

Clarinetes:Flifliflifliflifliflifli, fliflifliflifliflifliflifli, flifliflifliflifliflifliiiiiii

Bombardino: Geee, geeee,geee, ge, ge, geeeeee, Gegegeeee, sisisisisií,sisisis.

Mientras que el redoblante y el tambor mayos decían: tarraquetatarra, que tatarrraaaa – Pun Pun pun punnnn.

Los platillos decía: Shiss, shisss, shissssssss.

El bombardino bajo : Queee, queee, queeeee.

El animador de la banda gritó: Guiiipiiiipiiiiiii.

(Vis)ponponponponponponnn,ponponponponponnn,punpunpunpunpunpunpunnnnnn y se formó la hermosa melodía, que todos los días, en los acetatos, los casete, en los cd, en las emisoras y presencialmente escuchamos en las bandas de música autóctonas de las sabanas del gran Bolívar.

Así como Mano Pello y otros músicos reconocidos en el ámbito de la música costeña, le cantaban a los pueblo, a las montañas, valles y senderos, con sabor a queso, a suero y yuca harinosa, a chivo guisado, a pescado frito,  a ponche e iguana, a mango maduro, a malanga, níspero y ajonjolí.

A polvo rosita, para mí, brillantina tigre mono, pomada hervor, un clavo, a la espina de pescado, al toro cebú, al toro Candelillo, al burro de Manuel buche y a las bellas mujeres inspiradoras de amores y desamores.

Todo aquello que nos hace feliz en la vida, apoyados en los humanos, la naturaleza y los animales para componer una bella melodía que perdura en los oídos y la mente de los humanos, sin morbo, con cadencia y al son de las manos de un pilón, buscando sacar una melodía de un  grano de arroz blanco, sustancioso al paladar de una audiencia, que añora esas épocas musicales.

Un siglo después que Mano Pello compusiera esa melodía al son de las manos de un pilón, el sonido de pájaros y aves silvestres, no hay pollera que no se habra como atarraya de cinco varas, y hombre que no se tuerza y contonee su cuerpo como el gran palo de higuito, sembrado a la entrada del pueblo de Urumita, al sur de la hermosas Guajira Colombiana.


AL SON DE LAS MANOS DE UN PILÓN. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

SE FUE LA LANCHA

SE FUE LA LANCHA
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe


Increíble, pero cierto, en el siglo pasado comenzando a despuntar esa hermosa época de los 70, cuando  la música  salsa y la africana, el trinche de alambres, pantalones terlenka, camisas chinas mangas largas y botas de vaqueros, eran la moda Quillera, los teatros a cielo abierto presentaban las mejores películas Kunfú, las diecisiete primaveras de Olimpo estaban en su mejor momento, sucedió este hecho.

Sus madre tenía La Patria Potestad sobre el Joven y lo mandó  a pagar el servicio Social obligatorio establecido por el Estado Colombiano, después de graduarse como bachiller, se estrenó Olimpo el uniforme de la Policía Nacional, en esa modalidad, los llamaban los “Chúcaros”, o Auxiliares de Policía.

Con todo el brío de la juventud, un uniforme llamativo y revestido de autoridad, Olimpo cumplió con su ciclo de preparación en La Academia Policial y fue asignado al Departamento de Policía del Atlántico, al mando de un oficial y cinco suboficiales de la Institución, prestaban servicios Sociales como dirigir el tránsito en horas pico, hacer presencia en los eventos deportivos y en las calles de la Arenosa.

Todos las noches Olimpo y dos compañeros más, se escapaban de la concentración, después que la diana anunciaba la hora de acostarse, el suboficial pasaba revista y anotaba en el libro de minutas todo bajo control, momento que aprovechaban los tres inquietos Chúcaros y se salían por el patio y cada uno de ellos dormía placido en su casa.

Hasta que un oficial en turno se le dio la magnífica idea de levantar a los auxiliares y ponerlos a dar vueltas y vueltas en la plaza de armas, un cuadro de terreno escarpado cubierto con brea en mal estado, al llamar por lista, faltaban, Olimpo, Tomás y José, dieron la orden de llegar a sus casas y traerlos, así se hizo, llegaron dormidos los tres angelitos envueltos en sábanas, despertaron cuando el oficial gritó, Chúcaros levantarse y todos los presentes rieron a carcajadas.

Por ese hecho fueron castigados y vigilados, al suboficial que anotó en el libro todo bajo control, le hicieron una anotación en su hoja de vida, que le atrasó su ascenso, este mismo policial, cargaba a su lado a el auxiliar Olimpo para donde quiera que se movía durante su servicio.

En esos días llegaron a la Institución unas camionetas automáticas que por su forma y tamaño parecían unas lanchas y así se quedaron, una de ellas fue asignada a la atención de los Auxiliares Bachilleres o Chúcaros y su jefe el Sargento Piñares, el mismo que cargaba a Olimpo de llavero.

Para un Domingo bien temprano había una orden escrita del comando, era de ir a las playas del atlántico a recoger la basura que bota el río de la magdalena al mar, todos los auxiliares a cumplir la orden, el Sargento Piñares en su vehículo la lancha y el auxiliar Olimpo a bordo, llegaron al sitio asignado y cada uno comenzó su trabajo social, recoger basura, la Lancha fue estacionada en un empinado a orillas del mar que por cierto estaba picado, con olas de más de diez metros de altura que repicaban en el barranco y escupía agua en la Lancha.

Olimpo dio aviso al Sargento que a la Lancha le estaba cayendo agua de mar, perjudicial para el latón y la pintura, el auxiliar era el encargado de lavarla y brillarla, Piñares se saca las llaves del bolsillo derecho y se las entrega a el auxiliar Olimpo y la  vez le pregunta ¿Tu sabes manejar?, con un sí de cabezas el joven afirmó, más no pronuncio palabra alguna, quítala de allí y parquéala debajo de un árbol.

Como ordene mi Sargento, contestó Olimpo, se subió en la camioneta, le dio estárter y fun,  fun, fun, metió cambio, aceleró, y SE FUE LA LANCHA,  salió a velocidad de cien kilómetros por hora, rebasó el barranco y en cámara lenta voló por los acantilados a una altura aproximada de ocho metros, los presentes llegaron a la orilla del acantilado y presenciaron como la Lancha se hundía haciendo burbujas blancas.

Que paso con el auxiliar, se ahogó, se preguntaban, llegaron los bomberos, la Infantería de marina de Colombia, la Cruz Roja, la Defensa Civil, la grúa sacó la lancha sin su tripulante, duraron cinco días buscando a él joven auxiliar Olimpo, su mamá desconsolada y sus compañeros lo extrañaban, el Sargento cargaba con la responsabilidad de haber ordenado mover La Lancha, sin comprobar que el auxiliar sabía manejar y muchas cosas más que tenía que declarar ante el Juez 57 de Instrucción Penal Militar, en la Central Policial.

Declararon a el auxiliar desaparecido y a su mamá la indemnizaron, treinta y ocho años después, Olimpo y sus nueve hijos varones y una hembrita, se aparecieron en casa de su mamá anciana a quien le costó trabajo creer que ese señor era Olimpo.

Como escritor e investigador por casualidades un amigo y vecino del auxiliar me tiró la chiva, que olimpo el chúcaro que tiró la lancha al mar estaba vivo, libreta en mano llegue a su casa y lo indagué, me dijo que él no cerró la puerta del carro y que cuando aceleró y vio que en vez de reversa  había arrancado hacia adelante, se tiró y en cuclillas llegó al matorral y se desapareció del lugar del hecho.

En su angustia por lo sucedido, llegó a su casa se cambió de ropa, cogió las prendas de su mamá que se encontraba trabajando de enfermera, las empeñó  y se largó para donde su padre que vivía en Venezuela, por los periódicos se enteró de todo lo que sucedió en Barranquilla y la televisión mostraba el momento en que SE FUE LA LANCHA.


domingo, 1 de noviembre de 2015

DEL AHOGAO, EL SOMBRERO

DEL AHOGAO, EL SOMBRERO
Por Francisco Javier Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano – Región Caribe.




A las tres de la tarde de un lunes salió  Manuel Ignacio, un pescador de mar, en su piragua y dentro de ella los implementos de pesca, un arpón, diez anzuelos y una pequeña atarraya de tres metros, el ultimo implemento lo utilizaría si en su camino se encontrara un cardumen de peses.

Eligió mentalmente el sitio y tiró los anzuelos a las cuatro de la tarde y se colocó en alerta con su arpón, cualquier movimiento que observara en el agua seria pez muerto, no tardo quince minutos cuando divisó en la cresta de las olas una figura que se acercaba, era Juancho un amigo que realizaba la misma labor y como era costumbre unirse a la pesca y no estar solo en alta mar, se saludaron y pegaron las dos canoas.

Cada uno en la proa de su embarcación alerta con su arpón, ya llegada la noche entre oscuro y claro el agua se movió fuerte, ambos hombres cayeron dentro de su canoa, sus sombreros se fueron al agua, se levantaron de inmediato y observaron un pez que jamás en sus cincuenta y dos años de vida, los duchos pescadores de mar, habían visto con sus cuatro ojos.

Ambos tiraron su arpón y el impacto del animal al verse enganchado por la cola, estiró la cuerda y cogió viaje a velocidad de un kilómetro por minuto, los pescadores se miraron y se dijeron hasta donde llegue.

Pasaron por Hawái, las islas galápago y el polo sur, llevaban quince días viajando pegados a ese gran animal que en kilos daba un dineral que les servía para no pescar más, eso se decían los amigos pero a qué precio, allí fue donde Manuel Ignacio le dijo a su compañero Juancho que desengancharan las embarcaciones del gran animal.

Que sorpresas se llevaron cuando se vieron a dos tabacos de un puerto desconocido a las doce de la noche, el animal que los remolcaba ya no estaba pegado a sus arpones, se había ido sin dejar rastros.

Anclaron sus embarcaciones y al minuto estaban rodeados de unas criaturas de a dos metros eran como veinte, tenían uniforme de astronautas y no dirigían palabra alguna a favor o en contra de los dos humildes pescadores, quienes fueron llevados a tierra firme e indagados por un hombre que usaba un sombrero vueltiao tuchinero, tenía una navaja pico de loro en sus manos, una rama de totumo a la que le sacaba filo, un tabaco negro en su boca y le echaba humo al reciento.

Lo primero que lanzo su boca fueron tres preguntas para ellos difícil de contestar, porque esa fantasía que un pez desconocido los arrastro hasta el polo sur, no es creíble, pero tenían que contestar para salvar sus vidas: Quienes son ustedes,  de donde vienen y como llegaron aquí.

Manuel Ignacio que era más vivo que Juancho, sin timidez a responder dijo:

Míster, en la ensenada del Golfo de Morrosquillo a cinco millas náuticas, línea recta al puerto de Tolú Sucre Colombia, estábamos pescando entre oscuro y claro Juancho y mi persona y divisamos un pez que en unos segundos casi que nos voltea la embarcación, nos alistamos y le tiramos arpón y sabe que sucedió, el animal cogió mar adentro y nos paseó por las islas de Hawái, galápagos y llego aquí al polo sur y cuando creímos tenerla controlada, se soltó de los arpones y se fue sin dejar rastros.

El extraño hombre a pesar de que hablaba el mismo idioma que nosotros, soltó una carcajada y ordenó a sus hombres extraños a reunirse en torno a él y volvió a repetir las tres preguntas a los pescadores.

Ahora te toca el turno a ti Juancho que a mí no me creyeron.

Juancho a pesar de su poca capacidad de razonar, se dio cuenta que no estaban en el polo sur, y dijo: Vea compa, lo que dice mi compañero Manuel Ignacio, no es cierto, nosotros no hemos pasado por ningún Hawái, solo vimos a una embarcación con unos japoneses que decía en su proa Hawái, tampoco pasamos por ninguna isla galápago, que yo recuerde unas quinientas animalitos en grupo pasaron a mi lado y por ultimo queremos sabe dónde estamos.

Manuel Ignacio miro feo a Juancho y este le respondió, mi amigo del ahogado, el sombrero y allí fue donde recordaron que en ese sitio donde estaban pescando quince días antes la fantasía de la mente humana, el tiempo de vida, la soledad, el hambre y la sed,  se multiplican en segundos y hacen una explosión de pérdida de memoria, de tiempo y espacio.

Estaban en la isla múcura, a una hora en lancha del puerto de Tolú Sucre Colombia, donde llegaron deshidratados y hablando palabras que no coincidían con la realidad de la vida de un pescador, quien los indagaba era el jefe mayor de esa población, los niños y curiosos escuchaban esa magnífica descripción del pez extraño que nunca existió, el frio de las noches heladas los hacia decir que estaban en el polo sur, sus familiares los buscaban y después de quince días de perdidos entre la gente, fueron reconocidos por medio de un diario local que les tomo fotos en la bella isla. El Jefe ordenó traerle comida, un sancocho de sábalo de mar con arroz con coco para que se recuperaran.

Lo más extraño de este cuento fue que los dos sombreros de los pescadores aparecieron flotando en el puerto de Tolú, de allí que: Del ahogado, el Sombrero.

Manuel Ignacio y Juancho ya no pescan, se la pasan en la primera de Tolú, narrando cuentos, historias y anécdotas de sus vidas como pescadores en alta mar y del pez extraño de la ensenada de Tolú.