sábado, 26 de julio de 2014

LA VENGANZA A DON CARMELO.

LA VENGANZA A DON CARMELO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano


Como en las película mexicana de Gabino Barrera, su caballo era lo más importante de su vida, así, don Carmelo, protegía a su caballo llamado Crin de oro, por sus melenas brillantes tanto en el pescuezo como en la cola, su color canela y medias blancas en sus patas, domado a través del perrero de cuero y la vara de guayabo macho.

Silvestre como las aves de monte, andaba Crin de Oro, pastando la inmensa llanura, con sus pastizales verdes, frescos y nutritivos, tan cerrero como una yegua cimarrona, así se crio crin de oro, hasta que don Carmelo que en sus tiempos mozos fue empleado raso de la hacienda los Turpiales, conformada por quinientas hectáreas de tierra fértil, se enamoró de él.

Tan pronto nació Crin de oro, le echaron el ojo, para amansarlo, domarlo y ser el guía de don Carmelo, cuando se emborrachaba y perdía la cordura, el tiempo y espacio, en esta vida, sin contar con todas las artimañas fuera de onda del viejo Carmelo, consideradas fuentes de presión para vivir su vida a sus anchas panchas, por lo anterior ningún humano se atrevió a meterse con él.

Creció crin de oro, ya de un año, por primera vez lo encerraron en un corral, lo enlazaron y lo llevaron a la madrina de guayacán lisa, que se encontraba en el centro del encerrado.

Brincó, salto, tiro tierra con sus cascos, se paró en dos patas, resollaba lleno de rabia y desespero, hasta que se cansó y con los secretos del viejo Carmelo, no le quedó más remedio que obedecer a sus caprichos, por ultimo le metieron a la fuerza por la boca, el bozal y de ñapa el cabestro.

Don Carmelo, fue al almacén de aperos y monturas y compro un arsenal de lujos para colocárselos a su caballo y piquetear por el plan, arrasar con cuanta jovencita se le atravesara en su camino y dejar una estela de hijos regados como la verdolaga en las ciénagas de la villa, en tiempos de verano.

Salía don Carmelo en su caballo Crin de oro, todos los sábados en la mañana a visitar su hacienda, tomar notas de los imperfectos y mandar a su capataz a corregir, siempre andaba en buen tono de voz, nunca se alteraba, era un hombre servicial, por eso toda la población se extrañó una noche que se salió de casillas y vociferaba palabras de alto calibre.

Porro, era un hombre de raza negra, corpulento, brazos estirados más allá de los bolsillos del pantalón, manos gruesas y llenas de callos del trabajo material, ojos blancos saltones que daban la impresión cuando miraba que se le iban a salir, era el capataz de la hacienda de don Carmelo, él nació allí, es más dicen los sabidos del tema que es el hijo mayor de don Carmelo, porque de joven gateaba a la negra Ninfa, madre de Porro. Llamado así porque todo el día silvaba un porro sabanero, de la banda vieja de la villa.

A la muerte de la negra, porro, heredó todos sus secretos, se sabía al derecho y al revés los credos y padres nuestro de la santa biblia, los rezaba en latín y en bantú, la lengua africana,  para que nadie los entendiera, solo los sacerdotes españoles y el monaguillo de la iglesia católica.

Jamás, don Carmelo se había tropezado con porro, en una cantina, en el pueblo, por las veredas, solo dentro de la hacienda los Turpiales, arreando el ganado, componiendo portillos en la cerca de alambre púa, con nacederos de matarraton, sembrando hierba y pastizales para el ganado y desmontando las montañas.

Pero el destino y la suerte estaban echados, pronosticados por la negra Ninfa, unos minutos antes de morirse:

“Mijo, usted nunca se encuentre con su Patrón fuera de la hacienda, porque la ley del monte no lo permite, sáquele el cuerpo cada vez que lo vea en los caminos y veredas, incluso en el pueblo, ese señor se portó muy mal con mi persona, nunca he recibido una paga en tantos años de trabajo, cuando le toco el tema me dice que yo soy una esclava, palabras de una moribunda”.

Venía don Carmelo del pueblo, en tres quince, montado en su caballo Crin de oro, acompañado supuestamente por dos personas a caballo, uno venia adelante y el otro en la retaguardia del camino, tan estrecho que no cabía una persona en vía contraria.

De la hacienda para el pueblo venia Porro, en su sano juicio, a la misma hora y en su caballo negro de nombre Azabache a toda prisa, solo la guía del caballo lo llevaba en una carrera desenfrenada para el peligro, acordarse porro de las suplicas de su mama, antes de partir para el más allá, pero como la venganza ciega a los humanos y el perdón no existe en momentos de ira e intenso dolor, lo que no le explicó la negra Ninfa a su único hijo, era la transformación de humano a bestia que sufriría, cuando se encontrara con su padre, fuera de la hacienda.

Paso el negro y su caballo a veloz carrera que solo se vio el polvorín con la luna clara, envistió a su patrón y a los dos supuestos acompañantes, quedó el mundo en silencio excepto los grillos parlanchines que anunciaban un fuerte aguacero, nadie sintió nada, a nadie le paso nada, ellos siguieron, pero el negro porro se incrustó en el corazón de su progenitor y de allí en adelante Don Carmelo andaba con un lado negro hasta la media cara , incluyendo boca, nariz, ojos y, del otro lado blanco chamuscado, como era su color de piel.

Perdió la cordura don Carmelo, entro a la hacienda se encerró en su cuarto, quebró el espejo, donde se miró su rostro por última vez, maldijo a la negra Ninfa, hasta que vino por él, la ganchuda.

Por su puesto el negro Porro desapareció de la faz de la tierra, pero los que vieron a don Carmelo después de encontrarse con el capataz de la hacienda Los Turpiales, aseguran que el lado negro era igualito a Porro y no es solo eso, todos los hijos e hijas de don Carmelo, que pasaban de cincuenta, quedaron marcados con el hierro del Porro, medio lado negro y el otro blanco, ni el caballo famoso de don Carmelo Crin de Oro y su prole, se salvó.

Ahora en la hacienda “Los Turpiales”, pastan más de doscientos caballos, hijos de Crin de oro, con medio cuerpo negro y la otra parte blanca y, por las calles por donde pasa un hijo o hija de don Carmelo, con sus dos colores, todos sus habitantes los observan y en voz baja comentan:

“Al fin la negra Ninfa se salió con la suyas, donde esté, debe estar riéndose de la venganza a don Carmelo”.


viernes, 18 de julio de 2014

TOMASITO BINDE, UN MAMADOR DE GALLO.

TOMASITO BINDE, UN MAMADOR DE GALLO.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño, Colombiano.



Cuando las cosas económicas se ponían malas, que no se conseguía trabajo en la región de córdoba y sucre, especialmente en el resguardo de la Etnia Zenu, los varones se alistan para salir del resguardo a trabajar en otros lugares de la costa y hasta llegan al vecino país de Venezuela.

Pasaban los muchachos pateando bola de vejiga de puerco, en una cancha grande para matar el rato y el ocio, en espera de la partida, eran jóvenes sanos y con mucha experiencia y responsabilidad en el trabajo.

Manuelito, alistó su machete macoco, especial para raspar tabaco en la región de Ovejas Sucre, donde era conocido por su buen desempeño en las labores del campo, especialmente para atender la cosecha de tabaco negro amargo que se cultiva en esa zona del país, el contrato podía ser por destajo, por días, o por cosecha.

Salieron bien temprano una cuadrilla de doce trabajadores, después de despedirse de sus esposas y su docena de hijos, con el fin de regresar dentro de seis meses, cogieron camino de a pie hasta llegar a San Andrés de Sotavento Córdoba, el centro y capital de la Etnia Zenu, ataviados con su moral y la rula Colín dentro da la funda, amarrado con un cáñamo de los dos que llevan para guindar la hamaca artesanal.

De allí parten para diferentes lugares, donde los esperan para contratarlos, son exclusivos y cumplidos, ni un día mas, pero tampoco un día menos de las fechas indicadas, cuando uno dice que se va, se van todos y cuando uno dice me quedo, se quedan todos, hacían su comida aparte de los demás trabajadores, todos los días había un cocinero, se rotaban porque todos sabían cocinar, sus especialidades y su plato preferido Babilla guisada, que encontraban en las lagunas del alrededor, todas las noches salían a cazar babillas unos cuatro hombres de la etnia.

Mientras eso sucedía en Barranquilla Tomasito Binde y su patota, hacían maldades en las calles y canchas de su barrio, era Tomasito, el único que asistía a la Universidad, porque su padre era teso y firme en la toma de decisiones y las embarradas de los muchachos estaban tocando puntos extremos.

También al igual que los indígenas, jugaban bola de trapo toda la noche y en el día dormían plácidamente, las apuestas se convertían en maldades hacia los que perdían el partido, la especial era motilarlos a todos con un corte de totuma, o el de solo dejarles la moñita, hasta que les volviera a salir cabellos y Tomasito Binde era especialista en esos cortes.

La última maldad que hicieron, fue coger al celador del Teatro Las Nieves, le dieron una toma de marihuana con café tostado, lo pusieron a dormir toda la noche y se vieron las películas que iban a dar el día siguiente, toda la noche hubo cine.

Manuelito, un muchacho bajito regordete con pómulos salientes y cachetes de globo inflado, sombrero tuchinero, abarcas tres punta, manillas trenzadas en sus muñecas, ojos hundidos y pequeños, en esa época, rayaba los veinticuatro años, se encontraba trabajando en un paraje de ovejas, raspando tabaco, él era quien daba órdenes y arreglaba los trabajos, los demás obedecían y trabajaban tranquilos, sin presión y en silencio.

Tomasito Binde, era un hombre entrado en unos veinticinco años, perequero y mamador de gallo, le tomaba del pelo hasta los de la Etnia Zenu, terminó su carrera Universitaria y de una, lo empacaron a pasar vacaciones en los montes de maría la alta, donde su hermana y su cuñado, que lo apreciaban mucho, al llegar se encontró con que Lucho Rovira estaba de viaje y no había quien se encargara de la finca y de las cosechas, en especial la del tabaco negro, que requería de cuidados especiales para  que la cosecha fuera productiva, Libia, su hermana le propuso a Tomasito Binde, que Administrara la Finca, ya que se había graduado en Administrador de Empresas, también, se podía ganar una plática extra como jornalero.

Venía nada menos y nada más que de Quilla, nacido y criado en el barrio de las Nieves, donde los pintan de blanco en los carnavales, se la saben todas y las que no, las apuntan, les juega el coco y siempre viven alegres, acepto Tomasito administrar toda la finca de unas diez hectáreas, sembradas de yuca, ñame, tabaco, patilla, melón y maíz.

Tan pronto llegó, se la dedicó a los trabajadores sinuanos, por su admiración al corte de cabello que traían y como él era peluquero de banca y cuchilla, se imaginaba haciéndoles un corte especial a cada uno de ellos a lo barranquillero.

La primera broma que les hizo fue colocarle su boa de dos metros de plástico, con que asustaba a sus compañeras en la U. en una carga de tabaco seco que iba a pasar por las manos de Manuelito, sin pensar Tomasito que se la iban a picar en cinco pedazos, con una rula afilada, allí comenzó su venganza el barranquillero.

Todos los sábados en la tarde recibían los trabajadores su paga, tuvieran cualquier contrato, esto con el fin de animarlos para que  trabajaran relajados, liquidaba Tomasito a sus trabajadores uno por uno, con moneda colombiana sonante y contante, en billetes de medio peso, un peso y monedas de a un centavo, dos centavos, cinco centavos, estas había que meterles el diente, haber si eran de plata, fabricadas al 90%,  y de cobre.

A las tres de la tarde del día sábado terminaba la jornada laboral, todos y cada uno de los trabajadores debían estar bañados y cambiaditos de ropa para hacer la fila y recibir el jornal de la semana, inmancable el pago, no como en la algodonera del Debe Carrillo, allá en el Copey.

En fila india Tomasito, el mamador de gallo y carismático Barranquillero en forma jocosa llamaba por sobre nombres que se inventaba,  a sus trabajadores:
1.- Cara de Conejo y le entregaba su bolsita de papel marrón con el dinero, este se retiraba a dos o tres metros y contaba, si había algún reclamo, regresaba después que le pagaran a todos.

2.- Pie de Araña, 3.- Ojo de buey. 4.- Cara de piña, nariz de vaca, pantalona, por tener un pantalón de talla más grande, cara de muñeca, boca de toche, pelo de puerco espín, mandas cascara, machete sin filo y así iba liquidando y poniendo sobre nombres, cada vez que pagaba, utilizaba distintos apodos.

Habían trabajadores que no les gustaba la forma en que los trataba Tomasito Binde y le decían que los respetara que ellos tenían sus nombres de pila, entonces era peor, les decía los come babilla, a los indígenas Zenu, llegando al punto algunos de abandonar el trabajo por no aguantar el pereque del Barranquillero, en el trabajo era peor, ellos decían que porque Tomasito trabajaba a la par de ellos si él no era jornalero, pero el jefe tenía sus motivos de ganarse unos pesitos más para mandar para su casa y alimentar a sus padres que le dieron educación.

Además venían los carnavales y había que comprar el disfraz de mono cuco y la careta de toro bravo, personaje que personificaba Tomasito Binde, en carnaval, desde hace muchos años, a la larga era un personaje que se encontraba en un monte y se sentía lejos de los suyos y por eso trataba de ser amable con sus trabajadores que no entendían el comportamiento normal de un capitalino, eso era todo no lo hacía   con el fin de molestar o estorbar en la vida de los obreros.

Manuelito el más huraño de los doce trabajadores que salieron del resguardo indígena de la etnia Zenu, en límites entre córdoba y sucre, quizás por ser el jefe, siempre vivía reclamándole a Tomasito por sus compañeros y lo amenazaba con decírselo a Lucho Rovira, el dueño de la finca, pero el capataz no le prestaba atención a sus reclamos, siempre le salía diciendo cualquier cosa que por su puesto lo enfadaba más.

Hasta que se rebosó el cántaro y la leche se derramó, a la siete de la mañana, Manuelito dio órdenes a sus compañeros de desguindar las hamacas, recogerlas, hacer maletas y chao pescado, si te vi no te conocí, a esa hora venia llegando Lucho Rovira, él manda más de la finca y se sorprendió ver a sus mejores trabajadores con su morral y la rula amarrada con cáñamo al hombro en son de irse para no volver mas, por culpa de Tomasito Binde, el Barranquillero.

Se bajó Lucho de su mulo prieto, lo amarro en una rama de totumo y se dirigió a Manuelito:
Ajjaaaa Manuelito porque están prestos para irse, si no ha comenzado todavía la recolección de la cosecha, en voz baja y pausada fue contándole a Lucho el trato perequero de Tomasito Binde, manifestándoles su descontento y el de sus compañeros, en especial por los sobrenombres que les colocaba a cada uno.

“Ellos no están acostumbrados a esa clase de trato, creo que nadie, porque a mi persona me toco jalar trompadas hace cuarenta años cuando llegue a Quilla, precisamente por las tallas que montan, especialmente cuando me decían que vine a la ciudad, siguiendo  un espejito”.
Vayan a trabajar, ordenó Lucho, esto lo arreglo yo enseguida con Tomasito, pero él no se encontraba había salido para Ovejas a hacer unas compras y a motilarse porque parecía un ovejo en Ovejas.

Tomasito regresó al filo del mediodía, cuando los trabajadores estaban almorzando, notó que su cuñado Lucho tenia cara de escopeta cañón dieciséis y antes que le dijeran algo, como buen nievero, ripostó:

Ajjaaa mi llave, te veo con cara de cuatro por cuatro, refiriéndose a las camionetas que usaban los guajiros, para llegar a bahía portete a escoltar los contrabandos de mercancía extranjera y que él ayudaba a cargar, Lucho entró en detalles con Tomasito y este no le gustó el reclamo, vociferando que se iba para Barranquilla después de contar con su liquidación.

La cosa quedo allí, no se dijo más, pero Tomasito Binde, no iba a cambiar su forma de ser, su idiosincrasia, su entorno y su personalidad lo definían como un mamador de gallo, sino pregúntenle al temido Peluca que se crio al frente de la casa de Tomasito en el barrio.

En su mente maquiavélica, Tomasito Binde, se inventaba la suya, antes de partir alistó su maleta de acordeón, de cuero fino, que todos los días le pasaba betún marrón, dejándola como un espejo, es más él se peinaba en ella, el día viernes en la noche sin que lo vieran traspuso la maleta cerca al camino que da al pueblo de Ovejas, con su hecho  pensando en la maldad que tenía preparada a cada uno de los doce trabajadores de la Etnia cordobesa.

En el baratillo de la plaza del pueblo, compró una tijera barrilito y la mandó a aceitar y afilar y le dijo al vendedor que la quería para motilar a unos ovejos que tenía en la finca, el vendedor tenía en el almacén de secretario a un muchacho chino de pelo liso con unas puyas como el del puerco espín.

Ven acá Teodoro, y lo cogió por la moña y le cortó una mota de cabello.

Mira, y le entregó el cabello al muchacho.

Para sus adentros Tomasito dijo: Es igualito a los doce que hay allá, deben ser familias.

Para ese sábado había en la finca cercana una tómbola y estaban invitados los trabajadores de “El trébol”, como se llamaba la finca de Lucho Rovira, poquito era para quitarles la plata ganada a los jornaleros, ron, música y mujer, tres ingredientes irresistibles en los trabajadores recoge tabaco de la región.

Esa semana Tomasito trató bien a sus trabajadores en especial a los de la Etnia y les manifestó que los iba a motilar para que se sintieran bien en la tómbola y consiguieran parejas.

Ellos, contentos por el comportamiento de Tomasito y en especial por el trato que recibieron de él en esa semana, pero el jefe los iba a castigar y se marcharía tan pronto terminara con su cometido.

Ese sábado, como de costumbre les dio su pago, todos satisfechos y les advirtió que no se fueran a gastar todo el dinero, que se acordaran de sus hijos y sus mujeres que los estaban esperando en casa.

Le dijo a Manuelito, que tan pronto se desocupara los motilaría pero el jefe no contaba con que el cabello de los indígenas, era muy cerrero, más que con la tijera barrilito quedaría sin filo a las dos o tres motiladas y eran doce.

Con su liquidación en el bolsillo, la maleta traspuesta y su mente burlona, Tomasito fue motilando uno por uno a los Zenu, como no había espejo, tenian que esperar mirarse uno con el otro y eso fue lo que no permitió Tomasito, a cada uno lo situó en una parte donde no se vieran.

Terminó con Manuelito el jefe, sacudió la tijera se limpió las puyas de cabello y partió en busca de su maleta, cuando los indígenas se juntaron, se llevaron la mano a la cabeza y todos estaban trasquilados, tenían unos escaleras como en la entrada a la Iglesia de Ovejas, que para llegar a la puerta de entrada principal, hay que recorrer treinta y cinco de ellas.

Cada miembro de la raza Zenu, cogió su machetilla, llamado macoco, bien afilados y salieron en busca de Tomasito, para mocharle el bolo y tirarlo en la plaza de Ovejas, toda la noche lo buscaron en vano, porque Tomasito el Barranquillero y mamador de gallo, cogió la primera chiva que pasó por la carretera y a las cuatro horas, estaba en la esquina de la quince con veinticuatro, según reza el mojón de cemento, allí al frente de la Iglesia del barrio Las Nieves, rodeado de sus contertulios, riéndose y refiriéndoles el cuento de los doce apóstoles de la Etnia Zenu.

Lo que no pensó Tomasito, fue que los doce apóstoles como él llamaba a sus trabajadores, es que ellos llegaron donde su hermana e indagaron por él y ella les dio su dirección en Quilla.
Al día siguiente, a las siete de la noche, estaba la patota de Tomasito en el sitio de siempre, poniéndoles pereque y talla a cuanta persona pasaba por el lugar, en especial las muchachas que recibían toda clase de piropos.

La noche estaba entrada en lluvia, se asomaba en el oscuro de la esquina, una luz pobre sobre los arboles de acacia, que no dejaban ver hacia la carrera quince, vía a la calle diecisiete, por donde venían los doce apóstoles repartidos de cuatro por bando, ya tenían ubicado y estudiado al personaje Tomasito Binde, que se sentía seguro y respaldado por sus compañeros en la esquina mencionada.

Quique, un amigo, si le decía a Tomasito Binde, que fue barro lo que hizo, y le advirtió que esos manes son vengativos y no dejan las cosas así, que recordara que son primos de los Wayuu de la Guajira, más si es un problema de Etnia, la burla hacia ellos se paga con la cabeza, hasta que no la tengan guindada en su mano y la rula llena de sangre en la otra no se quedan quietos, a esa voz Tomasito Binde, en forma burlona, decía:
-     
       Que van a venir a buscar para acá esos corronchos, si apurado llegan a Ovejas.

Pero Tomasito tenía a los enemigos a su espalda, al frente y por los costados de su cuerpo y no se habían percatado de la presencia de los doce apóstoles:
-       
      Jefe le traemos la paga de la motilada, vociferó Manuelito, machete en mano.

Los mamadores de gallo y de gallina se orinaron en sus pantalones allí donde se encontraban, Tomasito decía, que fue una mamadera de gallo, que ellos eran así y que les perdonaran la vida de holgazanes que llevaban, tan de buenas que venía pasando la patrulla de la policía, la numero 143, que al ver las doce machetillas que relumbraban su filo con las bombillas de la patrulla, le salvaron la vida a Tomasito Binde y sus amigos mamadores de gallo, del barrio las nieves en Quilla, la arenosa.

En la inspección de policía, Tomasito Binde se comprometió a mejorarle el corte de totuma a los doce apóstoles, a costear sus gastos de pasaje y manutención y a indemnizarlos por una suma al doble de la liquidación que recibió en la finca, embárcalos en un bus interdepartamental, que los trajera de regreso a la finca “El Trébol”, en Ovejas, donde salieron a vengarse por la ofensa que fueron objeto por parte de Tomasito, sin antes pedirles disculpas por ofender a sus mayores, porque salió a relucir en la inspección que la madre de Tomasito, que tuvo que empeñar las prendas para sacar de la cárcel a su hijo, era de esa raza indígena a quien hay que respetar, porque son nuestros ancestros.

No le toques la cola al perro, si no lo conoces bien, dice un refrán popular.

A, lo de Binde de Tomasito, fue un apodo que recibió, cuando estudiaba Bachillerato y usaba un afro, parecido a un binde de termitas, esta fue obra de su amigo “El Bola”.


domingo, 13 de julio de 2014

MANO YEYO Y LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

MANO YEYO Y LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano

Un día cualquiera, estaba mano Yeyo arando la tierra en la región  del Careto, para sembrar tabaco, yuca y maíz y del cielo venían volando dos aves de mediana estatura, traían una conversación de humanos, allí fue donde mano Yeyo se escamoseo, un lenguaje no conocido en la región de los montes de maría, tanto la alta como la bajita.

El sol presentaba sus rayos horizontales, por ser de mañana, pero al igual penetraban en la piel curtida y tostada del campesino Yeyo, además el hombre se había tomado sus tragos de ron Kilómetro 0, el día anterior, todos estos ingredientes hacían dudar a Yeyo, de que en verdad las aves venían hablando en un idioma extranjero.

En forma burlona, los apuntó con su cavador o barretón, como se le llama a ese instrumento arador de la tierra, vean, tan pronto Yeyo les apunto a las dos aves, se vinieron en picada directico hacia donde se encontraba el campesino trabajador, este no tuvo más remedio que correr, con la mala suerte que se  enredó la abarca en un tronco de árbol seco y “pundundan”, al suelo y su cabeza fue a dar a una piedra que se hallaba sembrada en la tierra desde hace más de un siglo.

Mano Yeyo, era un hombre delgado, alto, descendiente de la raza indígena del cacique Terraza, ya estaba entrado en los cuarenta cuando mi persona lo conoció, siempre fue un hombre trabajador de la madre tierra, a ella le sacaba cuanto producto de pan coger producía.

Pero Mano Yeyo nunca se imaginó que del cielo le fuera a caer una gallina Kiriki, con su respectivo gallo de compañero, menos a que les fueran a hablar y contarle ese hermoso secreto que guardaban para la eternidad, pero como al que le van a dar le guardan, así sea campesino, o que se parezca a un espantapájaros, menos.

Despertó Yeyo a los tres días de haberse pegado un totazo con una piedra allá en su parcela, donde dejó la mochila, los tabacos, una abarca reventada y las pisadas de dos animales bípedos por todo el arado.

Su familiares lo buscaron, indagaron por el en la comarca, le preguntaron a su amigo “El Churro”, tampoco dio razón, solo una viejita que vivía cerca de allí, que vio a Yeyo arando la tierra y apuntándole con el cavador en forma de escopeta, al cielo, a unos pájaros que iban pasando.

Esa era la pista que tenían las autoridades, después de que su familia dio aviso a la policía del hecho de desaparición de unos de los hombres más queridos de la región.

Aconteció que Yeyo con el porrazo que se dio con la inmensa piedra, se sumergió en un inmenso sueño, guiado por el subconsciente, porque el consiente lo había perdido, más el yo, obedecían órdenes del súper yo, y así se encontraba Yeyo, en un estado, casi no perteneciente a esta vida.

“Él, Yeyo, vio aterrizar a las dos aves que eran una gallina Kiriki y un Gallito Kiriki, de pequeña estatura, tenían un hablado raro entre ellos, a Yeyo si le hablaban en Castellano, pero ya no de Castilla, sino de la Región donde se encontraban y, donde se encontraban, eso preguntó Yeyo”.

No te preocupéis ve, que estas a salvo con nosotros, solo queremos que nos orientes para buscar un gallinero que sea de patio, no de esos que les echan comida extranjera y química y a los meses los matan y van a parar en el galillo de los humanos, que al poco rato vuelven a votarlos por el tubo de escape y se vuelven abono para la madre tierra.

Orientaron a Yeyo, que se lo habían llevado para el cerro pintado, más exactamente en el Balcón del Cesar, hacia frio esa noche que Yeyo despertó de su pesadilla, pero creo que valía la pena porque estas dos aves de corto vuelo, pero que venían del más allá, le darían larga y tranquila vida a este campesino, si respetaba el pacto entre los tres, las dos aves y el humano.

Antes que amaneciera cargaron a Yeyo las dos aves de color jabado, con plumas verdes azulosas y lo dejaron en una parcela, donde había más de doscientas gallinas, pavos, codornices y por su puesto dos gallos bastos, uno de ellos tenía el pescuezo pelado, pocas plumas y un cuello, tan largo como el de una jirafa.

Allí, se encontraban las dos aves pequeñas, pastando libres por la huerta seguida a la casa, comiendo grillos, lombrices, ranas y sapitos para la supervivencia, mas granos de maíz cariaco que había depositado en un granero, esperando la lluvia para sembrarlo y multiplicar la riqueza que Yeyo, había de esperar en meses venideros.

Con la ayuda de la gallina Kiriki voladora, Yeyo trajo a vivir a su familia al cerro pintado, en un valle de hermoso paisaje, parecido a los montes de maría, pero aquí no vivía ninguna maría, solo Yeyo, su familia y sus aves de corral.

Cada gallo con sus gallinas, ordenó la gallina kiriki, yo tengo mi pareja y no me voy a dejar montar de esos dos monstruos parte costillas y otras vertebras, ella la gallinita Kiriki, tenía voz de mando, organizaba el corral y sus alrededores, de todo esto solo Yeyo escuchaba hablar a la gallina y su gallo, eso lo aterraba, pero estaba ganado, en ese paraíso donde lo trajeron una mañana a las nueve A.M.

Ojo abierto y oído despierto, Yeyo observaba los movimientos de la gran Gallinita, que a las diez de la noche, alzaba el vuelo y cuando se elevaba, se convertía en una hermosa mujer, ataviada con abundante ropa de colores extravagantes y sobre todo finas, a las cinco de la mañana aterrizaba junto con sus compañeras que dormían arriba de un palo de totumo frondoso, que se alumbraba con la luna en las noches.

A veces levantaban vuelo ambos, pero la mayoría de las veces que la vi volar, iba ella sola, hermosa mujer, estilo árabe revuelta con Hindú, el kiriki, era un hombre entrado en los cincuenta años, alto delgado, con una nariz pronunciada parecida a la nariz del diablo, un peñasco que sobre sale y atraviesa la carretera con ganas de darle un beso a la corriente del rio Suma paz, al llegar a Melgar, Tolima.

Ya arraigados, y con conocimiento de la región, un paraíso apartado de la civilización, donde no faltaba nada, porque todo lo provee la gallina kiriki, esta familia campesina vivía feliz, pero más feliz se pondrían, cuando Yeyo comenzó a rastrillar la tierra, un valle de cinco hectáreas pareja y bordeando el Pintado, verde como la conciencia campesina.

Yeyo observó unas matas de Peralejo tupidas, dentro del matojo había algo que le llamó la atención, objetos relumbrantes con los rayos de sol, se acercó con sumo cuidado y observó unos minúsculos huevecillos de color oro, pasaban de los veinte, destellaban alambritos incandescentes que le quitaban parte del iris del ojo al viejo Yeyo.

Inquieto y preocupado por el hallazgo, que en su mente no captaba la riqueza inmensa que la gallina Kiriki y su gallo le trajeron un día bien temprano en una vereda de la costa atlántica.

Llamó a gritos a su compañera y le ordenó que trajera una canasta tejida con bejucos de Martin Moreno, trenzada para soportar peso, trajín y depositar en ella todo producto que brotara de la madre tierra.

Veintidós huevos de ORO, óigase bien ORO, consiguió Yeyo en esa parte de la parcela, que a venta de pesos colombianos le dieron en efectivo cinco mil quinientos reales, en ese entonces, pero como el que no sabe administrar lo que se ordena y manda, Yeyo, soltó la perra que tenía amarrada desde que aparecieron las dos aves, que venían de muy lejos de este mundo y como las aves no gustan de perros, las cosas estaban saliendo mal.

De la noche a la mañana, Yeyo rompió el pacto que adquirió con los dos aves volantonas y confesó a su mujer lo sucedido, esta que era de la raza parlante roto vociferó y vociferó y todo acabó.

Las dos aves volaron y volaron y fueron a parar en un gran patio, limpio y con unos árboles frondosos, sin humanos y fueron dueños del lugar por muchos años, sembraron huevos de oro por toda la comarca y se dieron la gran vida, en las noches en casinos y sitios hermosos de la tierra.

En el cerro Pintado, por las noches se ven gigantes llamas como si ardiera una gran parte de la vegetación, pero Yeyo donde se encuentre, loco, vociferando verdades que para los demás humanos son incoherencias de loco callejero, dice que dos gallinas Kirikis, andan sueltas por los montes de María y el Cerro Pintado, en el Balcón del Cesar, poniendo huevos de oro.



domingo, 6 de julio de 2014

EL PALABRERO MAYOR

EL PALABRERO MAYOR
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano



Mi compadre Xico, es un hombre de mucho hablar, herencia que le dejo su padre don Clímaco, este la recibió de su bisabuela Petra, una mujer descendiente entre un Guajiro y una Afrocolombiana, que en su vida se dedicó a partear y sacar del vientre materno a todo niño nacido en el pueblo y sus alrededores, a ella la mandaban a buscar siempre que un niño se decidía venir a este hermoso mundo.

Compadre Xico, la cuarta generación de la señora Petra, le cayó la lotería y fue escogido para llevar la palabra, aclaro, no la palabrería, que aburre a los humanos y estigmatiza al hombre, es decir, del sentimiento humano que penetra dentro del cerebro y hace reaccionar a la persona, llegándoles sentimientos de alivio, nostalgia, paz y tranquilidad, quitándole el desasosiego y entrándola en la razón, porque el poder de la mente, va con el poder de Dios, que manda y ordena.

Con sumo cuidado, les voy a narrar este interesante cuento, donde el compadre Xico, se llevó los honores. Afrodísio era un hombre criado en las rancherías de la Guajira Colombiana, él solo vio en su niñez, la abundancia de mercancías, whiskies, armamento de todo calibre, acordeones, telas, electrodomésticos y carros lujosos, que venían del exterior y ayudaba a descargar de las lanchas rápidas al fondeo de un gran barco pirata.

Brújula, su nombre se desprende por el querer de sus padres, pronosticando que ella, sería la Brújula para orientar a toda la familia, siendo su única hija de sexo femenino, la consentida la pechichona, la bordón de la familia, de la raza Wayuu, del clan Cuidado, hermosa como el inmenso sol que se esconde en el poniente de la costa, reflejado en el mar caribe a las cinco y treinta de la tarde, su piel color café sin tostar, su cabellera larga, que le daba a las corvas y curvas de su cuerpo, se pigmentaba la cara y escondía su rostro, por más que se escondiera en las rayas tricolores que se hacía, dejaba ver un asomo de su belleza, hija de Mayapo, jefe del clan Cuidado.

Todos los habitantes de la región le tenían pánico a Afrodísio, era tosco y grosero en su actuar y hablar, no se lo brincaba un chivo, cargaba dos pistolas en el cinto y una metralleta en su mochila, fabricada por la etnia con lana de ovejos, al fondo de la mochila asomaba el cañón.

Se enamoró Brújula de Afrodísio e irrespetó las tradiciones del matrimonio Wayuu, y se vino tremendo problema con los diez hermanos de Brújula, sus padres y todo el clan, lo buscaban por cielo mar y tierra, todas las antenas humanas de la época estaban direccionadas a Afrodísio.

Pasaron años en dar con su paradero, era imposible localizarlo, no tuvieron más remedio que contratar a El Palabrero y Sabueso, “Compadre Xico”, que para ese entonces vivía en un pueblo lejano de la costa, Eutimio, Jader y Antonio “El Premier”, hermanos de Brújula, duraron veinte días con sus noches para llegar a casa del palabrero, a quien dieron su aval, para localizar al fugitivo Afrodísio y su compañera Brújula.

Afrodísio había nacido de una familia extranjera, él no quiso salir del entorno y fue creciendo guiado por la brisa marina, apoyándose en las personas que traficaban en la alta guajira, su educación la recibió del entorno y las letras solo eran para él unos simples dibujos, mientras que Brújula, era una joven bien educada que paso su pubertad encerrada, recibiendo una educación integral a la costumbre de la Etnia.

Dos contrastes que por supuesto no calaban en los sentidos de sus padres y hermanos, quienes daban cualquier cosa material para que la hermosa Brújula, volviera al seno del hogar, sin antes darle su tate quieto al intrépido Afrodísio.

Bien temprano, compadre Xico, alistó su mochila de fique, metió en ella cinco panelas de hoja, un ciento de tabaco negro, se caló su sombrero Wayuu, sus abarcas tres punta ya dominadas por los pies, y con su sonido característico del roce de las tiras de cuero de vaca muerta al caminar, “chuas, chuas, chuas”, por eso por donde pasaba compadre Xico, a dos cuadras lo conocían, los días llovidos, cuando la tierra estaba fresca y se pueden hacer dibujos en ella, aparecían letreros en las calles por donde pasaba compadre Xico, “Good-xico, Good-xico,Good-xico”, parecidos al letrero  del pie descalzo en pintura blanca, que salía desde la bonga a dos cuadras, y se entraban las pisadas en un almacén llamado Garcigas, en la pujante Ciudad de Valledupar, por eso había una cuña comercial en la radio, “Sígale la huella a Garcigas”.

Además de la mochila, acompañaban sus aperos un pellón de color amarillo, con la ropa del viaje, su hamaca artesanal y dos cáñamos tejidos y trenzados, con la concha del guácimo, cuando las campanas españolas, dieron el primer toque para la misa de cinco, compadre Xico quitó la tranca de mangle y abrió con sumo cuidado la puerta con bisagras de tira de llantas, colocó el pie derecho en la calle y como había llovido dejó su marca.

Se persignó y fue derechito a la Iglesia a pedirle a Dios que le fuera bien en la correría y lo librara de las balas de Afrodísio, que le diera discernimiento y el poder de convencimiento para traer al fugitivo acompañado de su mujer, Brújula.

La chiva “La Melón”, redonda como un melón, con su claxon pitó en el puerto, a la orilla de la playa que baña el rio san Jorge, estaban cargándola con cincuenta bultos de pepino verde, cultivados en sus arenas, cuando la playa se secaba.

Se embarcó compadre Xico en la plaza principal, lo saludaron los pasajeros, el conductor y su ayudante, correspondiéndoles el saludo, le preguntaron:

      -  Para donde se dirige Compadre Xico
-       
            - Su respuesta fue:
-       
           -  Para donde la brisa me lleve.

Pero ya compadre Xico sabia donde se encontraba Afrodísio, su Bisabuela, le había dejado alguito para que se defendiera y viviera su vida cómodo, se bajó en el cruce del guayabo, tomó otra chiva y desde ese día compadre Xico no se ha visto más, dicen que le han visto sus pisadas cuando llueve en el pueblo, pero yo creo que es que no lo conocen, porque salió muy joven y ha cambiado de cara y de barata, con el trascurrir de la vida.

Se metió tempranito compadre Xico al rancho de tres pisos, propiedad de Afrodísio, sonó la aldaba grande en la puerta de madera tallada, de color verde esperanza, en el centro de ella había un ojo mágico, más  una figura en alto relieve de un gran Barco Pirata, suficiente huella para que compadre Xico, el palabrero, lo localizara.

Se asomó al ojo mágico compadre Xico, colocó el ojo derecho, al instante que de adentro para afuera había asomado un tremendo ojo, como el de una vaca, ojo con ojo y gritó el interlocutor, que solo se le escucho, “La policía, la policía, la policía” y, acto seguido solo se escucharon rumores; el palabrero que desde su interior estaba viendo todo y captaba los movimientos de la casa, sintió dar estarte a carros en el garaje de cuatro parqueos de vehículos, pero no arrancaban, o compadre Xico, no los dejó arrancar, sensación de que Afrodísio vivía bien con su Brújula.

Nuevamente sonó la aldaba contra la puerta de madera fina, vino a atender una criaturita de unos siete años, igualita a Brújula, que para estos años estaría en unos cuarenta y dos, según la descripción de su hermano Jader, la niña quitó los cerrojos, abrió una hoja de puerta con una cadena de stop para no dejar entrar a particulares y sin preguntarle por sus padres respondió:

“Buenos días señor, mi papa mandó a decir, que no está en casa y mi mamá está indispuesta”.

Cortésmente Compadre Xico, contestó el saludo de la niña  y acto seguido dijo:

“Soy tu tío Eutimio, vengo a saludarlos”

A esas palabras, Brújula que se hallaba escondida habida por abrazar a su hermano, salió, dio resultado mi primera estrategia, dictó la mente del palabrero, era una mujer alta delgada cuarentona, con unas caderas jadeantes al caminar, traía en su cintura, una pañoleta bordada a mano y terminaba en flecos, que impedían ver más allá de la imaginación Masculina, su cabello recogido hacia arriba en forma de un tomate, las cejas, más arriba de lo normal, la hacían verse como una tigresa, se cubría sus pies con unas alpargatas con dos motas grandes de color rojo purpura, todos sus dedos estaban cubiertos por anillos de color oro, esas características de Brújula, indicaban su raza, casta y bienestar, además era rubia con ojos azules, pero sabía que era ella, de acuerdo a la foto que mostró “El premier”, su hermano.

Eutimio, pronunció Brujula.

Si, vengo de parte de tu hermano, tus padres y de la familia, soy el palabrero, Compadre Xico.

Ella sabía que para estos casos, en la Etnia Wayuu, solo un palabrero tiene la potestad y el poder del convencimiento, para arreglar los entuertos, entre familiares y particulares.

Salieron al instante tres niñas y dos niños y, acto seguido apareció el temido Afrodísio, ya entrado en edad, con sus ojos de color marrón que sobresalían de unas gafas fondo de botella de cerveza de los años cincuenta del siglo pasado, cabellos ensortijados de color amonados, ya no estaba quemado por el sol guajiro, ni las sales marinas de la costa norte colombiana, ahora era un hombre claro, regordete, vestía camisa manga larga de color azul cielo a doble puño, un reloj de color oro, un pantalón blanco con dobles al final de la bota y unos zapatos mocasines de cuero fino.

Antes de entrar a la mansión, desde la puerta, el palabrero hizo un paneo ocular y captó toda la comodidad de la que gozaba esta familia, una sala grande compartida por un arco de yeso y dos columnas pintadas en color oro, un juego de muebles Luis XV, de color marrón claro, abullonados, tapizado con tela fina maicaera, de flores amarillas con fondo blanco, al lado de la puerta de entrada sobre un pedestal de mármol, había un ángel de dos metros de estatura, con sus alas abiertas, dándole la bienvenida al forastero.

Seguido del arco, había un juego de comedor tallado con figuras de pájaros alcatraces, una cocina en media circunferencia enchapada con piedras de mármol de color verde oscuro y un sinnúmeros de juego de baterías de cocina y todos los cubiertos que se puedan imaginar, se ve a simple vista que Afrodísio, el gamín del pueblo progresó con la unión de Brújula y el nacimiento de sus hijos, esa pareja que un día, desapareció, dejando un rastro de tristeza y sinsabor, por el comportamiento de Afrodísio, que ha podido arreglar la situación por la vía derecho de la justicia Wayuu y no tomar la decisión por la vía de hecho.

Pero bueno, la cosa para el palabrero, no debían centrarse en las excentricidades del hogar, a él le pagaron para buscar por la vía del dialogo y la razón a que esta familia se reconciliara y Afrodísio, pagara el dote que correspondía a tan prestigiosa dama, que sus padres le auguraban un buen futuro al lado de un prestante hombre, por su puesto de su raza.

Afrodísio también era Guajiro, pero no pertenecía a ningún clan, sus padres vinieron de Aruba en un barco carguero y se radicaron en esa zona costera, ellos sus padres, un día se devolvieron y el joven enamorado no quiso regresar, su prestigio solo llegaba a los barcos de contrabando, y asomarse a la puerta del colegio donde estudiaba Brújula, la profesora Leidys, lo invitaba a entrar y escuchar las clases, pero él se limitaba a mover la cabeza en señal de un no.

Las primeras palabras que pronuncio Afrodísio fueron:
-       
 “    Quien es usted, y que busca en mi hogar”.

“Soy el Compadre Xico, vengo en paz con Dios y con los hombres” y antes de que él interlocutor bravo, hablara por segunda vez el palabrero dijo:

“Que hermosa familia tiene, todos son igualitos a usted, la familia de la señora Brújula deben estar orgullosos de esos hermosos niños, que ellos manifiestan el querer de conocerlos y estrecharlos en sus brazos, cosa que no pueden hacer sus abuelos, por sentirse ofendidos por el agravio de que fueron objeto, pero que a la vez tiene el deseo de arreglar el matrimonio de ustedes y ser una sola y gran familia, incluyéndolo a usted señor Afrodísio, ahora todo ha quedado atrás, yo lo felicito por la armonía que reina en su hogar”, y lo miraba fijamente a sus ojos que durante estos valiosos minutos de intervención no parpadeó un instante, por ultimo, le tiró un dardo para dejarlo semidormido como cuando se va a capturar a un león, ya sus cuñados son sus hermanos, esos que usted no tuvo y que estoy seguro que va a apreciar y van a prosperar como familia, además ya los padres de Brújula son sus padres, no a toda persona se le presenta la oportunidad de tener dos padres.

Bajó Afrodísio la cabeza y en señal adormitada extendió su mano
-         
      Pase, indicó en una buena señal de amistad.

Durante tres días, con los buenos oficios y el poder del convencimiento compadre Xico le manifesto a Afrodísio que era bueno y sano, regresar a casa de  los padres de Brújula, por los motivos de la avanzada edad de ellos y el querer de sus nietos y esposa en reconciliarse con su familia, solo era arreglarse por la vía de la justicia Wayuu, pagar el Dote y caso arreglado, no había por parte de la familia de Brújula, ningún asomo de venganza, más que la nueva familia gozaba de comodidades y prestigio en la sociedad donde moraban.
-    
    Usted me asegura que sus palabras tienen asidero jurídico e indican la verdad, preguntó  Afrodísio.
-     Sí, señor tengo la potestad y el compromiso de arreglar con usted en forma pacífica y  equitativa este asunto  y le aseguro buenos augurios en la relación familiar.
-       
   Bueno entonces cerramos un trato, advirtiéndole a usted, que las consecuencias que se ocasionen por esta conciliación y reconciliación con la familia de Brújula, es responsabilidad solo de usted.
-       
      Ahora explíqueme como dio con mi paradero, después de tantos años, preguntó Afrodísio.
-         
       Con la guía del altísimo y sumo señor del universo, contestó el Palabrero.

Sellaron la conciliación los dos hombres con cuatro dedos de Wiski importado, hielo picado en trocitos, música a bajo volumen y una larga y extendida conversación, donde cada uno de los involucrados, se contaron los por mayores y por menores de sus vidas, que a la postre eran similares, terminando en horas de la madrugada, cantando rancheras mexicanas, de esas que hacen llorar.

En horas de la noche, el palabrero en sueños,  trasmitió la voluntad de Afrodísio, a Jader, el hermano de Brújula, que al día siguiente, este, contó con lujos de detalles la efectividad de la palabra en sueño, a sus padres y hermanos, porque para esos años no había comunicación fluida como ahora que los aparatos de comunicación hablan y dirigen al mundo.

Ordenó y autorizó Afrodísio al palabrero, para que comprara los animales para dotar a su mujer ante sus padres, y preparara la antesala y bienvenida en casa del clan Cuidado, dándole los Reales necesario para tan valiosa misión, cinco mil chivos, recogió compadre Xico por la región guajira y los llevo en veinte camiones Jaula, a casa del jefe Mayepo, en señal a la buena voluntad de Afrodísio arreglarse con la familia de Brújula, siendo entonces el clan con más chivos de todita la región, que a la vez causó deterioro al medio ambiente, dejando casi árida y pelada de árboles a la Sierra Nevada, a donde fueron a pastar.

Pasado un mes de haberse arreglado el Palabrero compadre Xico con Afrodísio, el hombre a quien todos le tenían pánico por sus dos pistolas y la metralleta en la mochila, llegó con su familia a casa del Clan Cuidado de Brújula.

La familia, ávidos de ver ese inmenso mar de colores azul y verde al atardecer, sus espumas blancas arrastradas por las olas y tiradas con violencia a la playa, con susurro de melodía, apaciguándolas al besar la arena en cámara lenta, ese mar que tanta satisfacción y dinero cosechó Afrodísio, para obtener el amor de Brújula, que por voluntad de sus padres no se pudo concretar por la vía de derecho, no quedándole otra opción que raptarla y llevársela para el paraíso de la felicidad, muy lejos de su entorno familiar, brindándole amor y rodeándola de todas las comodidades que se le brindan a una princesa.

Afrodísio con el nacimiento de sus hijos, cambió para bien, las pistolas y la metralleta que cargaba en el alma, fueron cambiados por una sonrisa, un carisma y acertado  tino en los negocios y toma de decisiones compartidas con su mujer, quien se convirtió en una ejecutiva y era la mano derecha de su esposo en el manejo de sus almacenes de electrodomésticos que dominaban el mercado de un país vecino.

Un matrimonio, fue arreglado por las familias Wayuu, en la alta guajira, una manada de chivos, joyas, collares y mucho amor, dio como dote Afrodísio a la familia de Brújula, que con vestido blanco escoltada de sus hijos, fue al altar, con el joven que no daban por él en su tierra, un centavo en moneda de plata.

Para cerrar este cuento, compadre Xico, un humilde hombre del común, con la palabra ha podido ayudar a coadyuvar la voluntad humana, en querer arreglar  problemas personales, familiares y buscar la felicidad y armonía entre los humanos, utilizando como medio de persuación y conciliación la palabra, aquí los codigos de la justicia ordinaria quedan a un lado, solo con un acta de conciliación verbal y la palabra empeñada, se arreglan los entuertos juridicos de la Etnia.

Compadre Xico, sigue utilizando la palabra como forma de vida, ahora mas allegado a sus ancestros a través de la investigación, detectando al conglomerado familiar, por muy lejanos que sean, y trasmitiendo historias, que rayan en la verdad, la ciencia y la imaginación humana.