LA CARRETILLA DE HIPOLITO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano, Región Caribe.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Colombiano, Región Caribe.
Un mal día, que Hipólito
amaneció con el primer apellido revuelto y el segundo pidiendo carretera, la
rueda de la Carretilla en donde vendía productos comestibles por las calles, se
le salió y toda la mercancía fue a dar falda abajo de la calle empinada.
Nadie conocía al diminuto
hombre, de uno con cincuenta de estatura, sombrero vueltiao en fase de darle de
baja, nariz achatada, cara cubierta y atravesada por las arrugas de la vida y
una machetilla a la cintura amarrada con una faja artesanal Morroana.
Todos sus clientes salieron
a la calle a ver que le pasaba al hombrecito, pero no era de extrañarse porque
siempre vivía con una botella de ron Candela entre pecho y espalda y hablaba
con la lengua pegada al frenillo de la boca, a veces dormía dentro de la carretilla
en mitad de la calle y un perro lo cuidaba.
“Maldeciosea porque no baja
dios para picarlo con esta rula y echárselo a los cerdos de mi casa, como es
posible que sean las once de la mañana y no he vendido un centavo de
mercancías, que es lo que pasa, las patronas se van para la calle y dejan a las
muchachas del servicio sin plata para comprar la comida”.
Los tomates, la cebolla, el
ajo, el ají, habichuela, la berenjena, la ahuyama, la yuca y los plátanos, los
tomates, las naranjas dulces y agrias regadas calle abajo, daba tristeza ver al
hombrecito impotente, ante el reguero de sus producto, sustento de su hogar,
compuesto por una hamaca, dos cáñamos, unos harapos viejos y un perro que lo
acompañaba a donde quiera que fuera.
Ese día bien temprano, antes
de que Hipólito salir a comprar los productos de la venta al mercado, la señora
Teófila, lo mandó a desocupar por irresponsabilidad en el no pago del canon de
arriendo de la pieza que tenía en alquiler, se fueron a palabras y se le dañó
el día al hombrecito, así lo llamaban por su estatura.
Y seguía Hipólito
vociferando palabras de alto calibre, situación que no era común en él, se portaba
muy amable con su amplia clientela, todos salieron a ayudar al hombrecito a
recoger todos los productos que yacían inertes en toda la calle y arreglarle su
Carretilla.
La brigada del barrio, le
compraron toda la mercancía que vendía y nuevamente Hipólito el hombrecito,
peló su sonrisa y dejó entrever un diente completamente de oro, en su dentadura
marrón oscuro de la nicotina del tabaco negro Ovejero.
Ya en horas de la tarde,
cuando el astro rey, recoge sus alas, vieron al hombrecito, empinando el codo
en la tienda de los bloques, repartiendo plata a todas las muchachas del
servicio, la carretilla parqueada y el perro al lado cuidándolo.
Fue la última vez que vieron
al hombrecito, no amaneció, las señoras de las casa del barrio se inquietaron y
mandaron al cura decir una misa por el alma del hombrecito, esa noche de su
desaparición calló un fuerte aguacero con ráfagas de vientos y centellas.
Dicen que el arroyo se
creció y se lo llevo con carretilla y perro, que el hombrecito iba timoneando
la carretilla arroyo abajo, las autoridades se alertaron y buscaron hasta la
desembocadura del arroyo entre Santiago Apóstol y San Benito Abad y no encontraron rastros o
indicios que dieran con la vida del hombrecito, otros curiosos decían que por
estar peleando con el altísimo, se lo llevó el huracán.
Pasaron muchos años desde
ese insuceso con un hombre trabajador, un día cualquiera se presentó el
hombrecito al barrio, traía a una señora de casi dos metros de estatura y al
lado de ella, nueve hijos varones a altura de su padre.
Los habitantes del barrio se
aglomeraron y el hombrecito contó la historia de la Carretilla a todos los
presentes. Él llegó a su posada temprano antes de lluvia, le pagó el arriendo a
la señora Teófila, quedó a paz y salvo, se acostó y le pidió perdón a Dios por
sus gruesas palabras.
La carretilla que estaba
escuchando todo, le habló, “Hipo, si tú quieres, yo me voy contigo esta noche,
no más es que tú te decidas y hacemos una vida nueva en otro lado”, Hipólito
que estaba en tres quince, le sonó la propuesta, pero sin embargo le contestó a
la carretilla.
“Pero si tú eres una simple
carretilla, yo necesito es una mujer a mi lado”, nuevamente la Carretilla le
habló, “si soy una carretilla, porque no dices eso cuando borracho duermes
sobre mí, o como los mentiras que tú le echas a la gente, con tus productos de
segunda y los vendes de primeras, ya no me aguanto más tus carretillas”.
En ese instante sopló una
brisa fuerte en la habitación de Hipólito y la carretilla se volvió mujer y,
que mujer, alta como le gustaban al hombrecito, buen color, buena cabellera,
pómulos salientes, dientes de oro de 24 quilates y una hermosa sonrisa.
Esa noche salieron los tres,
con el perro, llegaron al parque y contrataron un Jeep Wilis modelo 53 y se
marcharon para la región de Flor del monte, en lo alto de los montes de maría
en el departamento de Sucre, lugar de su nacimiento, tierra que jugaaa, y allí
sembraron la tierra, cosecharon y
procrearon una numerosa familia, entre la Carretilla e Hipólito, el hombrecito.