UNA RAIZ BOA
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.
Por Francisco Cadrazco Díaz
Escritor Caribeño Colombiano.
Salió Gibbo bien temprano
para la montaña, montado en su burro prieto a cortar una carga de leña cuyo
valor en el mercado era de $4.oo pesos, ese dinero servia para el sustento
diario de su familia.
Como siempre hay un día
bueno y otro malo en la vida, sofocado de la faena, se quitó su sombrero concha
de coco, se sentó en una inmensa raíz de ceiba a echarse fresco con el
sombrero, sacó de la mochila un tabaco, le mochó con los dientes el lado ciego
por donde lo iba a fumar, lo encendió con su mechera de aluminio con tapa
amarilla y se sentó a inhalar su tabaco negro, con el fin de espantar los
mosquitos.
Se fue reposando Gibbo,
coloco su espalda al inmenso árbol
quedándose dormido, el tabaco se le cayó de la boca y comenzó a prenderse la
hojarasca acolchonada, cuando ya cogió candela, sintió el caliente y el humo
que lo estaba ahogando.
Al momento de levantarse de
donde estaba sentado y apoyado en el gran árbol, sintió que la raíz de la ceiba
se le movía muy despacio, creyó que era un temblor de tierra que son frecuentes
en esa región, pero no, miró hacia donde terminaba la raíz y noto que del
follaje salía una cabeza grande del color de las hojas secas, que al instante,
comenzó a moverse toda la raíz de palo viejo donde Gibbo estaba sentado.
Bajo su mirada, atónito y
confundido, la boa que medía 7 metros aproximadamente con movimientos lentos y
pesados desarmo el lazo que tenía montado en el centro de su cuerpo para
atrapar cualquier animal que se le atravesara, le huía a la candela, Gibbo miro
hacia donde estuvo sentado por espacio de media hora y la raíz no estaba, había
cogido viaje, acordándose de aquel refrán popular que dice: Con candela no hay
viejo lerdo, esa boa tenía aproximadamente unos veinte años de edad.
De inmediato tomo su
machete, subió la leña en el burro prieto y se fue asustando para la casa,
cuando llego no musitaba palabra alguna, le dieron una totuma de agua estilada
de la tinaja de barro y cuando ya se había reposado le conto a su mujer lo
sucedido, advirtiéndole a ella que no estaba seguro de lo que vio y decía.
Unos días después del suceso
con la inmensa boa, una comisión de expertos en cogerlas para venderles el
cuero, fueron en busca de ella acompañados por perros cazadores, muy pendientes
del lazo cazador de la boa, porque el que cae en él, es triturado como maíz en
molino nuevo, la encontraron debajo de las
hojas que en verano caían secas formándose un acolchonado al pisar.
El forraje de la boa era del
color verde marrón y medía siete metros con cincuenta centímetros, pesó sesenta
kilos, al abrirle su estómago le encontraron, cuatro terneros de seis meses, cinco
conejos marrones y once pollos criollos de la finca cercana, que estaban desaparecidos,
todos estos animales salieron caminando y las aves volando, la carne de la boa fue
distribuida entre los vecinos de la etnia Zenu para hacer un guisado, apetitoso
acompañado de un arroz con sumo de coco, típico de esa región.
El cuero lo vendieron y con
el fabricaron, cinturones, bolsos y carteras, de las ganancias le dieron un
porcentaje a Gibbo, para comprar y vender marranos al detal, él todavía no se
repone del susto al acordarse que durmió plácidamente sobre una raíz boa.