sábado, 25 de junio de 2016

PIN Y SU MULO PRIETO

PIN Y SU MULO PRIETO
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano Región Caribe

Decían los mayores que por el camino viejo ya no se podía transitar en el día, menos en horas de la noche, ese camino fue olvidado y la maleza lo fue cerrando entre cardones, tunas y enredadera, el agravante fue que las malas energías se apoderaron de el para hacer toda clase de festines con los humanos.

Plinio PIN, tenía su roza de aquel lado del arroyo calzones, cuando el sol le pegaba diagonal a su rostro, se quitaba el sombrero, se sacudía el sudor con la manga de la franela amansa locos, ensillaba su mulo y partía con los últimos rayos de sol para su casa en el pueblo.

De un momento a otro sonó un trueno, se vino una ráfaga de vientos fríos se oscureció y a llover se dijo, cayeron granizos grandes que atormentaron la humanidad de PIN, esa noche no llegó a su casa, ni el mulo tampoco, cosa extraña porque en otras ocasiones pin se quedaba tomando, pero su fiel compañero de trabajos llegaba con la carga.

Al día siguiente había quedado una estela de árboles en el suelo, las matas de plátano, el maíz, la yuca y el ñame, a ras de piso, indagaron por pin, nadie lo había visto y por mucho tiempo pin no apareció.

De la montaña barriera vino el capataz a dar aviso que el mulo de pin se lo estaban comiendo los samuros, se encontraba a diez metros de altura en el copito de un viejo árbol de mamón macho, fueron a inspeccionar y si era el animal con ti angarilla, aperos y carga, hicieron un barrido al lugar y no dieron con la pista de Pin.

Por la región de córdoba en las estribaciones de la serranía de Ayapel, encontraron a un señor con las características de Pin, sus familiares fueron a averiguar, un poco desesperanzados por la distancia de su pueblo al sitio donde se encontraba el anciano, una casa finca en donde criaban toros bravos de corraleja, había un letrero grande fondo amarillo con letras en negro que decía: “Hacienda Bellavista, toros bravos no entre”.

Allí recostado a la madrina seca de un árbol estaba un taburete espaldar de cuero y sentado en el nada más que el PIN. Tan pronto divisó a su mujer y al Alcalde del pueblo y dos policías amigos, se fue en llanto.

Contó PIN en voz baja que cuando el aguacero una ráfaga de viento levantaron al aire a su mulo y que unos angelitos negros lo rescataron a él, y volaron y volaron y lo dejaron al lado de unos toros que estaban durmiendo en esa finca, a la mañana él se despertó, analizo el paisaje y se dio cuenta que estaba al lado de unos animales que por su apariencia y corpulencia era un viaje de toros de lidia en corraleja, allí se quedó hasta que los animales se fueron a pastar.

Han pasado los años y es la hora que todavía no se sabe la verdad de lo sucedido a Pin, un hombre trabajador, que por desgracia se lo cogió la noche en el camino viejo, que ya a estas alturas del tiempo nadie se acuerda de él, pero sí de la perdida de pin y su mulo subido a un gran árbol de diez metros.

¿Quién se llevó a PIN?, ¿quién subió su mulo a esa altura?, que lo averigüe mandraque el mago.



domingo, 19 de junio de 2016

TOM Y HARRY, UNA HISTORIA DE VIDA

TOM Y HARRY, UNA HISTORIA DE VIDA
Por Francisco Cadrazco Díaz Román
Escritor Colombiano Región Caribe

Estos eran dos hermanos Gemelos que nacieron del hogar de Tolentino e Hilaría, al momento de su Bautizo Católico los padres no se ponían de acuerdo que nombres colocarles a cada uno de ellos, desde ese momento esos niños no se pusieron de acuerdo en sus pensamientos, le daban mucho que hacer a su madre y a cada momento estaban peleando y como eran igualitos, el uno culpaba al otro y su mamá lo castigaba.

Ya Jóvenes, cuando terminaron su bachillerato, Tom le decía a su hermano que se iba para el seminario a ordenarse de Sacerdote y servir a la comunidad, en cambio Harry el más rebelde de los dos, su deseo era ser militar, pero no de fila, sino de mando, un oficial, carreras que no aprobaban sus padres, Tole decía que fueran Abogados e Hilaría deseaba en su hogar dos médicos.

No conciliaban hijos y padres, tampoco gestionaron para avanzar en esta corta vida, Tom se ganaba la vida en un camión transportando mercancías varias de la región, Harry, bueno a decir verdad no hacía nada, vivía en la calle, cargaba una navaja, una rama de totumo viche y le sacaba punta hasta que se le acababa, masticaba tabaco negro y sus dientes se fueron carcomiendo con la nicotina, cosa que sufría su mamá Hilaría, hasta que su corazón no dio más, antes de su despedida de esta vida, reunió a sus hijos y les cantó la cartilla coquito, por última vez y los comprometió a ser mejores, a superarse y seguir adelante, ambos con sus lágrimas brotando de sus ojos afirmaron que iban a ser lo que cada uno prometió.

Parece mentira,  la ignorancia sobre esta hermosa vida nos carcome la mente y no llegamos a un punto de equilibrio mental, así como llegamos, nos vamos, pasamos desapercibidos y tratamos de atropellar a nuestros semejantes, en vez de ayudarlos a sobrevivir, esto se los comento porque a Tom y Harry, les cambio la forma de pensar la muerte de su madre, me imagino, pienso y razono que su progenitora seguía dándoles vueltas y empujándolos a llevar mejor vida, el viejo Tole se la pasaba en su pedacito de tierra de 500 hectáreas sembradas de algodón y peleando el sueldo con sus trabajadores.

Una mañana a las tres y media, los dos hermanos se tropezaron al frente de la tinaja de agua helada en la sala de su casa, uno le dijo al otro: Herdaaa Tom no he podido pegar los ojos en toda la noche, esas palabras de mamá me taladran los oídos, la mente y la tranquilidad, yo como que me voy a estudiar a la U. Veee Tom, contesto Harry a mí me está sucediendo lo mismo, tenemos el mismo pensamiento. Se pusieron de acuerdo y hablaron en la mañana con su padre Tole, no se diga más, los felicito hijos, su madre debe estar contenta allá en el cielo y miró para arriba el viejo.

Las dos maletas de cuero con fuelles de acordeón, fueron bajadas del salso y empacaron su ropa, ese día ese único día, los hermanos se vistieron con el color de la ropa igualitos, pero ya no se parecían, Harry tenía un aspecto de desaseo total y necesitaba un retoque, un maquillaje, en especial su dentadura, pero la intención de ambos era buena, diríamos buenísima, con la bendición de su Padre partieron para la gran ciudad a conquistar el mundo que les quedaba de vida, el otro ya lo habían perdido.

Pasaron los años y los hermanos Tom y Harry no asomaron sus narices en el pueblo, es más ya sus habitantes no se acordaban de la lata que daban, Tole, su padre se fue deteriorando,  el capataz y su esposa decidieron mandar a un mensajero su primo Evaristo a localizarlos para que se encargarán de su salud y sus bienes, después de un mes de búsqueda los encontraron, Evaristo no los conocía, menos los distinguía, no sabía quién era Tom y quien era Harry, ambos vestían una bata blanca con un símbolo de una serpiente subiéndose por  un perchero y debajo unas letras en alto relieve que decía “Medico”. Pero lo más sorprendente era la dentadura de Harry, dientes blancos blancos, dos de ellos de forrados en oro y dos del otro lado en plata.

Llegaron al pueblo y se formó un alboroto en la calle principal, solo en casa quedaron las gallinas y los gatos, no fueron a ver a los hermanos por purita flojera, en cambio que los perros estaba allá en primera fila, sacando pecho y gases los mal educados, Tole al ver a sus hijos se levantó del taburete y caminó, abrazó a sus hijos y nuevamente miró al cielo y dijo: Gracias vieja sé que esta transformación de vida de mis hijos, es obra tuya. Mandó a buscar la banda de música y pidió que le tocaran el Tole, un porro sabanero que interpretaba su abuelo y su tío en la banda vieja del pueblo y sacó pareja a bailar.

Las filas en esa casa eran inmensas, los dos galenos examinando, formulando y regalando la medicina para la cura de los habitantes de ese hermoso pueblo macondiano, incrustado en la falda de la imponente Sierra Nevada, Tom era médico y Harry Odontólogo, Tole gozó de  larga vida, ya en la longevidad, bajo la mirada fija de sus dos hijos fue a encontrarse con Hilaría, más allá donde la mente y los ojos del humano quieren y no pueden ver. Tóquenle el Tole, a Tole.



sábado, 11 de junio de 2016

LA PEINILLA DE DOBLE FILO

LA PEINILLA DE DOBLE FILO
Por Francisco Cadrazco Román
Escritor Colombiano Región Caribe

María Del Pilar Loreste Valdivia, una mujer extranjera, llegada a esta región en compañía de sus padres, usaba una pañoleta de colores en su cabeza, embonada hasta sus cejas, difícil de verle su rostro completo, a pesar de esas  limitaciones visuales era muy bella, del matrimonio con Baldomero Rizo el hombre de la peinilla de doble filo, nacieron dieciséis hijas y un varón al final del ocaso de la bella mujer, crecieron bajo la rigidez del padre y el buen cuido de su madre.

Salían a la calle de a cinco juntas, adornaban la cuadra por donde transitaban, les tenían prohibido pasar por el kiosco de Paulino porque allí habían muchos hombres consumiendo licor, Baldomero se mantenía en una porción  de tierra, a la cual le sembraba pan coger y alimentaba con hierba a sus vacas, de allí salían cosechas de maíz, arroz, yuca y frijol, suficiente para mantener a su numerosa familia.

Bien vestidas y acompañadas de su madre, pasaban por la calle del medio los Domingos a misa, los hombres apostados en las aceras para observar y escoger a la más bonita, trabajo que les costaba ya que su madre les colocaba pañoletas en sus cabezas, sin embargo sobresalían, María, Bebsaida, Olivia y Teresa.

Dentro de la finca de Baldomero había un cerro de gran altura adornado con matas de pringamoza, caliche y barro resbaladizo, era imposible subirlo en tiempos de invierno, además su dueño lo rezaba para que nadie entrara a su sembradío, habían diez perros bravos,  en las noches los soltaban y era muy peligroso merodear por ese camino, decían los vecinos que Baldomero se ponía a rezar y de sus manos salían los perros.

Él decía que el hombre que fuera capaz de sembrar una bandera en su honor, en lo más alto del cerro, se cazaría con una de sus hijas y quien pretendía burlarse, conversaría con su peinilla de doble filo.

Les cayeron los primeros rocíos de agua lluvia bendita y las niñas y se convirtieron en señoritas, que dolor de cabeza para esa madre cansada de tanto parir y el acoso de los jóvenes por adquirir una de las belleza humana, vestidas de uniforme de cuadro azul con blanco, medias blancas y zapatos negros, una detrás de la otra para el colegio.

Cuando se formaba un alboroto en la escuela de varones, eran las hermanas Rizo Loreste que iban pasando, ya los profesores no podían controlarles las hormonas a esos jóvenes y se formaban peleas.

Al terminar su bachillerato diez de las Rizos se fueron a estudiar carrera, quedaron seis más el joven Adelfo entrado en los ocho años, después se fueron las restantes a encontrarse con sus hermanas en un país del oriente medio, en unas vacaciones de junio se presentaron tres de las dieciséis y se formó la revolución masculina.

Pacco, Ambrosio y Tomás, los postulados por tener facilidades económicas y ya profesionales llegaron a la casa  de Baldomero a pedir la mano de las bellas mujeres, llegaron sus padres y tres testigos, acompañados por el Alcalde Municipal.

Firmaron un acta de compromiso que entre sus cláusulas decía: Subir el cerro empinado a pies descalzo en línea recta, después de un fuerte aguacero, Izar la Bandera Colombiana, una dote de mil cabezas de ganado cebú cada uno de los postulados, respetar sus costumbres Árabes adquiridas por línea materna, la pañoleta en sus cabezas, respeto y buen trato para cada una de ellas, donde los tres eran petulantes, borrachones y prepotentes, y la última clausula si no lograban las barreras se tenían que largar del pueblo y no molestar más a las tres hermosas damas.

Se llegó el día, esa noche anterior cayó un aguacero, pero solo fue en el cerro, ese día las matas de pringamoza amanecieron más grandes y florecidas, las piedras con filos cortantes y el barro listo para amasar.

Pacco, no amaneció en el pueblo, su papá lo sacó a media noche cuando comenzó a tronar y llover, Ambrosio estaba resfriado y con fiebre, solo quedaba Tomás, quien pretendía a la bella Bebsaida, un muchacho fornido de color blanco, entrado en sus veinticinco años, acostumbrado a coger corozos en buenos aires y el ojo de agua.

Todo el pueblo se volcó a la finca de Baldomero, los murmullos y las risas por los que no se presentaron, les decían poco hombres, Tomás recibió del Alcalde una Bandera en honor a las tres señoritas y a sus padres, debía llegar y situar la bandera en lo más alto del cerro.

Después de seis horas llegó Tomás a la punta del cerro moribundo por las laceraciones de la pringamoza y las piedras cortantes, izó  la bandera y se desmayó, cuando lograron bajarlo ya estaba muerto, al día siguiente de su muerte casaron a Bebsaida con Tomás.

Tres días después los Rizos cargaron sus enceres y se marcharon para el lejano oeste, la finca se la dejaron a la familia de Tomás y solo se recuerda a las hermanas Rizo, su belleza y buena Educación.

El Cerro fue tecnificado de él salen las mejores cosechas y donde ondea la bandera  Colombiana hay tres grandes torres de comunicaciones, por donde se comunica Tomás del más allá, con su hermosa Bebsaida, la peinilla se escucha todas las noches cortando y limpiando el gran cerro. Pacco y Ambrosio, siguen su vida desordenada, aperados en sus caballos, de corraleja en corraleja.


domingo, 5 de junio de 2016

LA HISTORIA DEL MOCHO BLACHO

LA HISTORIA DEL MOCHO BLACHO
Por  Francisco Cadrazco Román
Escritor Colombiano de la Región Caribe

Me contaron que en un paraje rodeado de cardonales, quebradas y Sequías de regadío estaba el Caserío donde nació Blas, tan pobre de dinero que en esa región no se usaba, existía el trueque para todas las modalidades del comercio citadino, un muchacho de baja estatura, color blanco orejas grandes como las de un murciélago, se le fue llenando el cuerpo de bellos, y con esa figura se parecía a un mico mono, no se sabe cómo vino a dar tan lejos de su tierra, a unos  cincuenta tabacos negros de la época,  se le veía montado en un mulo  con dos tanques Inagrarios, arreando leche, agua y todos los comestibles que producía una finca de un blanco donde estaba concertado.

Con su apariencia física, todos los muchachos le llamaban el murciélago, tan pronto se desocupaba en las mañanas de sus quehaceres obligatorios, se colgaba de las ventanas del colegio de primaria y colocaba sus orejas al sonido de la voz del profesor, cuidadito le gritan algo a Blacho porque los levanto a fuete y regla, decía el educador, él entendía la situación del menor, del porqué no asistía a la escuela.

Era un hombre como de veinte años, a esa edad ya había perdido la dentadura delantera, llámese la defensa, de tanto pelar cocos con ellos, destapar cervezas y gaseosas y su favoritos comer mango de hilaza, o de puerco. Sus costumbres eran distintas a la del pueblo donde se encontraba, además era explotado y trabajaba más de las horas reglamentarias de ley. Hablaba poco y sus sonidos eran pausados.

Blacho se las llevaba bien con todos los muchachos, jugaban  trompo y bolita de uñita, les contó a sus amigos de juventud que era nacido en los cardonales que sus papás estaban allá, pero a él se lo trajo un señor  que vendía cortes para hacer pantalones.

Para saber dónde eran los cardonales y en esa época del mundo  juuuuu. Una vez que Blacho venía en su mulo sonso cargado con dos cantaros llenos de leche hacia el pueblo, de los matorrales salieron unos perros juguetones, el mulo creyó que eran tigres, levantó sus orejas a 180 grados, se sacudió y los cantaros cayeron a tierra, menos Blacho, el mulo lo llevaba arrastrado por una pierna colgado de un cáñamo y no obedecía frenos, cuando el muchacho quiso sacar el pie ya lo tenía fracturado.

Fue la última vez, en el pueblo que vieron a Blacho en el puesto de salud lleno de murciélagos en su techo, más a él que también le decían así por sus orejonas peludas, muy temprano al día siguiente se lo llevaron para Cartagena.

Pasados los años cuando varios jóvenes se trasladaron a la capital de la Región Caribe a estudiar, en una oficina pública, vieron a Blacho, caminando cojo de una pierna, con una figura de candado en la barba, se le acercaron y lo saludaron temerosos a que no fuera él.

Blacho, Blacho, se quedó fijamente observándolos y peló su diente de oro y les contestó 
“Hola muchachos”, espérame que vamos a charlar, ya regreso, llevaba en sus manos unas carpetas z, vestía pantalón de gabardina color beis, camisa manga larga de cuadros abotonada hasta el cuello, zapatos negros brillantes, cabello peinado con gomelina, dientes blancos ordenados y formados militarmente, uno de ellos era de oro de 24 quilates, completamente distinto a como era en el pueblo, hablaba fluido pero pausado.

Se había zafado del yugo opresor de sus antiguos patrones, buscó a su tío materno un guajiro que no se lo brincaba un chivo cerrero, además tenía plata hasta en dólares guardados en una bodega subterránea en el patio de su casa, y le contó lo sucedido.

Blacho con lo que escucho y captó en la escuela del pueblo, subido en la ventana, validó la primaria y el bachillerato a la vez, porque a decir verdad, antes si enseñaban, con regla y perrero, para bien de la juventud, entró a una universidad paga, de las mejores y se graduó de Abogado, no lo podían creer sus amigos, y ocupaba un alto puesto en la Gobernación.

Blacho una transformación de Vida, de valores y empuje, un hombre que salió de la nada, para convertirse en una persona educada al servicio de la Sociedad.

Aprovechó de su tío, la bonanza guajira y se educó, sus colaboradores le decían por debajo de cuerda “El Mocho Blacho”. “Al que le van a dar le guardan y si se demora se la tapan con dos platos de loza china”.